Carlota de Bélgica: dos visiones

Pedro González Olvera

Hace unas cuantas semanas se cumplieron 150 años del triunfo de la República, encabezada por Benito Juárez, frente al imperio que quiso formarse en México con un príncipe austriaco como soberano, apoyado por las armas del ejército francés y promovido por unos cuantos miembros de la aristocracia mexicana, animados por la creencia de que los problemas de la nación mexicana en ese entonces podían solucionarse mediante la instauración de una monarquía con un monarca extranjero dirigiéndola.

Como se sabe el mejor candidato, mejor dicho el único que encontraron, fue el archiduque Maximiliano de Habsburgo, hermano del emperador de Austria-Hungría, Francisco José. Encontraron tal vez no sea la palabra exacta, más bien debe señalarse que a los promotores mexicanos de la monarquía Napoleón III, emperador de Francia, les indicó que el mejor candidato para su proyecto era el príncipe austriaco. Lo hacía con sus intereses de por medio, pues ya estaba en marcha su proyecto de invadir territorio mexicano tomando como pretexto la suspensión de la deuda externa decretada por Juárez en julio de 1861.

Posteriormente, ya con las tropas francesas en México (las cuales por cierto habían sufrido una derrota ignominiosa en Puebla el 5 de mayo de 1862, ellas que se consideraban las mejores del mundo), Maximiliano arriba a nuestro país acompañado de su esposa Carlota, princesa de Bélgica, la cual a partir de entonces se va a convertir en uno de los personajes principales del drama en que se va a convertir el segundo imperio mexicano.

El aniversario 150 del fin de ese ensayo fallido de monarquía, del cual no dejan de relucir sus aristas de oropel,  con el fusilamiento de Maximiliano y dos de sus principales generales, Miramón y Mejía, en el Cerro de las Campanas, ha sido la ocasión propicia para que  se publiquen varios libros, tanto en la vertiente histórica como en la de ficción, que intentan dar cuenta desde una perspectiva novedosa diversos aspectos  del imperio, entre ellos los  que se han centrado en la personalidad de la pareja llamada imperial o del papel que desempeñaron como gobernantes.

En esta nota nos interesa resaltar dos libros que revisan y narran, desde ángulos distintos la figura de Carlota de Bélgica, a quien se le ha reconocido su inteligencia, su don de mando y su capacidad de atender los asuntos públicos, al mismo tiempo que su gran ambición y su soberbia y desdén no tan escondido hacia la idiosincrasia mexicana.

El primero de esos libros es obra de la escritora mexicana Martha Robles, conocida sobre todo por sus investigaciones sobre la mitología griega y la presencia femenina en la literatura nacional. Se trata de una biografía que ya desde el titulo –Carlota. Falsa emperatriz de México– nos anuncia el punto de vista desde el cual va a enfocar la vida de esta integrante de la realeza belga, que al unirse en matrimonio con Maximiliano de Habsburgo ató su destino a la aventura que le costó a ella la locura y  a él la muerte.

Martha Robles elabora así, sin falsas condescendencias ni arrebatos melodramáticos, un retrato completo de la princesa que “soñó el esplendor y despertó sumida en la sombra”. Nos narra la autora desde los años infantiles de Carlota, en los que estuvo rodeada del cariño de sus padres pero afectada sensiblemente por la muerte de su madre, de la que pudo haber heredado la tendencia a las depresiones, hasta su fracaso monumental en el intento de lograr que su antiguo promotor, protector y financista reanudara la ayuda que por casi cuatro años había sido el principal punto de apoyo del efímero gobierno de su marido.

A lo largo de once capítulos, Martha robles desmenuza los episodios que van marcando el sino trágico de Carlota, entre los que destaca el casamiento con una persona contradictoria en sí misma, incapaz de amarla, inseguro como gobernante y más apasionado de la frivolidad de cuidar plantas y jardines que del arte de dirigir una nación, características todas que contribuyeron en buena medida al fiasco de su remedo de gobierno, en el que ni siquiera pudo dar gusto, por sus tendencias liberales, a quienes lo habían llevado desde México a un trono que pronto se habría de transformar en  pelotón de fusilamiento.

