Vicente Francisco Torres
En entrevista inédita el autor nos comparte diálogo con uno de los autores más representativos del Ecuador, pionero del movimiento literario más emblemático de América Latina.
El primer cuento que escribió Demetrio Aguilera–Malta (Guayaquil, Ecuador, 1909 – ciudad de México 1981), “El cholo que se vengó”, es de 1928 y fue publicado en el año 1930 en el volumen colectivo Los que se van. Este libro estaba compuesto con trabajos de tres jóvenes que a la sazón tenían 21, 19 y 18 años, respectivamente: Demetrio Aguilera-Malta, Joaquín Gallegos Lara y Enrique Gil Gilbert. Este volumen tuvo una gran trascendencia no sólo para Ecuador, sino para toda la literatura iberoamericana: Seymour Menton llega incluso a afirmar, en El cuento hispanoamericano, que visto el rango de los personajes (cholos, negros, gente muy pobre) y las audacias fonéticas y temáticas, “con este libro ya no hay temas prohibidos para la literatura (…); las transcripciones fonéticas de su dialecto son las más atrevidas en la literatura hispanoamericana”. Karl H. Heise (El grupo de Guayaquil: arte y técnica de sus novelas sociales) dice que el título del libro obedece a que “la fuerza predominante en todos los cuentos es un intenso interés por la gente de la costa tropical y el medio físico en general”.
El libro es un intento ostensible de captar el sabor viril de un modo de vivir que está olvidado por la sociedad moderna. Este punto queda bien aclarado en el siguiente poema de Joaquín Gallegos Lara, que precede a los cuentos:
“Porque se va el montubio. Los hombres ya no son los mismos./ Ha cambiado el viejo corazón de la raza morena enemiga del blanco ./ La victrola en el monte apaga el amorfino. Tal un aguaje largo los arrastra el destino./ Loa montubios se van p’abajo del barranco.”
Sobre la trascendencia de Los que se van, en una serie de entrevistas que sostuvimos, en la ciudad de México, de febrero de 1980 a noviembre de 1981,me dijo Aguilera-Malta lo siguiente:
“Creo que hay dos aspectos a considerar. Uno que es de orden exclusivamente literario: efectivamente fue un libro renovador, sobre todo en mi país, aunque pienso que también en Iberoamérica, porque fue una manera distinta de tratar y contar nuestros problemas. Presenta al hombre de la costa ecuatoriana, de la costa fluvial, marítima e insular, de lo cual me encargué, sobre todo yo. Pero además de esto, contribuyó a que se estudiara y se presentara atención a gente que a veces vivía en una organización tribal y aun clánica, a pesar de estar tan contigua a la civilización de nuestros tiempos. Tuvo también una proyección política porque dentro de la realidad que vivía mi país, la literatura ocupaba una posición no consonante con la vida social, económica y política de esos días. Se había dado a la luz una obra magnífica de Luis G. Martínez, A la costa, que fue como un puente entre la literatura romántica –que escribía sobre la realdad ecuatoriana con técnicas, personajes y modelos universales— y la nueva realidad ecuatoriana. Pero éste había sido sólo un puente. Nosotros heredamos, recibimos esta actitud de Luis G. Martínez, y la encauzamos para un mejor conocimiento de nuestra vida y para que no hubiera esa discrepancia entre la literatura, los problemas y los paisajes que querían ver en otro tiempo los autores que nos precedieron. Ellos escribían sobre el mundo americano pensando en Atala, en Pablo y Virginia y demás libros. De tal modo que aunque se hacía alusión a las cosas, éstas eran importadas, falsas. Fue un modo nuestro de asumir la realidad con un criterio objetivo, concreto, inmediato. Nosotros buscábamos una célula de identidad.”
Al recordarle que llegó a hablarse de compromiso, afirmó el novelista:
Bueno, sí, creo que en esto hubo muchas tendencias. La mía, en lo personal, siempre fue que la política sirviera a la literatura, no la literatura a la política, porque cuando el hecho literario deviene política, se vuelve panfleto, se vuelve obra no auténtica, está sirviendo a un propósito. No digo que la literatura no deba recoger la cuestión política, sino, por el contrario, la literatura siempre debe recoger elementos que le son inherentes; la literatura no debe trabajar con herramientas políticas.
