En los feudos de Afrodita

Samuel Máynez Champion


Los referentes utilizados por el autor ofrecen siempre al lector pistas sobre los móviles creativos de compositores de antaño y hogaño.  Esta ocasión, realiza un itinerario minúsculo, de gran inventiva, sobre la mítica figura de Afrodita.

A Cecilia Piñero, en su onomástico

Según una variante del mito, durante las refriegas de la “Guerra de Titanes”, Cronos se sirve de una hoz adamantina para poner fuera de combate al impetuoso Urano, su padre. El acto parricida consiste en rebanarle los testículos justo en el momento en que aquel se halla en el lecho con su consorte Gea, diosa de la tierra y madre del obediente agresor. La causa aducida es que Urano quería impedir que Gea pariera más hijos. Lograda la castración, Cronos arroja al mar las gónadas paternas, de las que surge, entre la blanca espuma, una criatura adulta de una hermosura tal, que se convierte en Afrodita, la incitadora de la lujuria, la sexualidad y el amor entre hembras y machos ‒para promover aquel entre hombres está Eros‒ que se adorará obsesivamente en la antigua Grecia.

Si afinamos los detalles, hay que decir que Afrodita es de las pocas deidades que contrae nupcias, sin embargo, eso no le impide ejercer su sexualidad con cuanto varón le place. Uno de estos es el famoso Adonis. Y ya incorporada por los romanos a su propio panteón, Afrodita se transforma en la diosa Venere, o Venus, a la que todo ciudadano en plenitud de facultades amatorias debe rendirle pleitesía. Del sincretismo grecolatino derivan los afrodisiacos y las enfermedades venéreas, amén de la etimología del día viernes y del verbo venerar. ¿Y cómo podríamos vincular el culto a ambas divinidades con la música y sus hacedores?… De la manera más simple posible, es decir, asumiendo que también en los escultores del sonido existe una pulsión irrefrenable que los empuja, por vía glandular, a aproximarse a la meta de sus anhelos, y que a través de dichas aproximaciones se han plasmado cientos de miles de composiciones. Acerquémonos, pues, a algunas de las cimas de este inagotable acervo.

En el primer caso tenemos a un individuo que nace y muere en viernes ‒el 4 de marzo de 1678 y el 28 de julio de 1741 respectivamente‒ y que, por decisión familiar, es constreñido a estudiar en un seminario. En concordancia con el día de su alumbramiento no late en su seno una gran vocación religiosa. Una vez tomados los hábitos, el sujeto se las ingenia para evadir las obligaciones del sacerdocio embarcándose, en su condición de músico, en tareas magisteriales que le dejen espacio para sus holganzas creativas y, por qué no, para otras que, lamentablemente, no son bien vistas en los hombres de fe. Entre las Bettinas, Biancas, Candidas, Catterinas, Claudias, Fortunatas, Giuseppinas, Lorenzas, Lucietas, Maddalenas, Margheritas, Pellegrinas, Pierinas, Prudencias y Teresas que aparecen mencionadas en sus partituras, hay una tal Anna María que es dedicataria de 25 conciertos para violín y de dos para viola d´amore. [1] Para aumentar la sospecha, en los conciertos de viola el nombre se entrevera en un acróstico, o sea, el desobligado abad escribió “con AMore” poniendo las iniciales con una letra más esmerada y en tres niveles (La A en un primer plano, la M en el siguiente y el resto en el nivel más bajo.) Sobre la identidad del sujeto digamos que el mundo lo conoce como autor de las Quattro Stagioni y en cuanto al alcance de los devaneos con sus alumnas es preferible no pronunciarnos.

Reservado para el segundo lugar tenemos a un niño prodigio que al volverse víctima de la actividad endócrina encuentra arduos los medios para canalizarla. Es, en realidad, un portento de la música pero para muchas mujeres resulta una suerte de Hefesto, el marido de Afrodita que, recordemos, no brilló por su donosura. Para más señas se llama Wolfgang Amadeus Mozart. Durante sus mocedades se enamora de una prima pero, quizá, las descargas de testosterona que le provoca no llegan a buen puerto. Debe esperar a cumplir 21 años para conocer a una damisela que, ahora sí, le produce tales arrebatos internos que busca la manera de hacérselo saber. La salida más práctica es cortejarla mediante sus poderes compositivos. Para ella que era soprano escribe 7 arias [2] y le ofrece los roles de prima donna en las puestas en escena de sus óperas Don Giovanni y Die entführung aus dem serail, mejor conocida como “El rapto en el serrallo”. Empero, la diva se hace del rogar y lo deja con un palmo de narices maridándose con un pintor que lega para la posteridad un retrato ‒queda trunco‒ del desairado. Para mitigar los embates de Afrodita Mozart proyecta su libido con una hermana fea de la cantante. Con esta sí tuvo acogida.

