El gato helecho

Audrey  Harris


En número 219 de la revista the Paris Review incluyó la traducción del cuento “Moisés y Gaspar”, de Amparo Dávila. Los dos traductores del cuento describen su experiencia por el universo literario de la autora mexicana.


Amparo Dávila nació en el año 1928- un año predestinado en las letras mexicanas, ya que celebró también la llegada de Carlos Fuentes, Jorge Ibargüengoitia, Inés Arredondo, Enriqueta Ochoa, and Carlos Valdés- en el poético pueblo de Pinos, Zacatecas. En diversas entrevistas, Dávila ha destacado la importancia de su niñez en su formación como escritora, particularmente la pérdida de su hermano menor, quien murió en su niñez. Sus más tempranas memorias son de la biblioteca de su padre, de la cual ella recuerda con especial cariño una copia con cubierta de piel de la Divina Comedia de Dante, ilustrada por Gustave Doré, que ella leyó y releyó a pesar de que las imágenes de los círculos infernales y del infierno mismo le aterraban. Ella también recuerda las imágenes de los cuerpos muertos que transportaban en carrozas frente a su casa; como los pueblos cercanos no tenían cementerios, los muertos tenían que ser transportados a su pueblo ser enterrados. La vista de los cuerpos, algunas veces apenas cubiertos por sabanas, le dejaron una imborrable impresión interior, por ello en su ficción es frecuente el espectro de la muerte.

Para alguien como yo que creció deleitándose con las historias de fantasmas de Edith Wharton y con las ilustraciones góticas de Edward Gorey, traducir a Dávila representó un placentero desafío. Penetrar el universo de una de sus historias es como transitar en el tiempo a través del oscuro y solitario mundo de Pinos, un semidesértico pueblo minero  “lleno de vientos y sombras”, como ella lo describió a Elena Poniatowska en una entrevista de 1957; es como atestiguar las carretas rechinando al pasar con los cadáveres y sentir la enorme ausencia de un hermano perdido. También es como vivir la experiencia de un dia áureo en un jardín de Guanajuato, emulando la cita de un pasaje de El Principito, de Saint-Exupéry, que ella hizo ante el novelista Mexicano Alfonso Reyes, lo cual sirvió para que él la invitara a visitarlo a la capital, donde posteriormente ella se convirtió en su asistente. Dávila todavía reside en la ciudad de México. Ella escribe una biblioteca cuyos anaqueles están plenos de libros de sus escritores favoritos, entre ellos Kafka, Hesse, Paz and Rulfo, así como por aquellos con los que ella más se identifica: Borges, Bioy Casares, Quiroga and Cortázar (con quien ella mantuvo una correspondencia literaria y amistad por muchos años).

Como la de Quiroga o la de Kafka, la escritura de Dávila está plena de pequeños, pero singulares instantes de violencia, algunas veces expresados metafóricamente por lo que sus historias asemejan fabulas contemporáneas. Ella escudriña la soledad y lo incierto y de manera puntillosa exhibe la brutalidad de una inminente locura o de un acto inmisericorde. En “Moíses y Gaspar”, ella explora lo que le pasa a alguien cuando estas pequeñas violencias se traslapan; aquí, el infortunio asume la forma de dos mascotas que quedan abandonadas al morir su dueño, quien genera confusión en la vida del apacible narrador.

Dávila exhibe transgresiones cotidianas con silencios y las registra a traves de elipsis: el arrepentimiento después de una golpiza, la calma que procede al concluir una tormenta, la soterrada secrecía del abusador y el abusado, la muerte y aquellos que afrontan el duelo. Más allá del silencio, su trabajo se caracteriza por una ambigüedad tan marcada que la única cosa que uno puede saber cuando entra en su mundo de ficción es la imposibilidad de dar algo por cierto. En “Moisés y Gaspar”, el tema de lo desconocido es evidente desde la segunda frase: “La niebla era tan densa que difícilmente podía uno ver.” Inmediatamente después, cuando José, el narrador, entra al departamento de su hermano fallecido, él describe todo el edificio como si hubiera sido invadido de la niebla, anunciando la entrada a un mundo desconocido. De entrada, los sentidos son desafiados; en este primer párrafo, Dávila erige una señal para el lector: baja visibilidad en lo subsecuente.

El misterio en “Moisés y Gaspar” se centra en la naturaleza de las dos criaturas principales, cuya percepción por parte de otros personajes es certera, además de cómo los dos hermanos, sus sucesivos dueños, asumen la calamitosa cadena de eventos que se desarrolla en la historia. La deliberada omisión de Dávila por cualquier descripción de parecido de  los personajes, deja una laguna en el núcleo de la historia, una interrogante que crece mientras la historia avanza, obstaculizando la habilidad del lector para capturar a plenitud la extrañeza de la historia. ¿Estaba loco el hermano muerto? ¿había sufrido José algún desequilibrio mental por la pena? ¿Es afectado el lector como correlato?

