Entre los ideales políticos y la traición

Pedro González Olvera

El 11 de septiembre de 1973 finalizaba en Chile, vía manu militari, el experimento de instaurar un régimen socialista por medio de las urnas, es decir por el camino de la democracia liberal y tradicional.

El experimento de Salvador Allende y del conjunto de partidos y agrupaciones encabezados por él duró escasos tres años, suficientes para que el general Augusto Pinochet y secuaces, (apoyados por el gobierno estadounidense de Richard Nixon, el Secretario de Estado, Henry Kissinger, y los no pocos errores y actitudes maximalistas de los integrantes de la Unidad Popular, como se llamaba la alianza allendista), consumaran la traición macbethiana en contra de su jefe superior, quien siempre confió en su lealtad.

El régimen militar duró 16 años y medio y para su término ayudó una autoconfianza del régimen militar, el cual creyó, ya fuera por su capacidad de represión o por convencimiento del apoyo de la población por haber traído “paz y desarrollo”, tendría una duración de larga data, por lo menos hasta 1997.

No fue así, pues en función de esa autoconfianza, el régimen militar dejó de prohibir los partidos políticos en 1987 y, lo más importante, marcó en la constitución promulgada en 1980 mediante plebiscito, la realización de un referéndum  en el cual los chilenos debían decidir si deseaban a un militar, Pinochet evidentemente, en el poder por un periodo presidencial más.

La estrategia falló pues el militar golpista recibió el no de casi el 60% de los votantes, y se vio obligado a convocar a elecciones en diciembre de 1989, mismas en las que fue electo Patricio Alwin al frente de una nueva coalición de partidos, formados desde el centro derecha hasta la izquierda de los socialistas, iniciándose así un periodo conocido en la historia de Chile como la “Transición democrática”.

No fue un periodo fácil, pues además de la enorme molestia de los militares por el resultado del referéndum manteniendo siempre la amenaza soterrada de volver al mando del país si se tomaba un rumbo “equivocado”, el nuevo régimen se vio obligado a lidiar con el grupo guerrillero Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR),  en funciones desde en 1983 cobijado por el Partido Comunista Chileno, cuyo Secretario General Luis Corvalan había dado el banderazo de salida para la “Política de Rebelión Popular de Masas”, permisiva de cualquier tipo de forma de lucha en contra de la dictadura incluso la armada, principalmente la guerrilla urbana.

Los integrantes del nuevo grupo guerrillero fueron entrenados bajo estrictos cánones militares en Cuba y Bulgaria, entre otros países y en los hechos constituyeron un verdadero ejército insurgente, responsable de perpetrar el atentado fallido contra Pinochet y participe activo en, por ejemplo, la revolución sandinista de Nicaragua.

Este panorama histórico constituye el contexto de fondo de la más reciente novela, Cosas que el tiempo dejó atrás, del escritor chileno Álvaro Briones, de larga y estrecha conexión mexicana. En esta obra, mediante una multiplicidad de voces, confluyentes al final, narra principalmente la historia de Sebastián Castillo, hijo de un líder del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, quien después de pasar niñez y primera juventud en Cuba y México, regresa a Chile, previo entrenamiento militar, para cumplir con su “obligación” de hacer honor a su prosapia familiar por ser heredero directo de la lucha en contra del régimen militar.

A partir de aquí, Álvaro Briones va ajustando cuentas con el pasado reciente chileno y, al parecer, consigo mismo. Así, puede hacer una retrospectiva crítica de situaciones, sin decirlo de manera abierta pero dándolo a entender, caracterizadas por algunos excesos y equivocaciones del gobierno de Allende y sus soportes; desde luego no es el pensamiento de un converso viajando de la izquierda a  la derecha como si paseara por la Alameda central, pues igual permite expresarse a los partidarios de considerar como vigente el pensamiento de izquierda y revolucionario.

El contraste entre estas dos posturas se encuentra, por una parte, en voz de uno de sus personajes femeninos, molesta por los argumentos de su compañero de cuarto de hotel de paso, expresa sin ambages que los forjadores de la nueva democracia chilena no han hecho sino dañar al pueblo: “Lo daña porque se le había ofrecido otro futuro. Lo daña porque se le engaño cuando se le dijo que en ese futuro eran ellos los que iban a mandar. Lo daña porque se les hizo creer que ya no iba a existir ricos ni explotadores”; por otra parte, la voz que defiende las nuevas posturas y la validez de las acciones realizadas por los partidos que alentaron y trabajaron pacíficamente para el retorno de la democracia expresa, por ese mismo compañero habitacional que “ahora se trata de construir la democracia, de integrarnos al mundo que le dio la espalda a la dictadura, pero al que nosotros sí pertenecemos, de traer progreso para todos. ¿Qué tiene eso de malo?

