Las prendas de Venus

Leandro Arellano

Siempre transitando por temas variopintos, Leandro Arellano nos lleva esta ocasión a un recorrido por el significado de la belleza a lo largo de los siglos. La lectura de su texto inevitablemente motiva la búsqueda de los referentes iconográficos que menciona, generando un disfrute adicional.

Cosas de la belleza

Entre todos los valores los griegos destacaban la belleza. Cuando Platón ocupaba el centro del mundo espiritual griego escribió una de las más profundas reflexiones de la filosofía de Occidente sobre la belleza, el Fedro, que figura entre los Diálogos. Desde entonces se ha escrito un caudal de estudios y tratados sin agotar el debate sobre qué entendemos por belleza.

Cierto, no es indispensable el estudio formal o informal de estética o filosofía para reconocer un objeto bello, una acción bella, un alma bella y, desde luego, a una mujer bella. Homero narra episodios de la querella entre dos continentes por una mujer hermosa. Sin embargo, en ninguna parte describe su aspecto físico, ni nunca da cuenta expresa de su semblante.

El mayor acercamiento al respecto es una valoración más que una descripción, expresada por el grupo de ancianos que sentados junto a Príamo, su rey, al contemplarla acercarse, comentan: “No es reprensible que troyanos y aqueos, de hermosas grebas, padezcan largos años por tal mujer: terriblemente se parece su semblante al de las diosas inmortales”.

La belleza de Helena nunca se cuestiona. No lo hace Homero ni la crítica posterior. Pero con ella, con Helena, se inicia la discusión sobre la belleza femenina en Occidente. Casi sin yerro, los llamados Concursos Miss Universo convocan cada año a poco más de un centenar de selectas jóvenes mujeres de todas las naciones del mundo, para elegir a la más bella. El concurso –establezcamos lo consabido- es sobre todo un gran negocio para los organizadores, así como un entretenimiento ameno para televidentes de todas partes y despierta en millones de personas cualquier cantidad de reacciones y sentimientos, en pro y en contra.

La metodología, el sistema para realizar la elección o selección no es muy convincente, pero no hace falta a nuestra intención. Pues efectivamente, las participantes son todas mujeres jóvenes y hermosas. ¿Algún lector lo puede negar? Mas enseguida emerge el disenso, visto que cada elector ha optado por la de su preferencia. Colegimos, con todo, que un factor elemental, un mínimo denominador común prevalece en el objeto de esa elección: armonía, cierta armonía. En el concurso no participa ninguna mujer desprovista de un mínimo concierto físico, ya no digamos con alguna desproporción vistosa; ninguna que no acate límites y contornos o carezca de la posibilidad elemental, ya no de ser premiada como la más bella, sino de ser admitida en el concurso.

No sabemos con exactitud qué causa la belleza. Pero la reconocemos, nos impacta apenas topar con ella. Mi hijo menor tendría unos cuatro años cuando  visitamos Venecia. El calor y la humedad privaban aquel día veraniego. Al niño lo asediaban la fatiga y la incomodidad y hasta cierto malestar mostraba luego de una caminata no corta. Mas al ingresar a la “Escuela grande de San Rocco” tal fue su impacto con el torrente plástico que alberga el lugar, que le ahuyentó al instante todo enfado. Más aún, se tendió de espaldas en el piso para contemplar cómodamente los frescos del techo.

Las piernas de una deidad

Fray Luis de León exalta la belleza femenina en las virtudes del cabello. Pero hay quien la reconoce o aprecia en la mirada o en la sonrisa, en el cuerpo o en el busto, en el vuelo de las caderas, en las piernas o en el talle, o en la combinación de varios factores. El sobrio Montaigne dedica un capítulo de sus Ensayos (III – XII) a discurrir sobre la apariencia física y anota que “hay bellezas no sólo orgullosas sino agrias, así como otras dulces e incluso sosas”. Lo dice un hombre que es todo equilibrio, toda moderación, toda sabiduría.

Afrodita es la diosa indisputable del amor y de la belleza en el Olimpo griego. Es también la deidad sonriente a quien los romanos identificaban como Venus. Una divinidad cuyo nacimiento y matrimonio se mantienen en la murmuración y la controversia. Fue amante pródiga de varios dioses y héroes. Es la divinidad invocada por Lucrecio en el introito a su libro La naturaleza de las cosas. En la cultura occidental representa al modelo de la belleza en el arte.

Encaminadas las centurias y la concepción del arte, Afrodita–Venus se torna en paradigma permanente del desnudo femenino y sus encantos voluptuosos. Por siglos ha prevalecido el desnudo –como género artístico- en la pintura y la escultura, bien que en la actualidad el cine y la fotografía comparten y disputan esos espacios. Enumerar a los artistas que se han ocupado del asunto sería labor inacabable. La deidad ha sido una de las representaciones míticas a quien más han recurrido poetas, pintores y enamorados, inspirando a quien la invoque o se ampare en ella.

Desde el surgimiento del arte plástico en Grecia los artistas del género no escatimaron motivos ni afanes para expresarse. Fidias y Praxiteles encabezan el caudal, en una corriente que no cesa.

Pero a qué viene esta larga jaculatoria, se preguntará el lector. Proviene de la sensación que nos provoca un enigma que conmueve a Azorín, mientras contempla la estatua de la Venus de Milo, en su sala del Louvre. Nos asalta con la duda sobre la armonía o discordia de las prendas de Venus. Toda ella colmo de la belleza y la armonía ¿por qué oculta sus piernas? ¿Por qué las cubre con un velo inclemente?  “¿Por qué esta mujer tan bella, de líneas tan armoniosas, envuelve y oculta la parte baja de su persona en un manto?”

Los escultores la han recreado de varios modos. Pocos como ellos han recorrido los pliegues de su cuerpo. El mármol transformado en leves líneas de belleza en virtud del trabajo del artista. Los pintores más aún, son mayoría. El nacimiento de Venus es una de las reproducciones más recurrentes del mito y del arte pictórico. Del caudal de autores sólo citamos a tres: Rubens, con Venus y Cupido. Tiziano, con La Venus de Urbino. Y Velázquez, con La Venus del espejo. Los tres son representantes de sendas escuelas mayores del arte pictórico.

La Afrodita de Milo, La Venus de Milo, es una de las estatuas más populares. Habría sido creada entre el siglo I AC y el siglo I DC. Se encuentra en el Louvre, es de mármol blanco y de autor desconocido.  De ese portento se confía en la visión de unas piernas armoniosas, largas, firmes, torneadas, llenas. Más allá del pudor, de la sensualidad, del erotismo u otras manifestaciones, el espectador confía en la existencia y contemplación de una armonía refinada.

A nosotros nos parece entrever, bajo el velo que cubre la parte inferior del cuerpo de la diosa, que la belleza predomina en cada tramo, que la armonía fluye en cada trazo. ⌋ 

LA / CDMX, septiembre de 2020