La autora de esta biografía no se ahorra juicios severos hacia su biografiada a la que califica de “símbolo de decadencia monárquica de una época imbuida de romanticismo y revoluciones del poder y del pensamiento”, pero no es tan mezquina como para negarle virtudes a la princesa belga que se afanaba por ordenar una sociedad desacostumbrada al orden y las reglas, no sólo sociales, sino políticas y culturales: “Cuando Maximiliano se vio obligado a abandonar su palacio de Miravalle o Chapultepec para dirigir la resistencia armada en contra de las fuerzas republicanas (Carlota) daría por su parte un ejemplo de conservación y respeto por los  objetos de conocimiento”, algo que los mexicanos, dice Robles, no ha sido común entre los mexicanos tal vez por falta de sensibilidad intelectual o de educación.

La obra en comento da cuenta, igualmente, de la ceguera política que invade al matrimonio austro-belga que les impide percatarse primero de la falsedad de que todo México los esperaba con los brazos abiertos y luego que su Imperio se desmoronaba cada día que pasaba, no sólo por el empuje de los republicanos, mismos que a pesar de las derrotas iniciales, se recomponían día a día como una hidra de cien cabezas, hasta hacerles imposibles su asentamiento nacional, sino por la deslealtad de aquel que les había prometido hacer de su imperio más grande que el país vecino del norte.

Es Carlota, encargada del gobierno con energía que parecía inacabable, mientras su marido abandona los deberes públicos para irse a solazar con actividades mucho más mundanas, la que se dedica a domar a un gabinete de ministros a los que les parece inaudito que una mujer dirija y, lo que es peor, ordene lo que debe hacerse en aras de una buena administración pública.

Es ella la que se considera capaz de convencer a sus antiguos valedores de que retornen al inicio del camino, aquel en el que se auguraba una época de esplendor para la pareja, a pesar de que su marido ni siquiera le interesa cultivarla en el lecho matrimonial.

Es ella, asimismo, en particular, quien se niega resueltamente a aceptar que el imperio está perdido, es ella la que convence a su marido de abandonar la idea de abdicar, bajo el razonamiento de que un monarca no abdica so pena de andar por el mundo con la bandera del ridículo y la ignominia, como ella sabía que su abuelo materno la cargó hasta su muerte.

Es ella, en fin , la que marcada por su trágico destino a la que corresponde vivir por muchos años hasta bien entrado el siglo XX, bajo los desvaríos provocados por una vida llena de fracasos, a pesar de que muy joven se ilusionó con un horizonte de vida pleno de alegrías, poder y dominio, como algunas de las mujeres de su entorno real.

Martha Robles no brinda una versión de la vida de Carlota de Bélgica desprovista de tintes melosos hacia ella y más bien busca ser lo más cercana a la realidad por más dura que esta parezca, para presentarnos a una princesa que deseosa de ser emperatriz no halló sino la locura como destino final

Se trata de una obra recomendable para acercarnos en estos días, a ciento 150 años del fin de su remedo de imperio, a una mujer que dio todo por su amor, quizá no tanto a Maximiliano, pero si al poder.

Cabría solamente reprocharle a Martha Robles hacerse eco, sin pruebas o fuentes citables (porque no las hay), de la leyenda del embarazo de Carlota (aunque tiene el cuidado de llamarlo “supuesto”) y de la de su envenenamiento por toloache, cuando hoy se sabe que su enfermedad podría haberse tratado con algunos de los medicamentos que calman el estrés y la angustia extrema.

Del mismo modo, se siente la falta de un completo aparato crítico, aunque reconozco que eso no hace de este libro uno con falta de rigor en la investigación, rigor que no suele encontrarse en otras obras que someten sus resultados a la pasión de los sentimientos. Por el contrario, la biografía se complementa con una útil  cronología, que va de 1806 hasta 1868, de los principales acontecimientos acaecidos en Europa, México y los Estados Unidos.

