Guillermo Gutiérrez Nieto
Acercamiento a una faceta poco divulgada del premio nobel mexicano: sus epistolarios. El primero es una novedad editorial que exhibe a Paz y García Terrés como dos meticulosos editores; el segundo es un velado homenaje a José Luis Martínez, de quien en enero pasado celebramos el centenario de su nacimiento.
Como género, la epístola es cada vez más recurrente en el devenir literario de nuestro país. Generalmente ensombrecida por otros estilos, en época reciente la publicación de cartas de connotadas personalidades nacionales tiende a ganar terreno y lo constatamos en los anaqueles de las librerías.
Casos emblemáticos de esta tendencia los encontramos en “El tráfago del mundo. Cartas de Octavio Paz a Jaime García Terrés 1952-1986” (Prólogo y notas de Rafael Vargas. México, 2017, Fondo de Cultura Económica. 194pp.) y en “Octavio Paz/José Luís Martínez. Al calor de la amistad. Correspondencia 1950-1984” (edición de Rodrigo Martínez Baracs. México, 2014. Fondo de Cultura Económica. 219pp.).
Variantes previas de este género las encontramos en la publicación de la correspondencia de Octavio Paz con Alfonso Reyes (1939-1959); Arnaldo Orfila Reynal (1965-1970); Pere Gimferrer (1966-1977); Tomás Segovia (1957-1985) y Jean-Clarence Lambert (1952-1992), además de pequeñas muestras epistolares con otros personajes incluidas en revistas o suplementos culturales.
Los epistolarios con Jaime García Terrés y José Luis Martínez confirman rasgos de Octavio Paz ya descritos por algunos de sus biógrafos con anterioridad, empero circunscribirlos a situaciones y personajes específicos los hacen deleitables, no obstante que la voz predominante sea la del nobel mexicano. Se trata de obras ricamente complementadas con prólogo, anotaciones y comentarios de sus respectivos editores, que al final retratan fielmente al personaje predominante, en detrimento de sus contrapartes, quienes se desdibujan ante el menor, por no decir inexistente, número de sus misivas incluidas.
Son dos obras que, en términos rigurosos, se alejan del objetivo fundamental que conlleva la publicación de los epistolarios: develar aspectos íntimos de sus escribientes en aras de conocer sentires y percepciones no plasmados con anterioridad en cualquier representación de sus vidas. A continuación se desglosa opinión respecto a ambas obras a fin de sugerir hilos conductores que lleven a rescatar, además de disfrutar, los aspectos habituales-existenciales de dos autores con gran presencia en el devenir de la literatura mexicana.
Cartas sin respuesta
“El tráfago del mundo. Cartas de Octavio Paz a Jaime García Terrés 1952-1986” incluye las cartas que durante tres décadas el vate nobel escribió a quien durante ese lapso fue tanto responsable del área de difusión cultural de la UNAM como director del Fondo de Cultura Económica y embajador de México en Grecia.
Con excepción de una misiva escrita por García Terrés que responde a los comentarios hechos por Paz a una de sus obras, el resto del contenido son mensajes en una sola dirección: las cartas de Paz a su colega y amigo. Como lo hace saber el encargado de la edición, Rafael Vargas, “el único punto que debemos lamentar es que las cartas [respuestas] de García Terrés se hayan perdido en el incendio que destruyó parte del departamento en que los Paz vivieron muchos años en la colonia Cuauhtémoc”.
Con esta premisa el lector se sumerge en el tráfago de 51 epístolas, que incluyen textos adjuntos y notas aclaratorias, las cuales dan testimonio de los ires y venires de un actor fundamental de la literatura mexicana que comparte con su amigo lo mismo opiniones sobre creadores y temas, que situaciones personales y profesionales. Al finalizar el libro lo que perdura es un sentimiento aciago respecto a este tipo de obras ya que si bien develan detalles abordados desde otra perspectiva en el cúmulo de biografías publicadas, no hay respuestas que maticen, confronten o confirmen la percepción de García Terrés, sin duda otro referente fundamental en las letras nacionales.
La falta de un contrasentido en el conjunto epistolar hace que la obra no cumpla con las cualidades fundamentales que como género se esperarían. En primer lugar, no se traspasa ningún velo de intimidad que permita aproximarnos a las emociones y sentires de los suscribientes, lo cual más allá de defraudar el voyerismo latente entre los lectores de estas obras, representa una aportación minúscula a obras que han analizado con meticulosidad la vida y el trabajo de Paz.
No obstante esta condición, uno puede tomar como hilo conductor del epistolario las revistas y suplementos culturales de la época en México y constar la importancia, alimón de la influencia, de Paz en el contenido y rumbo que asumieron estos vehículos de comunicación.
