Ensayo de un feminicidio

Miguel Ángel Echegaray

Ameno texto que desvela el trasfondo de una obra cinematográfica clásica del cine mexicano, fundamentalmente la contraposición de dos visiones creativas plasmadas a través de imágenes y texto. Todo ello motivado por la recurrencia de episodios criminales verídicos que confirman que el eterno retorno es más realidad, que mito.

En una columna reciente Héctor de Mauleón se pregunta: “¿Cuánto tarda un demonio en regresar a la Tierra?, a propósito de la confesión del esperpéntico “asesino serial de Ecatepec” (encarcelado ya hace unas semanas), y se remite al año de 1942, cuando fue publicada la confesión de “El estrangulador de Tacuba”, Gregorio Cárdenas Hernández, asesino de mujeres.

No puedo asegurarlo por completo, pero me parece que el horror criminal desatado por Goyo Cárdenas influyó de alguna manera en la escritura de “Ensayo de un crimen” de Rodolfo Usigli, editada dos años después. No era una recreación, acaso, la sugerencia de que tales demonios existen, en potencia. 

La criminalidad incomprensible de sus actores, antes como ahora intacta, derivó tanto en un capítulo memorable de la nota roja, como en su ficción literaria y cinematográfica. No tuvo mayor trascendencia, diríamos, psicosocial. Apenas, en un zafarrancho historiable.

En la biblioteca de la familia Usigli figura una edición de “Ensayo de un crimen” con una dedicatoria que dice a la letra: “Para Sandro, Ana Lavinia, Leonardo, esta vieja novela traicionada por Buñuel. Con amor, Rodolfo. Oslo, 1968”.

Más de trece años habían transcurrido desde el estreno en 1955 de la película casi homónima, y veinticuatro de la primera edición de la novela, la cual conserva hasta hoy el apresurado calificativo de “narración policiaca”. El episodio, además de comentado en los corrillos del séptimo arte de aquel momento, ha sido motivo de indagaciones académicas sobre las relaciones, no siempre amables ni fieles, sostenidas por la literatura y la cinematografía.

Sinopsis: El actor Ernesto Alonso adquirió los derechos de la novela de su maestro de teatro Rodolfo Usigli y propuso que Luis Buñuel la filmara. Como ya se conocían, pues colaboraron antes en la escritura del guión de Susana (1951), se pusieron a trabajar en el nuevo proyecto. Pero, luego de varias sesiones, según reconoció más tarde el tamborilero de Calanda, no pudieron llegar a ningún acuerdo porque Usigli no permitía que se hiciera cambio alguno a su novela.

Luego, Usigli se ausentó de México y cuando retornó de un viaje a Nueva York se encontró con que la película ya se había estrenado y la adaptación nada tenía que ver con su libro. Sobrevino el reclamo airado y Buñuel fue sometido a duros reproches y críticas en una asamblea del Sindicato de Autores de Cine, librándose de la condena gremial al declarar que en los créditos del filme se consigna claramente: “inspirada en la novela…”. Entonces fue exculpado. Además, tales créditos señalaban también que el guión se debía a Rodolfo Usigli, Eduardo Ugarte y Luis Buñuel. Es difícil discernir qué aportó Usigli, si es que aportó algo además de su narración; qué añadió o modificó Ugarte y qué apuntó el aragonés, no muy dado a escribir con holgura.

Desafortunadamente el guión no está a la mano, pues el Archivo de Buñuel, depositado por sus hijos en la Filmoteca Española, no lo registra en sus haberes. Tampoco se cuenta con el testimonio de Eduardo Ugarte, quien falleció el mismo año de 1955 cuando principió la exhibición comercial de la película y que, por cierto, duró unas cuantas semanas en cartelera. Es decir, duró mucho menos tiempo en exhibición  que el enojo de Usigli. 

Por aquellos años todavía no se había hecho presente la manía de un cierto público cinéfilo de comparar letras con imágenes en movimiento, como ocurriría posteriormente con las reiterativas comparaciones, por ejemplo, de Muerte en Venecia de Visconti y el relato antecedente de Thomas Mann.

Pasado el tiempo, cuando el episodio se convirtió en anécdota, ambos contendientes lo recordarían por separado. A Usigli, según le dijo a Max Aub, lo exasperó el terco “instinto absurdo de recurrir a imágenes católicas, de la misma manera que hizo intervenir unas monjas, que mueren de una manera trágica y totalmente gratuita”. En realidad, es una sola monja la que aparece y que al huir de su perseguidor se precipita dentro del cubo de un elevador.

Buñuel, por su parte, concebía la película como un divertimento y una especie de situación feliz pero absurda y explicó, también a Max Aub, “que en el extranjero ha gustado mucho más que en México. Y a mí no me atrae gran cosa, quitando algunos momentos”.

Aunque no se refería únicamente a Ensayo de un crimen o La vida criminal de Archibaldo Cruz (título con que se proyecto en las salas francesas), Aub concluiría: “Luis ha hecho siempre la misma película, pero cada vez la ha contado de un modo distinto”.

