Memoria y traición: en “La culpa es de los tlaxcaltecas”

Yvonn Márquez


A través de un minucioso acercamiento a una de las obras de Elena Garro, la autora diserta sobre personajes y situaciones que han trascendido el paso del tiempo.


La Conquista de México es uno de los temas que están presentes en el cuento de Elena Garro “La culpa es de los tlaxcaltecas”; desde el título tenemos anticipada la referencia a ese pasado histórico de México y al estigma social de la “traición” del pueblo de Tlaxcala en la decisiva participación para la caída de Tenochtitlan, misma que estará íntimamente ligada a la trama principal del cuento. Sin embargo, la narración no sigue una verdad histórica ni geográfica de la Conquista de México pese a la referencia directa a Bernal Díaz del Castillo y a la Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España. Garro toma la Conquista y la relación de los tlaxcaltecas como motivo para hablar de la traición, vinculando de manera artística dos polos que se encuentran en continua discusión: la memoria íntima y la historia nacional. Para Pierre Nora, la “aceleración de la historia” nos enfrenta a la desaparición de las memorias individuales o de las memorias colectivas. Es decir, hay ciertos elementos del pasado que no entran o no han entrado aún dentro de la gran narrativa social o nacional. Más aún, “the ‘acceleration of history’, then, confronts us with the brutal realization of the difference between real memory (…) and history, which is how our hopelessly forgetful modern societies, propelled by change, organize the past” (8). La memoria de los vencidos, como sabemos por la recuperación documental de sus testimonios orales, está incompleta y es sólo a través de su inclusión dentro de la narrativa nacional mexicana que puede salvarse del olvido. Garro, sin embargo, utiliza en su cuento ciertos lugares comunes de la narrativa con bastante libertad (el mundo prehispánico vencido, el mundo prehispánico homogéneo). Su objetivo es más artístico que histórico, pues como vemos en el cuento, las diferencias espaciales (Cuitzeo y Tenochtitlán) y las diferencias étnicas (tlaxcaltecas, purépecha y aztecas) son borradas en favor de una continuidad “mexicana” sólo entendida a posteriori en el tiempo.

¿Pretendió Garro crear una homogeneidad cultural como una intención simbólica de la Conquista o fue parte de un accidente nacido de un conocimiento parcial? Es algo que quizá nunca sabremos. A mi parecer no sería extraño ni condenable que se tratara de desconocimiento, debido a que la idea de una nación mestiza mexicana prevaleció durante buena parte del siglo XIX y principios del XX por encima de las culturas prehispánicas, relegándolas a una misma categoría, pero sin esforzar distinciones entre ellas salvo por el lugar privilegiado del azteca. De ahí que llamar a los tlaxcaltecas traidores se haya extendido ampliamente. No obstante, si entendemos la diversidad cultural que imperaba antes de la llegada de los españoles, y más aún, si revisamos la rivalidad existente entre aztecas y tlaxcaltecas se comprenderá fácilmente que la palabra “traición” no es la más adecuada. Si partimos de que traición es la “falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener” según la definición de  la Real Academia de la Lengua Española, sería incompatible de aplicar a dos pueblos que fueron legendarios y acérrimos enemigos. Dice Ángel María Garibay K. en  el prólogo Filosofía Náhuatl, de Miguel León Portilla que:

Los apresurados, aunque haga ya decenios, confunden lo azteca con lo náhuatl. No es lo mismo. Los aztecas son los fundadores de Tenochtitlan, diremos con simpleza, para no hacer más confusas las cosas. Y hay muchos que nada tuvieron que ver, ni en la fundación, ni en el auge de este Señorío central, al cual honraron con el epíteto de Imperio otros apresurados, y esos extraños también pensaron y se expresaron en lengua náhuatl. Tlaxcala, Chalco, Acolhuacan no son aztecas. Y de estas regiones tenemos documentos que nos dan el hilo para entrar al recinto mental de aquellos pueblos. La palabra “náhuatl” es más amplia y genérica y con ella señalamos lo que nos llegó en la lengua de Tenochtitlan, aun cuando no fuera de origen tenochca. (León-Portilla 3)

Sin embargo, “La culpa es de los tlaxcaltecas” no deja de reflejar algunos de los mecanismos de la vinculación de la memoria con la historia, mismos que serán el centro del presente análisis, pues desde mi perspectiva, no son gratuitos en una apasionada lectora como lo fue Garro.  Para Pierre Nora “Memory takes root in the concrete, in spaces, gestures, images, and objects; history binds itself strictly to temporary continuities, to progressions and to relations between things (…) History is perpetually suspicious of memory, and its true mission is to suppress and destroy it” (9), mismo que se refleja en “La culpa es de los tlaxcaltecas”, en el que hallamos, a través de la protagonista, una memoria desmembrada y traumática.