Para la celebración del dia de Acción de Gracias, cuando estaba concluyendo la edición final de “Moisés y Gaspar”  para la versión de Invierno de The Paris Review, visité la exposición de la pintora surrealista Remedios Varo(1908-63) en el Museo de Arte Moderno (MAM), localizado en el Parque de Chapultepec de la ciudad de México. Durante su recorrido, trataba de pensar en imágenes que pudiera asociar con las dos mascotas, que inicialmente había concebido como perros, tal vez pit bulls o alguna otra raza fuerte de pelo corto, sin embargo cuando le mencioné mi traducción de “Moisés y Gaspar” a la novelista mexicana Isaura Contreras, ella la recordó cariñosamente como la historia de los gatitos. Una de las pinturas de la exhibición de Remedios Varo, “El gato helecho” (1957), muestra dos gatos hechos de helechos en medio del bosque, Uno de ellos observa traviesamente al espectador mientras trepa a un árbol cuyas ramas rozan las nubes motivando llueva; el otro husmea el suelo, con la cola en alerta asumiendo una curiosa pose canina. Una cedula al lado de la pintura explica su origen:

En 1987 Beatriz Varo, prima de Remedios, entrevisto Eva Sulzer,  propietario originario del trabajo, quien relató lo siguiente:

“Un día yo tuve un sueño y se lo conté a Remedios, soñé que algunos gatos que se habían convertido en helechos caminaban por el jardín, pero los helechos no estaban pegados a los gatos en la misma forma, más bien parecía como si hubieran crecido externamente. Remedios hizo la pintura “El gato helecho” y me la dio; no era exactamente como yo lo había visto en mi sueño, pero no importa porque  es muy bella”

Leyendo este relato, me di cuenta que traducir “Moisés y Gaspar” había sido como pintar el sueño de otra persona. Igual que un sueño, el universo ficcional de Dávila está pleno de señales y símbolos, con criaturas hibridas que parecen desafiar las leyes de la naturaleza, y con personajes que no actúan apegados a la lógica o la razón. Dávila ha dicho en entrevistas que uno de sus temas  favoritos es el misterio, lo desconocido, eso que no está a nuestro alcance. Su escritura es intencionalmente opaca y permite a los lectores un sinnúmero de interpretaciones; es esta fascinación, esta cualidad elusiva, lo que talvez le ha garantizado un amplio reconocimiento en México.

El objetivo al traducir su trabajo es la de exhibir estas cualidades plenamente vibrantes a los lectores del lengua inglesa -un tarea nada pequeña. Mi cotraductor, Matthew Gleeson, Lorin Stein, y yo debatimos numerosas ocasiones para tomar decisiones respecto a la  traducción. Matthew y yo lo hicimos particularmente para descifrar la ambigua naturaleza  a la que recurre Dávila para describir a las dos mascotas. Por ejemplo, en una escena ella describe a Moisés como “parado” o “sobre la estufa”. Parado puede significar tanto “parado” como “estacionado” o “detenido”. Así, aunque originalmente elegimos la frase como “encima de la estufa,” concluimos que esta expresión proveía una imagen limitada respecto al texto  original: Moisés podría haber estar parado con sus patas traseras o en las cuatro o encuclillado, o acomodado en cualquier otra posición. Finalmente acordamos dejar “Moisés estaba encima de la Estufa,” dejando enteramente la postura definitiva de su cuerpo a la imaginación del lector, como Dávila hizo en el original. Esta versatilidad es particularmente importante ante la completa ausencia de una descripción del físico de Moses, lo cual invita al lector a brindarle su propia imagen.

Aunque Dávila no está vinculada con el surrealismo, como lo hizo Remedios Varo, el paralelismo entre sus oscuras y multifacéticas historias y las brillantes y enigmáticas pinturas de Varo es inevitable: su interés mutuo en animales y las criaturas hibridas, su uso de los sueños como material creativo, sus sorprendentes imágenes de escenas cotidianas que desafían las nociones preconcebidas acerca de las jerarquías y prácticas características de la burguesía en el México de mediados del siglo veinte (incluso más allá si se asume que el conjunto de su trabajo trascendió cualquier ámbito regional hacia lo universal). El acercamiento a sus trabajos también deja un agudo dilema, aunque maravilloso, de sentir que acontecimientos invisibles y tendencias de significados nos circundan y  que podríamos incluso capturar, si tan solo supiéramos como descifrarlos.

 

Traducción de la versión original: Marina Carballo Márquez