La otra obra, que deseamos comentar se encuentra en las antípodas de la de Martha Robles, pues se trata de una novela, que por el sólo hecho de serlo carece del rigor de la investigación científica y en la que se valen todos los recursos de la ficción, aunque se mezclen con hechos que provienen de la realidad histórica.

La novela en cuestión lleva el título de Carlota la emperatriz que enloqueció de amor, escrita por Laura Martínez-Belli, autora de origen catalán, pero con raíces latinoamericanas. Bien escrita y con un ritmo adecuado en su narración, se basa en tres elementos para desarrollar la trama en la que por supuesto el personaje principal es Carlota.

En primer término la historia se desenvuelve alrededor de la desventura de la princesa belga por un matrimonio que nunca se consuma, puesto que Maximiliano no muestra ningún interés carnal por ella, prefiriendo otros actividades o pasatiempos más placenteros para él, como la sospechosa compañía de su amigo de la infancia Charles de Bombelles y su preferencia por los amores de su propio sexo.

En segundo lugar se encuentra el supuesto amorío de Carlota con el jefe de su guardia personal, el coronel Van der Smissen, en quien encontrará el amor no correspondido con su marido y con quien va a consumar lo que no pudo con Maximiliano, a consecuencia de lo cual tendrá un hijo, que ya lleva en su vientre cuando retorna a Europa para tratar de conseguir el apoyo que Napoleón III y el Papa les han retirado. El drama que representa esta situación forma parte central del argumento de la novela de Laura Martínez Belli.

El tercer tema que completa la trama de esta novela, es el también supuesto envenenamiento de Carlota con toloache, perpetrado, según el argumento por  una de las damas de honor mexicanas que pululan por la corte y que juega un papel sobresaliente en el desarrollo de los acontecimientos. La posterior pérdida de razón de Carlota y su vida encerrada en diversos castillos completa el trío de pilares argumentativos que sostienen la narración.

Para la autora de la novela, la traición fue el sino de Carlota; nos presenta la imagen de una pobre mujer engañada por todos, sin tomar en cuenta sus propios errores o su profunda ambición y deseos de ser la protagonista no de un drama, si no de la epifanía que debía ser su Imperio en México.

La autora no desaprovecha los acontecimientos que rodearon los cuatro años del denominado II Imperio mexicano (“En este momento convulso de la historia nacional, los herederos de la que una vez fue la aristocracia mexicana se dieron el lujo de imaginar…Imaginaron el Segundo Imperio”) para darle cuerpo a sus líneas de trabajo; así podemos seguir con cierto cuidado el principio y fin de ese intento de crear una realeza mexicana entre esa rancia aristocracia y, con especial atención, lo que sucede en las cortes europeas directamente involucradas en el drama: Austria-Hungría, Bélgica y Francia.

Si a esto le sumamos una verosímil descripción de lo que este intento de imperio supuso en la sociedad mexicana que la dividió no solamente entre grupos sociales sino entre familias y la utilización de recursos de novela de espías, tenemos una obra que se deja leer de principio a fin sin mayores problemas, pero sin mayores pretensiones. Es decir no le podemos pedir más a lo que es una novela bien armada, pero que no puede ser considerada el libro del año.

Cabría solamente para finalizar una idea que tomo de Paco Ignacio Taibo II, ¿por qué la figura de Carlota levanta tanto interés en investigadores y escritores, mientras que otra figura femenina de primer línea en el mismo escenario como lo es Margarita Maza de Juárez es pasada por alto? ¿Acaso no jugó, tras bambalinas, un papel igualmente destacado desde la otra orilla esta mujer que acompañó en todo momento a Juárez en su lucha por sacar de México al invasor?

Es un par de preguntas que quedan para la reflexión, después de la lectura de los dos libros aquí comentados.


Martha Robles. Carlota. Falsa emperatriz de México. Ediciones B México, México, 2017, 232 pp.

Laura Martínez-Belli. Carlota. La emperatriz que enloqueció de amor. Editorial Planeta, México, 2017, 439 pp.