El intercambio de las cartas inicia en 1953, dos años después del inicio de su amistad en París –donde García Terrés estudió filosofía medieval- y coincide con la titularidad de García Terrés en el departamento editorial de INBA, lo que incluía la edición de México en el Arte, de la cual Paz es asiduo colaborador. El periplo continúa cuando Paz regresa a México y su amigo se convierte en titular de la Dirección General de Difusión Cultural de la UNAM, donde pone en marcha una notable transformación de la Revista de la Universidad, la cual, en palabras de Rafael Vargas, se convierte en una caja de resonancia de lo que Octavio Paz hace y de los contactos que mantiene con otros países, prueba de ello son las detalladas recomendaciones que hace a la publicación de sus colaboraciones, sus traducciones y, en ciertos casos, a las ilustraciones, inclusive.
Paz y García Terrés confluyen en otra revista de la época, la Revista Mexicana de Literatura, a cargo de Carlos Fuentes y Emmanuel Carballo, donde participan como colaboradores, no obstante sus deberes en otras trincheras creativas. Más tarde, la admiración de García Terrés por la obra de Paz y el reconocimiento de éste a la trayectoria editorial y creativa del primero detona una de las propuestas más innovadoras que persiste hasta nuestros días: Poesía en Voz Alta. Aunado a ello, la colaboración de Paz en la Revista de la Universidad se consolida y su sección “Corriente Alterna” se convierte en un referente ensayístico nacional e internacional.
De esta etapa sobresalen las alusiones que Paz hace al trabajo crítico y creativo de García Terrés:
“Casi siempre me siento de acuerdo contigo, sobretodo en la actitud de plantear las cosas tal cual son, sin miedo a las palabras y en su verdaderos términos morales. Los textos propiamente literarios son los que más me interesan más. Es una lástima que tú no hagas más crítica literaria. Aunque nuestros puntos de vista no sean siempre los mismos, comprendo que la moral pública, es decir, la política, en el sentido recto, constituya una de tus preocupaciones centrales. Me doy cuenta de que, en un ambiente como el nuestro, es difícil medir lo que el escritor debe darle al César, a la vida pública, y lo que debe darle al espíritu, a la creación permanente”… (22.11.1961)
“Leí con simpatía (en el sentido original de la palabra) y atención tu libro de poemas [Los reinos combatientes]. De prisa, no hay remedio, te daré mi opinión (mi impresión más exactamente): unidad, austeridad, concentración. Unidad de tono y lenguaje (señal de que no se está ante ejercicios más o menos afortunados sino ante la expresión de algo propio); austeridad: nada de complacencias sentimentales o retóricas (lirismo falso) ni sociológicas (buenos sentimientos políticos) sino fidelidad a lo que el poeta (el individuo) debe decir; concentración: lo que más falta le hace a la poesía de lengua española y, especialmente, a la nuestra. Concentración es fidelidad y unidad….(14.04.1962)
El lapso en que García Terrés se desempeña como embajador de México en Grecia, así como la transformación social y política que vive México durante la segunda mitad de los años sesenta, atempera la relación, empero sus destinos hacen escala en nuevas publicaciones: Plural, y Vuelta, en el caso de Paz, y La Gaceta, del Fondo de Cultura Económica, en el caso de García Terrés.
Esas estaciones editoriales enmarcan el final de “El tráfago del mundo”, en el cual destaca como develación primigenia la pasión editorial que ambos tuvieron, una vocación que, como lo remarca Vargas, no es una tarea que suela reconocerse plenamente en México, sobretodo cuando se hace bien y representa “una delicada labor intelectual que requiere no solo de una gran cultura sino de un auténtico entusiasmo, de una suerte de urgencia por comprender y transformar la realidad”.
Un amigo siempre presente
Aunque para algunos críticos y escritores el rasgo afable de Octavio Paz es cuestionable, en el caso de José Luis Martínez esa catalogación queda fuera de duda. Las 96 misivas incluidas en “Al calor de la amistad” reflejan una amistad presente tanto en terrenos personales (íntimos) como profesionales (en el servicio público).
En contraste con “El tráfago del mundo”, este libro incluye cartas enviadas por ambos escritores (74 por Paz; 22 por Martínez) entre 1950 y 1984, período durante el cual se desarrolla la más amplia de las correspondencias que el autor de El laberinto de la soledad haya mantenido con sus amistades. No obstante, como lo puntualiza el editor –Rodrigo Martínez Baracs, hijo de José Luis Martínez- es una correspondencia incompleta ya que su padre conservaba las cartas que recibió de Paz, pero sólo guardó unas cuantas de las que él escribió; algunas más se perdieron y otras aún están por encontrarse.
