El gato lloroso

Matthew Gleeson *


Uno de los traductores del cuento “Moisés y Gaspar”, de Amparo Dávila , descubre la verdad detrás de su ficción


 

Las historias de la autora mexicana Amparo Dávila nos trasladan a una “realidad externa” de formas desconcertantes. Para ilustrarlo, una historia personal: mi encuentro con su historia “Moisés y Gaspar”, que aparece en el número de invierno de The Paris Review. El pasado otoño, cuando Audrey Harris y yo estábamos trabajando la traducción, visité a un amigo que se había mudado a Oaxaca. Habíamos empacado algunos de sus libros en cajas y nos detuvimos, al anochecer, para sentarnos a cenar en una mesa ubicada en un amplio patio techado. Mi amiga me dijo que sus dos gatos habían percibido la próxima mudanza y que estaban bastante agitados. En ese momento, vimos a unos de ellos  -un gato grande color naranja mermelada, lucía como un tipo inteligente  y comunicativo- que estaba ovillado en uno de los extremos de la mesa. En el tenue reflejo de la única bombilla que afrontaba el paso del crepúsculo, el gato comenzó a llorar silenciosamente: las lágrimas llenaron sus ojos y rodaron hacia la orilla de la mesa y el piso, mientras miraba fijamente hacia el vacío. ¿Ves?, dijo mi amiga, él sabe que nos estamos moviendo. Fue una escena asombrosa, inexplicable. Los gatos son emocionalmente sensitivos a los cambios. Lo sé -he oído a gatos llorar, gemir, maullar en desgracia- pero nunca había visto a uno lamentarse de esta forma tan peculiar, cercanamente a lo humano. Me fui a mi casa esa noche para realizar una nueva ronda de correcciones a la versión de “Moisés y Gaspar” que tenía en mi inbox.

Aquellos que han leído la historia de Dávila saben que una escena parecida podría haberse desprendido directamente a mi vida personal. Sin arruinar la historia, diré que experimenté una sensación ambigua, preocupantemente continua, entre el animal y el humano (o el animal y lo humano o algo más), una ambigua delimitación de fronteras que yace en el núcleo de la historia de Dávila, haciéndola duradera, inquietante en la mente del lector. En “Moisés y Gaspar” identifiqué mascotas lloriqueantes silenciosas como una clara señal narrativa de cosas fuera de lo ordinario. Pero ahora, después de la escena con el gato de mi amiga, descubrí que el mundo en el que vivo es plenamente cierto.

Este juego entre fantasía y realidad es una adecuada presentación al lugar que ocupa Dávila en las letras mexicanas. Dávila es desconocida en lengua inglesa y en México frecuentemente es catalogada como una escritora de historias cortas, cercanas a lo fantástico y lo misterioso. (Lo último, irónicamente, me temo que no tiene una traducción adecuada en español: lo he llamado también siniestro, “the sinister”, que tampoco tiene una relación con algo más familiar como es la palabra utilizada en inglés uncanny o en alemán unheimlich). Un premio literario lleva su nombre en México: el premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila, que reconoce a los noveles escritores cuyas obras son catalogadas como fantásticas. Aunque Dávila misma ha dicho que ella escribe “literatura vivencial” -es decir, experiencial, siempre considerando como germen o punto de inicio lo que ella ha vivido y conocido- su reputación literaria descansa directamente en cómo ella lidia con el aspecto psicológico de la vida real.

Nacida en el pueblo de Pinos, Zacatecas, Dávila público en 1959 su primer libro de historias “Tiempo destrozado” -del cual “Moisés y Gaspar” es tomado- con la prestigiosa editorial Fondo de Cultura Económica. Durante la década anterior, ella había publicado varios volúmenes de poesía, sin embargo fue la ficción la que motivó su reconocimiento. Sus historias inmediatamente le ganaron respeto, y es difícil establecer que tan difícil era conceder reconocimiento a la mujer en esa época: “Tiempo destrozado” fue publicado apenas seis años después que la mujer en México logrará su derecho a votar. Los años cincuenta fue un década fructífera para la literatura mexicana, en la cual apenas sobresalían nombres femeninos como Rosario Castellanos y Elena Garro – ambas pesos completos quienes sin embargo tuvieron que pelear contra la sombra que le hacían sus propios compañeros o colegas varones. Dávila misma fue secretara del gran escritor mexicano Alfonso Reyes, quien la introdujo  a los círculos literarios de la época y la motivó a publicar sus historias. Empero, no deberíamos reducir la historia de Dávila a las figuras masculinas que le facilitaron la entrada al entorno patriarcal: ella forjó su carrera literaria en obstinada desobediencia a sus colegas y familiares, quienes consideraban absurdo que una mujer que llegó de la provincia a la ciudad de México pudiera desarrollar dicha vocación.

A “Tiempo destrozado” le siguió la colección de historias “Música concreta”, en 1964; su tercera colección, “Árboles petrificados”, llego trece años después, en 1977, y con ésta obtuvo el premio Xavier Villaurrutia. Eso fue todo hasta 2009, cuando una colección de cinco nuevos cuentos, “Con los ojos abiertos”, fue incluida en el  volumen que compiló sus historias, también publicado por el Fondo de Cultura Económica. Aunque para entonces había sido marginada por los lectores mexicanos, la compilación de historias coincidió con un interés prolongado hacia su trabajo. Su aparición es escasa en los medios: Dávila ha declarado ser una escritora indisciplinada que sólo escribe una historia cuando ésta insiste en ser escrita, bien a través de un recuerdo íntimamente fuerte o de un sentimiento. Pero con este pequeño cuerpo de trabajo, ella ha acumulado una reputación por la precisión y fineza de su escritura; por su habilidad para concluir una narración con un giro agudo y conciso; por su poderosa expresión de fatalismo, miedo, y sentido de complicidad; y por su centellante uso de la ambigüedad.

