Luis Ayhllón
Dramaturgia para reuniones virtuales
▶ Aquí [primera parte] de esta obra
III
Lucas
– Quiero que sepas algo: te admiro.
No pongas esa cara.
Te admiro.
Quizás un día podamos hablar como hermanos.
No me refiero a que nos veamos en persona.
Me refiero a que por lo menos a través de estos aparatos podamos ser hermanos y conversar como gente normal.
Como la gente normal, Moisés.
Hablar de los hijos, del clima, del gobierno.
Ojalá se dé algún día, eso deseo.
– No creo que se dé.
– Ni yo.
– La gente normal, supongo, sólo supongo que tiene vidas normales. Álbumes de familia.
– Sí, álbumes.
– Muchas fotografías.
– Sí, sí.
– No creo que se dé.
– Ni yo. Creo que tendríamos que volver a nacer.
– Sí. Volver a nacer.
– Sobre lo que dijiste. Sobre los cuentos que te inventas, te felicito. Deberías escribirlos y contarlos a los niños.
– ¿Qué?
– Los niños se la pasarían bien.
– No son cuentos.
– Moisés, por favor.
– No son cuentos.
– Déjame hablar, esta madre se corta. Sólo déjame hablar que yo te dejé hablar.
– …
– Yo también tengo algo que decirte.
– Ajá.
– Sobre la señora.
– ¿Cuál señora?
– La que mencionaste.
– ¿La gordibuena?
– La-señora-Roldán.
No le digas gordibuena.
Es la señora Roldán.
Eso es una falta de respeto, y aunque te cueste aceptarlo, te voy a pedir, por favor, que cuando te refieras a la señora Roldán lo hagas con respeto.
Ella era una santa.
Y me salvó la vida.
No te rías.
Santa.
No estaba encerrado con ella de a gratis.
Era un proyecto de vida, Moisés.
Un día caminaba por la calle sin rumbo.
Tenía muchos problemas, tú lo sabes. Y de pronto, sin pensarlo, me vi en un puente peatonal, sostenido del barandal, a punto de aventarme.
Ahí estaba la ciudad silenciosa.
No me malentiendas. Había caos.
Es una ciudad llena de ruidos y de gente.
¿Me entiendes?
Pero en mi cabeza había silencio.
Silencio.
Estuve a un tris de arrojarme para ser destrozado por algún tráiler de refrescos, pero antes de cualquier cosa, de que siquiera me trepara al barandal, escuche la voz de la señora Roldán.
Me dijo:
¿Qué haces?
Y me despertó de mi letargo.
¿Qué haces?
Volvió a decir.
Nada.
No me digas que no.
No, nada.
La señora Roldán se te metía a la cabeza. Sabía lo que pensabas en todo momento.
Guardé silencio. No sabía qué decirle.
Antes de hacer cualquier cosa, quiero que me escuches.
Me dijo.
Y yo le hice caso. Tenía el poder de convencerlo a uno.
Me quedé escuchándola.
Hace muchos años, cuando los animales aún hablaban, me dijo, existió un príncipe muy infeliz. Nunca salía de su habitación porque el rey se lo prohibía. Pensaba que afuera había demasiados peligros para él, por lo que nunca salía a jugar con otros niños, y mucho menos, paseaba a caballo por las montañas o el bosque. Si algún animal quería el príncipe, el rey lo hacía traer a su habitación. Si tenía hambre, le llevaban banquetes a su habitación. Si se aburría, le llevaban a las hijas del carnicero a su habitación.
Un día, un cuervo se posó en el dintel de su ventana y se hizo su amigo.
No me gusta verte así, príncipe.
¿Por qué, Silvestre?
Así se llamaba el cuervo.
Silvestre.
¿Por qué?
Sepa.
No me gusta verte así, príncipe.
¿Por qué?
Afuera hay mucha maldad, sí. Pero también mucha belleza. Belleza que tienes que observar con tus propios ojos.
¿Y qué puedo hacer, Silvestre?
Y fue cuando idearon un plan para que el príncipe pudiera salir a conocer el mundo. El príncipe escondió al cuervo en su habitación. El ave, cauta como era, se mantuvo inmóvil durante horas hasta la madrugada. Salió de su escondite. El príncipe abrió un par de puertas para que el ave, caminando como un profesor doctorado en alguna universidad europea, entrara a la habitación real. De pronto, se vio ante el rey, quien roncaba al costado de una doncella.