El cuento “La culpa es de los Tlaxcaltecas”, publicado en 1964 como parte de la colección de cuentos La semana de colores 1 es uno de los más celebrados de Elena Garro. Laura Aldama, una señora de la capital, que vive con Pablo y Margarita (su marido y suegra respectivamente, ambos dominantes) le cuenta a Nacha, la criada de la casa, la razón de sus desapariciones. Es durante un viaje que sufre una visión, la cual la transporta en el tiempo en el que ve a su marido de otro tiempo, un indio que viene huyendo de la guerra de Conquista. Luego de este trance, Laura siente un persistente sentimiento de culpa por haber sido “traidora” al haber huido de su realidad indígena y de su primo-marido indio. Al mismo tiempo, vive en constante temor hacia Pablo y sus reacciones violentas si descubre que ella está relacionada con el indio que la siguió desde Cuitzeo. Durante el cruce de realidades que vive Laura, hay desfases temporales en los que ve escenas de las batallas contra los españoles que, mientras a ella le parecen ser unas cuantas horas, para los demás son días de no saber lo que le ha sucedido. Esta situación enfurece a su marido, quien tras dos episodios la mantiene vigilada. Laura sólo quiere leer La Conquista de México de Bernal Díaz del Castillo, por lo que Margarita piensa que ha perdido la razón. Es en uno de los encuentros que tiene con su esposo indio, y que para Laura dura sólo una tarde, que los demás la dan por perdida. Pablo se ha ido a Acapulco, le dice Nacha, luego de las semanas que duró la investigación policial sobre la desaparición de Laura. Al final, decide marcharse definitivamente con su esposo indio y abandonar el tiempo presente. Laura encuentra el recuerdo de su vida pasada como indígena gracias a su viaje a Cuitzeo. Es el espacio solitario el que desencadena el encuentro de estos dos tiempos: por un lado es una señora casada, de piel blanca pero por otro lado, es una india, “desteñida” por el tiempo, que encuentra a su marido indio, herido por los embates de la guerra contra los españoles. Laura es una mujer temerosa, siempre en la  búsqueda de huir de la violencia, se reconoce cobarde, “traidora” de sus dos maridos, porque es la unión amorosa-sexual la que generará un vínculo indisoluble entre las dos culturas.

Muchas de las interpretaciones, como la que hace Carlos Julio Ayram Chede, consideran que este cuento es “un microcosmos que buscan una égida en las evocaciones de un recuerdo nostálgico” (Ayram 82). Para Marcia Hoppe Navarro en su artículo titulado “El mito de la Malinche en la obra reciente de escritoras hispanoamericanas” Laura representa “el sinsentido de un presente que considera el pasado, la superficialidad que genera la decadencia de las relaciones humanas y la pérdida de la memoria” (8). Por su parte Mara L. García se interesa en la reconstrucción del espacio de la cocina como lugar de protección, que es dónde Laura cuenta su historia y señala que “la mujer se escapa del mundo caótico cotidiano, representado por el control del esposo y de la suegra. Ella encuentra su ‘casa onírica’ y lugar de refugio en la cocina, desde donde escapa con un indio, trasgrediendo las leyes del espacio y del tiempo” (4). En este recuento podemos apreciar que lo que más ha llamado la atención del cuento de Garro es el juego temporal que hace la autora. No obstante, considero que la alusión histórica no es gratuita y llama a revisarla desde la perspectiva precisamente de memoria es historia que el personaje establece. La construcción de la memoria personal, que es borrada por la historia, fusiona información dispar. Retomando de nueva cuenta a Nora, la diferencia entre memoria e historia es importante pues establece dos polos distintos de la relación del individuo y de la sociedad con el pasado. “Memory and history, far from being synonymous, appear now to be in fundamental opposition. Memory is life, borne by living societies founded in its name. It remains in permanent evolution (…) History, on the other hand, is the reconstruction, always problematic and incomplete, of what is no longer” (8). A pesar del dramatismo de Nora, el proceso por el cual la historia “destruye” a la memoria es la inclusión de esos gestos, imágenes, objetos y espacios dentro de la continuidad de la identidad nacional. Así, tenemos que es el lago de Cuitzeo, uno de los lugares donde se asentó el pueblo purépecha, detona la memoria de la otra vida de Laura. Es a raíz de un accidentado viaje rumbo a Guanajuato que Laura vive un episodio misterioso:

