Guillermo Gutiérrez Nieto
En la diplomacia mexicana hay una impronta de literatos que en algún momento de su vida creativa practicaron también el oficio característico de las cancillerías. En ese ámbito destaca Sergio Pitol, autor sobre el que recientemente se publicó un libro para detallar sus vivencias en Polonia. Guillermo Gutiérrez Nieto comenta esta obra.
Resistirse a un deseo, cualquiera que sea, significa una disminución, ser nadie, vivir en el error.
Sergio Pitol
En 1998 la Secretaría de Relaciones Exteriores publicó “Escritores en la Diplomacia Mexicana”, obra de dos volúmenes que aglutinó biografías de 27 autores cuya creatividad estuvo amalgamada con el oficio diplomático que ejercieron. Además de la gran calidad de su edición, esta obra es relevante porque reivindica la labor creativa de los escritores mexicanos y su relevancia en las tareas que conlleva representar a México en el exterior. Constata, sin la menor duda, el potencial que los literatos y sus obras tienen en la proyección de nuestro país en el exterior.
Por ello es de celebrar la reciente aparición de una obra que confirma a la literatura como una herramienta que favorece el entendimiento y la aproximación entre las naciones. Se trata de Sergio Pitol: El Bristol y Polonia, obra publicada por la Embajada de México en Polonia, con el apoyo de Marek Keller, presidente de la Fundación Juan Soriano/Marek Keller; la escritora y periodista Elena Poniatowska; la traductora Danuta Rycerz; la artista visual Leticia Tarragó, y la familia de Sergio Pitol.
Este libro bilingüe, asemeja las piezas de un rompecabezas y al concluir su lectura se logra una conjunción que permite una imagen precisa de Sergio Pitol en Varsovia, lo mismo como turista que como becario y diplomático, sobre todo como amante de una ciudad que emergió de las ruinas después de la segunda guerra mundial.
Además de la introducción de Alejandro Negrín, actual Embajador de México en Polonia, el libro incluye una cronología de acontecimientos e hitos creativos de Pitol y está ilustrado con imágenes de la exposición que organizó el Instituto Matías Romero en 2018 titulada “Sergio Pitol: Viajes, letras y mundos”. Lo que es propiamente el contenido incluye seis apartados que develan el triple tránsito del escritor por Varsovia: en 1963, como turista; de 1963 a 1966, como becario, y de 1972 a 1975, como diplomático. Para ello se recurre a testimonios, cartas, entrevistas y extractos de sus obras.
La generosa amistad que el escritor oriundo de Veracruz brinda a sus contemporáneos es manifiesta a lo largo de la obra. Destaca su proximidad con Juan Manuel Torres, escritor, actor, director y guionista que por esos años estudiaba cinematografía en la ciudad Lodz y lo invitó a visitar Polonia; posteriormente, lo motivaría para solicitar una beca para aprender polaco y lo introduciría a la literatura de ese país. Algo similar ocurrió con los artistas visuales Leticia Tarragó y Fernando Vichis, con quienes convivió cercanamente y recorrió los principales recintos culturales varsovianos. Ello aunado a la amplia pléyade de literatos y creadores polacos con quienes convivió y colaboró en diversos proyectos.
Además de personaje de algunas de sus obras, el hotel Bristol es el ámbito donde él consolida su sentido de pertenencia a la ciudad cuya efervescencia cultural lo maravilla desde su arribo y desencadena su pasión como traductor de una de las lenguas más complicadas de Europa.
Al respecto, Pitol explica el significado del Bristol y lo define como “su cubil, su refugio, su torre de vigía” y recuerda las “noches de absoluta magia, amaneceres plateados… tardes de verano íntegramente dedicadas a la traducción mientras por la ventana contemplaba con envidia la frescura del jardín vecino, el ondular de cuerpos bajo el sol. ¡El Bristol!”.
Respecto a Polonia, él mismo se preguntó “¿qué implica que ocupe un lugar tan avasallador en mi autobiografía intelectual al grado de desvanecer otros panoramas que uno podría pensar serían más importantes? Para mí mismo resulta un enigma. No existen circunstancias genealógicas como las que me unen con Italia, ni lingüísticas e históricas como las hay con España, que expliquen esta predilección por Polonia. Se trata claramente de una relación personal, una elección hecha con plena libertad, un acto voluntario, un gesto de independencia, una opción instintiva”.
El encanto de Pitol por esa “ciudad fénix”, como se le identifica debido a su resurgimiento de las ruinas en que quedó después de la segunda guerra mundial, fue plasmado en su cuento “La lucha con el ángel”, dedicado a Marek Keller e incluido en El Arte de la Fuga, el cual fue escrito por él mirando desde la ventana de su habitación en el hotel Bristol. Es, sin duda, el tributo más extraordinario que Pitol brindó a Varsovia, aunque en su haber tiene al menos seis relatos en torno a Varsovia, la mayoría escritos en su primera estancia en ese país: “Una mano en la nuca” (1965); “Hacia occidente” (1996) “La pareja” (1966) “El regreso” (1966) “Hacia Varsovia” (1963) y “Autobiografía precoz” (1966).
