Fisonomía Londinense

Leandro Arellano

Londres se dispersa actualmente en calles, callejones, avenidas, calzadas y paseos: reales, burguesas, de medio pelo y una parte de ellas, sin estirpe. No predomina en la ciudad ningún estilo de arquitectura, conviven varios en apacible  tolerancia.

Londinium. Las realidades de la política disponen que Inglaterra constituya, con otras tres entidades -Escocia, Gales e Irlanda del Norte- lo que llanamente se conoce como la Gran Bretaña. Es Inglaterra quien lleva la voz cantante y, hoy por hoy, el inglés, la lengua franca en el mundo. Londres, su capital.

Cuatro grandes mares –el Océano Atlántico, el Mar del Norte, el Mar de Irlanda y el Canal de La Mancha- envuelven los bordes de la isla que es Inglaterra. La distancia física que media entre esta y el continente europeo se reduce, en el punto más estrecho, a solo 33 kilómetros.

No es improbable que la naturaleza de los países insulares, su carácter combativo y resuelto, tenga origen en la conciencia de su aislamiento. Acaso es eso lo que concluimos también nosotros, tras de observar la actitud de naciones como Cuba, Japón e Inglaterra a través de la historia.

Toda ciudad constituye la coronación de la sociedad organizada. La historia de Londres es extensa, como los siglos que la han escoltado. Londres se dispersa actualmente en calles, callejones, avenidas, calzadas y paseos: reales, burguesas, de medio pelo y una parte de ellas, sin estirpe. No predomina en la ciudad ningún estilo de arquitectura, conviven varios –desde esperpentos hasta palacios monumentales- en apacible  tolerancia. La impresión de que es más bien una ciudad gótica sobrevive en nuestra intimidad.

Londres fue fundada por legiones romanas hace unos dos milenios y bautizada como Londinium. En el siglo tercero contaba con unos 500 mil habitantes; actualmente acoge a alrededor de 9 millones. No ha sido inmune a las vivencias de cualquier otra gran metrópoli: contaminación, basura, incendios, epidemias, hacinamiento, hambrunas, inundaciones y no pocos esplendores. Cuando concebíamos la redacción de esta nota hace meses, Londres se hallaba sometida a uno de los ataques más encarnizados de la epidemia que sitia a la humanidad, todavía: COVID 19.

A finales del siglo diecinueve la ciudad constituía el núcleo de las finanzas y comercio mundiales. Los afanes del Imperio inglés se expandían en todos los continentes. El centro de esas actividades se agita todavía en la Central London, área peculiarísima en varios sentidos, que a nosotros se nos figura un retablo medieval. Hablo del Londres que yo conocí, hace cosa de tres décadas.

El Támesis. A Londres no le inmuta ser la capital del reino, como lo fue del Imperio. Constituye una urbe no afectada por el escepticismo, como creía Pedro Henríquez Ureña que acontece con toda ciudad capital. Por el contrario, es más bien porfiado su carácter hacia afuera y dificultades y problemas los lubrica con humor.

Históricamente, metrópolis y ciudades importantes solían establecerse al lado de una señal, de un accidente topográfico: un río, una montaña, una vega, la vera del mar o, en fin, otra contingencia. A Londres la patrocina y acompaña el Támesis. El gran río fluye constante y revuelto de oeste a este, y recorre unos 346 kilómetros, humedeciendo a la ciudad y recogiendo sus afanes y congojas, hasta desembocar a un medio centenar de kilómetros abajo, en las aguas heladas del Mar del Norte. El río abastece de agua a la ciudad, también.

Para conocer la ciudad hay que caminarla. Es el laberinto por excelencia, escribió Amado Nervo a su paso por esa ciudad, hace poco más de un siglo. Y Chesterton, uno de los súbditos de la corona que mejor conocían a la ciudad, lo planteó a su manera: Londres es un acertijo, París una explicación.

 A los países los distinguen sus ciudades. Londres acoge al forastero –igual que el resto de Europa- con amabilidad pero sin entusiasmo. A pesar de ello, hace honor a Babel. A lo largo de la ciudad, en aceras, parques, museos, en el metro, en el tren y otros sitios públicos es notable el volumen de extranjeros. Se ha tornado común escuchar en la calle otras lenguas y el desfile de semblantes novedosos. Habrá que confrontar con estadísticas esa señal. La población de un país comparte hábitos, valores y conductas

La ciudad aloja a varias de las instituciones fundamentales del país, públicas y privadas. El Parlamento, la Casa Real, la City, la BBC, figuran entre las primeras. Pero igual, existen fenómenos naturales y sociales cuya magnitud y efectos afectan la vida de Londres y el carácter de sus habitantes. La lista de factores puede extenderse hasta el infinito. Pero igual, los límites del contorno no se agotan, en este texto solo quedan registrados los trazos fundamentales.   

