Guillermo Gutiérrez Nieto
Una de las máximas de José Saramago es que los escritores hacen la literatura nacional y los traductores hacen la literatura universal. Nada más acertado para referir un proceso creativo que si bien germina en un punto geográfico específico traspasa, desde su origen, cualquier lindero. Sin duda, la esencia de toda expresión artística es su universalidad, y la literatura no es la excepción.
Lo anterior, a propósito de la creciente presencia de obras traducidas en los catálogos de las editoriales francesas. Algo no novedoso, pero de notable presencia en un país que es considerado el mayor traductor de literatura de otros países o culturas.
Según la herramienta de búsqueda Index Translationum – la base de datos de la UNESCO sobre traducciones de libros- Francia se ubica en la tercera posición de los países que traduce más literatura extranjera, después Alemania y España. En esta tendencia, alrededor de cinco idiomas representan cerca del 90% de la literatura traducida; el inglés, acapara el 60%; el japonés abarca del 10 al 15%; mientras que el alemán, alrededor del 5%, seguido de cerca por el español y el italiano.
No hay duda de que la traducción es un filón relevante en el mercado editorial de Francia, sobre todo si consideramos un universo de alrededor de 70 mil nuevos títulos anuales, incluyendo reediciones, y ventas que superan los 350 millones de libros -impresos y digitales- anualmente, de acuerdo con fuentes como Le Monde Livres y el Salon Livre Paris.
La posición del traductor en Francia es bastante peculiar. De hecho, los traductores son considerados por ley como autores y reciben emolumentos por concepto de regalías. También tienen derecho a censurar las modificaciones que el editor hace a sus traducciones. Sin embargo, a pesar de que la ley los reconoce como autores, la prensa, el público e incluso los editores demeritan la importancia de su trabajo. Por ejemplo, tener sus nombres en la portada del libro que tradujeron no es automático y tienen que luchar por ello. En otro extremo, empero, está el Prix Médicis Étranger, que a partir de 1970 reconoce la mejor traducción de una novela extranjera en Francia, incluyendo hasta ahora medio centenar de autores de todo el mundo, entre ellos a cinco latinoamericanos.
En el balance lingüístico que el Index Translationum hace anualmente, el Español ocupa el sexto sitio en el conjunto total de las obras que se traducen en todo el mundo y la tercera posición como lengua de origen desde la cual se realizan traducciones a otros idiomas. Esto es relevante para el caso de Francia ya que como se comentó esta lengua ocupa un lugar marginal en el universo de obras literarias traducidas anualmente al francés (entre el 3 y 4% del total).
Así, desde hace varios años los autores mexicanos tienen una presencia notable en el mercado editorial de Francia. Una somera valoración exhibe tres etapas fundamentales. En la primera, destacan autores franceses que viajaron a México motivados por su connotación exótica y escribieron sus experiencias en su lengua originaria, motivando una ulterior traducción: George Bataille, Antonin Artaud, André Bretón y Paul Morand, se encuentran en esta pléyade. En este periodo, previo a la segunda guerra mundial, también destaca Martín Luis Guzmán, cuya obra “La Sombra del Caudillo” fue publicada por la editorial Gallimard en 1931.
Phillipe Ollé-Laprune, nos dice que a partir de la segunda mitad del siglo veinte, aumenta la apertura de las editoriales francesas a la literatura extranjera y la lengua española adquiere mayor reconocimiento. En primer lugar, del grupo de los exiliados franceses que descubrieron nuevos horizontes reales e imaginarios en América Latina sobresale Roger Caillois, quien dirigió la emblemática colección ‘La Croix du Sud’ publicada por Gallimard, incluyendo a autores como Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Julio Cortázar o Mario Vargas Llosa. Aunque la colección refería a América del Sur, México estuvo presente con autores como Juan José Arreola, Rosario Castellanos y Juan Rulfo.
Esta tendencia estimuló el interés de otras editoriales para involucrarse con la difusión de esta literatura. Así, se sumaron al trabajo de traducción obras como “Al filo del agua”, de Agustín Yáñez y “El llano en llamas” y “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo. Aunque en conjunto, el interés en la literatura mexicana era incipiente, se reconocía la existencia de expresiones literarias singulares y con interés entre lectores franceses. Un hito en esta etapa lo genera Benjamin Péret, quien durante su exilio en México promueve con dedicación cuentos y leyendas populares, así como los textos iniciales de Octavio Paz. Péret tradujo “Piedra del Sol”, convirtiendo al vate mexicano en un referente de la editorial Gallimard, que publicó casi toda su obra en francés.
Si la circulación de la literatura mexicana aumentó paulatinamente, las décadas de 1960 y 1970 estuvieron determinadas por un fenómeno que trascendió las fronteras de ese país: el boom latinoamericano, de donde emergió Carlos Fuentes con su novela “La región más transparente” (1958), la cual publicó años después Gallimard con prólogo de Miguel Ángel Asturias. Al igual que con Paz, esta editorial publicó la mayor parte de su trabajo hasta su muerte.