En Cuitzeo, al cruzar el puente blanco, el coche se paró de repente. Margarita se disgustó conmigo; ya sabes que le dan miedo los caminos vacíos y los ojos de los indios. Cuando pasó un coche lleno de turistas, ella se fue al pueblo a buscar un mecánico y yo me quedé en la mitad del puente blanco, que atraviesa el lago seco con el fondo de lajas blancas. La luz era muy blanca y el puente, las lajas y el automóvil empezaron a flotar en ella: Luego la luz se partió en varios pedazos hasta convertirse en miles de puntitos y empezó a girar hasta que se quedó fija como un retrato. El tiempo había dado la vuelta completa, como cuando ves una tarjeta postal y luego la vuelves para ver lo que hay escrito atrás. Así llegué al lago de Cuitzeo, hasta la otra niña que fui. (Garro 7)

En lo que parece su delirio, Laura se encuentra con su esposo del pasado, un indio que viene ensangrentado, al parecer luego de un combarte en el que han muerto muchos indios. Son los tlaxcaltecas los culpables, afirma Laura, para luego compararse con ellos: “Vi que cada palabra le lastimaba la lengua y me callé, pensando en la vergüenza de mi traición. –Ya sabes que tengo miedo y que por eso traiciono” (8), piensa y dice Laura mientras ve a su esposo indio, quien revela ser también su primo. Es el encuentro de este pasado de Laura con su vida presente, la que pone de relieve la traición pues en su vida presente ella está casada con Pablo, un hombre dominante y que no perdonará la presencia del indio, ni siquiera la duda de que ella ha estado con otro hombre. El enamoramiento de Laura hacia Pablo nació por una confusión de su memoria pasada con el tiempo presente: “Yo me enamoré de Pablo en una carretera, durante un minuto en el cual me recordó a alguien conocido, a quien yo no recordaba. Después, a veces, recuperaba aquel instante en el que parecía que iba a convertirse en ese otro al cual se parecía” (14). En este sentido, será la carretera-el puente los espacio de similitud entre los dos esposos de Laura. Otro lugar que despierta la memoria, y en este caso, una memoria histórica será el café de Tacuba, en el centro de México y relacionado a la cultura azteca:

Las piedras y los gritos volvieron a zumbar alrededor nuestro y yo sentí que algo ardía a mis espaldas.

─ No mires ─ me dijo.

Puso una rodilla en tierra y con los dedos apagó mi vestido que empezaba a arder. Le vi los ojos muy afligidos.

─ Sácame de aquí  ─Le grité con todas mis fuerzas, porque me acordé que estaba frente a la casa de mi papá, que la casa estaba ardiendo y que atrás de mí estaban mis padres y mis hermanitos muertos. Todo lo veía retratado en sus ojos mientras él estaba con la rodilla hincada  en tierra apagando mi vestido. Me dejé caer sobre él, que me recibió en sus brazos. Con sus manos calientes me tapó los ojos.

─ Este es el final del hombre ─ le dije con los ojos bajo su mano.

─ ¡No veas!

