La invasión de lo falso

Pedro González Olvera

Desde su aparición, las redes sociales han trastocado la comunicación entre las personas en forma y tiempo. Se consideró que su uso llevaría a sociedades mejor informadas, pero lo que emergió fue un torrente de noticias falsas y post-verdades. Sobre esta realidad nos habla Pedro González Olvera a partir de una reciente obra de Miguel Albero.

Vivimos en la era de las noticias falsas o fake news, como se han popularizado. La sociedad mundial es bombardeada intensamente y sin piedad con noticias falsas de todo calibre. En especial, los políticos y sus seguidores, igual nacionales que foráneos, han hecho de la información sin sustento una de sus armas favoritas en el ejercicio de desprestigiar y destruir a sus adversarios.

Y esto se ha extendido a casi todos los ámbitos, al grado que los receptores de información, por el medio que sea, son incapaces de hacer la distinción entre verdad y mentira, provocando que o crean a pie juntillas lo que los medios les ponen enfrente o, por el contrario, duden de todo lo que se les dice, tal cual podemos atestiguar con la pandemia del Covid 19 (“no existe”, “son exageraciones”, “es una conspiración de los gobiernos” o, en sentido opuesto, “minimizan el número de defunciones”, “todas las defunciones están siendo registradas como producto del coronavirus”, etc.)

En buena medida, a ello han contribuido las redes sociales (Facebook, tweeter, whats app y demás), en los que, sin pudor de ninguna clase, aparecen día tras día novedades informativas, ni tan novedades ni tan informativas y, el colmo, ni tan verdaderas. Son, en otras y francas palabras, falsedades informativas.

Lo malo es que son miles, o millones, las personas ingenuas, crédulas, las recipiendarias de esa información, a su juicio, incuestionable o totalmente cuestionable, por el otro lado. Peor, se convierten en sus retransmisores, como si de un virus se tratara. Lo cual parece ser el signo de los tiempos actuales.

Sin embargo, hete aquí que un español, escritor y diplomático, o al revés (como él prefiera), se preocupó por investigar hasta donde es verdad eso de que la falsedad es una característica del siglo XXI y su conclusión resulta interesante: a grandes rasgos, la gente siempre ha sido incauta, respecto de personas, cosas (mercancías, documentos, obras de arte, dinero, libros) y situaciones en las que la verdad sale mal parada: lo falso y sus perpetradores siempre han estado entre nosotros, por lo general sin percatarnos. Sólo recuerden a Zeus, dice este investigador de la falso, el dios griego maestro de la engañifa y la estafa, asumiendo cualquier cantidad de identidades falsas, ventajosas en sus engaños a los mortales, por lo común mujeres.

El diplomático escritor, ya es hora de develarlo, se llama Miguel Albero y su libro lleva el título de Fake. La invasión de lo falso. En demostración de lo acertado del título de su libro, Albero presenta una interesante recopilación de algunos distinguidos falsarios en diferentes campos, particularmente en el del arte, usuarios de un talento inusual que les permite engañar a los crédulos caídos en sus redes de embustes.

Pero antes se mete en el complicado terreno de la filosofía; Aristóteles, San Agustín, Kant,  son parte de sus fuentes, con el ánimo de desbrozar el campo y separar la hierba mala del trigo bueno, o mejor la diferencia entre lo real, lo verdadero, y lo falso, la mentira o, en tono similar, lo fake, término del idioma inglés (obvio), usado en la definición de lo que no tiene sustento verificable (que permite comprobar su verdad, según el diccionario de la RAE).

De acuerdo con Miguel Albero la condición infaltable en algo falso es el engaño, la trampa, pues no es suficiente la apariencia real. Lo falso se opone a la verdad, a lo auténtico, lo original. Luego entonces, la intencionalidad es fundamental. Ejemplo: un pintor que elabora una copia de las Meninas o de la Maja, con ropa o sin ella, no tiene la intención de producir un falso Velázquez o un falso Goya, sino solamente eso, una copia. En cambio, si intentará hacer pasar esa copia como algo auténtico, estaría cayendo en la falsificación. Hay mucha semejanza con la venta de artículos “piratas”.

Basado en una de sus fuentes bibliográficas, estas sí auténticas, sostiene que solo se falsifica aquello que se valora en una sociedad determinada y que normalmente va a traer un beneficio a los elaboradores de falsificaciones; o sea, los falsificadores y quienes se unen a ellos o los promueven a fin de obtener una porción del pastel producto de su trabajo. En el otro extremo, se encuentran los perjudicados, ya sea los productores del original o quienes lo adquirieron sin saber su origen. Dicho lo cual, en esta reseña simplificado, el autor pasa a revisión distintos casos de falsificaciones y falsificadores.

