El Príncipe-Princesa y otros cuentos (4/8)

Luis Ayhllón

Se presenta el cuarto de los ocho relatos escénicos que el autor desarrolla desde hace varios números en cambiavías y gustosamente comparte con los lectores .

4. El niño salvaje

Al niño le daba curiosidad el prisionero.

Por las tardes buscaba jugar cerca de las mazmorras con una bola hecha de hilachos y ramas.

Contaban en el reino que era el prisionero más peligroso y cruel de todos los criminales.

Y el niño escuchaba las historias…

– Dicen que se come a los niños.

– Y que viola campesinas.

– Y animales de granja.

– Y que tiene el aliento de un muerto.

– Y las manos tan mugrosas que ya no se distingue la piel.

El niño comenzó a tener pesadillas.

Una noche le dijo al rey mientras lo arropaba:

– ¿Si es tan malo, por qué no le cortas la cabeza?

El rey peló los ojos.

– Debe confesar sus crímenes primero.

Pero eso era mentira. Al rey le gustaba torturar presos.

– ¿Por qué?

– Hay reglas, hijo.

– Las reglas no sirven.

– Sin reglas, este reino sería un completo caos.

– Si le cortas la cabeza dejaré de tener esos sueños horribles.

– Imagina que le cortara la cabeza a todos los que no te gustan.

El niño calló y esa noche soñó que el prisionero entraba en su recámara.

No hacía nada.

Sólo lo veía así

en silencio.

El niño abrió los ojos y vio un sombra.

Era su madre.

– Estás sudando.

– Estoy bien.

– Estabas inquieto.

– No es nada.

– No me contradigas.

A escondidas, el niño recabó pan recién horneado, jamón y queso.

Todo lo llevó ante el prisionero.

– Acércate.

Y el niño se acercó.

El prisionero extendió las manos.

El niño le entregó todo.

El prisionero devoró todo como un perro.

– ¿Trajiste vino?

El niño negó con la cabeza.

– La próxima vez, trae vino. Mi garganta está más seca que la vasija de tu madre y no tengo con qué pasarme la comida.

Al día siguiente, el niño vertió el mejor vino de su padre en una cantimplora de cuero.

Recabó pan horneado, jamón y queso.

Lo llevó por la tarde al prisionero quien volvió a devorar todo, pero esta vez, el prisionero bebió el vino de un solo trago.

– Este es el mejor puto vino que he degustado en la historia de mi desgraciada vida.

El niño se sintió dichoso.

Esa noche durmió como un bebé recién amamantado.

Al despertar, el rostro turbio del rey estaba frente a él.

– ¿Tú le llevaste de comer?

– No.

– ¿Tú le llevaste de beber?

– No.

– Alguien te vio.

– No.

– ¿Sabes cómo se castiga la mentira en este reino?

Sin transición, el rey, con sus propias manos, azotó a su hijo desnudo en plena plaza pública.

El niño contuvo las lágrimas.

El prisionero también, pues fue torturado toda la noche.

No hay nada peor que la vergüenza, pensaba el niño.

Su madre colocaba en su enclenque cuerpo los ungüentos que las viejas hierberas le procuraban.

– ¿Tú le diste de comer?

– No.

– ¿Tú le diste de beber?

– No.

Y su madre deseó secretamente nunca haberlo traído al mundo.

El cambio de estación trajo tranquilidad al reino.

El rey querendón se paseaba por su castillo silbando estribillos de canciones paganas.

Acosaba a las sirvientas y sus hijas.

Manoseaba nodrizas y cocineras.

Y siempre con una sonrisa.

El niño esperó hasta que el prisionero pudo abrir los ojos.

– ¿Qué haces aquí? Largo. Me van a torturar por tu puta culpa.

– Si te ayudo a escapar, ¿me llevas contigo?

– Estás muy pendejo.

– No quiero estar aquí.

– ¿Y a mí, qué? Además, ¿tú crees que puedo hacerme cargo de un principito? ¿Que en el bosque te pondrán tus sirvientes polvitos en las nalgas? Soy un espíritu libre.

–   …

– Además son un ladrón, un violador. Un pedazo de mierda.

– Yo también.

– ¿Un ladrón, un violador?

– No, un pedazo de mierda.

– Ah, bueno, si es así, te llevo conmigo.

El niño abrió la mazmorra y partieron ambos del castillo.

El rey se cansó de buscar a su hijo.

El rey perdió a su heredero.

El rey lloraba todo el tiempo.

Y el reino se volvió un caos:

Llegó la peste.

Dejó de llover y se secaron las cosechas.

Lo animales morían.

Los hombres copulaban con los animales.

Los animales transmitían sus enfermedades a los hombres.

En fin.

Todo era tan decadente.

Una tarde nublada los guardianes vieron al niño caminar hacia el castillo.

Como habían recibido órdenes de informar sobre cualquier niño que caminara hacia el castillo, eso hicieron.

Al principio creyeron que se trataba de un mendigo.

Tenía el cuerpo lleno de marcas y mugre.

Sin embargo, al cabo de un tiempo lo reconocieron.

El rey lloraba de la emoción y no paraba de observarlo.

Pero el niño no hablaba.

Pasaban los días

y el niño no hablaba.

El rey rompió el silencio:

– Eres mi heredero. Necesitas hablarme.

–  …

– Eres un príncipe.

Los ojos del niño estaban perdidos.

– Háblame.

Lo examinaron las brujas una de las cuales dijo:

– El niño está bien sólo es cuestión de tiempo.

Y pasaban los días y el niño callaba.

Una noche con luna, el niño se metió en la habitación real y en silencio observaba a sus padres.

Veía sus rostros espectrales.

Su padre abrió los ojos y al verlo inmóvil le dijo:

– ¿Qué estás haciendo?

Silencio.

– Vuelve a tu cama.

Ese día le llegaron noticias al rey:

la peste se robustecía.

Mientras desde el balcón real observaban la quema de una pirámide de cuerpos infectados, los reyes charlaban:

– Él ya no es el mismo.

– ¿Qué harás?

– No lo sé.

– Soñé que nos degollaba.

– Yo también.

– Soñé que escupía serpientes.

– Yo no. Eso no.

– ¿Qué vas a hacer?

– No lo sé.

El rey veía las llamas que se alzaban inquietas hacia el cielo.

Por la noche penetró en la oscuridad de los aposentos del niño y se sentó en el borde de la cama.

El niño tenía los ojos cerrados pero estaba despierto.

El rey extrajo una daga antigua y la hundió en su propio corazón.

El niño se quedó la noche en vela.

Al amanecer se levantó, recordó una promesa y salió del castillo para nunca más regresar.

FIN