Me guardó contra su corazón. Yo lo oí sonar como rueda el trueno sobre las montañas. ¿Cuánto faltará para que el tiempo se acabara y yo pudiera oírlo siempre? Mis manos refrescaron su mano que ardía en el incendio de la ciudad. Los alaridos y las piedras nos cercaban, pero yo estaba a salvo bajo su pecho. (16)

Vemos que la memoria de Laura transita de nueva cuenta en el pasado pero ahora en la antigua Tenochtitlán, un espacio y una cultura diferentes que, no obstante, tuvieron en común la Conquista española. La ciudad destruida recuerda al pasaje que narra Bernal Díaz del Castillo cuando nos cuenta la destrucción de la capital del imperio azteca:

Dejemos eso y digamos que los cuerpos muertos y cabezas que estaban en aquellas casas adonde se había retraído Gatemuz; digo, que juro, amén, que todas las casas y barbacoas de la laguna estaba llena de cabezas y cuerpos muertos, que yo no sé de qué manera lo escriba, pues en las calles y en los mismos patios de Tlatelulco no había otra cosa, y no podíamos andar sino entre cuerpos y cabezas de indios muertos. (Bernal, Tomo II 279)

Este pasaje se refiere a la toma de Tenochtitlan el 13 de agosto de 1521, nos dice Bernal, el día de san Hipólito. Aunque sin duda la descripción de Bernal se refiere al final de una cruenta batalla “y esto digo al propósito porque todos los noventa y tres días que sobre sobre esta ciudad estuvimos, de noche y de día daban tantos gritos y voces unos capitanes mexicanos apercibiendo los escuadrones y guerreros que habían de batallar en las calzadas, otros llamando a los de las canoas que habían de guerrear con los bergantines y con nosotros en los puentes” (277). Lo que Laura evoca es “el final del hombre” azteca. Si nos preguntamos qué haría un hombre que viene de Cuitzeo en la batalla de Tenochtitlan, el cuento perdería sentido, puesto que el pueblo purépecha no intervino en la conquista de la capital mexica. No fue sino hasta 1530 que Nuño de Guzmán, considerado como el conquistador rival de Hernán Cortés, salió de la ciudad de México rumbo a los territorios purépechas. En el documento Conquista de Nuño de Guzmán se nos refiere que Guzmán:

Salió de la ciudad de México con un gran ejército compuesto de 300 españoles y 10 000 mexicanos, otomíes, tlaxcaltecas y tarascos. Iba en busca del legendario reino de las amazonas que la tradición situaba hacia el noroeste, más allá de la Sinaloa actual. Es de notar que los ejércitos de la conquista no eran españoles, sino que en su mayoría eran indígenas. Sin los indios amigos, los españoles, por su corto número, no hubieran podido hacer gran cosa. (Conquista)

En este sentido, la referencia histórica de Garro se debilita si la tomamos al pie de la letra. La relación que nos queda es la del pueblo tlaxcalteca, el que sí tuvo intervención en la conquista de los aztecas y purépechas. Laura se considera “traidora” como los tlaxcaltecas, porque tiene miedo “y por eso traiciono” (8). Laura representa la unión carnal con los dos mundos, pero mientras la unión con su esposo indio es de amor y protección, a pesar de las heridas de él, el vínculo con Pablo, su esposo blanco, es de dominación. Pablo no tendrá reparos en golpearla y encerrarla. Laura se ha dejado llevar por el recuerdo de su antigua memoria para querer a Pablo, pero es en su encuentro con su memoria pasada que “despierta” del letargo. Es por ello que “la señora Laurita se encerraba en su cuarto para leer la Conquista de México de Bernal Díaz” (19). Ella no comprende el mundo en donde vive porque está fusionado con dos esposos, dos padres, dos infancias, dos vidas en dos épocas muy distantes una de la otra: “─Me preguntaba por mi infancia, por mi padre, por mi madre. Pero, yo, Nachita, no sabía de cuál infancia, ni de cual padre, ni de cual madre quería saber. Por eso le platicaba de la Conquista de México ¿Tú me entiendes, verdad?” (19). Gilbert Durand en su libro La imaginación simbólica nos dice que es “la imaginación simbólica propiamente dicha cuando el significado es imposible de presentar y el signo sólo puede referirse a un sentido, y no a una cosa sensible” (12, 13). Si entendemos el cuento de Garro de manera simbólica, en una fusión de los pueblos purépecha-azteca como parte de una historia reconstruida, unidos por la evocación del espacio que ambos lagos hacen, pero que se unifica en la memoria íntima de Laura y su relación con “la traición” de los tlaxcaltecas el cuento cobra un nuevo sentido. Dice Durand que “el símbolo es, pues, una representación que hace aparecer un sentido secreto; es la epifanía de un misterio (15). Para Paul Ricoeur, nos dice Durand:

Todo símbolo auténtico posee tres dimensiones concretas: el mismo tiempo “cósmico” (es decir, extrae de lleno su representación del mundo visible que nos rodea), “onírico” (es decir, se arraiga en los recuerdos, los gestos, que aparecen en nuestros sueños y que constituyen, como demostró Freud, la materia muy concreta de nuestra biografía más íntima) y por último “poético”, o sea que también recurre al lenguaje, y al lenguaje más íntimo, por lo tanto es más concreto”. (15,16).

