Leandro Arellano
Las culturas primigenias son referente inagotable para cualquier contemporaneidad. Jacqueline de Romilly lo confirma con sus estudios sobre Grecia.
El azar
Mientras residimos en Bucarest viajábamos a París con regularidad, en fines de semana extendidos. Nuestro conocimiento de París se forjó en esa etapa, antes de que renaciera la moda, una vez más, de la iglesia de San Sulpicio. La renovada devoción emergió con la popularidad que obtuvo el libro de Dan Brown, primero, transformado en película después: El Código da Vinci.
Nos hospedábamos a un par de cuadras de San Sulpicio, en el inquieto sexto distrito. Al punto descubrimos que a unos metros del templo se ubica una sucursal de La Procure. Todavía, si paramos en París, la visitamos. La sección de clásicos griegos y latinos se halla provista con holgura no sólo de autores y textos clásicos propiamente, sino también de una extenso campo de novedades: crítica, estudios, reediciones, nuevas traducciones, historia, glosas y opiniones de especialistas y estudiosos de oficio y profesión consagrada a los clásicos.
Aquella ocasión, rebuscando sin prisa y con ánimo navideño en los anaqueles, asomó de pronto a nuestra vista un librito rojo de escasas doscientas páginas, con un título portentoso: La tragedia griega. Que la edición fuese de las Presses Universitaires de France era un adelanto. Y si bien la autora, Jacqueline de Romilly, era desconocida para nosotros fue suficiente el registro del índice y la lectura de los párrafos iniciales para colegir que se trataba de materia sólida, de gran arte.
Al lector experimentado lo alcanza el conocimiento de que basta la lectura de tres o cuatro páginas para decidir si un libro se ha de leer enteramente o no. La prosa de las primeras páginas será la prosa de todo el volumen. Y tan importante como saber el libro qué debemos leer es saber qué libro no debemos leer. Si es negativa nuestra respuesta, abandonarlo sin ninguna contemplación.
Luego nos hemos allegado otros libros de la autora, que vamos leyendo con placer. Nos aficionamos a su lectura, nos hemos convertido en sus lectores. Su obra gira en torno a los clásicos griegos, sobre todo. A lo largo de su vida –fue longeva la señora- escribió un medio centenar de volúmenes sobre la lengua, la literatura y la civilización de la Grecia antigua.
La señora Romilly adquirió afición de los griegos en su juventud, cuando por azar llegó a sus manos el gran libro de Tucídides. Ella ha escrito y declarado en entrevistas que esa lectura definió su futuro y la decisión de que el estudio de esos asuntos ocuparía su vida. Efectivamente, la señora Romilly dedicó su larga existencia a la enseñanza y a la promoción de los valores y la cultura de la Grecia clásica.
Perfil mínimo
De origen judío, Jacqueline de Romilly nace en Chartres en 1913. Su padre y su abuelo se dedicaron también a la enseñanza. Su padre muere cuando Jacqueline era bebé por lo que su madre la educa con especial cariño. Estudia en el Liceo Moliere, luego en el Liceo Louis-le-grand y finalmente en la Escuela Normal Superior. Desde temprana edad da muestras de su tendencia a las lenguas clásicas y una vez graduada ocupa su vida y afanes en la cátedra.
Se casa con el editor Michel Worms de Romilly en 1940, de quien se divorcia en 1973
En 1949 inicia su trabajo docente en la Universidad de Lille sobre lengua y literatura clásica y en 1957 la nombran profesora de la Sorbona, en París. En esa etapa comienza a escribir. En 1973 es nombrada catedrática –la primera mujer en la historia de la institución- en el Colegio de Francia y en 1988 es electa miembro de la Academia Francesa.
Obtiene numerosos premios y reconocimientos a lo largo de su vida. Entre otros le es otorgada la nacionalidad griega y es nombrada “Embajadora del helenismo” en 1995. A los noventa y tantos se convierte al catolicismo y varios años antes de su muerte pierde la vista. Murió en 2010, a los 97, cuando era decana de la Academia Francesa.
Helenista reconocida no sólo en Francia, era rival de la escuela de pensamiento de la que forman parte Jean Pierre Vernant y Pierre Vidal-Naquet, que competía con la corriente tradicional, de la señora Romilly.
La afición de Tucídides
¿Por qué no Safo o Píndaro o Alceo, o algún otro lírico griego? ¿Por qué no a los sofistas, a quienes conocía a fondo? ¿Por qué no Esquilo, a quien venera? Cualquier lector sabe que la lectura de Tucídides no es fácil. Maurice Bowra (Historia de la literatura griega, Breviarios 1, Fondo de Cultura Económica) lo señala sin titubeos: Tucídides es un autor complicado y difícil.
Es el creador del realismo en la historia y muy consciente de lo que hizo. La historia de la guerra del Peloponeso es el canon de la historia realista. El comienzo de la historia del poder y de la fuerza.
Si bien Tucídides mantuvo la preferencia en el gusto de la escritora, su estudio y conocimientos abarcaron casi todos los aspectos de la Grecia clásica y en cada una de sus obras revela novedades, arroja una luz nueva sobre éste o aquél tema y expone juicios y descubrimientos producto de su reflexión y sus estudios.
Las tesis de la escritora son transparentes y enriquecedoras. Así, señala su convencimiento de que fuera de Homero y Plutarco casi todo lo grande de Grecia se creó en el siglo V ateniense; o que los sofistas enseñaron a Atenas el arte de razonar. También se adentra en señalamientos más complejos, como que el gusto y habitud por el debate era un rasgo eminentemente griego.
En su libro La tragedia griega, la autora lleva a cabo un estudio iluminador, una radiografía de la tragedia -acaso la mayor creación artística de la Grecia clásica- y sus autores, con pleno dominio de la esencia y los contornos del tema.
Una inquietud que se planteaba la escritora constantemente se refería al estado presente y el porvenir de los estudios clásicos. Mareada por las novedades, a ratos la humanidad descuida el estudio y cultivo de los estudios clásicos. Actualmente vive cautiva de las tecnologías digitales y a ese fenómeno se suma en los días que corren la distracción que demanda la pandemia COVID-19.
El mundo ha de vivirse tal como es. La historia muestra que la humanidad vuelve a los clásicos más temprano o más tarde. Acaso nada más porque su cultivo genera la energía espiritual que impulsa los anhelos de la condición humana. Jacqueline de Romilly pertenece al linaje de los heraldos del legado griego. ⌈⊂⌋
leandroar7@gmail.com
Guanajuato, Mexico, 1952. Diplomático en retiro desde 2016. Es autor de los libros Guerra privada (Verbum, 2007); Los pasos del cielo, Ediciones del Ermitaño, 2008); Paisaje oriental, Editorial Delgado, 2012); Las horas situadas (Monte Ávila Editores, 2015). Ha traducido cuentos de Raymond Carver, John Cheever, W. Somerset Maugham y Guy de Maupassant. Fue colaborador de La Jornada Semanal y actualmente participa en la revista ADE (Asociación de Escritores Diplomáticos).