Vicente Francisco Torres
Si el universo literario mexicano se cataloga cuantitativamente el balance desfavorecería a las escritoras, por ello mejor hacerlo cualitativamente a fin de modificar el recuento. La mirada, intuición y sensibilidad de las autoras mexicanas configuran un territorio sustancioso que da forma al mapa literario nacional. Aquí una muestra minúscula de una autora que escribió poco, pero que delineó horizontes de gran alcance.
El caso de la escritora Josefina Vicens (Villahermosa, Tabasco, 1911 – ciudad de Mèxico, 1988), es semejante al de Juan Rulfo. Ambos son escritores parcos, que no gustan de la palabrería vana, y ninguno sintió la necesidad de ser el clásico escritor profesional que publica un libro tras otro para, generalmente, repetirse y diluirse.
En 1958, publicó El libro vacío, una obra que aborda la mediocridad de un empleado cincuentón y cala hondamente en la personalidad y en los conflictos del escritor. Pero lo más importante no radica sólo en sus temas, sino en la forma en que Josefina Vicens los desarrolla.
José García, un oscuro contador de 56 años de edad, quiere hacer un libro importante que siempre está por escribirse. Tiene dos cuadernos: en el primero va anotando sus reflexiones sobre la problemática del escritor y algunos hechos que ha podido vivir junto a su mujer (que sabe todo aquello que no necesita aprenderse en los libros) y sus dos hijos; el segundo cuaderno permanece en blanco, esperando que José García traslade a él lo que considere importante del contenido del primer cuaderno. A fin de cuentas, el segundo cuaderno se quedará vacío y el primero, con sus anotaciones aparentemente triviales, será el libro que José García intentaba escribir.
El primer cuaderno cobra especial importancia porque la vida de José García es fantasiosa, pobre y llena de sueños; es como la de miles de hombres y mujeres, aunque sólo unos cuantos sean capaces de ver más allá de sus intereses económicos.
Pero la mediocridad de José García sólo es aparente, porque tiene la imperiosa necesidad de escribir y eso lo saca ya de la generalidad, que es incapaz de pensar con profundidad en el sentido de la vida, en el tiempo, en el fracaso, en el amor filial y en la perversidad de una amante. Por todo esto, sin él mismo saberlo, José García es un escritor de pies a cabeza, pese a sus estrecheces económicas y vitales. En 1986, (refiriéndose al escritor) dijo Edmundo Valadés: “Una de sus grandes tareas, será desentrañar los trasfondos que se ocultan en la superficie de la vida individual y la social, porque es el historiador del alma humana y sus conflictos. Creador de arquetipos que sintetizan las múltiples y complejas variedades de la naturaleza humana; en sus héroes puede personificar una sociedad, una época, una civilización. Es el testigo del hombre y su depositario. Sus ojos de mosca, de pez, de águila, de insomne y soñador pueden tener alcances formidables. Su trascendencia tendrá que ver con lo que de más profundo toque su mirada, su intuición, su sensibilidad.”
A lo largo de esta novela, encontramos dos tipos de reflexiones especialmente profundas y agudas: unas son sobre la vida y las otras abordan la problemática que tarde o temprano enfrenta el escritor:
– “…cómo el acto que se realiza en un momento, y por razones que sólo a ese momento pertenecen, puede quedar fijo en nosotros y condicionar toda nuestra vida. Las circunstancias que lo motivan desaparecen, jamás vuelven a presentarse, todo cambia, todo va quedando atrás, todo va cayendo en la sombra, y aquel acto sigue a nuestro lado, a nuestro paso, como si lo lleváramos de la mano hasta nuestro propio entierro”.
– “…A fuerza de desear que algunos de mis personajes resultaran simpáticos, los orillaba a decir constantemente cosas amables, hasta que de pronto me percataba de que el escamotearles la compleja totalidad del hombre, los priva de vida. Incurría en el terrible defecto de subrayar, de extremar, creyendo que con ello daba vigor al rasgo. De allí salía que los protagonistas resultaran, naturalmente, falsos. Sucedía, además que después de haber trazado, en mi opinión reciamente, el carácter de mi personaje, no sabía qué hacer con él”.
Sin aspavientos, Josefina Vicens nos lleva de sorpresa en sorpresa y el libro va mostrando sus virtudes en forma acumulativa: una mujer se metió en el pellejo de un hombre y lo caracterizó extraordinariamente; la materia prima de esta novela fue el pensamiento en libertad corriendo por el pasillo de los años; un libro que no se propuso serlo, lo fue; y un hombre mediocre, que no sentía fuerzas para hacer una novela, terminó por hacerla.
Después de 24 años, Josefina Vicens publicó, por fin, su segundo libro: Los años falsos (1982). En él están presentes su fina y contenida prosa, su capacidad para hurgar en los rincones más oscuros del hombre y un nuevo elemento: la crítica social.
La novela es el largo monólogo que Luis Alfonso Fernández mantiene frente a la tumba de su padre, quien fue ayudante de un político mexicano y le heredó, al morir, no sólo la responsabilidad al frente de la madre y las dos hermanas, sino el empleo. En unos cuantos meses, el muchacho sería dueño también de la amante de su progenitor.
El título de la novela obedece a que el muchacho desarrolló una admiración y, luego, una extraña dependencia del padre. A tal grado que, cuando queda huérfano, lucha por asumir su propia personalidad, pero el papel de hombre de la casa e hijo de “Poncho Fernández”, no lo dejan ser débil, no le permiten ser adolescente. De buenas a primeras se ve convertido en “hombre” y tiene que asumir un papel en las cantinas, con las mujeres y con el diputado. Todo esto, aunado a la posesión de la misma amante, no lo deja ser él, sino le impone una vida falsa. En su persona sigue viviendo su padre, y es por eso que, cuando el muchacho llega al panteón y comienza la novela, dice: “Todos hemos venido a verme”.
El trabajo de Luis Alfonso como pistolero del diputado, le permitirá asomarse a la corrupción de nuestro sistema político y, con esto, la mesurada obra de Josefina Vicens amplía sus horizontes pues va más allá de la compleja interioridad de sus criaturas.
Es extraño el caso de esta escritora que en su juventud hizo crónicas taurinas bajo el seudónimo de Pepe Faroles, en su madurez no había resuelto el problema de la escritura ̶ ̶ ella misma, le dijo a Daniel González Dueñas y Alejandro Toledo que Los años falsos era muy autobiográfica ̶ ̶ y a una edad avanzada, cuando ha perdido la vista, se niega a publicar un nuevo libro que le parece indigno.
Hay que darle las gracias por la brevedad y la honradez de su obra. ⌈⊂⌋
Ciudad de México, 1953. Ensayista y narrador. Doctor en Lengua y literatura Hispánicas por la FFyL de la UNAM. Profesor-investigador en la UAM-A, donde ha sido coordinador de la Especialización en Literatura Mexicana del siglo XX y la Maestría en Literatura Mexicana Contemporánea. Desde 1998 es miembro del SNI (nivel II). Ha colaborado de Crítica, El Día, El Nacional, De Largo Aliento, La Palabra y El Hombre, Mar de Tinta, Memoria de Papel, Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, Revista de Revistas, Revista de la Universidad, Sábado, Semanario Punto, Semanario Tiempo, Siempre!, Texto Crítico, y Tierra Adentro. Premio Internacional de Ensayo Alfonso Reyes 1997 por La rebambaramba (Monterrey, Nuevo León) y Premio de Periodismo Cultural INBA/Delegación Cuauhtémoc 1988 por Narradores mexicanos de fin de siglo.