El clima. La fama de Londres como ciudad lluviosa y encapotada es cierta. El clima incide en el carácter de la población. El calor o el frío determinan no pocas actitudes entre los humanos. Las condiciones así generadas convocan, además de algunas conductas específicas, una especie de saudade a la que hay que domesticar. Los ingleses lo han logrado, tornándola en buen humor.

Basta con volver la vista atrás para revivir la sensación física de cómo cada mañana o cada tarde nos abatía aquella llovizna refinada y sutil. Borrada quedó la cuenta del número de paraguas extraviados en el transporte público.

A los vaivenes de la llovizna y la temperatura se hallan ligadas circunstancias ineludibles. La del vestido en primer lugar. Además de la vestimenta básica es indispensable portar paraguas, vestir gabardina –o impermeable, como la llaman los sudamericanos- y calzar zapatos de suela plástica. Ataviados de ese modo, inhalar profundamente y echarse a la calle. Cada mañana marchan así a su trabajo u ocupación: vestidos con corrección, formales, amables, contenidos y prestos al humor…

La madeja orquestada por trenes urbanos, autobuses –cuyo bulto mayor componen los funcionales Double Decker-, así como el indispensable tren subterráneo, el metro, constituyen el sistema de transporte colectivo de la ciudad. El sistema es eficiente, confiable y caro. La armonía que mantienen esos medios entre sí, funciona con certidumbre y amabilidad.

El metro. A “esa nación discreta”, como llamó Cervantes a Inglaterra, a ese pueblo con tantas cualidades, las condiciones generadas por la llovizna no le representa un obstáculo para su movilidad. Nadie se queda en casa por ese motivo.

El metro es el principal medio en que se transporta la ciudad. El metro de Londres es el más antiguo del mundo. Inició actividades en 1863 y al presente suma doce líneas, dando servicio a más de tres millones de viajeros cada día. Los locales lo llaman indistintamente: Tube, Subway, Underground. Constituye el instrumento mayor del sistema de transporte público. Es cómodo y seguro.

Todo orden y concierto prevalece al interior de los vagones. Priva un silencio que no rebasa los murmullos, y solo es roto por el rítmico traqueteo de los rieles. Los usuarios viajaban sumergidos casi todos en la lectura de los diarios, sabiamente doblados y sostenidos en una mano. En la actualidad usan los nuevos dispositivos digitales, viajan inmersos en el celular, la tableta y otros.  

La urbanidad y el entusiasmo contenido –o transformado- como medida de los acontecimientos de cada día, caracteriza la conducta ciudadana. Todo forastero ha de avenirse. Igual que al descubrimiento de que casi no hay calle o avenida recta, ni callejón sin vericuetos.

Una de las ciudades más civilizadas del orbe, es capital de un país creador e inventor de infinidad de cosas, tanto de objetos como de instituciones: el capitalismo y la máquina de vapor; los ferrocarriles y varios deportes; de su sistema nacional de salud a esos beneméritos refugios del espíritu como son los Pubs.

La población es notoriamente afable. Viajar en el metro daba la medida.

El Parlamento. Una de las instituciones más poderosas del país es el Parlamento. En él reside la soberanía nacional. Establecido en 1215, es uno de los más antiguos del mundo. Es bicameral, formalmente compuesto por la Cámara de los Lores y la Cámara de los Comunes. Es ésta, la Casa de los Comunes (así la llaman ellos) el verdadero poder del país, para todo efecto. Tanto político como económico.

El partido político con mayor apoyo del electorado constituye y forma el gobierno. Las elecciones tienen lugar cada cuatro años, por lo menos. Las prácticas electorales garantizan el objeto fundamental de la democracia: conceder a toda la población posibilidades de desarrollo.

Presenciar un debate de la Casa de los Comunes es uno de las lecciones y de los espectáculos más iluminadores de lo que cualquier persona pueda concebir. Esos debates revelan, o así me lo figuro, lo más parecido, lo más cercano a los debates de los atenienses del siglo quinto antes de Cristo. Ellos, los griegos, inventaron la palabra -democracia- y la cosa misma.