En tal dirección, paso a paso, el autor nos narra momentos importantes de la transición política chilena y de algunas de sus contradicciones, de modo semejante a como nos va contando, en voz del personaje principal y en una larga madrugada de literal agonía, la transición del pensamiento de un guerrillero ortodoxo hacía una visión crítica de su propia organización, autoritaria por no permitir el disenso ni siquiera para mejorar sus métodos de lucha o para no caer en trampas conducentes a una evaluación equivocada de la situación .

Con un buen armado ritmo de thriller reproduce el proceso de preparación y ejecución del atentado en contra de Pinochet, de haber resultado exitoso hubiera cambiado el destino del país andino. No fue así y por el contrario llevó a un recrudecimiento de la represión y a decenas de jóvenes guerrilleros a la cárcel y a la muerte, como fue el caso, en esta novela de Sebastián Castillo.

Briones hace uso de la técnica de la reflexión interior para recrear la vida de Castillo en momentos que suponen esa agonía antes mencionada, real y metafísica, no sólo por la cercana muerte sino, más grave aún, porque en sus horas finales se da cuenta de la traición y la deslealtad van corriendo muchas veces parejas con la militancia honesta y prudente de la juventud en casi todos los grupos en donde el pensamiento libre es excluido por la ortodoxia y el dogmatismo.

La novela de Álvaro Briones es al mismo tiempo una crítica a los métodos políticos violentos en la política, pues el destino final de Sebastián no es otra cosa sino el sacrificio inútil de militantes que, de otra manera, podrían haber incidido en el cambio político-social de su país. Es, en el fondo una apuesta, por la lucha política desde la trinchera de la democracia; por eso, no significa una crítica a los ideales de los jóvenes oferentes de su vida en aras de dichos ideales, sino claramente a sus métodos para conseguirlos.

Briones lo dice con meridiana claridad en voz de su personaje principal: “Yo había tenido atisbos de ese mundo real en mi relación con Macarena. Un mundo de chilenos y chilenas en su mayoría opositores a la dictadura pero que no querían la guerra. Ninguna guerra. Ni la guerra que habían inventado los militares para justificar su dictadura, ni la guerra que queríamos inventar nosotros para combatir a los militares. Eran chilenos que añoraban un mundo en que la política era el tema de conversación de las familias y no el terror de las familias.”

Desde esta perspectiva Cosas que el tiempo dejó atrás es un ajuste de cuentas con la historia reciente chilena; le ha servido al autor para repensar el proceso chileno de 1973 a la fecha; es cierto se trata de una ficción, que en diversos momentos de la lectura parece más bien una non fiction novel, atravesada con frecuencia por eventos provenientes de la realidad cotidiana.

Así las cosas, para Briones ¿el golpe militar en contra de Allende y la posterior dictadura de Pinochet, con todas sus consecuencias (muertos, desaparecidos, exiliados, ruptura de la democracia, etc.) pudieron evitarse? Eso podría inferirse de una lectura unilateral de la novela, pero creo que en realidad la preocupación del autor es dar cuenta de las historias de traición propias si de los militares golpistas pero también, para peor, de los grupos políticos favorecedores de utilizar las armas para combatir la dictadura. Por supuesto es posible, como dice el escritor colombiano Juan Gabriel Vázquez, una lectura en clave equivocada, pero unas palabras pronunciadas por uno de los personajes de la novela víctima de la prisión y la tortura permite hacer la inferencia comentada: “…al final no hay nada bonito en el sacrificio. El dolor y la muerte son feos y nada mas…”

Después de cuatro décadas y media del golpe de estado pinochetista, la novela de Álvaro Briones representa una buena oportunidad para volver a discutir el significado histórico de un experimento, el socialismo allendista, no sólo por lo que ahora representa la pugna de actualmente existente en América Latina por lo que sucede en Venezuela, sino porque marcó a toda una generación, en esos momentos en la Universidad, que pensaban que un cambio de tal naturaleza no sólo era posible sino hasta deseable y que en la actualidad muy probablemente hayan cambiado su forma de pensar.

Ojalá que la casa editora de la novela en Chile la traiga a México, en donde con seguridad tendría una buena acogida, ya sea por su temática, ya por su buena factura.

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Álvaro Briones. Cosas que el tiempo dejó atrás. Editorial Planeta. Santiago de Chile, 2018, 319 pp.