Si se considera el célebre ensayo de Arturo Uslar Pietri, “Lo criollo en la literatura”, llegamos necesariamente a los conceptos de lo real maravilloso y del realismo mágico, en donde Aguilera-Malta fue un adelantado, un precursor de muchos tópicos fundamentales para la literatura iberoamericana. Fernando Alegría, aun sin considerar a Don Goyo que ya reviste las características del realismo mágico y es del año 1933, dice de La isla virgen, que apareció en 1942: “La verdad es que en esta novela Aguilera-Malta se anticipó al realismo mágico que escritores como Asturias y Carpentier iban a convertir más tarde en la expresión característica de la zona tropical americana”. A la pregunta de si esta mezcla de magia y realidad es un modo de reflejar el pensamiento de la gente que vive en el archipiélago del Guayas, o un recurso literario, Aguilera-Malta responde:
Son las dos cosas. Carpentier, que es un magnífico teórico y un creador estupendo, habla de lo real maravilloso. Dice que nuestra realidad es inherentemente maravillosa. Circulan gentes y suceden cosas que son maravillosas. Yo entiendo esto perfectamente porque cuando empezó a hablarse en Europa de lo negro y lo africano, se trataban estos asuntos como productos de importación. Nosotros en lugar de importar esos temas, los tenemos en casa. Lo real maravilloso es una cosa que encontramos en la calle o en el campo. Pienso que el realismo mágico puede ser algo inventado, pero los escritores americanos, por estar en contacto con los hechos maravillosos, se habitúan a contemplar y plasmar el mundo de ese modo. Lo maravilloso es un sustrato nuestro, algo atávico, ancestral. Por otra parte, no creo en los ismos ni en los géneros literarios exclusivos. Esto nos lleva a que si se hace una novela realista, toda la novela debe de ser realista. No, esto no puede ser, yo creo en la novela total, que utiliza todos los recursos para dar la obra artística más cabal que se pueda. Muchos me han combatido por esta posición, que antes yo creía que era sólo mía. Decían: <>. Felizmente, uno de los grandes novelistas de nuestros días, Günter Grass, en una serie de exposiciones sostiene lo mismo. No creo que si se hace una novela psicológica, todo lo que no sea psicológico debe quedar al margen; si se hace un trabajo realista mágico, debe desecharse lo que no será realista mágico. ¡No!. Máxime que este concepto está cambiando tanto; Incluso en muchas ocasiones no se llega a una definición cabal, especialmente después de las aseveraciones de Carpentier. El habla más de lo real maravilloso que de realismo mágico, cosa que tampoco me parece una verdad total, porque el realismo mágico no le quita nada a lo real maravilloso. No hay que ponernos cárceles, definitivamente.
Para pisar sobre seguro, recordemos lo que escribió Enrique Anderson Imbert sobre el realismo mágico:
“Un narrador realista, respetuoso de la regularidad de la naturaleza, se planta en medio de la vida cotidiana, observa cosas ordinarias con la perspectiva de un hombre del montón y cuenta una acción verdadera o verosímil. Un narrador fantástico prescinde de las leyes de la lógica y del mundo físico y sin darnos más explicaciones que la de su propio capricho cuenta una acción absurda y sobrenatural. Un narrador mágico realista, para crearnos la ilusión de irrealidad finge escaparse de la naturaleza y nos cuenta una acción que por muy explicable que sea nos perturba como extraña”. (“El realismo mágico de la ficción hispanoamericana”, en El realismo mágico y otros ensayos).