Sigilosamente, brincó a la cama, se posó en el pecho del rey y de un par de picotazos quirúrgicos, le arrancó los ojos con sus respectivos tallos.
El rey gritaba como doncella, la doncella gritaba como rey y la guardia real entró con sus lanzas.
Silvestre terminó destripado en las piedras de la habitación.
El príncipe, en secreto, le dedicó una oración.
Ese día, le hizo prometer a su padre que sería su guía en el reino. De esta manera, el príncipe pudo salir y observar las bellezas del mundo, gracias a que se convirtió en los ojos del rey.
Lucas se seca las lágrimas de los ojos.
Eso me contó la señora Roldán, y por un momento dejé de pensar en mis propios problemas.
Como era de bajos recursos, más bajos que nosotros, la llevé a casa y a cambio de comida, ella me contaba historias.
No necesitaba más que estar con ella y escucharla.
¿Entiendes, Moisés?
¿Entiendes lo que digo?
Ella era una santa.
– No, no lo era.
– ¿Qué?
– No era una santa, Lucas.
– ¿Por qué lo dices?
– Porque no lo era. Era una cerda. Una puta cerda.
Moisés sale de la reunión.
IV
Moisés y Lucas
– La única manera de que mamá muriera era con fuego… y tú la quemaste.
– Buenas tardes, Lucas, ¿cómo has estado?
– No estoy para eso.
– ¿Cómo va el confinamiento? ¿Y tú cómo estás, Moisés? Muy buenas noches. He estado bien, gracias.
– Tú la quemaste.
– No.
– Era la única manera.
– La única manera/
– De que muriera.
– Yo no la quemé.
– ¿Quién fue?
– No tengo idea, pero yo no fui.
– Hubo un incendio.
– Sí, pero yo no lo provoqué.
– Entonces fue la señora Roldán.
– La señora Roldán era una santa.
– ¿Dónde está ella?
– No lo sé.
– ¿Dónde está la señora Roldán?
– Ella sólo se fue.
– ¿Por qué se fue?
– Por que no podía vivir con la sarta de muertos de hambre con los que vivíamos, después del incendio. Ella era muy limpia. Usaba cremas para la piel.
– ¿Y por eso se fue?
– No le gustaba el hacinamiento.
– ¿Y por qué no sacaron a mamá?
Silencio.
– Cuando comenzó el incendio, ¿por qué no sacaron a mamá?Solo pudimos salir nosotros por la ventana.
-¿Por qué no la sacaron también a ella?
– A ver, Moisés. ¿Te das cuenta de lo que me estás diciendo?
-¿De qué?
– ¿Te das cuenta de lo que me dices? ¿Cuánto pesaba mamá? Estábamos en un quinto piso. ¿Cómo querías que la sacara?
– Preferiste sacar a la señora Roldán.
– Yo no la saqué, ella solita se colgó de las sábanas que atamos. Y la pudieron agarrar en el piso 3.
– ¿Y luego bajaste tú?
– Sí.
– ¿Ves?
– Sí.
– ¿Preferiste que la señora Roldán bajara primero?
– Sí.
– ¿Por qué?
– Porque era una santa.
– ¿Y dejaste a mamá adentro?
– Se cayeron unas vigas.
– ¿Le gritaste, le dijiste algo?
– Claro que le grité. Le dije que abriera la puerta.
– Ajá.
– Pesaba 110 kilos, no mames. ¿Cómo la íbamos a sacar por la ventana?
– Pero era tu mamá. Eran 110 kilos de tu mamá. Además, la señora Roldán no era una varita de nardo.
– Pero se desplazaba como ser humano, no como cefalópodo.
– Tenía problemas en la tiroides.
– Pues sí. Pero yo no la maté. No fue mi culpa. A ver, Moisés. Si dices que era vampira por qué no se transformó en murciélago y salió volando.
– No seas mamón. Te pido un poco de respeto.
– Contesta.
– No era ese tipo de vampira.
– Contesta con sensatez.
– Sí.
– ¿Por qué no se transformó en un gordo murciélago y salió volando?
– Esto no es una película del Santo, Lucas. No era Tundra, vestida de blanco, invocando una maldición bicentenaria, esperando a que Lorena Velázquez se alzara de su puto sarcófago. Sólo necesitaba beber sangre. No se transformaba en ni madres, no le tenía miedo a las cruces y mucho menos a los luchadores. Al contrario. Era devota.