Para el tercer puesto no puede faltar la presencia de Beethoven, cuya vida sentimental queda siempre en entredicho. Se habla de una amada inmortal, mas no hay certeza sobre su identidad y tampoco que realmente la haya habido. Lo único cierto es que para el divinizado sordo hay pocas opciones, salvo tornarse cultor de Onán y hacer su luchita con algunas doncellas que, verosímilmente, no ceden ante los cortejos musicales con que las atosiga. Una de estas es la condesita Josephine de Clary a quien conoce en Praga en medio de una gira como pianista virtuoso. De ella inferimos que toca la mandolina pobremente y que organiza veladas musicales en su domicilio. Sin que obste la menguada excelencia de las ejecuciones intuidas, Beethoven le compone cuatro obras (Dos Sonatinas, un Adagio y un Andante con variazioni) [3] con la esperanza de, habiéndolas tocado juntos, lograr disolver dentro de ella la quemazón que lo aqueja.  Los fallidos afrodisiacos sonoros se publican póstumamente ‒un siglo después del deceso del autor‒ sin número de Opus. Tienen asignados los WoO 43a, 43b, 44a y 44b. No ha faltado el escritor que ha propuesto, dada la elemental rusticidad de las obritas, que a la inaccesible pretensa le habrían faltado dedos en la manos… El resto podríamos colmarlo con ánimos novelescos.

En el cuarto caso contamos con un verdadero semental que se aprovecha de su notoriedad como concertista para llevar a cabo sus felonías donjuanescas. A su fama se le anexa una conspicua fortuna que, de no ser por sus apuestas en los casinos, intenta no dilapidar, y eso lo hace más apetecible. Su nombre, Nicoló Paganini, aparece registrado en los anales de la prisión de Génova, donde debe descontar una condena por haber seducido a una menor de edad, una cierta Angela Cavanna, que de angelical, sostienen los familiares del acusado, no tiene mucho. A la postre, la adolescente da a luz un niño muerto, al seductor se le manifiesta una enfermedad venérea y el estigma del encarcelamiento perdura, sin importar que sólo haya sido por ocho días. Como podemos suponer, la reclusión no cumple su cometido ‒rara vez lo hace‒, pues el ex presidiario no tarda en volver a las andanzas. En un viaje por Nápoles conoce a una joven guitarrista, de catorce años de edad, pero antes de intentar arrastrarla hacia un infecto hostal le propone matrimonio. Para validar su endeble compromiso le ofrenda una serie de ghiribizzi o caprichos para guitarra, en los que destaca una mañosa transcripción del aria del Don Giovanni de Mozart Là ci darem la mano, là mi dirai di sí [4] que, en su obviedad, trasluce su cinismo: aquello que menos puede atraerle hacia la chica es asirla de manos…

Para cerrar la galería de personajes venerables presentamos a un compositor mexicano a quien le correspondió en 2013 una celebración por el primer centenario de su natalicio. Se trata del chihuahuense Ventura Romero cuya vena melódica produce verdaderas perlas comerciales. Para mayor referencia, Romero ve la luz en San Buenaventura, Chihuahua, el 2 de mayo de 1913, y después de iniciar los estudios musicales en su tierra emigra a la Ciudad de México, donde es alumno del Conservatorio Nacional y la Escuela Superior Nocturna de Música. Muchos lo recuerdan por sus canciones La burrita y Gavilán Pollero, las cuales lo hacen merecedor de galardones como el diploma que concede nuestra Sociedad de Autores y Compositores. En otra de las obras mejor logradas de su catálogo ‒Madrigal‒ encontramos que nombra a una linda Susana como venero de inspiración. [5] Por su indiscutible valía, la canción es acreedora del Calendario Azteca de Oro. Para exaltar el decaído orgullo patrio, nuestro connacional es el único de este grupo de artífices del sonido que, sin medrar en los coqueteos con Afrodita, consolida una vida afectiva plena y un matrimonio aceptablemente venturoso. ¡Viva México!


Notas-. 

[1] Se recomienda la audición del Largo del concierto para viola d´amore RV 397 de Antonio Vivaldi.

[2] Se sugiere la escucha del aria Ah, non sai quale pena sia Kv 416 de Wolfgang Amadeus Mozart.

[3] Se aconseja escuchar la sonatina en Do mayor Wo0 44 para mandolina y piano de Ludwig van Beethoven.

[4] Se sugiere la degustación del Ghiribizzo n° 20 para guitarra de Nicoló Paganini.

[5] Se apela los mejores sentimientos nacionalistas para escuchar el Madrigal de Ventura Romero con el justo deleite que la obra suscita.