EL PRINCIPE-PRINCESA Y OTROS CUENTOS (8/8)

Luis Ayhllón

Se presenta el último de los ocho relatos escénicos que el autor ha compartido desde hace varios números con los lectores de cambiavías. Esta entrega es la tercera parte que componen Los Bosques Sagrados.

Los bosques sagrados III

1

– ¿Quién es?
– Un cazador.
– Lleva una hacha gigante.
– Sí, ya la vi.
– ¿Qué hacemos?
– Sólo cállate y sé una leprosa.
– ¿A qué te refieres?
– A que te comportes.
– ¿Las leprosas no hablan?
– Sí, pero… cierra la boca, ¿sí?
– …
– …
– …
– …
– ¿Adónde van?
– No lo sabemos bien. Sólo vamos de paso.
– No pueden pasar.
– Sólo somos un par de leprosas.
– ¿De dónde vienen?
– No se acerque demasiado pues nuestro mal es contagioso. ¿Quiere llenarse de llagas?
– Me gustan así.
– ¿Leprosas? ¿Purulentas?
– No, inteligentes.
– No somos inteligentes. Somos unas babosas.
– ¿Adónde van?
– No llevamos un rumbo definido. Sólo sobrevivimos.
– Sí.
– Sólo eso.
– Sí.
– No se muevan.
– …
– Hay algo que deben saber. Los bosques no son lo que solían ser. Los bosques eran sagrados, y como tales, había reglas muy específicas, mitos y tradición oral. Ahora, desde las flores de Fukushima, el sobrecalentamiento global y los payasos de las hamburguesas, ya nada es lo mismo. Lo sagrado se volvió turístico y las criaturas, pues, ya no son lo que eran.

2

– …
– Ese conejo que llevan en las tripas, qué buena puntada, por cierto, ese conejo, ese conejo, no era muy brillante. Antes, quienes se encargaban de vigilar y reportar la invasión de extraños, eran criaturitas audaces, convincentes.
– …
– Debido a que los tiempos han cambiado, ahora, cada quién tiene sus propios códigos.
– …
– Códigos que dependen de cada persona. Nos hemos vuelto individualistas.
– …
– …
– Pues todo lo que comenta es muy interesante. Nos ha hecho reflexionar. Con permiso.
– No te hagas la chistosa.
– No es ninguna broma. Nos llevaremos sus palabras y las usaremos en momentos de cavilaciones intensas. Se lo prometo.
– No, niña. No.
– …
– …
– Estamos llenas de mierda.
– Las voy a enjuagar en el estanque.
– Somos unas niñas.
– ¿Y eso qué? Miren, no van a interrumpir su viaje. No soy esa clase de gente. Después del numerito, se largan y todos felices.
– ¿Por qué?
– Hace algún tiempo, un par de niñas me convencieron de seguir su camino, hice lo que me pedían y ya…
– ¿Ya, qué?
– Pues, nada. Cuando ayudas a la gente… la gente no es agradecida. Las niñas se fueron. Y nadie supo nunca que les tendí una mano. La generosidad es ciega, pero también Dios ante los actos que la usan.
– No entiendo.
– A lo mejor ya son grandes, las niñas esas, ¿y sabes qué lugar tengo en sus recuerdos?
– No.
– Ninguno. No soy nadie para ellas.
– Para/
– Yo quiero estar siempre en su mente; que siempre me recuerden.
– Siempre te vamos a recordar.
– No, no, no. Me refiero/
– ¿Cómo no te vamos a recordar con semejante hacha?
– Sí, ¿cómo?
– El hacha es para cazar. Qué linda voz la de la pequeña. ¿Ya sangró?

3

– No.
– Pues, mejor. La sangre contamina.
– Sólo a mí, por favor.
– No, no, no. Van a poder seguir por el camino, pero tienen que obedecer.
– Sólo déjame hablar con ella.
– Hazlo.

– ¿Y si le quitamos la hacha?
– Es muy grande. Nos va a hacer picadillo.
– ¿Y si nos tomamos el veneno?
– No lo sé.
– ¿Tú quieres?
– Sí, creo que lo mejor es morir.
– Pero no has vivido cosas bonitas.
– Pues, no. Ni tú tampoco.
– Pues, no.
– …
– ¿Qué hacemos?
– No lo sé.
– ¿Y qué nos va a hacer?
– Nos va a deshonrar.
– Ah.
– ¿Sabes lo que es deshonrar?
– Claro que lo sé, el abuelo deshonraba a mamá todas las noches, antes de deshonrar a la hija del curtidor. A ti te deshonró el rey, y el amigo del rey y el triste bufón. ¿Por qué estaba triste?
– Bébelo.
– No lo sé.
– Bébelo.
– No, mira, que nos deshonre.
– No, bébelo.
– Que nos deshonre y que nos deje continuar. Quiero llegar al final de ese mapa, donde te dijo la esposa del panadero, la gorda de buen corazón. No pongas esa cara; voy a pensar en otras cosas. En dragones o en aves saltarinas intentando ganarse los favores de las pajaritas. O en Leonor o Desislava. Te lo prometo. No me va a pasar nada.
– …
– …

4

– …
– …
– …
– …
– …
– …
– Extraño a Tarado.
– …
– Tarado, ¿lo recuerdas?
– …
– Si Tarado estuviera aquí, podríamos montarnos en él.
– …
– Aunque Tarado era verdaderamente tarado.
– …
– Pero no me importa, Tarado sería útil. ¿No crees?
– …
– Podríamos picarle los ojos, si no nos hiciera caso.
– …
– ¿Te acuerdas de él?
– …
– Tarado era el burro del enfardador, y nos dejaba jugar con él, a mí y a su hijo,
cuando se iba de borracho.
– …
– Nos montábamos y le decíamos: arre, Tarado, y le jalábamos las orejas… y Tarado,
no hacía nada… Se dejaba mangonear…
– …
– Pero un día, Tarado se vengó de nosotros. ¿Sabes lo que hizo? Nos trepamos en él, le dijimos, arre, Tarado, y él, obediente como era, se arrancó a un paso extrañamente más recio… Le jalamos las orejas… nos reíamos… y de pronto, Tarado se dejó ir directo a unas zarzas, y nos metimos con él hasta que las espinas se nos clavaron en el cuerpo…
– …
– Pinche Tarado.
– …
– Burro cabrón.
– …
– Si comprendiera la lengua de los asnos le pediría perdón.
– …
– Le pediría que viniera y nos ayudara… Para poder treparnos sobre su lomo y seguir el camino, sin cansarnos tanto…

Fin de la tercera parte