Algunos personajes de Aguilera-Malta (Don Goyo, Candelario Mariscal) participan de las características del mito: sus orígenes se desconocen y tienen facultades sobrehumanas. Cuando pregunto a Aguilera-Malta si hay una deliberada intención de introducir el mito en sus obras, o si se trata de una técnica literaria, sostiene:
Nunca hago planes para ninguno de mis trabajos, ni creo un personaje, ni una temática, ni una manera de realizar una obra. Todo viene espontáneamente. Pero como en mi sustrato, en mi formación, en mi contacto con lo real maravilloso he tenido oportunidad de encontrarme con muchos personajes como los que usted cita, entonces al escribir surgen en mi relato, igual que otras cosas muy importantes. Yo soy un mitómano. Hay gentes que tienen los mitos a su alrededor, no necesitan crearlos conscientemente, están en su carne, los llevan dentro o han oído a personas que pertenecen a ese mundo cuya cercanía con el mito es tan inmediata, que para ellos resulta habitual, algo cotidiano. Por otro lado en mi obra hay un sentido ético; lo moral siempre está presente. No una moral cristiana totalmente, donde se defina el castigo para los malos y el premio para los buenos en el ámbito de la novela. A veces yo entrego el valor ético de un libro al lector, como pasa en Siete lunas y siete serpientes, allí no hay un fin: cada quien le dará el que desee.
Esta mitomanía de que le hablo no es una cosa preconcebida. Mi vida en medio de los habitantes del Guayas creó en mi un método especial para captar la realidad, ya no sólo para captar el mundo cholo, sino toda mi obra posterior, o por lo menos una buena parte de ella, porque ya mencioné que no creo en los métodos cerrados que coartan la libertad creativa.
Muchas fueron las audacias fonéticas y léxicas de Aguilera-Malta, pero según el reconoció, en el aspecto semántico pude hacer una aportación cuando dije que en Don Goyo se adelantó a lo que más tarde Carpentier, siguiendo la teoría de los contextos enunciada por Jean Paul Sartre, formularía respecto al estilo de los narradores iberoamericanos. Carpentier diría, lustros después de la aparición de Don Goyo, que teníamos que incorporar todo lo americano a la literatura, pero sin glosarios, sin largas notas explicativas al pie de las páginas; había que presentar las cosas americanas mediante la adjetivación, mediante el barroquismo, ayudándonos del contexto mismo de las frases. Abundó Aguilera-Malta:
Es curioso que tanta gente que me ha estudiado no haya reparado en esto, que es un descubrimiento suyo. Estoy absolutamente de acuerdo. Además ya he incluido injertos idiomáticos en Siete Lunas y siete serpientes: injertos latinos y quechuas. Es la primera vez que en un libro de esta índole se utiliza este tipo de injerto con dos valores: uno semántico y otro onomatopéyico.
Antonio Fama ha hecho algunas precisiones muy valiosas sobre el particular y dice en su libro Realismo mágico en Aguilera- Malta: “Los nombres que Aguilera-Malta da a sus personajes siempre ayudan a definir su carácter: Juvencio es la fuente de la eterna juventud; Bulu-Bulu es un nombre compuesto de “candela” y “río”. La candela es fuego, el río es agua”.
Se ha señalado que en la literatura iberoamericana se dieron tres formas fundamentales de relación entre el hombre y la naturaleza:
La romántica, que se caracteriza porque el entorno de los personajes es regularmente idílico, un mero paisaje decorativo; el ejemplo clásico es María. La naturaleza como enemiga del hombre, como un ente destructor; su paradigma es La vorágine. Posteriormente, cuando la novela telúrica se atempera –se reconocen sus desmesuradas fuerzas y proporciones, pero ya no se la contempla como algo indomable— llega a hablarse de una “humanización” (algunas obras de Carpentier, como Los pasos perdidos, ejemplifican esta fase).
Los tres aspectos anteriores han sido suficientemente estudiados, no así otros dos que resultan muy esclarecedores para la narrativa de Aguilera-Malta y en lo que ha profundizado el mismo Antonio Fama. Se trata de la relación totémica y animista, que señorea definitivamente toda la saga poética del Guayas (Don Goyo, 1933; La isla virgen, 1942; Siete lunas y siete serpientes, 1970; Jaguar, 1977).
