Felipe Sánchez Reyes
La veta de análisis que provee la obra de Juan Rulfo se ve reflejada en este texto, centrado tanto en la vinculación de su vida y su obra como en un aspecto social vigente hasta hoy: la marginación de la población rural de México.
Si Gerardo Cornejo de Sonora es “un pedazo de sierra que camina”, Juan Rulfo de Jalisco es una llanura rajada de grietas y abrojos que se queda en la memoria de su pueblo explotado”. “Si la vida pasa como las aguas del río, sin comerse ni beberse, los hijos se van y se comen hasta tu recuerdo (1994, p. 134)”, afirma el padre a su hijo en el cuento Paso del norte.
¿No acaso, el escritor es la memoria de su padre, pueblo y origen? ¿No acaso, el escritor abreva su pluma en tinteros, llenos de demonios y ángeles, impregnados de penas y alegrías de sí mismo y de los otros? ¿Quién negará que la obra de Juan Rulfo es el fiel reflejo del alma de nuestros campesinos, que se quedan a labrar las tierras áridas en su pueblo o emigran con su costal de recuerdos a cuestas, a ciudad Nezahualcóyotl, a la ciudad de México, a Tijuana o los E. U.?
Rulfo es uno de nuestros grandes escritores de los cincuenta que, como Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges e Ítalo Calvino, revisa y pule sus obras antes de publicarlas. Este escritor es el fiel reflejo del infortunio de nuestros campesinos y su obra es considerada universal por los múltiples críticos, debido a su calidad literaria y a su crítica ante los hechos históricos que le correspondió vivir. Acercarse a la obra de Juan Rulfo no es una tarea sencilla, porque desconocemos parte de nuestra historia patria de aquel momento, aunque él siempre demostró interés por la historia, la literatura y la fotografía.
De ahí lo necesario de revisar algunos hechos históricos, vinculados a su vida en tres cuentos de El llano en llamas. A través de ellos podría constatarse si los hechos fueron reales o ficción pura, pues afirma en una entrevista de 1983 a la Televisión española: “No hay nada autobiográfico en lo que he escrito. Nada de lo que he escrito ha sucedido; pudo suceder o podrá suceder”. ¿Será cierta su afirmación?
Sus padres, María Vizcaíno Arias (1897), hija de un hacendado, hereda la hacienda de Apulco y se casa a los 17 años -el 31 de enero de 1914-, en el templo de su hacienda con Juan Nepomuceno Pérez Rulfo (1887-1923), que allí radica y administra, en San Pedro Toxín, la hacienda de su padre, el licenciado Severiano Pérez Jiménez. En 1914 este matrimonio procrea en Apulco a Severiano, hermano mayor de Juan Rulfo. En 1916 sus padres huyen del desastre de la revolución y se marchan a vivir a Sayula.
Allí nacen su hermana, María de los Ángeles, que muere ese año a causa de la influenza española, y Juan Rulfo, es decir Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, el 16 de mayo de 1917, según consta en el acta del Registro Civil, pues en la del Bautismo su nombre comienza con el nombre de Carlos.
De 1917 a 1919 su familia parte a Guadalajara donde nace su hermano Paco. En 1920, cuando llega (Rulfo, 1994, p. 85) “la paz al Llano Grande”, la familia regresa a su pueblo y renta una casa frente al templo parroquial. En 1923, cuando él tiene seis años, asiste al Colegio Josefino de San Gabriel, nace su hermana Eva y su padre es asesinado, hecho que lo marcará en su vida. El asesinato de su padre aparece disfrazado con otros nombres en su cuento, “Diles que no me maten (p. 103)”: “Don Lupe Terreros es dueño de la Puerta de Piedra, por más señas su compadre […] al que él, Juvencio Nava, tuvo que matar por eso [porque] le negó el pasto para sus animales”.
Don Lupe Terreros, el hacendado asesinado en el cuento, es el padre de Juan Rulfo, es decir, Juan Nepomuceno Pérez Rulfo; mientras que el asesino del cuento, Juvencio Nava, corresponde al de Guadalupe Nava. Este asesinato lo recuerda muy bien el padre del escritor Felipe Cobián (Medina, 1989, p. 30):
El 1º de junio de 1923, el joven Guadalupe Nava mata al hacendado Nepomuceno (33 años), padre de Rulfo, a causa de una nimiedad […], una noche en el camino de San Pedro Toxín a Tonaya (por la entrada del potrero La Agüita), en venganza porque Don Cheno lo había regañado cuando sus animales invadieron el potrero de los Pérez. Ebrio Guadalupe Nava le descargó en la espalda todo su rencor y los tiros de una pistola.
