Los motivos de Bayardo

 

Vicente Francisco Torres

Profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco

Si algo distingue al autor de este texto es su mirada crítica en las obras que analiza. En su maquinación, lo mismo disecciona los elementos literarios fundamentales que contextualiza el momento en que  la historia se desenvuelve. Al analizar la obra más reciente de Arturo Ramos, nos hace partícipes de algunos referentes fundamentales de la literatura policíaca en México.

Alfonso Reyes, al momento de abordar la literatura policiaca -género que, desde su nacimiento en “Los crímenes de la calle Morgue”, de Edgar Allan Poe, ha merecido la atención de un público numeroso- trazó una línea entre la literatura policial y la literatura oficial, no con criterios de superioridad,  sino para señalar los rigurosos esquemas  de la primera. Dejó claro el interés por el enigma y los elementos invariables que siguen los autores de la narrativa de misterio.

Esta clasificación ha resultado de utilidad cuando leemos obras como Dos crímenes, de Jorge Ibargüengoitia, Los albañiles, de Vicente Leñero y El miedo a los animales, de Enrique Serna, porque estamos frente a libros escritos por autores oficiales con recursos de  autores oficiales. El resultado es un tipo de texto, regiamente artístico, como Ensayo de un crimen, de Rodolfo Usigli, que nos permite decir que, las mejores narraciones policiales -aquí agrego “Sinfonía Pastoral”, de José Revueltas- han salido de la pluma de escritores oficiales, como Rafael Bernal.

Luis Arturo Ramos, escritor oficial, ha escrito varios textos enriquecidos con las técnicas policiales, que privilegian el enigma, la tensión dramática y la agilidad narrativa. Textos de este tipo son “Los viejos asesinos”, y La balada de Bulmaro Zamarripa.

 En De puño y letra (Ediciones Cal y Arena, 2015) vuelve a poner en juego esta combinación que tan exitosa ha sido en obras  como  La cabeza de la hidra, de Carlos Fuentes y Las muertas, de Jorge Ibargüengoitia.

De puño y letra, como El miedo a los animales, de Enrique Serna, ubica su enigma en el mundo de los hombres de letras para indagar en sus grandezas y miserias. Si Enrique Serna casi elaboró retratos hablados de personajes de la literatura nacional, hecho que produjo irritación entre la gente del medio artístico, Luis Arturo Ramos sólo entrega un personaje cuyos rasgos podrían atribuirse a un poeta poderoso que vivía en Reforma: “cuando estornudaba, llamaba el presidente para desearle salud”. La fonética de sus iniciales nos recuerda a una gloria mexicana siempre solícita y exigente con el poder: Orlando Pascacio, (O.P.) todo un intelectual orgánico.

Aunque este personaje, su poderío y su verbo flamígero son el detonador del enigma, la novela echa a andar un mecanismo imaginativo sumamente notable. Si bien el estilo vitriólico era la marca de agua de El miedo a los animales, la exactitud expresiva del planteamiento del enigma es la impronta de la novela de Ramos.

La narrativa policial mexicana ha concebido los más estrambóticos investigadores: tipos bobos e ingeniosos como Péter Pérez, matones como Filiberto García, plomeros tuertos como el Belascoaràn de Taibo II, abogados como el Armando Zozaya, de Marìa Elvira Bermúdez, o el detective de Gonzalo Martré, sabueso que estudió por correspondencia en una academia de Catemaco, misma que le entregó, junto con su diploma, un maletín con barbas y bigotes  postizos pero que también traía un águila, que salió volando cuando una serpiente iba tras su amante manca. Ramos creó a Bayardo Arizpe, oscuro poeta, tallerista, vendedor de libros usados y detective aficionado, con licencia para portar arma.

El trabajo consiste en encontrar un mecanuscrito en donde el poeta de marras, como un Zeus redivivo, dejó dicho quiénes tendrían peso en la poesía mexicana del siglo XX. El escrito vale  por quien escribía su parecer en ese material para publicarse después de su muerte, pero también porque sus palabras representaban el abismo o la gloria de los poetas vivos que allí estuvieran mencionados.

Luego de un conjunto de peripecias típicas de la novela negra (boato de las élites, policías al servicio de poderosos, dinero para corromper) el misterio recibe una solución como sucede en las novelas de enigma ajedrecístico, pero sin los conejos sacados del sombrero que llevaron a Ricardo Garibay a decir que, la novela policiaca, es un enigma para idiotas que tiene 200 páginas. Aquí los  hechos son perfectamente verosímiles entre los hombres de letras: alteración del original, curioso envenenamiento que, al menos yo, no había visto en la narrativa de este tipo, obtención de copias para un cotejo que conduce no sólo a la elucidación de la naturaleza de un escrito, sino  a la identificación de un asesino. Si Bayardo Arizpe fue contratado para encontrar un original, éste aparece tan milagrosamente como la niña Paulette, que estaba oculta entre la pared y el colchón de su recámara pero, Bazbas, el   procurador del Estado de México en el gobierno de Enrique Peña Nieto, no la pudo encontrar.

Pues resulta que Bayardo decide investigar cómo y porqué reaparece el texto y pisa algunos callos de quienes querían ver si figuraban en el libro póstumo. Golpes, amenazas, robos, chantajes, desaparición de documentos de autopsia, y encuentros sexuales, naturalmente, todo como en la novela negra a pesar de que el embrollo se va aclarando como un relato de enigma.

Los motivos de Bayardo (Eón/Lectorum, 2019), continua las peripecias que iniciaron en De puño y letra: un funcionario al frente de la Secretaría de Cultura tiene acceso al mecanuscrito y se da cuenta de que él no figura en esa obra que dice quiénes valen e ignora a la gran mayoría. Él  decide alterarlo o, más bien, volverlo a hacer, y esto desencadena la trama novelesca que abre las entrañas del mundillo cultural mexicano: “aprovechó la oportunidad para desterrar del futuro literario a enemigos y rivales; llenó después el vacío con aliados convenientes, pero convincentes mediante el sistema aplicado a su ensayo (…) Incluyó amigos, defenestró enemigos. No fueron muchos los elegidos, tampoco los condenados, pero se divirtió sustituyendo adjetivos, eliminando frases y, ahora sí, añadiendo términos de su propio inventario. Paladeó por anticipado el contento de los lectores que celebrarían, atribuyéndolas al poeta laureado, las palabras escritas por Julio César Provencio”.

La novela, más allá del enigma, o, mejor dicho, de los enigmas, da una visión de cómo ha sido el mundillo cultural mexicano. Es  paralelo a las oligarquías económicas porque quienes nacen en familias pudientes, tendrán allanado el camino de las letras, de manera injusta, como ha dicho George Steiner a propósito de los escritores e intelectuales que destacan por méritos propios, pero también por los bienes y las relaciones heredadas.

Del otro lado están los poetas proletarios -hoy podríamos decir infrarrealistas- que se dedican a la bohemia, publican pobres plaquetas y se consumen en bares de mala muerte.

La conclusión es que todos los poetas -y escritores- tienen un precio: los nacidos en pañales de seda y los hijos de hogares proletarios.

Novela escrita con los recursos del relato de enigma, surge de la pluma de un escritor sin adjetivos. Es tanto el oficio de Ramos y tantos sus recursos (como el humor y la palabra exacta), que por momentos se aleja del estilo behaviorista típico de la novela negra.