Dávila siempre ha desistido de asociarse a algún movimiento o grupo. En algunas de sus historias recurre a lo supernatural, pero un gran número de ellas carecen de elementos fantásticos. Uno puede decir que sus historias, ya sean fantásticas o realistas, tienden a revolotear alrededor de personajes afectados por extremos estados de ánimo, de psiques afectadas de una incierta mezcla de imaginación y realidad. Al respecto, Dávila simplemente dice que escribe acerca de los tres misterios fundamentales de la vida: amor, locura, y muerte. Ella reconoce a Kafka y D.H. Lawrence como sus principales influencias, pero no Poe, a quien ella leyó hasta después de la publicación de su primeras dos colecciones de historias (aparentemente los cuentos de él fueron una experiencia tan fuerte que la dejaron con una colitis nerviosa). Ella también dijo en una entrevista, que “lo que hago en literatura es ir y venir de la realidad a la fantasía, de la fantasía a la realidad, de la misma manera que  es la vida”.

Un efecto de este ir y venir es que frecuentemente resulta imposible estar seguro si los hechos de sus cuentos son sobrenaturales o imaginados, lo cual deja como resultado interpretaciones contradictorias en el lector. Una mujer en una historia de “Música concreta” es acechada por un malévolo ente abusador, pero también podría ser que solo una fantasía paranoica acerca del amante, quien está destruyendo su relación con su esposo. En el cuento de Tiempo destrozado, una mujer esta desquiciada por el insomnio causado por escuchar ratas en las paredes de su casa, pero el lector nunca puede estar seguro de donde provienen los ruidos o si ellos son producto de la ansiedad de la mujer. Una y otra vez, los personajes de Dávila son amenazados por fantasmas o asaltantes, son atrapados en espacios cerrados o atrapados vivos. Las “causas reales” podrían ser ambiguas, pero los estados mentales manifestados -miedo, desesperación, y obsesión nerviosa- resultan familiares, y solo son magnificados a una intensidad extrema.

Dávila coloca estos estados mentales en escenarios reales del mundo que habitamos: la ansiedad que consume la vida de una joven mujer de provincia que intenta sobrepasar las vicisitudes de la vida en la capital mexicana, quizás, o las presiones y sospechas de una anciana que nunca se ha casado. Cuando eventos atípicos o inusuales  interrumpen la rutina existencial de sus personajes, esos actos parecen provenir de su interior, no de causas internas lo cual exhibe la subyugante dinámica interna de sus vidas. En “El Invitado”, una de sus pocas historias traducidas al inglés (antología publicada en 2011 “Three messages and a Warning: Contemporary Mexican short stories of the fantastic), una mujer es obligada a asesinar por un extraño y malévolo huésped; él es visto como una amenaza, sin embargo, la historia se desarrolla en un ambiente opresivo motivado por el encierro doméstico al que es sometida la mujer por parte de su frio y controlador esposo. No es accidental que muchos de los protagonistas o víctimas  de Dávila sean mujeres: su sometimiento, su inacción frente a la violencia, y su explosiva reacción a la presión de ser dependiente, reverencial y controlada, constituyen una inquietante reflexión de Dávila acerca del mundo real. Pero, como lo muestra “Moisés y Gaspar”, no todas son mujeres, tampoco es el tema central en la obra de Dávila, el cual ella misma define como “universal”, aunque con un sesgo  feminista o de género.

Lo que ha mantenido a los lectores de Dávila en México cautivados es que incluso sus historias más fantásticas y mórbidas los atrapan. No obstante siempre los traen de vuelta a lo real, hacia esos aspectos de nuestras vidas que sabemos ciertos, incluso si los relegamos a lo recóndito, de lo cual preferimos no hablar. Algunas preferiríamos no vivenciarlos directamente –esos que por ejemplo están vinculados con la violencia y el terror al interior de nuestras propias casas o aquellos en los cuales nuestras emociones y percepciones puedan cruzar la tenue línea que es definida, en términos culturales siempre frágiles, como demencia. Con otras historias se afrontan cuestionamientos porque resultan extrañas y complejas e interfieren con las categorías estables sobre las que nuestra vida diaria se desarrolla.

Pienso en el llanto silencioso del gato de mi amiga, que tan claramente ilustra como el límite ente lo humano y lo animal es menos diferente de lo que creemos. No me sorprendería si Dávila, quien está fascinada por los gatos, supiera, que pueden llorar de esa manera al escribir “Moisés y Gaspar”. Yo lo aprendí después de estar en sintonía con ello –alertado a notarlo- por su historia. Ya reorientado a ver el mundo real del cual está hecha su ficción, comprendo  la extraña manera en la cual José Kraus está profundamente dominado por sus mascotas en “Moisés y Gaspar” y descubro esa fuerza intrínseca, más verosímil de lo que al inicio consideré. Que otros elementos sin referir en las historias de Dávila pueden, de hecho, ser observaciones emanadas de la vida real? Sus historias aguardan- quietas y silenciosas- no para entrometerse en las  mentes de sus lectores.