Recuerda Rulfo que a él y a sus hermanos los despertaron en la madrugada para que vieran y lloraran el cuerpo muerto de su padre (Medina, 1989, p. 30), “lo han matado anoche. ¿Quién? Hablas de mi padre, él no puede morir y mi llanto se hizo agua como la sangre y cuando oí allá lejos el llanto de mi madre, mi sangre se hizo como el agua. Lo mataron y por él se acabó la vida”.
También plasma su pensamiento ante el padre difunto y menciona a otro familiar en otra escena del mismo cuento, Diles que no me maten (p. 109): “El coronel siguió hablando allá al otro lado de la pared de carrizos: ‘Guadalupe Terreros era mi padre, cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta. Con nosotros eso pasó’”.
Este coronel, que en el cuento manda traer y matar al asesino, es su tío, el sargento David Pérez Rulfo, hermano de su padre y excombatiente cristero. De manera que en este primer cuento, descubrimos que Juan Rulfo sí narra en su cuento algunos rasgos biográficos acerca del asesinato de su padre.
Ahora pasemos a su segundo cuento. “La noche que lo dejaron solo” refleja el testimonio de la lucha que padeció la región del norte del país de 1926 a 1929 en la revolución cristera. En 1926, cuando el gobierno de Plutarco Elías Calles deporta a 200 sacerdotes extranjeros y cierra escuelas y conventos, las autoridades eclesiásticas, en protesta, suspenden el culto el 31 de julio de 1926 que da origen a la lucha cristera.
La rebelión cristera surge, bajo la dirección urbana de la Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa, y bajo la dirección militar de Enrique Gorostieta. Si en 1927 las fuerzas cristeras eran de 12, 000, en 1929 eran de 20, 000 hombres.
La lucha de -“¡Viva Cristo Rey!”-, narra Rulfo en su cuento, se concentra en los estados de Jalisco -“la Magdalena […], los ranchos de la Agua Zarca (p. 128), la sierra de Comanja y los Altos” (p. 130)-, en Guanajuato, Michoacán y Colima. Es la revuelta rural del México viejo, campesino y católico, y su pacificación resulta lenta e incompleta. Las arbitrariedades y crueldades de las tropas del gobierno y de los rebeldes, que se repiten hasta nuestros días, la hicieron más difícil, como lo refleja el cuento, “La noche que lo dejaron solo (129)”:
él vio a su tío Tanis y a su tío Librado, colgados de un mezquite […], uno de los soldados decía: falta el muchachito que le tendió la emboscada a mi teniente Parra y le acabó su gente. Tiene que caer por aquí, como cayeron esos otros que eran más viejos y más colmilludos. Si no viene de hoy a mañana, acabalamos con el primero que pase y así se cumplirán las órdenes.
En 1929 la Iglesia reanuda los servicios religiosos, el ejército cristero se rinde y el domingo 30 de junio de 1929 se abren las iglesias al culto regular. Emilio Portes Gil (1928-30) concluye el conflicto cristero y tolera a la Iglesia Católica. Esta revolución cristera queda impresa en los ojos del niño Juan Rulfo que tiene de nueve a doce años.
Los sucesos que narra en su cuento él los vive y después los reconoce a través de las charlas con su tío David Pérez Rulfo que ingresa al ejército en 1928 y combate contra los cristeros en Sayula; y a través de sus charlas con los arrieros (Medina, 1989, p. 334) “oyó anécdotas de la revolución y de las cristiadas alrededor de la hoguera en las noches campesinas”. Él confirma y llora la muerte de sus parientes devorados por la cristiada y confiesa a Juan José Arreola y a Joseph Sommers:
Me tocó la época de los cristeros. La abuela no nos dejaba salir de la casa que estaba frente al cuartel. El cura dejó su biblioteca guardada en mi casa. Me habitué a la lectura (Rulfo en llamas, 1994, p. 58). Yo procedo de una región donde se produjo la revolución cristera: los hombres combatieron unos en contra de otros sin tener fe en la causa que estaban peleando […] esos hombres eran los más carentes de cristianismo (Sommers, 1974, p. 21). Confiesa a Poniatowska: “Yo siempre fui anticristero, me pareció siempre una guerra tonta del gobierno y del clero (Poniatowska, 1986, p. 148).