– Una vez me amarró a la cama y me apachurró su cigarro en el pecho. ¿Lo sabías?
– Sí.
– Ah, muy bien.
– Algo habrás hecho.
– En otra ocasión me clavó la mano a la mesa. Mira la cicatriz.
-Ya lo sé. ¿Y?
– Es que no has entendido nada, a los niños no se les queman cigarros en el pecho, ni se les clava la mano en la mesa por no comerse la sopa de lentejas.
– Te estaba haciendo hombre.
– Me estaba torturando.
– ¿Y por eso la dejaste en el fuego?
– Ella lo provocó.
– ¿Qué?
– Ella provocó el incendio.
– ¿Cómo lo sabes?
– Porque yo la vi.
– Eso es una puta mentira.
– ¡Yo la vi, Moisés!
– Ajá.
– Yo vi cómo se roció con gasolina su obeso cuerpo y vi cómo se echó un cerillo encima.
– ¿Y por qué no la apagaste?
– Porque se encerró en su recámara después de prenderse fuego. Se encendió a sí misma, se fue corriendo por el pasillo como un pequeño sol rodante y se encerró bajo llave. La señora Roldán intentaba abrir con un cuchillo la cerradura.
– Si era una santa, ¿por qué no hizo un milagro?
– Si era una vampira mamá… No era esa clase de santa. Bueno, sí, hacía milagros, pero milagros trascendentales, no abrir una puertita, Moisés. A ver, tú que te llamas Moisés, ¿crees que el original andaba abriendo puertas con sus poderes? ¿O limpiando la casa porque le daba güeva? ¡Abrió el puto Mar Rojo!
– ¿Por qué no abrió la puerta?
– Porque las llamas se esparcieron rápido. Muy rápido. Por eso tuvimos que salir por la ventana.
– ¿Por qué habría de creerte? ¿Por qué no pensar que fueron ustedes quienes le prendieron fuego?
– A ver, a ver. ¿Por qué habría de quemarla?, y no sólo eso, ¿por qué habría de arriesgar a los vecinos? ¿Crees que soy un asesino? ¿Crees que yo quería que murieran esas personas? No sé qué clase de persona crees que soy, pero no he podido superar que por las ocurrencias de mamá, hayan muerto 17 personas, incluidas dos madres con sus respectivos hijos.
– Entonces, ¿fue mamá?
– Sí.
– ¿Y por qué lo hizo?
– Porque era una hija de la chingada.
– No digas eso. ¿Y dónde estabas?
– Estaba, estaba…
– ¿Dónde?
– Fui por dos kilos de harina.
– ¿Para qué?
– Mamá me dijo que quería hacerme un pastel de cumpleaños.
– ¿Ves?
– ¿Qué?
– ¿La clase de hija de puta que era?
– Quería festejar mi cumpleaños.
– No. Quería prender fuego a su grasa y de paso quemarnos a nosotros y a todo el edificio y que tú no estuvieras ahí. Lo había planeado.
– No lo creo.
– A ver, piénsalo bien.
– Pues, sí. Eso parece. Yo pensaba…
– Sí, sí, ya sé…
– Sabes qué, necesito ir a golpear mi cabeza contra el muro o rajarme los brazos un rato. Tengo muchas cosas qué procesar.
– Está bien.
– ¿Qué vas a hacer tú?
– Ponerme pedo, ¿qué más? Por cierto, dijiste que la única manera de que mamá muriera era con fuego.
– Sí.
– ¿Por qué lo dijiste?
– Porque era la única manera de que muriera.
– ¿Era inmortal?
– Sí.
– Bueno, ay te ves.
– Cuídate.
– Tú también.
Salen de la reunión.
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luayhllon@yahoo.com.mx
Ciudad de México, 1976. Dramatrugo, guionista y director mexicano. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte snca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes fonca. Miembro del taller de la Royal Court of London en México. Ganador del Premio Nacional de Literatura 2006, en la rama de teatro; del Premio Nacional de Dramaturgia Manuel Herrera 2004; del Premio Nacional de Teatro para Adolescentes 2004; y del Premio Oscar Liera a la Mejor Dramaturgia 2004, entre otros premios y reconocimientos. Su trabajo en cine incluyen el guión del largometraje Caja Negra; el guión y la realización del mediometraje Instrucciones para acabar con la neurosis; Dodo fue su ópera prima como director de cine (2013); en 2016 escribió y dirigió Nocturno.