Carlos Rodríguez y Quezada
Interesante acercamiento a la historia regional y local de un país que inició su fragmentación en 6 repúblicas en 1991 y la concluyó en 2006, luego de una guerra intestina. Todo ello desde la remembranza de un río, mejor dicho de un puente que resume episodios trascendentes y recuerdos.
Al introducirnos al fascinante mundo de la literatura, conviene recordar a un autor poco conocido en la actualidad, oriundo de un país que ya no existe: Yugoslavia. El título de este testimonio corresponde al mismo de uno de los libros más conocidos del prolífico novelista yugoslavo nacido en 1892 en Bosnia, Ivo Andric, Premio Nobel de Literatura en 1961.
El Drina es un río que nace en Durmitor, un nudo montañoso situado entre Bosnia y Herzegovina, Serbia y Montenegro, y deposita sus aguas en el Sava, uno de los afluentes más importantes del Danubio, al cual el Sava se une precisamente en las meras narices de la ciudad de Belgrado.
Como río, el Drina no tiene nada de particular ni de diferente con el resto de los ríos. Pero su puente sí es distinto, sobre todo por la extraordinaria narración que hace Ivo Andric en su libro. Es fascinante ver cómo Andric va construyendo un relato que da vida a un pueblo, a mucha gente, a un país, a una región balcánica siempre en ebullición, a través de muchos años de historia, desde el momento mismo de 1577 en que el famoso puente comienza a levantarse en el siglo XVI, hasta concluir su relato principios del siglo XX. Es necesario leer esta obra para conocer y, por ende, para entender lo que ocurrió en la guerra de diez años que agobió a la ex Yugoslavia.
En aquellos tiempos del imperio otomano, un gran visir, de nombre Mehmed Pachá, oriundo de una población cercana a Visegrad, tuvo la sabia ocurrencia de ordenar la construcción de un puente que uniese las dos orillas habitadas, una, por población musulmana, y la otra, por población cristiana. El gran sueño del visir fue precisamente integrar ambas poblaciones; darles oportunidad de incrementar el intercambio comercial y empujar a la ciudad a mejores niveles de comunicación con el resto de aquella región, ahora conocida como Bosnia y Herzegovina.
En Visegrad, ciudad donde se construyó el puente, ocurren en el libro de Andric toda clase de acontecimientos, pasan infinidad de personajes, discurren historias cómicas y dramáticas, en su mayoría, y de leyenda, sobre todo, como aquélla que cuenta que toda construcción que se hacía en el puente durante el día, una fuerza sobrenatural lo destruía por la noche. Las aguas del propio Drina aconsejaron al famoso arquitecto Radé (diseñador y constructor del puente) a encontrar dos hermanos gemelos para que los emparedara en el puente. A fin de que la madre los pudiese amamantar, Radé construyó dos ventanas falsas por las cuales desde hace siglos brota extrañamente un líquido blanco durante alguna temporada del año.
Durante unos cinco siglos el imperio otomano dominó la región y todos los habitantes sabían muy bien lo que significaba ese dominio. Aquél que se portaba mal, mal le iba, sin duda alguna. Tal fue el caso de Radislav, un poderoso jefe serbio, que en los inicios de la construcción del puente se opuso a éste destruyendo, al amparo de la noche, todo lo que se había construído durante el día, haciendo correr la versión, al propio tiempo, de que un espíritu del mal se oponía a la edificación del puente. Descubierto finalmente por los turcos, Andric relata que Radislav enfrentó, ante la población atemorizada de Visegrad, la misma suerte que corrieron miles de habitantes de los Balcanes: fue “empalado”, procedimiento brutal aplicado por los otomanos, según el cual una vara larga y delgada untada de sebo es introducida a un lado del recto y sale por el omóplato, sin afectar los órganos principales, produciendo una agonía larga y dolorosa en extremo. La narración de Andric de este acontecimiento es espeluznante.
El puente es actor destacado de todos los acontecimientos históricos de la ciudad y de la región, hasta que a fines del siglo XIX las fuerzas turcas son aniquiladas por el ejército austro-húngaro y Bosnia y Herzegovina pasa a ser territorio del poderoso imperio centro – europeo. El siglo XX es de terrible memoria para el famoso puente, porque en los primeros años las fuerzas serbias que pelean contra los austro-húngaros, afectan su estructura con algunas salvas de cañón. Aun cuando el puente no es destruido en su totalidad, después de varios siglos los habitantes de Visegrad quedaron separados uno del otro, al menos por corto tiempo, mientras era reparado en su versión original. Y así continuó hasta nuestros días, aún en los turbulentos años de la guerra en la ex Yugoslavia.
Otro puente, igual de famoso en Bosnia, es el de la ciudad de Mostar, construido en el siglo XVI en los primeros tiempos de Suleimán el Magnífico (más o menos por las mismas épocas en que se levantó el del río Drina). El “Puente Viejo” fue terminado de edificar en 1566 por los otomanos. Este puente sí fue alcanzado por el fragor de la violencia pues fue destruido por croatas de Bosnia durante la guerra de la ex Yugoslavia. En esos años era frecuente ver flotar cientos de cadáveres sobre las aguas de un río Neretva color rojo, producto de la sangre derramada de los combatientes.
El espectáculo sin el puente de Mostar fue desolador, sinónimo del odio, la violencia y la intolerancia. El 9 de noviembre de 1993, víctima del continuo bombardeo del ejército croata, el “puente viejo” se precipitó sobre las aguas del Neretva. Al concluir la guerra, los habitantes de la orilla izquierda (musulmanes), se propusieron construirlo y para ello fueron a las canteras donde se extrajeron las rocas que se utilizaron para el primero y trataron de obtener recursos para levantarlo de nuevo. Después de varios años lo lograron. Los habitantes de la otra orilla (católicos) los observaron con recelo, pues decían -y dicen-, que es mejor dejar las cosas como estaban, pues así estaban -y están- bien. El puente ha sido reconstruido con financiamiento internacional, pero las poblaciones musulmana y católica, en ambas riberas del río Neretva, no se notan muy entusiasmadas en una nueva integración. Algunos historiadores serbios sostienen la teoría de que en el estuario del Neretva en el Adriático croata, existió la famosa ciudad de Troya.
Ivo Andric tuvo intensa comunicación epistolar con el Premio Nobel mexicano Octavio Paz. Ivo Andric no vivió para ver la violencia desatada en su país, ni fue testigo de la caída del puente de Mostar. Falleció en Belgrado en 1975. Su obra literaria completa, refleja los avatares de una región que ha sufrido lo indecible debido a la imposición de propios y extraños que propusieron la fuerza y la violencia como única condición para vivir.