Sergio Pitol y la novela policiaca

Vicente Francisco Torres


Una interpretación original de la urdimbre creativa de Pitol que el autor justifica con referencia a autores clásicos del llamado género negro de la literatura.


En el número 75 de la revista Crítica(Universidad Autónoma de Puebla, abril – mayo de 1999), Sergio Pitol publicó un ensayo que resulta elocuente sobre lo que el autor de Domar a la divina garza   entiende por novela policiaca. Entre los autores que menciona encontramos escritores oficiales junto a clásicos policiales, según expresión de Alfonso Reyes. En dicha reunión, es notable el conjunto de escritores que se han movido con igual calidad en los dos ámbitos señalados. Junto a Wilkie Collins, Arthur Conan  Doyle, Agatha Christie, Dorothy L. Sayers, Nicholas Blake, Rex Stout, Michel Innes, Dashiel Hammett y Raymond Chandler, encontramos a Dostoiewsky, Charles Dickens, Eca de Queiroz, Nikolai Gogol, Edgar Allan Poe, Chesterton, Borges, Umberto Eco, Leonardo Sciacia, Graham Greene, William Faulkner y Rubem Fonseca. En esta nómina sólo aparecen tres mexicanos: Jorge Ibargüengoitia, Fernando del Paso y Rodolfo Usigli.

A la luz de los libros de estos autores, lo que Pitol pondera es el misterio, que lo conduce a la siguiente reflexión: “Según Sklovski, los dos procedimientos fundamentales de la novela de misterio consisten en un retardamiento voluntario de las soluciones y en un extrañamiento radical que, al distanciarnos de los acontecimientos narrados, atenúa cualquier emoción. El pathos desmedido que había devastado zonas inmensas del Dickens juvenil aparece en su último periodo siempre contenido. Los asesinatos no nos alteran, sino que sólo acrecientan nuestro interés en la lectura; sus crímenes, como los de Las mil y una noches, carecen de sangre verdadera, al grado que una novela policial con un único asesinato no resulta tan apetecible como la que contiene dos o más crímenes subsidiarios. Por otra parte, la voluntaria detención de la acción, su parsimonia, derivará en un refuerzo de la atención, en esa espera nerviosa de soluciones que se conoce con el nombre de suspense.”

Si tenemos en mente El desfile del amor (1984), veremos que Pitol fue fiel a estas ideas, porque su novela daba distintas versiones sobre las posibles causas del asesinato del joven austriaco Erich Maria Pistauer y del hijo de Delfina Uribe. La novela pretende dar el clima cultural que se vivía en el año 1942, pero los mayores méritos del libro están, además de la caracterización de los personajes mediante sus distintas hablas, en la manera en que el interés se mantiene para llegar a conocer las razones de un par de crímenes que no muestran al lector  una sola gota de sangre. Sabremos de un fichero policial secreto, conoceremos los datos provenientes de la hemeroteca y testimonios de personajes como Delfina Uribe, Eduviges Briones, Emma Welfer y el librero Balmorán, entre los más destacados. Como en otro libro policiaco  mexicano –La novela inconclusa de Bernardino Casablanca, de César López Cuadras–, todo el material recopilado para escribir una obra, al concluir la lectura, resulta ya el libro que estaba proyectado y que, paradójicamente,  hemos leído.

La voz omnisciente del narrador pasa por los ojos de Miguel del Solar, un profesor de historia latinoamericana que vive en Inglaterra y trabaja en la Universidad de Bristol. Del relato policial, Pitol toma los diferentes puntos de vista determinados por quienes estaban vinculados, directa o indirectamente, con los asesinatos de los jóvenes, que tuvieron lugar en el Edificio Minerva, que hoy conocemos como Casa de las Brujas.  Sergio Pitol, al ponderar las distintas perspectivas de un mismo acontecimiento, no dejará de recordar “En el bosque”, cuento de Ryunosuke Akutagawa que diera origen a la cinta  Rashomón, de Akira Kurosawa.

El desenlace es otro de los logros de El desfile del amor: por sus indagaciones, del Solar parece convertirse en blanco de los intereses que la novela no esclareció. Parece que se convertirá en una lejana víctima más de los asesinos de 1942, pero se salva y rescata uno de los rasgos que aportó la novela negra: la trama policial sin asesinato, la novela de pura atmósfera criminal.