Miguel Ángel Echegaray
Meticulosidad podría ser la más próxima cualidad que caracterizan los trabajos de un autor que disfruta la lectura con detenimiento, rescatando minucias con las que confecciona sus propias obras, siempre plenas de conocimiento, lo mismo de personajes que de lugares.
Fue en su juventud cuando Octavio Paz se convirtió en un devoto de las culturas antiguas y del arte que prohijaron. Sus indagaciones menudean en la poesía y en no pocos de sus ensayos. Excursionaba por distintos lugares donde ruinosas edificaciones precolombinas soportaban el paso del tiempo, en compañía de Salvador Toscano, quien publicó un grueso volumen sobre tales herencias mesoamericanas.
Después, el poeta pasó de la mera afición a la escritura ponderada: en 1962, antes de viajar a la India como diplomático de alto rango, redactó un ensayo a propósito de la exposición Obras Maestras de México en París. En aquel texto le corrige la plana a Arnold Toynbee, quien en su momento propuso la existencia de seis civilizaciones realmente originales: la egipcia, la sumeria, la sínica, la minoica, la maya y la andina. Paz apunta que las cuatro primeras civilizaciones y sus descendientes se relacionaron y contribuyeron a que los tres continentes en que florecieron consiguieran trabar de alguna manera un acontecer común.
En cambio, las civilizaciones de los Andes y la mesoamericana, que Toynbee erróneamente denominó como “maya”, dice Paz, nacieron “solas y solas crecieron”, pues su aislamiento geográfico propició que sus pobladores tuvieran que “inventarlo todo, desde la agricultura y las armas hasta la escritura, los dioses y la astronomía”.
Sin embargo, tres años más tarde , retoma este tema de la “soledad histórica” en que sobrevivieron los antiguos mexicanos y modula sus juicios: las crónicas y relaciones sobre la Conquista española obnubilaron un tanto su perspectiva y también el énfasis puesto en la singularidad de la civilización mesoamericana le parece un tanto arriesgado, ya que si bien puede discutirse si las poblaciones indígenas procedían de una raíz común, acaso de los Olmecas y la gente del pre-clásico, lo que no puede negarse es que mantuvieron entre sí , en el tiempo y el espacio,“una unidad fluida: una corriente más que un esquema, una sensibilidad más que un estilo, una visión del mundo más que una teología”.
El tema daba para mucho, Paz insistirá en formular nuevas opiniones. Con el traslado a la India y los recorridos por su territorio, encuentra que ha existido una “unidad de la civilización de la India, no menos acentuada que la de Mesoamérica”.
En su correspondencia con Jean-Clarence Lambert le participa que en países como la India o Afganistán ha podido, entre otras cosas, “practicar la arqueología”. En otra misiva posterior le comenta que ha abandonado sus puntos de vista precedentes y que los textos que ahora escribe en Delhi se refieren “sobre todo a las relaciones no imposibles, entre la América precolombina y Asia, así como a otros temas conexos”.
A otro de sus corresponsales, Tomás Segovia, le escribe también sobre esas “relaciones no imposibles” entre las antiguas culturas de México y de la India: “Acabo de hacer un viaje por el sur de la India y al ver de nuevo las esculturas del periodo Palaba (siglos VII al IX de nuestra era ) me pareció evidente un parentesco con las obras mayas”. Aclara enseguida que no se trata de influencias ni de contactos históricos: “la cronología impide, por ahora, pensar en esa posibilidad, sino de una misma concepción del espacio y de la forma, una visión estética que se nutre de las mismas fuentes”.
Abunda en su hallazgo: “El parecido es estético y físico – quiero decir: una concepción semejante y un tipo racial de belleza idéntico, como dos fotos de unos gemelos, cada uno en un paisaje distinto y vestido de una manera diferente”.
Sus conclusiones son prematuras, pero al mismo tiempo cree que “no está lejano el día en que podrá probarse que, además del parentesco con la China pre confuciana ( ya aceptado universalmente ), el arte mesoamericano tiene una relación estrecha con el sudeste asiático ( India del sur, Camboya, Indonesia y, en menor grado, Ceilán ). La diferencia consiste en que en América no hubo influencia del norte de la India, una civilización que a su vez sufrió la influencia perso-helénica”.
Sobre el porvenir público de sus indagaciones mantiene serias dudas, pues le dice a Segovia que: “Como en México la tesis oficial es la de la autoctonía absoluta de las civilizaciones americanas – una tesis que resiste cada vez menos las pruebas, internas y externas, de la crítica – no creo que los especialistas comenten mi artículo”. El poeta parece haber dejado en el olvido su primera afiliación a dicha autoctonía, calificada como “soledad histórica”, de los mesoamericanos.
El nacionalismo pos revolucionario necesitó echar mano de esa bendita autoctonía y nutrir con ella la práctica institucional de la Antropología. Recuérdese que equivocadamente se encumbró a Paul Kirchhoff como “el padre de Mesoamérica”, después de que reunió una serie de trabajos preliminares que apuntaban a la extrema originalidad de estos territorios. De la cumbre al precipicio: Kirchhoff cambió de parecer y enunció otro planteamiento: la América indígena, lejos de haber sido “un mundo aparte evolucionando sobre sí mismo, siempre fue, en mayor o menor escala, lo que es hoy en día, parte del mundo”.
Paul Kirchhoff se convirtió en el apestado de la antropología oficial mexicana. Sin embargo, como era hombre tozudo y necio, a pesar de condiciones precarias y groseras se creció frente al castigo y continuó con sus investigaciones.
A Octavio Paz supongo que le debió de interesar uno de los últimos textos publicados por Kirchhoff, del año 1962. Se trata de una ponencia titulada The Diffusion of Great Religious System from India to Mexico, en el cual plasmó una orientación introductoria al extenso campo de las posibles relaciones entre ambas latitudes, con un particular acento en una estructura socio-política compartida. Insisto, para el poeta pudo ser una especulación preciosa, a la que al parecer no tuvo acceso.
También supongo que su precipitada salida de la India, luego de renunciar a su cargo de embajador, le impidió continuar sus pesquisas arqueológicas. Pero no deja de sorprender que tres años antes de que se cerrara el siglo XX, retornó a sus primeras certezas, pues en su libro “Vislumbres de la India” concluye, entre otras cosas, que : “La antigüedad de la civilización india es enorme: mientras la civilización del valle del Indo florece entre 2500 y 1700 A. C., la cultura “madre” de Mesoamérica, la olmeca, se desarrolló entre 1000 a. C. , y 300 de nuestra Era. Otra diferencia aún más notable: las culturas mesoamericanas nacieron y crecieron en el aislamiento total hasta el siglo XVI, la India, en cambio, estuvo siempre en relación con otros pueblos y culturas del Viejo Mundo”. ⌈⊂⌋
Ciudad de México, 1959. Editor, crítico de arte y promotor cultural, concibe la novela como un gesto esencialmente narrativo, pero esto no lo separa ni del cuidado de situaciones y caracteres psicológicos ni de su manifestación visual.