El carácter insular de Inglaterra no ha disminuido la visión universal y el compromiso de sus mentes más lúcidas. Pero una vez más la historia confirma que la vida no va en línea recta. La separación británica de la Unión Europea ha sido un mal cálculo.

La casa real. Del puñado de instituciones que representan los rasgos más mediáticos del país, la Corona es la más visible. Se trata del poder soberano del estado, en la persona del rey o reina de la nación. La historia de la corona es más antigua que la del parlamento. Hacia el siglo diez el rey de Essex se convirtió en rey de Inglaterra y desde entonces ha reinado una corona, a menudo en disputa. La continuidad de la familia, de la sangre real en el trono, no ha sido permanente.

 La monarquía es constitucional, esto es, aunque el soberano es formalmente el jefe de estado, es el parlamento quien tiene el poder político, económico y social.

La reina Isabel II de Inglaterra, la actual soberana, heredó la Corona en 1952. Durante las décadas transcurridas, ha mantenido un control prudente y firme de su imagen como soberana y de sus relaciones con el parlamento. Ella es un símbolo que la ciudadanía, los súbditos, aceptan o sobrellevan con naturalidad y –la masa silenciosa- con agrado. A momentos se han levantado voces clamando el fin de la monarquía y la instauración de la república.

La City. La City es uno de esos fenómenos que al mismo tiempo maravillan y despiertan escepticismo.

El distrito se ubica en el corazón de Londres y la superficie en que se asienta no alcanza los tres kilómetros cuadrados de extensión. Son un puñado de miles los residentes, pero durante el día se torna en zona altamente poblada. En ese espacio se acomoda y labora la maquinaria humana que mueve las mayores transferencias financieras del mundo.

Es una de las áreas más antiguas de Londres, donde callejuelas medievales conviven y se dan la mano con elevadísimos y modernos edificios. Allí mantienen sus reales el Banco de Inglaterra y la Bolsa de valores. La propaganda lo anuncia como el distrito financiero más importante del mundo. Lo cierto es que millones de dólares y  otras monedas transitan o se mueven desde allí cada día.

Inglaterra es cuidadosa de sus instituciones y las del capital ocupan sitio privilegiado. No pocas veces ha prevalecido la codicia como prioridad. Londres fue creadora de varias prácticas y usos de la vida diaria, incluidas las bancarias. Inventó también el capitalismo y su justificación moral.

La BBC. Los ingleses forman, sobre todo, una nación abierta y despejada. Ellos guiaron el siglo pasado la resistencia y el camino contra la más abyecta ideología de los siglos recientes. Uno de los episodios más aberrantes de la humanidad.

El espíritu libertario y combativo lo ha forjado el pueblo inglés no sólo a través del tiempo, sino gracias al esfuerzo continuo en el trabajo y al ejemplo de personajes cuyo pensamiento y acción –Isaac Newton, Oliver Cromwell, Tomas Moore, William Shakespeare, Winston Churchill y otros- han edificado el carácter y el sentido común de la población.

Mucho debe, también, el carácter inglés a ciertos factores, dos de los cuales se encuentran directamente en manos de la población. Uno es su sistema democrático electoral: ágil, transparente, eficaz. Otro es el de los medios de información. Desde su aparición en Europa, los ingleses han contado con la prensa más eficiente y profesional del orbe, con los medios de información de mayor calidad. Esos medios se corresponden con lectores de su nivel.

Inglaterra creó y mantiene activa a la institución de radiodifusión más reconocida a nivel internacional. La BBC, la Corporación Británica de Radiodifusión es modelo de los medios informativos. Es el servicio público de radio y televisión del país, independiente de todo control político o administrativo. Su presupuesto lo forma con el impuesto que paga todo poseedor de un televisor en el país.

Establecida en 1922, la BBC forma parte de una cultura ciudadana e informativa muy desarrollada. La prensa escrita desde siempre ha marchado paralela a la poderosa radiodifusora. The Guardian, The Independent, The Times, The Financial Times, The Daily Press, The Economist y otros son resultado de hábitos ciudadanos despejados y responsables.

     Tales son, en una nuez, los bordes que configuran a esta ciudad tan llena de pasado, de historia y de propósitos.

LA / CDMX, septiembre de 2021