Un problema grave de la falsificación, pues incumbe a una cantidad mayor de personas, es el de la suplantación de identidad vía aparatos digitales (pishing), sms (smishing), teléfono (vishing); la estratagema se usa en la obtención de información útil en la estafa y robo del dinero al suplantado.

Falsificadores los hay, muy frecuentes, en el área del dinero; ¿quién no quisiera tener su propia fábrica de moneda? Algunos individuos consideran injusto que sólo el estado la pueda elaborar y pasan a instalar, no importa que rudimentaria sea, su propia manufactura monetaria hasta que el dueño legal del monopolio cae en cuenta de la competencia y pone en marcha otra maquinaria, la legal, que frena la rivalidad fuera de la ley.

No todos los falsificadores monetarios tienen semejanzas en su ambición; los hay que quieren hacerse millonarios de una buena vez, qué necesidad tienen de andarse con rodeos, otros lo falsifican de a poquito, la ambición rompe el saco, y unos más, lo elaboran como experimento artístico dando rienda suelta a sus dotes artísticas y, de paso, ganándose el pan nuestro de cada día. Lo curioso del caso es que los Estados también han hecho su juego en eso de falsificar dinero, de otros por supuesto, para causarles problemas a sus enemigos.

Otro campo, probablemente el más atractivo, de falsificación es el del arte. Los ejemplos son innumerables, no de ahora sino de siempre. Algunos son tan buenos, que hasta los expertos caen en el garlito; es cierto, varios tienen su propio interés pues, como antes se dijo, reciben parte de las ilícitas ganancias. Los perjudicados son los coleccionistas deseosos de tener en sus paredes casi tantos cuadros como un museo; o bien los que muestran con orgullo la posesión de tener un cuadro “extraviado” de un autor famoso, y los modestos que consideran enriquecido su acervo con una obra “original”, no importa que el supuesto autor no tenga o no haya gozado de tanta fama.

Algunos son tan buenos que, descubierto el engaño, sus creaciones originales adquieren un valor no previsto ni por el falsificador en turno; lo mismo sucede con los creadores de dinero; sus billetes se vuelven coleccionables y, ya escasos, puede llegar a valer diez o más veces el valor nominal de su falsificación.

En cambio, la literatura no es tierra fértil en el engaño. El plagio no cuenta pues no es falsificación sino común y corriente robo. Además, a decir de Miguel Albero, los autores del presente se alejan de la ficción, algo irreal, y deciden contar verdades si quieren ser leídos. La no ficción es lo de hoy, los autores se meten en sus narraciones y nos narran acontecimientos ciertos, como sucede en la crónica, probablemente, coincido con el autor de marras, lo mejor de la literatura en boga.

Lo que sí debe contar en lo fake, son las ediciones piratas de libros. Los medios electrónicos permiten hacerlo sin mayores problemas y es común encontrarnos en la calle, venta de libros con un precio menor al de las ediciones originales, sin que, claro, el autor reciba regalías por cada libro pirata vendido.

La literatura, sin embargo, sí da pie para la creación de historias muy creativas sobre la falsificación. Me remite a un autor mexicano (con x), Vicente Leñero, que, en un contexto ficticio, narra un hecho, también ficticio, de unos personajes que intentan pasar como real una, aparentemente pérdida, novela de Juan Rulfo llamada La Cordillera, con la que sus perpetrador y cómplice obtendrían fama y fortuna. El cuento menciona de paso una frase que calza perfecta con el libro que reseñamos, “también las falsificaciones pueden ser obras de arte”. Leñero cuenta, en este caso, una historia literaria de ficción, que nos lleva directo a la palestra de la falsificación. Otro ejemplo notable lo encontramos en la novela El archivo de Egipto, del autor italiano Leonardo Sciascia. El argumento corre alrededor de un monje pobre, pero ingenioso, que se da a la tarea de inventar un manuscrito sobre la conquista de Sicilia y otros hechos vinculados a esa conquista. En los dos ejemplos tenemos a los candorosos de rigor que se creen la falsificación y pagan por ella, por más que haya indicios de su dudoso origen.

Tal vez podríamos mencionar como falsificaciones, al menos parciales, en la literatura el caso de las biografías “no autorizadas”. Refieren la vida de un personaje, del espectáculo y de la política, pues casi no hay de otros que despierten el morbo de los lectores, en las que se mezclan hechos reales con hechos necesariamente inventados (por eso los biografiados demandan a sus “biógrafos”). Luego entonces, tenemos una combinación de verdad con mentira, pues los lo que no conocen los biógrafos no autorizados directamente, lo supieron de oídas o de plano lo inventaron.

