Felipe Sánchez Reyes
La añeja ciudad egipcia cautiva tanto por su raigambre cultural como por lo que genera a quienes la recorren en la actualidad. Este testimonio confirma sus maravillas históricas y terrenales
Alejandría es una ciudad cosmopolita, moderna y centro cultural de la antigüedad, cuyo legado se asocia al origen del humanismo. Allí la población urbana crece frente a la rural y es una ciudad fundamentalmente urbana, Escolar (2001, p. 37).
Alejandría es recordada, porque allí se origina el Museo, la Biblioteca y el Faro, considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo, y por dos mujeres excepcionales, cuya vida ha sido llevada al cine: Cleopatra VII (69-30 a. C.) – políglota, inteligente y de vasta cultura-, amante de Julio César y Marco Antonio, última gobernante de la dinastía ptolemaica del Antiguo Egipto, en la película que lleva por título su nombre, Cleopatra (1963); e Hypatia (370-415 d. C.), filósofa, matemática y astrónoma, en el filme, Ágora (2009).
Al periodo histórico de Alejandría, gobernado por Ptolomeo I y II, se le denomina época o periodo helenístico, porque domina la lengua griega (ἑλληνίζω: hablar griego) y abarca desde la muerte de Alejandro Magno (323 a. C.) hasta el 30 d. C. Durante el gobierno dePtolomeo I, Soter (367-283 a. C.) y Ptolomeo II, Filadelfo (308-246 a. C.), el griego se convierte en la lengua oficial y del saber por excelencia.
Se le denomina periodo helenístico, porque la lengua griega se impone a las otras y se habla en todas las colonias conquistadas por Alejandro Magno, afirman Korte y Handel (1973, p. 17); porque es la lengua de los bibliotecarios y comerciantes, de las relaciones internacionales y de cualquiera que viaje de Marsella a la India, aseveran Tarn y Griffith (1969, p. 10); también por la supremacía intelectual de los griegos sobre los demás pueblos y por el auge de la ciencia, filosofía y literatura griegas.
En Alejandría, a diferencia de Atenas, afirma Pedro Gálvez en su Hypatia (2004, p. 36), las mujeres son iguales ante la ley: alquilan o compran propiedades, emprenden negocios y comparten la herencia con el hombre en igualdad de derechos. Algunas gobiernan Egipto, como Arsinoe III –hermana y esposa del monarca Ptolomeo IV, generala invencible, que dirige en el 217 a. C. el ataque de su falange contra Antioco, al que vence esta adolescente.
Ella es la reina ptolemaica más exitosa e iniciadora de una línea de mujeres independientes y políticamente relevantes, cuya imagen aparece retratada en monedas. Y la reina Cleopatra VII, otra princesa adolescente de dieciocho años, culta y políglota que invita y seduce a la intelectualidad griega, para que vaya a vivir a Alejandría.
También bajo el reinado de Ptolomeo II -283 al 246 a. C.- existen otras mujeres ilustres. Myrtion, la actriz aplaudida en teatros y salones de la corte, respetada y famosa por los banquetes en su mansión del barrio más elegante de Alejandría, el Bruquión. Mnesis y Pothie, músicas profesionales, virtuosas de la flauta, el instrumento más apreciado por la clase culta alejandrina; Clino, la escultora; Stratonice, la poetisa; y Bilstiche, atleta que gana a los hombres competidores en la carrera de carros, en los Juegos Olímpicos del año 268 a. C.
El historiador romano, Flavio Arriano (2001, p. 153), en su libro Anábasis de Alejandro Magno, manifiesta que Alejandro Magno, cuando pasa por allí, tras conquistar la satrapía persa de Egipto, funda la ciudad que lleva su nombre en el poblado de Racotis. Este barrio de autóctonos egipcios, habitado por un puñado de pescadores, se ubica entre el mar Mediterráneo y el Lago Mareotis, y es una costa inhóspita sin agua potable.
Alejandro, después de derrotar a los persas, visita el santuario del dios egipcio Amón en el oasis de Siwa, tras una difícil travesía por el desierto (Arriano, 2001, p. 155 y Escolar, 2001, p. 45), dios al que antes habían consultado Perseo y Heracles. Esta divinidad le ordena en un sueño fundar una ilustre ciudad al lado de la isla de Faros. Así él escoge el lugar, crea la ciudad de Alejandría en el año 332 a. C, decreta que su ciudad será la fuente de conocimientos del mundo y atraerá el talento desde lejos.
Alejandro Magno, antes de marchar a sus conquistas asiáticas, nombra gobernador de la villa fundada a uno de sus oficiales. En el año 331 a. C., ordena a Dinócrates de Rodas, uno de sus mejores arquitectos, trazar el plano de la ciudad de forma rectangular con calles rectilíneas, dos avenidas perpendiculares, como eje central, de 30 metros de ancho que permitan el tráfico y proporcionen espacio a los grandes edificios públicos. Señala la ubicación de los principales lugares de la localidad: el mercado, el perímetro de muros, el número de templos y dioses que venerarán, y las obras de fortificación con fines defensivos (Arriano, 2001, p. 153, Escolar, 2001, p. 44). Así, la forma de la zona de la ciudad es como una clámide, afirma Estrabón (2001, p. 33). Además manda construir acueductos desde el río, multiplica las cisternas y canaliza el lago.