Esta segunda etapa de conectividad entre Francia y México a través de las traducciones, se consolida por acontecimientos políticos ajenos a ambos países: el franquismo en España, que perduró hasta 1975, y regímenes militares instaurados en los países América del Sur durante los años 70 y 80, lo cual obstaculizó la difusión de obras literarias de esas latitudes y consolido la presencia de escritores mexicanos en diversas editoriales francesas. Un caso emblemático fue el escritor cubano Severo Sarduy, quien forjó un catálogo extraordinario en las Éditions du Seuil, logrando incluso publicar a Sergio Pitol mucho antes del reconocimiento internacional de su obra.
En la tercera etapa de la presencia de autores mexicanos traducidos en Francia, es notable el engrosamiento de los acervos de varias editoriales francesas a partir del último cuarto del siglo pasado. Por ejemplo, Pierre Belfond dio a conocer Jorge Ibargüengoitia, mientras que Éditions Fayard publicó a Fernando del Paso. Por su parte, Éditions de la Différence, se involucró con propuestas más amplias a través de colecciones formadas con obras de Vilma Fuentes, José Emilio Pacheco, José Agustín, José Gorostiza o Juan Vicente Melo.
Una pauta visible desde entonces es la presencia cada vez más numerosa de escritoras mexicanas en diversos catálogos. Entre otras podemos referir a Valeria Luiselli, con obras traducidas por Nicolas Richard (Éditions de l’Olivier) y Claude Bleton (Actes Sud); Maria Cristina Garza, traducida por Karine Louesdon (Éditions Phebus); Sabina Berman, traducida también por Claude Bleton (Éditions du Seuil) y Fernanda Melchor, traducida por Laura Alcoba (Éditions Grasset).
Ya en la actual centuria, además que las grandes casas editoriales siguen publicando a los escritores mexicanos connotados, es visible el engrosamiento de traducciones en editoriales de menor formato y cada vez es más evidente la presencia de letras mexicanas en sus acervos. Esta suma de esfuerzos ha hecho que la creación literaria azteca circule en Francia con toda su riqueza y complejidad. A guisa de ejemplo, tres casos del año que concluye: “Omisiones”, de Emiliano Monge, traducido por Juliette Barbara y publicado por Éditions Grasset; “Olinka”, de Antonio Ortuño, traducido por Margot Nguyen-Béraud y editado por Christian Bourgois, y “A cada uno su cielo, antología poética (1984-2019)”, de Fabio Morábito, traducido por Fabienne Bradu, y editado por Éditions du Seuil.
En el momento actual y para concluir, es válido reivindicar lo que Philippe Ollé-Laprune planteara hace varios años respecto a que seguimos ante un doble movimiento. Por un lado, los editores franceses están conscientes de que varios de los autores mexicanos consagrados han sido olvidados por las nuevas generaciones y por ello sus catálogos deben abrirse nuevamente a esas voces. Por otra parte, la variedad y la calidad de las creaciones literarias los incitan a observar con atención y asumir riesgos publicando libros de reciente aparición en México.
De este lado del Atlántico, más allá de las acciones de colaboración entre empresas editoriales mexicanas y francesas, se hace necesario reactivar el Premio literario Antonin Artaud, creado en 2002 por Jacques Aubergy, corresponsal en México de la revista Art Sud, y Jean Jacques Beucler, diplomático francés, el cual dejó de otorgarse desde 2013. A través de este certamen, cada año se reconocía una obra escrita en español y editada en México, que posteriormente se traducía al francés y se publicaba en Francia. Autores como Juan Villoro, Guadalupe Nettel, Eduardo Antonio Parra, David Toscana, Álvaro Uribe, Fabrizio Mejia, Enrique Serna, Mario Bellatín y Tedi López Mills, se encuentran entre los galardonados.
Como colofón a este fugaz recorrido por la traducción en Francia y su vínculo con los autores mexicanos, se puede constatar que actualmente la literatura mexicana es profusa y de gran calidad. Este rasgo, además de fomentar un aumento de sus traducciones en todo el mundo, confirma el reconocimiento de su singularidad, garantizándoles una larga vida entre las letras universales. ⌈⊂⌋
Ciudad de México, 1963. Internacionalista, Maestro en Administración y Doctor en Administración Pública. Miembro del Servicio Exterior Mexicano desde 1992. Fue editor de las revistas Litoral y Proa; ha colaborado en diversas publicaciones en México y en el extranjero. Es integrante del consejo editorial de la revista digital ADE- Asociación de Escritores Diplomáticos. Autor de BelizeArt. Panorama de las Artes en Belize y del poemario Oranges for Sale. Coordinador y editor de cambiavías.