El otro lado de la creatividad de Pitol fueron sus traducciones de autores polacos, un legado singular para el mundo literario. Con la recreación de esos universos creativos, facilitó el acceso a los lectores a la literatura polaca, pero sobre todo abrió nuevos horizontes hacia un mejor entendimiento y conocimiento de sus obras. En su primera autobiografía, describe sus jornadas al interior del Bristol, donde dedicaba hasta 10 horas diarias concentrado en el desciframiento de palabras que paulatinamente se volvieron una lengua natural para él. Danuta Rycerz recuerda que cuando Pitol comenzó a traducir del polaco, se servía de traducciones a otros idiomas pero que pronto comenzó a traducir directamente del polaco. Por su parte, Juan Manuel Torres en alguna ocasión confirmó que el número de autores polacos traducidos por Pitol se acerca a la cincuentena, lo que en sí mismo resulta una verdadera hazaña.
Pitol siempre reconoció que la literatura polaca le abrió muchos caminos, tantos quizás como los autores que tradujo o sobre los escritores más influyentes de la época de quienes escribió ensayos y comentarios. Aquí un fugaz acercamiento de lo que representaron algunos de ellos.
Sobre Witold Gombrowicz comentó: “Me hizo concebir la novela como un cuerpo de ideas extremadamente complejo con apariencia de un relato de Dickens, su novelista preferido, donde el placer y el entretenimiento del lector debía ser prioritario, aunque entre líneas se escondiera una bomba de tiempo”.
Mientras que sobre Andrzej Kuśniewicz aseguró que “su maestría literaria no podía ponerse en duda (…) Del tejido de las distintas historias encapsuladas en cada una de sus novelas surgirá una estructura vigorosa y compleja, donde miles de cabos sueltos, de alientos diversos, de claves acordadas en diferentes tiempos compondrán un vitral o una magna pieza orquestal”.
De Jaroslaw Iwaszkiewicz llegó a decir que “renunció al engañoso concepto de la perfección, confrontándose con aprehender y dar forma a un mundo en que las obsesiones del hombre y sus intuiciones sobre lo que lo circunda se van nítidamente perfilando”. Y de Bruno Schulz señaló que su obra “es una de las más vigorosas expresiones de una individualidad creadora. En sus libros se configura una mitología poética, un mundo imaginado, transformado, mezcla de sueño y pesadilla, sustentado siempre en los elementos más simples que la realidad nos ofrece”.
Aunque buena parte de sus estadías en Varsovia Pitol las consagró a la traducción, su creación personal también fue prolífica y recibió un reconocimiento sustantivo entre los lectores polacos. Las traducciones de sus obras a esta lengua lo confirman. En 1967 la editorial Iskry publicó “Infierno de todos”; en 1974, Wydawnictwo Literackie publicó “Del encuentro nupcial” y en 1975 Czytelnik publicó “El tañido de una flauta”, ediciones cuyas portadas también tienen vida propia y que, para disfrute visual, afortunadamente son incluidas en el libro que se comenta.
La dedicación de Sergio Pitol a las letras polacas tuvo su mayor esplendor en 1987, cuando la Asociación Europea de Cultura de Varsovia le otorgó un reconocimiento por sus contribuciones a la difusión de la cultura de Polonia en el mundo.
La gran reflexión que nos deja la lectura de Sergio Pitol: El Bristol y Polonia es la relevancia de la literatura como herramienta de promoción de la imagen de México en el exterior. El caso de quien obtuviera en 2005 el Premio Cervantes confirma la importancia de impulsar decididamente a los escritores mexicanos en el extranjero, bien como creadores y diplomáticos o como representantes y divulgadores. En la diplomacia mexicana hay plenitud de casos que constatan el poder suave de las letras tanto en su vertiente de divulgación, como de traducción y por ello es apremiante un modelo donde la literatura mexicana sea el medio fundamental para asegurar un posicionamiento singular de nuestro país en el orbe. Una estrategia de difusión de las letras mexicanas, en español y en otras lenguas, sería gratificante para nuestros autores y para los lectores allende nuestras fronteras. ⌈⊂⌋
Sergio Pitol: El Bristol y Polonia
Primera edición: Mayo, 2020. 188 pp.
© Embajada de México en Polonia, 2020
Ciudad de México, 1963. Internacionalista, Maestro en Administración y Doctor en Administración Pública. Miembro del Servicio Exterior Mexicano desde 1992. Fue editor de las revistas Litoral y Proa; ha colaborado en diversas publicaciones en México y en el extranjero. Es integrante del consejo editorial de la revista digital ADE- Asociación de Escritores Diplomáticos. Autor de BelizeArt. Panorama de las Artes en Belize y del poemario Oranges for Sale. Coordinador y editor de cambiavías.