Dinócrates también une la isla de Faros a la ciudad, mediante el Heptaestadio, un muelle de más de kilómetro y medio. Crea dos puertos fundamentales: uno marítimo en el mar Mediterráneo, el Eunostos –cavado por la mano del hombre, asevera Estrabón (2001,p. 27)-,y otro fluvialen el Nilo, el puerto de Lago Mareotis, que, a través de un canal, une al Puerto, el Lago y el Nilo; con el puerto del Nilo permite el acceso a todo Egipto.
A la muerte de Alejandro (323 a. C) por fiebre en Babilonia, Ptolomeo I se apodera de la carroza que transporta embalsamado el sarcófago de oro y preparado con lujo oriental de Alejandro hacia Macedonia (Escolar, 2001, p. 52). Se lo lleva a Menfis, mientras construye su templo-mausoleo en Alejandría y lo entierra en la tumba de Alejandro o Soma Alexandrou en el Bruquion.
La vida cotidiana en Alejandría
1er día. Al mediodía llegamos en barco al puerto de Alejandría. Nosotros aún éramos jóvenes e íbamos en busca de conocimientos y del amor, aún no hallado en las jóvenes de nuestra isla. Esperábamos encontrarlo en la mirada hechicera de las mujeres hermosas que pasaran a nuestro lado, que llenara nuestras vidas, porque el amor hasta entonces atormentaba nuestros corazones como un estruendo.
Descendimos en la escalera del barco, dejamos el muelle del puerto artificial, Eunostos o de El Buen Regreso, con los mástiles de velas ondulantes de sus embarcaciones. Seguimos hasta el Ágora por una de las calles que sale del mar con rumbo a la ciudad. Caminamos entre la aglomeración, voces y gritos de viandantes y mercaderes. Avanzamos, dejamos el vocerío de la muchedumbre del muelle y nos internamos en las calles bulliciosas de la ciudad.
Miramos aquel océano monumental de casas, palacios, templos que flotan ante nuestros ojos. Llegamos a Racotis, el barrio de la ciudad egipcia que contiene el templo de Pan, bañado de luz. Desde la cima de ese templo vemos el mar de azoteas de ese barrio, el templo de Serapis con su Biblioteca anexa y el estadio con sus competencias de carrera. Llegamos al barrio principal de la ciudad helénica, el radiante Bruquión, donde están el Museo y Biblioteca real, la tumba de Alejandro, el gimnasio, la palestra y el teatro, el Palacio y las habitaciones reales.
La ciudad de Alejandría es la meta no sólo de jóvenes en busca de nuevas ideas y mujeres hermosas de todos los países, como nosotros, sino también de todos los sueños de los poetas, filósofos y científicos del mundo antiguo. Es la corona de todas las glorias, por eso, los griegos de todas las islas, en Alejandría, se sienten como en su casa. Alejandría, afirma Herodas el autor de mimos (Escolar, 2001, p. 77), es la casa de Afrodita: todo lo que existe y lo posible está en Egipto: dinero, juegos, poder, cielo azul, fama, espectáculos, filósofos, oro, jóvenes, el templo de los dioses hermanos, el rey benevolente, el Museo, vino, cuanto uno puede imaginar.
Caminamos por las calles de Alejandría que salen a nuestro paso en busca de extranjeros. El resplandor de sus blancos edificios de mármol y sus adornos de yeso nos enceguecen. Pues a esas horas del día los rayos despiadados del sol nos debilitan y desgastan nuestro buen humor. Después descubrimos que, incluso de noche, a la luz de la luna, los edificios proyectan una claridad intensa.
Al fin buscamos la sombra, nos encontramos con la Avenida Canopo, una gran calle que tiene treinta metros de ancho y que corre del oeste al este, sólo la atraviesa otra en ángulo recto que conduce al caminante a las murallas de la urbe o a la orilla del lago Mareotis. En la avenida las tiendas y bazares coloridos se alinean a lo largo de esa vía pública central.
No hay avenida que la iguale en todo el mundo civilizado. Es tan ancha que en ambas direcciones vemos circular cómodamente hasta tres grandes carruajes, uno al lado del otro. Por sus aceras, bajo las amplias y altas arcadas de mármol y piedra, deambulan los alejandrinos con atuendo blanco y azul, amarillo y morado. Por ellas caminamos horas enteras, siempre en línea recta, sin exponernos al sol, porque a veces brilla con su intenso fuego que se suma a su clima de bochorno. Por encima de esta ciudad vela El Faro, levantado en la isla de Faros por Sóstrato de Cnido para seguridad de los marineros (Tarn y Griffith, 1969, p. 139).
