Vicente Francisco Torres
Profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco
En el momento actual de México, marcado por distintos sinos, apareció recientemente un libro sobre el segundo presidente de un partido opositor que determinó el destino reciente de nuestro país. Vicente Francisco Torres comenta los pormenores de la vida personal y de la estrategia política de este mandatario incluidos en la obra .
La coyuntura propiciada por la detención y declaraciones del ex director de Petróleos Mexicanos, Emilio Lozoya Austin, hicieron que Felipe, el oscuro (México, Editorial Planeta, 2020), libro de la periodista argentina Olga Wornat, fuera esperado con ansiedad. Bien se sabe que el aparato judicial mexicano carece de mecanismos idóneos para encarcelar al ex presidente Felipe Calderón por la infinidad de los delitos que cometió y quiere seguir cometiendo, pero los lectores querían echar más sal en la herida. De alguna manera, esperábamos más pruebas de los crímenes que cometió y que él se empeña en negar, como que no conocía las canalladas de su amigo Genaro García Luna, o que su guerra contra el narcotráfico era una faramalla para despejar el campo al cártel de Sinaloa. Ese grupo aplastaría a los rivales y Calderón seguiría recibiendo millonarias tajadas por el tráfico que tanto daño hace a la gente de México y Estados Unidos.
No es éste el tiempo ni el espacio para hacer crítica literaria con Felipe, el oscuro, pero debo decir que, el libro de Olga Wornat, en lo político y en lo social, poco agrega a lo ya dicho por Anabel Hernández en sus distintas obras. Tiene un capítulo fundamental, que vale por el libro y por su título, que es el que nos informa de la personalidad del ex presidente y hace que nos preguntemos, al concluir su lectura, ¿cómo pudimos los mexicanos y sus instituciones, pero ante todos quienes se movían en los círculos de poder, permitir que un tipo mentalmente enfermo, condujera el país dando tumbos por el abismo? No sólo continuó llevando nuestro país a la ruina económica por las privatizaciones iniciadas por Carlos Salinas de Gortari, sino sumió al país en un baño de sangre –en el que todavía nadamos– con el pretexto de la guerra contra el narcotráfico que, hoy sabemos, fue un descabellado intento de limpiar el fraude electoral con que llegó a la presidencia de México entrando, sin metáfora, por la puerta de atrás del congreso de la nación.
Desde niño, este político que nunca accedió a un cargo de elección popular, tuvo problemas con su padre, quien abandonó el hogar michoacano para venir a la ciudad de México. Cuando quiso ingresar a la UNAM o a la Universidad Nicolaíta a estudiar derecho, no aprobó los exámenes. Entró a la Escuela Libre de Derecho, donde estudian los hijos de las personas pudientes, gracias a una beca y eso, muy a menudo, trae complejos frente a los estudiantes que pagan sus colegiaturas. Su físico, sobre todo su baja estatura, daban motivo para las burlas. Allí conoce a Margarita Zavala, su futura mujer, pero su familia no lo aceptaba porque no provenía de una familia notable. Se casa finalmente con ella y se echa otro complejo encima, porque ella lo manda y es la única a quien obedece cuando se pierde en sus borracheras. Es proverbial su alcoholismo que, ya como presidente, lo llevaba a tomar decisiones que al otro día lamentaba y desconocía. Intoxicado, marcaba a algún funcionario para regañarlo y pedirle la renuncia. Al otro día, cuando el secretario en turno llegaba a los Pinos con su renuncia en mano, Calderón decía que esa llamada tuvo lugar entre copas y que no hiciera caso. Su carácter irascible y su personalidad acomplejada que no le permitía aceptar sus errores, pusieron el marco para el retrato del hombre que tanto daño hizo al país.
Otros capítulos hablan sobre Juan Camilo Mouriño, Genaro García Luna, familiares corruptos como Mariana Gómez del Campo y sus hermanos evasores de impuestos y beneficiarios de contratos con el gobierno, Patricia Flores Escalante, encargada de las corruptelas de la estela de luz y, por si algo faltara, su sometimiento al fanatismo religioso personificado en La Casa Sobre la Roca, dirigido por Rosy Orozco y su marido Alejandro Rubio, quienes se beneficiaban con las casas incautadas a los narcotraficantes. Vivían en una casa vecina a Los Pinos, expropiada al hijo a Amado Carrillo Fuentes, el Señor de los Cielos. ¿Cómo es posible que la seguridad del Estado, no supiera que junto a la residencia oficial viviera un narcotraficante?