Entre 1926 y 1930, cuando él tiene entre nueve y trece años de edad, vive en San Gabriel, asevera: “La primaria (colegio de Religiosas de la Orden Francesa de las Josefinas) la hice en San Gabriel, ese es mi mundo y viví allí hasta los diez años”. Juan nace en Sayula, Jalisco, pero confiesa a Luis Harss (1978, p. 304), “yo tuve uso de razón en San Gabriel, allí jugué, tuve amigos, fui a la escuela, me siento de San Gabriel. Allí pasé los años de mi infancia. La infancia se nos arraiga hasta el final. En mí todavía pesa mucho”.
En 1927, su abuela Tiburcia Arias interna a él y a Severiano en el orfanatorio Luis Silva de Guadalajara -lugar para provincianos de medianos recursos-, cuando ambos quedan huérfanos. Ingresa al tercero de primaria y guarda un trauma: “lo único que aprendí allí fue a deprimirme. Era un sistema carcelario, un estado de depresión del que todavía no me he podido curar”.
Así, la lucha cristera que nos narra en su cuento, él sí la padece, además la muerte de sus padres va a determinar su infancia, pues confiesa a Sommers (1974, p. 21):
Yo tuve una infancia muy dura. […] Fui criado en un ambiente de fe. […] Una familia que se desintegró en un lugar que fue totalmente destruido. Desde mi padre y mi madre, inclusive todos los hermanos de mi padre fueron asesinados. Viví en una zona de devastación. No sólo de devastación humana, sino geográfica. Yo no viví una infancia feliz. Viví una época muy violenta. Después de la Revolución quedaron muchas gavillas que entraban al pueblo a matar. De los seis a los doce años sólo vi muertos en mi casa. Asesinaron a mi padre, a los hermanos de mi padre, a los abuelos: era una casa enlutada. El ámbito era de agitación y violencia. Pero de niño no lo comprendí. Eran […] llamémoslas tragedias.
Estos sucesos también determinan su carácter y su vida (Rulfo en llamas, 1994, pp. 57, 58, 62): “Yo soy un hombre triste por naturaleza. Ese querer aislarse de la vida, ¿por qué? Eran consecuencias de aquellos tiempos. Aparecieron tardíamente pero aparecieron”. Estos traumas van a estar presentes en su obra.
En 1936 regresa a San Gabriel, busca a los arrieros y a los hombres del campo, toma fotos y lee. Es tímido, se aísla, coge papel, pluma y llena páginas que enseguida destruye. En 1940 publica, “Un pedazo de noche”, que se convierte en el guion del cortometraje, Un pedazo de noche (1995).
Antes de pasar al tercer cuento, conviene revisar algunos datos posteriores de la vida de Rulfo. A mediados de 1932 tiene 15 años, egresa del orfanatorio Luis Silva e ingresa por tres años al Seminario Conciliar de San José, Guadalajara. Concluido su seminario, se aficiona por la fotografía y el alpinismo. En 1935 gana un concurso de fotografía en el diario tapatío El Occidental, viaja a México y, a instancias de su tío David Pérez Rulfo, ingresa al Colegio Militar, donde soporta tres semanas de internado y deserta.
En 1936 vive en Molino del Rey con su tío, que lo recomienda para ingresar como oficial de quinta en un archivo de la secretaría de gobernación. Intenta estudiar Leyes, Filosofía y Letras en San Ildefonso, pero no lo consigue, porque no le revalidan los cursos del Seminario; en ambas facultades asiste como oyente. De esa época confiesa a Fernando Benítez:
Asistía a los cursos de Antonio Caso, Lombardo, González Peña y Jiménez Rueda, pero aprendimos literatura en el café de Mascarones con José Luis Martínez y Alí Chumacero, gente toda venida de mi región. Comencé a leer a Korolenko, Andréiev, Hansum, Selma Lägerlof e Ibsen. Vivía en Molino del Rey con mi tío el coronel David Pérez Rulfo, miembro del estado mayor del general Ávila Camacho.
Ahora el tercer cuento… La política anti agraria de Manuel Ávila Camacho (1940-1946) de privatizar el campo y denegar solicitudes de tierra, agrava la situación y genera descontento entre los campesinos. Éstos, desesperados por la miseria, se desplazan a la ciudad para trabajar en las fábricas, o bien, emigran legal o ilegalmente a Estados Unidos, en busca de un salario en dólares, e inicia el bracerismo, como se aprecia en el cuento “Paso del norte” (p. 135):
De los ranchos bajaba la gente a los pueblos; de los pueblos, a las ciudades. En las ciudades la gente se perdía; se disolvía entre la gente.
-¿No sabe ónde me darán trabajo? Sí vete, a Ciudá Juárez. Te paso por doscientos pesos. Busca a fulano y dile que yo te mando. No vas a ir a Tejas, dile que quieres ir a Oregón. A cosechar manzanas o pegar durmientes. Volverás con muchos dólares.