Sus calles rectas, sus dos avenidas y monumentos la convierten en la urbe más populosa y moderna, el foco de atracción para jóvenes, literatos y científicos de todas partes. Al oeste está el puerto artificial, Eunostos, formado por rompeolas, que se conecta, a través de un canal, con el lago Mareotis. Al lado del Eunostos está el puerto Kibitos, el puerto militar o de guerra. Luego el Heptaestadio, después de éste, se localiza el pequeño puerto interno cerrado que contiene el Puerto Magno y el pequeño Puerto Real de Ptolomeo, donde se encuentra su flota de placer.
El Puerto militar, Kibitos, es el puerto interior al que llegan los productos del país a través del Nilo, cuyo canal irriga el agua a la ciudad, distribuida mediante conductos que llenan cisternas subterráneas. Por sus dos puertos exteriores, el Magno y el Eunostos, pasan todos los productos de Oriente a Occidente, y por el otro puerto, que da al Lago Mareotis, pasa el tráfico del Nilo. Esta ciudad cuenta con el mayor puerto del Mediterráneo (Escolar, 2001, p. 56).
Cerca del puerto Eunostos, se halla el distrito real, Bruquión, separado del barrio Racotis por la avenida Canopo. Allí, en el Bruquión, se sitúan el Palacio, los cuarteles de guardia, los jardines del Palacio, el Museo y la Biblioteca, también la maravillosa tumba de Alejandro Magno, Soma Alexandrou, venerado como un dios, en su ataúd de oro puro, convertido por Ptolomeo I en el famoso y sagrado santuario del mundo antiguo. Dentro de la ciudad se encuentran las oficinas centrales de toda la administración -gobernadas por los egipcios-, los almacenes de granos, aceite y otros productos, el palacio de justicia, el gimnasio, la palestra y una colina artificial dedicada al dios Pan o Paneo, que nos ofrece un panorama de toda la ciudad. Más allá de la puerta del este se halla su hipódromo para carreras de carros, en las que gana la atleta Bilstiche, en los Juegos Olímpicos del año 268 A. C.
Esta ciudad atrae a los eruditos: científicos, historiadores y poetas, con el fin de obtener hospitalidad, ingresos y los favores del rey. Porque el antiguo rey, Ptolomeo I (367-283, σωτήρ-salvador), inteligente, culto y alumno de Aristóteles, crea palacios, edificios reales y puertos, y añade al esplendor de sus edificios, el cultivo del intelecto. Pues piensa, como su hijo Ptolomeo II, que los estudios mantienen a un rey al tanto de la comprensión humana. Si el padre funda la Biblioteca y el Museo, su hijo Ptolomeo II (308-246 a. C., φιλάδεδλφος),que ostenta un reinado de riqueza y magnificencia, completa la Biblioteca, funda la biblioteca Anexa y el Faro (280 a. C), crea su moneda propia para el intercambio y fija impuestos a la población. ⌈⊂⌋
Referencias-.
Arriano, Flavio (2001). Anábasis de Alejandro Magno (trad. Antonio Guzmán Guerra). Madrid: Gredos. Craig Haffner y Donna Lusitana (1996). La Biblioteca de Alejandría. The History Channel, Planeta DeAgostini. Escolar, Hipólito (2001). La biblioteca de Alejandría. Madrid: Gredos.
Estrabón (2001). Geografía (trad. J. L. García Ramón, J. García Blanco y M.ª J. Meana Cubero). Madrid: Gredos, tomo II. http://www.anarkasis.net/Estrabon-geografia/libro17.htm
Fernández Fernández, Cecilia. (1995) “La biblioteca de Alejandría: pasado y futuro”. Revista General De Información Y Documentación, 5 (1), 157. Recuperado a partir de https://revistas.ucm.es/index.php/RGID/article/view/RGID9595120157A
Gálvez, Pedro (2004). Hypatia. Madrid: Lumen.
Hernández, David (2020). La biblioteca de Alejandría, destrucción en, 24 oct, 2020 https://historia.nationalgeographic.com.es/a/biblioteca-alejandria-destruccion-gran-centro-saber-antiguedad_8593).
Jaén Sánchez, Marcos (2018). La biblioteca de Alejandría. Madrid: Gredos.
Korte y Handel (1973). La poesía helenística. Barcelona: Labor.
Tarn y Griffith (1969). La civilización helenística (trad.). México: FCE.
Puebla, 1956. Ensayista, narrador y traductor. Licenciado en Letras Clásicas y Maestro en Literatura Iberoamericana (UNAM). Es coordinador de la Colección Bilingüe de Autores Grecolatinos, dirigida al Bachillerato de la UNAM y es profesor-investigador de la UNAM (CCH Azcapotzalco), donde imparte las materias de Griego y Taller de Lectura y Redacción. Su obra incluye: Poesía erótica: Safo, Teócrito y Catulo (UNAM-CCH, 2020), Teócrito: poemas de amor, desamor y otros mitos (UAM-A, 2019), Pétalos en el aula. La docencia, lecto-escritura y argumentación (UNAM-CCH, 2018), Totalmente desnuda. Vida de Nahui Olin (Conaculta-IVEC, 2013). Ha colaborado en las revistas, Tema y Variaciones de Literatura, Texto Crítico, Liminar, La digna Metáfora, CambiaVías, Eutopía y Poiética.