El último apartado, “Los nadies”, borda sobre periodistas asesinados y crímenes notables como los acontecidos en Villas de Salvárcar, Ciudad Juárez, en donde, con su típica irresponsabilidad y lengua incontrolable, Felipe Calderón se atrevió a llamar pandilleros a aquellos estudiantes; tan fácil como cuando designó como daños colaterales a los miles de personas que perdieron la vida entre las escabechinas desatadas por los traficantes de drogas. O cuando dijo que, dos estudiantes asesinados en las afueras del Tecnológico de Monterrey, eran guerrilleros. Olga Wornat no se olvida del niño sicario, esa víctima social quien, nacido en Estados Unidos, fue reclutado por los criminales que lo orillaron a decapitar y trocear cristianos para después exhibir sus cabezas cortadas en You Tube. La lista de crímenes se alarga entre víctimas que fueron menos notables.
Calderón, en múltiples ocasiones, ha dicho que desconocía los actos de su policía Genaro García Luna, pero en este libro aparecen pruebas de lo contrario, de que incluso era cómplice. Manuel Espino, dirigente del PAN, le dijo que quitara del cargo a García Luna; Javier Herrera Valles envió cartas a Calderón informándole de los actos de García Luna, pero el hombre que quiso ser gobernador y perdió, en lugar de atender las denuncias, lo encarceló, igual que a su hermano Arturo, que era militar:
Al general Tomás Ángeles Dauahare le fue peor: pagó con la cárcel decir la verdad y se transformó en otra víctima de Felipe Calderón. Con una carrera intachable, sobrino nieto del héroe de la revolución Felipe Ángeles, ocupó la Subsecretaría de la Defensa entre 2002 y 2008, cuando pasó a retiro. El 9 de mayo de 2008, fue convocado a una reunión con Calderón en el despacho presidencial de Los Pinos. El general, que de esto sabía mucho, le reveló al mandatario los detalles de los nexos de Genaro García Luna con el Cártel del Pacífico y le manifestó su desacuerdo con la estrategia implementada para el combate al narcotráfico. Felipe Calderón, visiblemente molesto, le pidió al general que le enviara todo por escrito. Y éste cumplió con el encargo.
Nunca imaginó que a partir de ese momento se convertiría en un enemigo al que había que quitar de en medio, a como diera lugar. Nunca imaginó la dimensión de la venganza”. (Lo asesinaron en un taller mecánico de la colonia Anáhuac).
Finalmente, la periodista argentina da otra versión sobre el sonado asesinato del cardenal Posadas:
Había llegado [el Chapo] a Centroamérica huyendo de la balacera que terminó con el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, en el Aeropuerto Internacional de Guadalajara, crimen que para el gobierno de Carlos Salinas de Gortari tenía dos responsables: los Arellano Félix y el Chapo Guzmán. Años más tarde, se demostraría que ni el Chapo ni los Arellano Félix eran culpables y que cayeron en una trampa montada por los verdaderos asesinos con línea directa de los Pinos (…) “No hay más culpable que León Aragón”, el Chapo repitió varias veces, insinuando que lo habían traicionado. Culpaba a León Aragón Rodolfo, alias el Chino, oaxaqueño ligado a las mafias, exdirector de la Policía Judicial Federal, amigo de Justo Ceja, secretario privado de Carlos Salinas de Gortari y de su hermano Raúl (…) Joaquín Guzmán Loera y Benjamín Arellano Félix fueron exonerados por el crimen del Cardenal Posadas Ocampo. Por alguna razón, ni Vicente Fox ni Felipe Calderón hicieron nada por resolver el homicidio, cuya causa continúa abierta. Por alguna razón, la declaración primigenia del Chapo desapareció, lo dejaron salir del reclusorio y le dieron protección durante 12 años…⌈⊂⌋
Felipe, el oscuro. México, Editorial Planeta, 2020.
Ciudad de México, 1953. Ensayista y narrador. Doctor en Lengua y literatura Hispánicas por la FFyL de la UNAM. Profesor-investigador en la UAM-A, donde ha sido coordinador de la Especialización en Literatura Mexicana del siglo XX y la Maestría en Literatura Mexicana Contemporánea. Desde 1998 es miembro del SNI (nivel II). Ha colaborado de Crítica, El Día, El Nacional, De Largo Aliento, La Palabra y El Hombre, Mar de Tinta, Memoria de Papel, Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, Revista de Revistas, Revista de la Universidad, Sábado, Semanario Punto, Semanario Tiempo, Siempre!, Texto Crítico, y Tierra Adentro. Premio Internacional de Ensayo Alfonso Reyes 1997 por La rebambaramba (Monterrey, Nuevo León) y Premio de Periodismo Cultural INBA/Delegación Cuauhtémoc 1988 por Narradores mexicanos de fin de siglo.