Grandes caravanas de campesinos marchan del interior a la ciudad de México para pedir justicia al presidente y, ante la creciente demanda de campesinos por conseguir las tarjetas para ingresar a los Estados Unidos, aparecen el desorden y la corrupción en la entrega de ellas. En 1944, la capital ve en las calles a desesperados campesinos que buscan la visa norteamericana, lo cual confirma que la historia de nuestro país es una larga noche de injusticias al campesino. Los trenes con rumbo a la frontera van llenos.
A inicios de 1945, la Secretaría del Trabajo denuncia que varios diputados, como ahora, trafican con tarjetas que permiten a los campesinos emigrar a Estados Unidos como braceros (José Agustín, 1997, p. 54).
“-Señor aquí le traigo los doscientos pesos.
-Te voy a dar un papelito pa’ nuestro amigo de Ciudá Juárez. Él te pasará la frontera. Aquí va el domicilio y teléfono pa´ que lo localices […] No pierdas la tarjeta (Rulfo, 1994, p. 136)”.
Mientras esto sucede en el área rural que bien conoce Rulfo, en la ciudad de México crece el descontento popular, la mayoría padece para sobrevivir y la carestía aumenta en 1942. Es cierto que domina la escasez y el aumento de precios, pero en la ciudad florecen los salones de baile, la industria fílmica -época de oro- y musical en la radio, como se nota en el cuento “Paso del Norte”, título de la canción de Felipe Valdés Leal que registró en 1941 en E. U.
En el medio musical, aparecen gramófonos y compañías grabadoras, proliferan salones de baile y orquestas danzoneras (Jara Gámez, 1994, p. 115; Flores, Escalante, 1993, pp. 120-121), se establecen radiodifusoras y se populariza la radio que transmite música popular, música de moda para la clase media y alta que oye el furor americano del swing y del jazz. En “Paso del norte (p. 131)”, Rulfo menciona estos elementos: “El Carmelo trajo un gramófono y cobra la música a cinco centavos. Desde un danzón hasta la Anderson esa que canta canciones tristes (jazz y canto espiritual)”.
Durante el periodo de Ávila Camacho, Rulfo conoce la trágica situación de su región y del país, así como el engaño de la “reforma agraria” y opina:
Vi cómo nació la reforma agraria. La tierra se la repartieron el peluquero, el carpintero y el albañil; pero el campesino se quedó sin tierra […]. Eso de que le vamos a ayudar al campesino es un mito. Y propone que, haciendo desaparecer la parcela individual: sólo deben de quedar el ejido colectivo o la cooperativa. Hay que acabar con el latifundio (Rulfo en llamas, 1989, pp. 63-65).
En 1943 en Guadalajara, como inspector en la oficina de migración de la Secretaría de Gobernación, presencia el peregrinar de los campesinos por las ciudades, como ahora. Confiesa en 1980 a Benítez (Dante Medina, 1989, p. 352): “El pueblo donde yo descubrí la soledad, porque todos se van de braceros, se llama Tuxcacuezco, pero puede ser Tuxcacuezco o puede ser otro”. Y de su estancia en la capital expresa: “He vivido cuarenta y cinco años en la ciudad de México y a mí no me dice nada. Para mí la capital es completamente extraña, triste y violenta”.
De modo que también en este cuento él nos narra lo que vive y observa como ciudadano y como inspector de la oficina de migración, y critica el engaño de la reforma agraria durante el periodo de Manuel Ávila Camacho, que origina el abandono de las tierras del campo, el peregrinar y la explotación de los campesinos en las grandes ciudades y en la capital del país.
En conclusión, ante la pobreza de los campesinos hay dos respuestas en dos ámbitos diferentes. Una. Si nadie alza la voz por nuestros campesinos, ¿quién la debe alzar? El escritor Gerardo Cornejo (2003, p. 1), que como Rulfo también conoce y critica la miseria en la que se hallan sumidos los habitantes de la sierra de Sinaloa, propone, “Ante esa situación, ¿con qué responde el escritor? ¿Cómo canaliza su indignación y su impotencia? Pues con lo que sabe hacer: con literatura”. Con literatura responde Rulfo y canaliza, de manera sutil, su indignación e impotencia ante la explotación de los campesinos marginados.
Y dos. El Che Guevara al ser capturado el 8 de octubre de 1967, ante la pregunta del teniente coronel boliviano, Andrés Selich (Manguel, 2001, p. 82): “¿Por qué decidió operar en nuestro país?”, él responde a su captor: “Usted no ve cómo están los campesinos bolivianos? Viven en una miseria que encoge el corazón. El boliviano vive sin esperanza. Muere tal como nació, sin que su condición humana haya mejorado ni un poco”. Esta es la misma situación que Rulfo refleja, veinte años antes de él, en sus textos de nuestros campesinos y también nos transmite la misma sensación de desesperanza.