La duda persiste: si en verdad colaboró Usigli en el guión, las conjeturas se reparten en varias preguntas y consideraciones.¿ Imaginó que la película se filmaría de acuerdo al tiempo lineal y progresivo de la novela? ¡Frente a un convencido de la elipsis y la metáfora como fue Buñuel! ¿Que la identidad física de sus personajes, especialmente los femeninos, siempre intimidados, mantendría su adecuada verosimilitud? ¡La decadente y conflictiva Patricia Terrazas fue convertida en una alocada y frívola beldad! ¿Que el nombre de Roberto, protagonista central, tan común y creíble, se cambiaría por el extravagante de Archibaldo?

¿Que el inspector Herrera no se esfumaría por completo de los escenarios de los crímenes cometidos principalmente contra mujeres por otras manos? ¿Qué la atractiva señora De Cervantes, madre de Carlota, no abandonaría nunca su condición de elegante Celestina de su hija? ¿Qué Roberto De la Cruz reafirmaría su condición de golfo dedicado a jugar por las noches al póker? ¡Le cambiaron el oficio y Buñuel lo transformó en un galante ceramista aficionado!

¿Qué la pieza envolvente The Skater’s Waltz, Op183 de Waldteufel, instigadora de la fiebre asesina de De la Cruz (la voz interna de la que habla hoy el asesino de Ecatepec), no sería sustituida por una tonadita infantil que salía de la fetichista cajita de música? En todo caso, la traición musical la cometió el compositor Jorge Pérez. El único ganancioso, al parecer, fue el notable fotógrafo Agustín Jiménez que obtuvo un Ariel por su trabajo en la cinta.

En suma, no se sabe con seguridad lo que Usigli confiaba que ocurriría con su historia y dónde irían a parar sus personajes. La adaptación quizá no fue lo que el dramaturgo esperaba, pero se echa de ver que Buñuel leyó a conciencia la novela. Este es un flanco que sus tratadistas no han ponderado suficientemente: el de un lector formidable y meticuloso. Lo que no significa que su imaginación peliculesca buscara realizar meras transcripciones de los libros que leía.

Puede ser que la literatura no le interesara en sí misma, sino solo el esqueleto de las historias que esta encerraba. Se cuenta que por contrato debía hacer primero unas cuantas cintas que fueran rentables y en la siguiente podría producir lo que le viniera en gana. Por eso se reservaba para más adelante la filmación de las historias que extrajo de las novelas de Benito Pérez Galdós: Tristana, Nazarín y Halma (Viridiana). Ninguna de éstas adaptaciones fue fiel a los relatos originales, pero tampoco se jactó de eclipsarlos, como tampoco se puede precisar si Ensayo de un crimen perteneció a la cuota de cintas rentables que estuvo obligado a dirigir.

Importa decir también, especulación por supuesto, que en cierta medida Buñuel parece dar por sentado que sus amigos y espectadores más apreciados conocían y habían leído antes las novelas que intervino cinematográficamente; que entendían por descontado su trama y por eso era bastante legible la recreación que él proponía en la pantalla. Suena paradójico, pero quien lee antes la narración de Usigli o las de Pérez Galdós, entiende cabalmente, sin comparaciones odiosas, lo que sí logró traducir en imágenes. 

En el desencuentro entre Usigli y Buñuel se asoma una coincidencia inequívoca: el mutuo interés por los deseos criminales frustrados de Roberto o Archibaldo De la Cruz; ambos le imprimen un carácter un tanto fársico e inane a la obsesión del personaje por ser alguien en la vida: “un santo o un gran criminal”. Está en la novela y está en la película. Es tan anodino e inútil el personaje protagónico, que solamente cree poder redimirse y ser alguien mediante el crimen gratuito o la renuncia a éste por otra obsesión: el amor verdadero de una mujer.

Es probable que Usigli pensara que la película potenciaría aún más la importancia literaria de su novela, de la que se sentía particularmente orgulloso, de la misma manera que la puesta en escena de su teatro potenciaba todavía más su dramaturgia. Mostrarse, en suma, ante el mayor número posible de personas.

En todo caso, él tenía una personalidad compleja, celosa e intimidante. Hacedor de retratos instantáneos, José Moreno Villa desde su juventud amigo de Buñuel, lo describió del siguiente modo: “Se me ocurre empezar por sus nombres. Rodolfo, nombre germánico; Usigli, nombre italiano. Aunque el germánico se escribe Rudolf, al españolizarlo resulta con tres admirativas oes. A éstas van a seguir las dos penetrantes, insinuantes íes y la u del apellido italiano. No vemos una a, ni una e para un remedio, y esto me parece ya un designio, porque éstas son las vocales menos dramáticas. Las suyas meten miedo. U…O…I…”.

Extrañeza y miedo que se disiparon cuando, sin buscarla, cayó en sus manos Ensayo de un crimen y la leyó como “se leen los buenos libros de diversión, sin notar que está uno leyendo, arrastrados por el interés del asunto y sin tropezar con alambicamientos de lenguaje ni falsedades ni incongruencias”. Además de que la leyó en edad madura, “en que ya no se resisten tantas cosas como antes”.

Por casualidad también, días después de su lectura, Moreno Villa se topó con Usigli en la puerta de Sanborns y le expresó sus felicitaciones y se volvieron amigos porque “sin duda comprendió que en mis palabras había otra cosa que lisonja: veracidad”.

En nuestros días, afortunadamente, se encuentran disponibles nuevas ediciones de la novela (editorial Cal y Arena), y la película se puede ver en Internet. Son un modo de atisbar el incompresible retorno cíclico de un “demonio a la Tierra”. Ni una ni otra están demás.