Si bien el intercambio es constante, las cartas adquieren un ritmo más intenso en períodos específicos de la vida de ambos personajes. Para el caso de Paz, cuando es embajador de México en la India y durante sus estadías en algunas universidades estadounidenses, mientras que para Martínez, cuando fue director del Instituto Nacional de Bellas Artes y posteriormente representante de México en Perú y ante la UNESCO.
Ante el sinnúmero de pormenores descritos en el libro y como cualquier publicación epistolar implica una fragmentación que obliga a encontrarle sentido, se rescatan dos aspectos que constatan la profundidad de una amistad que trascendió diferencias lo mismo en las formas que en la esencia. En primer lugar, la maduración que logró su cercanía después de que sus respectivas cónyuges –Marie José Tramini y Lydia Baracs Sellei- se conocieron y fomentaron encuentros como parejas en México o en el extranjero siempre que fue posible, lo cual confirma el siguiente testimonio:
“Estamos aquí desde principios de febrero. Antes, en enero, no casamos. Una ceremonia íntima, con unos cuantos amigos y bajo grandes árboles de Delhi. Nos habría gustado que tú y Lidia, que fueron testigos de nuestro encuentro, lo hubiesen sido también de nuestro matrimonio. Marie José les tiene particular afecto. Fueron sus primeros amigos mexicanos y no olvida, yo tampoco, la simpatía con que la acogieron. Y ya sabes que tú eres uno de los poquísimos amigos verdaderos con que cuento en mi terrible país.” (10.04.1966)
Otro hilo conductor es el constante apoyo que Martínez brindó a Paz para que personalidades nacionales y extranjeras pudieran desarrollar alguna actividad en México o en los sitios donde transitó Paz, lo cual enriqueció el ámbito cultural de nuestro país y proyectó nuestra presencia artística en el orbe.
En otra parte, de forma velada emerge la postura de Paz respecto a los premios y reconocimientos, así como la meticulosidad de Martínez para aproximarse al trabajo de su amigo, recomendando al final adecuaciones o rutas a sus trabajos. Del primer caso, algunos de los decires que Paz confió a su cofrade:
1) “Lo del premio [Premio Internacional de Poesía de Bélgica] me sorprendió (…) Te confesaré que los premios me parecen tan antipáticos como los castigos – y son contrarios a mis principios (…) Al recibir la noticia, pensé en rechazarlo. Unas horas de reflexión (y un amigo indio presente en el momento en que me llegó el telegrama) me convencieron de la tontería de ese gesto. Por una parte, hubiera sido un rasgo de orgullo o (peor) de vanidad; por la otra, si los premios son ridículos, más lo es rechazarlos…(18.09.1963)
2) “(…) desde hace años pienso que las literaturas de lengua española y portuguesa deberían contar con una especie de Premio Nobel y que México debería encargarse de instituirlo [Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz, que no se llegó a instituir]. Tú sabes que no tengo ninguna simpatía por los premios literarios, pero creo que, en este caso, interviene consideraciones de orden histórico que hacen legítima mi idea”… (06.04.1965)
“3) He comunicado por escrito a nuestro amigo común Víctor Flores Olea, que aceptaba conmovido mi candidatura al Premio nacional de Letras, propuesta por el poeta Rubén Bonifaz Nuño y apoyada por otro poeta amigo: marco Antonio Montes de Oca. (…) Sólo me queda agradecerles a todos ustedes este gesto de amistad –y a ti en primer término, querido José Luis, que fuiste el primero, hace un año, en proponer mi candidatura” (…). 18.08.1977
La lectura de esta obra puede resumirse en el sentido simbólico que lleva su título, ya que a través de las epístolas uno percibe la historia que cuenta Martínez Baracs en su introducción, cuando comenta que durante los últimos días de vida de Octavio Paz su padre fue a visitarlo y al colocar su mano sobre la suya le comentó: “tu mano tiene el calor de la amistad sincera”. Ö
Ciudad de México, 1963. Internacionalista, Maestro en Administración y Doctor en Administración Pública. Miembro del Servicio Exterior Mexicano desde 1992. Fue editor de las revistas Litoral y Proa; ha colaborado en diversas publicaciones en México y en el extranjero. Es integrante del consejo editorial de la revista digital ADE- Asociación de Escritores Diplomáticos. Autor de BelizeArt. Panorama de las Artes en Belize y del poemario Oranges for Sale. Coordinador y editor de cambiavías.