A más de medio siglo de los escritos de Rulfo la situación de nuestros campesinos no ha cambiado en los estados de nuestro país. Tampoco cambiaron los políticos, como los de “Paso del Norte”, sólo cambiaron de nombre, época y piel, pero sus actos de corrupción, impunidad y explotación a los campesinos siguen siendo los mismos que denuncia Rulfo en sus cuentos. Tampoco ha cambiado la explotación de la fe por los clérigos, como el cuento “La noche que lo dejaron solo”, a los seguidores fanáticos creyentes, analfabetas, así como su matrimonio con los políticos de entonces y ahora en este siglo XXI.
Tampoco ha cambiado la situación de pobreza de nuestros campesinos, más bien todas las instituciones los explotan. Antes como ahora nuestros campesinos pasan directo de su pueblo a los E. U., sin transitar por la ciudad de México, por eso creen que llegaron al Paraíso de los E. U. Antes, como ahora, nadie los defiende, son presa fácil de los narcotraficantes, aliados con los poderosos políticos y gobiernos local o federal, o los norteamericanos fascistas que cazan a los migrantes.
Más bien ahora su situación ha empeorado. Porque si antes los explotaban los coyotes, la migra, y los mataban al cruzar el río Bravo, ahora los secuestran los narcotraficantes, piden rescate por ellos a sus familiares, trafican con sus órganos, las prostituyen, los usan para introducir la droga a los E. U. o los matan.
Estas atrocidades les acometen a los humildes migrantes de México, de Latinoamérica, Ucrania, África o Turquía, así como el fanatismo religioso, sin importar que sean católicos, cristianos, musulmanes o judíos. Esto corresponde a todos los explotados del mundo. En eso radica la universalidad de Rulfo, en reflejar la situación del ser humano, sin importar país o época.
Bueno, espero haber demostrado en este texto que Rulfo camufla los hechos en sus cuentos, pero si profundizamos en su vida y obra, hallamos la historia de nuestro país y de su vida. También espero haber demostrado que sí hay datos autobiográficos en lo que Rulfo ha escrito, que los hechos históricos y biográficos narrados en sus cuentos, sí sucedieron en la realidad, a pesar de que lo niegue; que los hechos de su infancia fueron piedra áspera que, a fuerza de mazo, rompió en pedazos, los molió, convirtió en tierra, los tamizó en la artesa de su mente y transformó en fina arenisca que proyectó, como sus fotografías de color sepia, en bellas imágenes literarias.
Él se apoya en su origen y realidad, en la angustia y la nostalgia, acumuladas en su niñez y, en un acto catártico, las sublima y transforma en arte. Con el hilo de su tinta nos hipnotiza la mirada y ata nuestras manos a sus líneas. Ya cautivos, nos lleva jalando a su pueblo natal. Caminamos por veredas llenas de palabras.
Nos detiene en los puntos y comas. Nos sube por las letras mayúsculas y desciende a planicies de minúsculas. Nos permite el descanso y nos cuenta sus anécdotas, porque en el relato él se purifica y nos carga con su angustia. A través de sus cuentos trata lo particular -su vida, su región y su país- y, a través de su interpretación, lo vuelve poético y universal.
REFERENCIAS
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_ Entrevista a Juan Rulfo luego de la obtención del Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Televisión española, 1983. Consultado el 23 de mayo 2016 .
Puebla, 1956. Ensayista, narrador y traductor. Licenciado en Letras Clásicas y Maestro en Literatura Iberoamericana (UNAM). Es coordinador de la Colección Bilingüe de Autores Grecolatinos, dirigida al Bachillerato de la UNAM y es profesor-investigador de la UNAM (CCH Azcapotzalco), donde imparte las materias de Griego y Taller de Lectura y Redacción. Su obra incluye: Poesía erótica: Safo, Teócrito y Catulo (UNAM-CCH, 2020), Teócrito: poemas de amor, desamor y otros mitos (UAM-A, 2019), Pétalos en el aula. La docencia, lecto-escritura y argumentación (UNAM-CCH, 2018), Totalmente desnuda. Vida de Nahui Olin (Conaculta-IVEC, 2013). Ha colaborado en las revistas, Tema y Variaciones de Literatura, Texto Crítico, Liminar, La digna Metáfora, CambiaVías, Eutopía y Poiética.