En Don Goyo hay un tema que será también propio de El mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría, o de Huasipungo, novela ecuatoriana tan famosa, pero a la que se anticipa Don Goyo un año. Hablamos de la llegada de los blancos a las tierras y aguas de cholos e indios –asunto que en su momento será magistralmente tratado por José Carlos Mariátegui–, con todas sus consecuencias, como lo son la tienda de raya, el despojo y el endeudamiento eternos. Pregunté a Aguilera-Malta cómo se ubica él entre estos narradores y si vivió durante su infancia esta etapa de despojo y penetración.
Yo me ubico en este grupo –responde—pero sobre todo como precursor. Si usted analiza mis fechas va a encontrar que, por ejemplo, El secuestro del general, que es una novela de la dictadura, se da algunos años antes que El recurso del método, Yo el supremo y El otoño del patriarca. Bellini y Clementina Rabasa han tratado esta precedencia de mi obra. Se dan además casos muy curiosos. Por ejemplo Pantaleón y las visitadoras, que trata del tema de las mujeres que se reclutan para ser transportadas de un lugar a otro. Si usted ve Canal zone, encontrará ese tema, con varias décadas de anterioridad. Esa especie de servicio a domicilio…
Esta etapa de penetración y despojo de la que hablábamos, la viví yo en el archipiélago del Guayas durante mi infancia. Hubo una serie de circunstancias, especialmente los negocios de mi padre, que nos llevaron de Guayaquil a las islas. Fue allí, quizá por el contraste que yo veía entre el comportamiento de mi padre, que era un capitán de empresa al que le interesaban poco los negocios mismos. Él quería, por ejemplo, en esas islas rodeadas de mar donde en algunas partes no hay agua dulce, poner sembradíos.
Contrastaba el comportamiento de mi padre con el de otras gentes y se me agudizó de niño esta visión de los problemas sociales. En las islas, mi abuelo tenía muchos cajones de libros y yo me dediqué a leer. Mi primera formación cultural la encontré en esa biblioteca que, aunque era muy dispersa, tenía libros narrativos estupendos. Allí estaban Víctor Hugo y muchas cosas griegas; mi abuelo tenía un gran amor por los clásicos. por eso me llamo Demetrio y toda mi familia paterna tiene nombres así: Eladio, Sócrates, Agripina. Entonces conocí mucho a los cholos.
Como yo era un muchacho, ellos hablaban delante de mí sin ninguna preocupación; hablaban de sus problemas, y yo iba a ver cómo vivían, no sólo en el sitio donde yo estaba, sino en los alrededores. Yo manejaba todo tipo de embarcaciones y creía que iba a ser marino.
Hay un hecho curioso para nuestra literatura iberoamericana. Aguilera-Malta, al mismo tiempo que William Faulkner (década del 30), crea su propio universo narrativo, que es el archipiélago del Guayas, con sus mismos personajes que tienen memoria de lo consignado en otros libros. Sobre este particular dice el narrador ecuatoriano:
Ese es otro de mis factores positivos: lo épico; tengo un gran sentido épico porque todas las cosas las contemplo bajo esta luz. Como usted sabe, la epicidad era dada siempre, no por el problema de un hombre aislado, sino porque ese hombre representaba una gran idea, un gran propósito. Y estaba vinculado a ese propósito en tal forma, que su destino quedaba siempre ligado a ese mundo que lo rodeaba. Casi siempre, como en la tragedia, moría por su ideal: sacrificaba su felicidad por el beneficio colectivo. Si usted observa, esto se da en casi todos mis libros. Don Goyo, por ejemplo, es el héroe que quiere defender a su pueblo para que siga pescando, para que no se esclavice a la madera y a la penetración del blanco. Y lo mismo pasa en Canal Zone, El secuestro del general, etc.
