Gustavo Borges (EFE)
El actual director del Instituto Cultural de México en España comparte su visión respecto a un género literario siempre vigente.
Para el escritor mexicano Jorge F. Hernández, finalista del Premio Alfaguara de 1998, el arte de crear novelas está cercano al oficio del cronista y al de escritor de cuentos, tal vez sus dos géneros más entrañables.
“En realidad soy puro cuento. Las novelas que más me gustan están hechas a partir de hilar cuentos, como por ejemplo “El Quijote”. Pocos reconocen que la obra de Cervantes es un inmenso mural de cuentos, zurcidos con un hilo narrativo para que parezca de una sola sentada”, asegura este domingo en entrevista con Efe.
Hilvanar pequeñas anécdotas fue la técnica con la que Hernández, de 58 años, hizo su novela más reciente, “Un bosque flotante”, publicada el pasado mes de febrero por Penguin Ramdom House.
Se trata de una obra con tintes autobiográficos en la que el autor recrea la amnesia de su madre en los años 60, cuando él era niño y vivió en el bosque de Mantua, cercano a Washington DC.
“A mí me tocó vivir en Estados Unidos la época de la segregación racial, de la guerra de Vietnam, del desahucio de una generación que había creído en el amor psicodélico y que terminó con Nixon en la Presidencia (1969-1974); para nosotros fue la llegada del peor presidente posible. Eso fue superado por Donald Trump (2017-2021)”, cuenta.
El libro es una autoficción en la que Hernández revela que su infancia tuvo claroscuros, los cuales narra, mientras da seguimiento a la pérdida de memoria de su madre en las cercanías del bosque.
“Escribí para que no se olviden ciertas cosas que no deben quedar en la amnesia”, explica.
Aunque el lector sospecha que hay algo de ficción en los relatos, pronto le queda claro que la historia de 193 páginas está basada en hechos reales, como el encuentro del escritor, cuando tenía unos 12 años, con el “Rey Pelé” al terminar un partido de fútbol del Santos de Brasil en Washington.
“Lo sacaron para no seguir destrozando a los gringos, se acercó a la alambrada y ahí le di la mano. Juré que no me la iba a lavar. Era una mano sumamente caliente e impresionante la sonrisa. La cara era una sonrisa completita, con una perfecta dentadura”, recuerda.
Lectura obligada de “El Quijote”
Hernández es un obsesionado de la obra mayor de Cervantes. Cada año lee “El Quijote”, casi de manera supersticiosa, costumbre que tomó luego de una conversación con el premio Cervantes Carlos Fuentes, quien hacía lo mismo, aunque le confesó que la idea original no era suya, sino del premio Nobel William Faulkner.
“Me propuse de joven cumplir con ese ritual y lo he cumplido salvo el año pasado que por primera vez lo leí en voz alta con mi hijo Sebastián. Entonces no lo leí solo”, confiesa.
Historiador, cronista, escritor de cuentos y novelas, Hernández, sobreviviente de dos infartos, cree que su corazón mantendrá la salud si permanece aferrado a los libros.
“A mí me han aliviado las historias, no solo las que escribo, también las que leo. Desde niño he buscado evadirme leyendo de todos los dolores posibles”, explica.
“Un bosque flotante” no solo narra la historia de la madre sin memoria del protagonista. En la obra hay un homenaje a los amigos. Hernández se detiene en un pasaje de su vida, con su amigo Bill Connors. Juntos fueron invitados a una excursión por un mal hombre que estuvo a punto de abusar de ellos.
Con un lenguaje poético, “Un bosque flotante” habla de la sinfonía de las hojas que aplauden con el viento, de patos ocres y de la música secreta de las matemáticas. El autor confiesa que no escribe poemas, pero está seducido por ellos.
“Lo que nos salva en cualquier confinamiento, metafórico o real, está en los libros, está en los versos, en la metáfora”, dice.
Colaborador en el pasado de los premios Nobel Octavio Paz, en la revista “Vuelta”, y Gabriel García Márquez, en “Cambio” y en el presente columnista de “El País”, de España, y “Milenio”, de México, para Jorge F. Hernández lo importante es estar relacionado con las historias y lo consigue hasta tal punto que a veces le pasan cosas de personaje de novela.
“Desde niño he tenido una propensión al agua del azar, me pasan cosas todos los días”, asegura y luego explica sus vivencias como receptor de béisbol o aprendiz de torero, oficio que no completó por causas que explicará en una obra por escribir.
En estos tiempos en el que el ser humano acaba con el medio ambiente con el pretexto de la civilización, Hernández se asume un optimista y se imagina el bosque de Mantua conservado hasta la eternidad, intacto, como quedó en su novela.
“Ojalá la vida me permita regresar al bosque para terminar ahí. Vivir ahí y sino que entierren mi corazón en Guanajuato, que la memoria remota que es la infancia en blanco y negro vaya para el bosque y lo que quede, lo dejen en Madrid, otra ciudad entrañable”, concluyó. ⌈⊂⌋