Un fenómeno interesante consiste en la falsificación auto inducida cuando después de haber visto varias veces una imagen de un monumento o un sitio geográfico popular, una persona forja en su mente esa imagen como si fuera la realidad y al momento de conocer esta, no la ve como tal, se decepciona y mejor mantiene en su mente la imagen preconcebida. Albero nos informa que el escritor español Sánchez Ferlosio bautizó a este fenómeno como “efecto turifel”

En el catálogo se incluyen falsificadores de su propia vida, impostores los califica Albero (pero aclara que llegado el caso, todos somos impostores por nuestra afición a mentir), que lo hacen para: a) engañar a una familia que perdió a uno de sus hijos hace años y ahora piensa haberlo recuperado a pesar de que no se parezca ni tantito al extraviado; b) hacerla más interesante; c) porque terminan por creerse sus inventos sin el objetivo de obtener un beneficio pecuniario, como las princesas Anastasias, supuestas supervivientes de la matanza de la familia real rusa cometida por las huestes revolucionarias, el falso Rockefeller, el falso superviviente de los campos de concentración alemanes; d) los heterónimos o nombre que toma un autor al publicar parte de su trabajo y e) los enfermos que a causa de un trastorno mental poseen dos o más personalidades. ¿Cuáles son las causas de b y c? generalmente no aguantar la realidad como es y eso te impulsa a tratar de transformarla hacia ti mismo y los demás.

Puede ser, si somos benevolentes que solo suceda, como dicen que dijo Gabriel García Márquez, que la vida no es como fue, sino como la recordamos.

No deja de causar admiración el planeta de los falsificadores, por el talento y habilidad de estos, de lo que carecemos, de la cuasi necesidad de ser otros y porque ponen en jaque los valores de lo auténtico. No siempre desde luego. Los museos o coleccionistas quedan descontentos por haber sido engañados, estafados, e intentan por todos los medios poner en evidencia al falsificador, no sea que siga cometiendo sus engaños.

Todo sumado le facilita a Miguel Albero la confección de un sistema del fake en el mundo del arte, es decir los elementos que la integran; por una parte, los beneficiados o sea los falsificadores, por la otra, los damnificados, los compradores, y en medio, los que complementan a ambos, intermediarios y urdidores de la mentira, los expertos que certifican como auténtica una falsificación por interés o por ausencia de talento en su descubrimiento.

Las afirmaciones de Miguel Albero sobre lo falso van reforzándose con su llamativa clasificación desarrollada página tras página con un uso sencillo y campechano del lenguaje, que vuelve atractiva la lectura de esas páginas. Quizá el único posible reproche de Fake. La invasión de lo falso es que está lleno de modismos españoles. Me queda bien claro que fue elaborado por un escritor español, dirigido lo más probable al público español, pero no estaría mal, digo, yo, pensar en una edición dirigida a todo el mundo de habla hispana; encontrarían el autor y sus editores un amplio universo de otros lectores, reales bien reales.

Termino esta reseña indicando que conforme leía el libro, la vida cotidiana nos ofrecía otros ejemplos de falsificaciones, como la orquesta que viajó por todo Estados Unidos y parte de China ofreciendo conciertos, simulando la ejecución de grandes sinfonías sin que de los instrumentos musicales saliera una solo nota real, igual que el dueto alemán Milli Vanilli, cantantes con un inglés perfecto cuando apenas lo balbuceaban, con otras voces atrás de ellos. El futbol nos regala un espécimen de futbolista que, sin saber patear el balón, fue contratado por varios equipos de Brasil, México y Estados Unidos con grandes salarios, arreglándoselas a fin de no entrar a la cancha. España tiene también su ejemplo reciente, en los falsificadores del origen del euskera mediante restos arqueológicos sembrados cerca de la ciudad de Vitoria, en los Países Vascos.

Sorpresivamente, encuentro un vínculo del libro de Miguel Albero con la película documental Family Romance, LLC, del director alemán Werner Herzog, cuyo argumento gira alrededor de un empresario japonés, dueño de una empresa dedicada a otorgar servicios de acompañantes que, a petición de los propios clientes de la empresa, se hacen pasar por familiares, fanáticos de estrellas de rock fallidas y otros sustitutos, todos igual de falsos. Parecería una fantasía, el reino de la fake, lo increíble es que se trata de la experiencia real de una empresa en Japón dedicada a eso, proporcionar padres, madres, primos, tíos, abuelos o amigos, seguidores, estos sí falsos.

En fin, la realidad, como bien sostiene Miguel Albero, no se cansa de ofrecernos falsedades. ⌋ 


Fake. La invasión de lo falso. Miguel Albero Espasa, Barcelona, 2020.