El erotismo lírico es otra de las características fundamentales de la obra de Aguilera-Malta, quien dice:
El erotismo para mí es un nivel de amor, digno de toda mi simpatía y entusiasmo: como valor literario no es algo exclusivo de nadie. Es un resorte maravilloso para la creación. En mi obra el erotismo no es algo preconcebido, sino producto de las situaciones que se dan en mis libros. No recurro al erotismo para conseguir lectores, sino para darle el valor que tiene y utilizarlo: en él creo porque con él crecí, era algo tan natural que yo observaba alrededor mío, que llegó a formar parte de mi temperamento. En otro plano está también el valor de la fusión; el erotismo trasciende los límites del amor humano, para convertirse en un vínculo racial, una fusión.
Las obras históricas de Aguilera-Malta pueden agruparse bajo dos rubros: primero, los reportajes novelados, como Madrid (1936) o Una cruz en la Sierra Maestra (1960). Segundo: los “Episodios americanos”, que incluyen La caballeresa del Sol, (1964), El Quijote de El Dorado (1964) y Un nuevo mar para el rey (1965). El 10 de noviembre de 1981, última vez que platiqué con el novelista, en la colonia Popotla, habló de su trabajo tanto en el cuarto volumen de los “Episodios americanos” –que versaba sobre la vida de José María Morelos y Pavón–, como sobre su novela titulada La pelota de Píndaro, que trata las pasiones desatadas por el futbol. En ese momento sonó el teléfono para comunicarle la traducción al checo de los “Episodios americanos”.
El teatro completo de Demetrio Aguilera-Malta, que en 1970 publicara Finisterre Editor, está formado por las siguientes obras:
España leal, tragedia que ubica una historia de amor en medio de los hechos sangrientos de 1936, Lázaro, que narra el claudicante ascenso de un paupérrimo profesor a las altas esferas sociales opulentas y corrompidas. Tal parece que esta es la obra más difundida del autor. No bastan los átomos, una pieza de ficción científica que nos recuerda los peligros del uso inhumano de la tecnología. Su tema es muy conocido por los lectores de la llamada “ciencia ficción”, pues aborda el tópico adánico: un desastre nuclear del que sólo se salva una pareja que toma, entonces, los papeles de Eva y Adán.
Por otra parte, la Trilogía ecuatoriana está integrada por:
“Honorarios”, breve texto inspirado en un cuento de José de la Cuadra que expone las infamias de los poderosos y letrados. En una pequeña población hay un abogado que, en vez de auxiliar a los explotados, los calumnia y les arrebata a sus mujeres e hijas. “Dientes blancos”, en su acto único, expone un hecho habitual en los países tropicales que se encuentran supeditados al turismo: hay aborígenes dignos que se niegan a aceptar su papel de seres exóticos y miserables. Aquí aparece la preocupación por la negritud que Aguilera-Malta desarrollará ampliamente en Infierno negro.
“El tigre” cierra la Trilogía ecuatoriana y es la dramatización de un hecho que aparece en Jaguar: la creencia mágica, fatal, en el poder del destino representado, esta vez, en la figura del “manchado”.
Para terminar, diré que Aguilera-Malta fue uno de esos raros artistas que han dominado varios campos, pues además de su trabajo literario hizo guiones de cine, dibujos a tinta y cuadros al óleo. Ö
Ciudad de México, 1953. Ensayista y narrador. Doctor en Lengua y literatura Hispánicas por la FFyL de la UNAM. Profesor-investigador en la UAM-A, donde ha sido coordinador de la Especialización en Literatura Mexicana del siglo XX y la Maestría en Literatura Mexicana Contemporánea. Desde 1998 es miembro del SNI (nivel II). Ha colaborado de Crítica, El Día, El Nacional, De Largo Aliento, La Palabra y El Hombre, Mar de Tinta, Memoria de Papel, Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, Revista de Revistas, Revista de la Universidad, Sábado, Semanario Punto, Semanario Tiempo, Siempre!, Texto Crítico, y Tierra Adentro. Premio Internacional de Ensayo Alfonso Reyes 1997 por La rebambaramba (Monterrey, Nuevo León) y Premio de Periodismo Cultural INBA/Delegación Cuauhtémoc 1988 por Narradores mexicanos de fin de siglo.