En este sentido, entendemos que la memoria íntima de Laura posee las tres dimensiones que nos plantea Ricoeur, en palabras de Durand, un plano cósmico tan poderoso que se vuelve mucho más íntimo e introspectivo para Laura que el conocimiento de la historia. La búsqueda de las crónicas de Bernal para Laura es el encuentro de su memoria presentida con la historia de lo sucedido. Es en la mujer india pero al mismo tiempo blanca donde habita la mezcla cultural. El futo de la alianza de los tlaxcaltecas con los españoles y el fin no sólo de la cultura azteca, sino también de todas las demás, incluyendo la de Tlaxcala. Nos dice León Portilla en La visión de los vencidos que “sí es cierto que los tlaxcaltecas y los tezcocanos lucharon al lado de Cortés, no deja de ser igualmente verdadero que las consecuencias de la Conquista fueron funestas para ellos como para el resto de los pueblos nahuas: todos quedaron sometidos y perdieron para siempre no poco de su antigua cultura” (13). Y ella sabe que su papel como mujer es traicionero por su capacidad de unión sexual con el indio y con el español:

Se me había olvidado, Nacha, que cuando se gaste el tiempo, los dos hemos de quedarnos el uno en el otro, para entrar en el tiempo verdadero convertidos en uno solo. Cuando me dijo eso lo miré a los ojos. Antes sólo me atrevía a mirarlo a los ojos cuando me tomaba, pero ahora, como ya te dije, he aprendido a no respetar los ojos del hombre. También es cierto que no quería ver lo que sucedía a mi alrededor… soy muy cobarde. Recordé los alaridos y volví a oírlos: estridentes, llameantes en mitad de la mañana. (10)

Es inevitable recurrir a lo que menciona Octavio Paz en El laberinto de la soledad sobre la debilidad vinculada a la traición propia de la mujer con contraposición con la hombría. Esta oposición es una de las bases del machismo y esta actitud es uno de los ejes de la identidad mexicana comprendida ya como una identidad mestiza, es decir, conflictiva. La mujer “se abre”, “se raja” al hombre, e históricamente se abre al extranjero; mientras que la idea de macho, desde la concepción mexicana que propone Paz, consiste en “no rajarse nunca”:

El mexicano puede  doblarse, humillarse, ‘agacharse’, pero no ‘rajarse’, esto es, permitir que el mundo exterior penetre su intimidad. El ‘rajado’ es de poco fiar, un traidor o un hombre de dudosa fidelidad, que cuenta los secretos y es incapaz de afrontar los peligros como se debe. Las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su ‘rajada’, herida que jamás cicatriza. (59)

De esta forma, Laura representa a los tlaxcaltecas que se aliaron, que se “abrieron” al extranjero. Mara L. García compara a Laura con la Malinche, considera que la mujer indígena es el ser sumiso que se fractura ante la presencia del español. Su traición no radica en no haberse defendido de los españoles, sino en haber permitido la entrada a una cultura ajena, totalmente distinta y dominante para fecundar una raza nueva, que no será india, que no será española. Así Laura se une a Pablo pensando que se asemeja al hombre de su otra vida, pero se enfrenta a un hombre que la violenta y que mina su espíritu.

Finalmente, podemos afirmar que hay una vinculación directa y documental con la referencia a la fuente de Bernal, mientras que hay una vinculación simbólica, mística, con lo que la “traición” presagia. El nexo con esta traición no es la documental, sino la onírica, es decir, la que se vincula a un mecanismo de memoria. Más allá de una homogenización, hay una vinculación de la memoria íntima con la historia que Garro logra a través de Laura: simbolizar de manera profunda el sentido de la “traición” cultural de los tlaxcaltecas unida a la traición de la mujer a través del miedo y la violencia. Ö