Pedro González Olvera
Han pasado ya dos años desde que la Organización Mundial de la Salud hizo la declaratoria de pandemia a causa de la difusión por el mundo del SARS-CoV-2, agente viral que provoca la enfermedad conocida como Covid 19; desde entonces hemos sido testigos de la catástrofe provocada por ese nuevo mal, una peste en realidad, en distintos ámbitos como el de la salud mundial con más de 459.8 millones de enfermos y alrededor de seis millones de personas fallecidas; pero no sólo en ahí, los daños han sido severos también en los campos de la educación, el empleo, y la economía en general con retrocesos graves en el PIB nacional mundial y en el ingreso de las personas.
Aunque idas las primeras olas, y no se sabe aún si en verdad estamos ya en las últimas, los pronósticos fueron un tanto optimistas por la recuperación obtenida el año pasado; sin embargo, no es seguro que esa recuperación continué como inicialmente se habían fincado esperanzas. De lo que no hay duda es que el futuro es incierto, por eso organismos como la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), se empeñan en producir informes que resultan indispensables a la hora de hacer recuentos y evaluaciones de una etapa de la historia de la humanidad que ha resultado trágica.
Uno de esos informes de reciente aparición tiene un título optimista: Una década de acción para un cambio de época[1], a pesar de que la descripción que presenta del panorama mundial y más específicamente de América Latina no es tan alentador. Vinculado a los Objetivos del Desarrollo Sostenible o Agenda 2030, el documento en cuestión nos ofrece de entrada una pintura realista sobre la situación actual latinoamericana en materia económica: la recuperación de 2021 fue insuficiente para recuperar la pérdida de empleos, sobre todo de las mujeres y no se dio sino bajo un modelo de desarrollo que ya había mostrado sus limitaciones y poco dinamismo incluso antes de la pandemia; a ello debe sumarse el flagelo de la inflación, que ya afecta gravemente a la población regional por el deterioro en su capacidad de consumo; es decir
“en términos generales, la región volvió a transitar por el camino que la había conducido a la extrema vulnerabilidad con que debió enfrentar la crisis sanitaria: altos niveles de pobreza, limitada capacidad de creación de empleos de calidad, baja productividad e intensidad tecnológica de la producción, y un modelo de producción y consumo que sigue sin internalizar las externalidades ambientales. Todo esto en un contexto de exclusión social y prevalencia de una secular cultura del privilegio[2]
Varias son las conclusiones o llamadas de atención que contiene el informe en cuestión. En estas notas comentaremos algunas de ellas para dar una pálida idea, de cómo se encuentra la región a unas cuantas semanas de la última ola de la enfermedad que, aún sin la mortalidad y virulencia que tuvieron las anteriores, si fue asustadora por el número de contagios que provocó. La primera es que los efectos de la pandemia han sido más fuertes en América Latina que en otras regiones (la caída del PIB se encuentra entre las más pronunciadas a nivel internacional, debido a la ausencia de una estructura productiva que contenga sectores con una base tecnológica adelantada que les permita a los países latinoamericanos responder con celeridad a los enormes retos que enfrentan frente a un entorno en rápida expansión en materia de tecnología.
En tal sentido, el avance tecnológico y su aplicación a un nuevo modelo de desarrollo resultan necesarias para superar la vulnerabilidad de la región no sólo antes la crisis presente, sino ante todas las que vengan posteriormente, ya que la informalidad en el área del empleo y en la de los servicios (que muestra un bajo índice de productividad) es impedimento para llegar a niveles más altos de desarrollo en general. El ejemplo que puede mencionarse es la tardanza en la producción de vacunas, cuando fueron logradas, o el de la fabricación de material médico, aunque desde luego no en todos los países se dio una situación similar en la medida en que algunos de ellos, si lo lograron finalmente, en uno o en otro caso, o incluso en ambos.
Segunda conclusión: la situación en el campo de la salud tampoco ha sido boyante para América Latina. Es la región que peor ha manejado la pandemia en el mundo, pues de conformidad con cifras que aporta el informe que reportamos, hasta fines de octubre de 2021, en América Latina y el Caribe se presentaba el número más alto de defunciones: un 28,9% del total mundial. Al mismo tiempo Latinoamérica es la zona del planeta con el número más alto de muertes por COVID-19 por cada 1.000 habitantes.
La pandemia tuvo efectos más drásticos, como es fácil de comprender, entre los sectores más vulnerables por sus pocas o nulas posibilidades de atenderse en algún sistema de salud, devastados por efectos de las políticas neoliberales o incluso por políticas más aplicadas o, peor, mal planeadas, como sucedió en México con las medidas implementadas al principio de la actual administración al desaparecer instituciones que, con todos sus defectos, ya habían empezado a funcionar, sin que a la fecha hayan podido solucionarse la falta de medicamentos o el funcionamiento de salud para los sectores más desprotegidos.
Las respuestas que se dieron ante el avance de la enfermedad no fueron similares ni uniformes. Algunos países fueron más rigurosos en sus políticas sanitarias, mientras otros fueron más laxos; la irregularidad en la aplicación de políticas de atención al covid fue notaria no solo por su falta de rigor sino asimismo por su aplicación en el tiempo, es decir, las medidas se relajaban cuando la intensidad de las olas disminuía, para luego corregir el rumbo.
Eso explica, al menos en parte, los efectos excesivamente negativos en las poblaciones locales de la región, en particular los descendientes afroamericanos e indígenas, las cuales pagaron un costo mayor que el resto de la población no sólo a consecuencia de la enfermedad misma, sino por las dificultades para tener acceso a los servicios de salud.
Como antes mencionamos, la salud no fue el único rubro con daños ni el único que deberá sufrir trasformaciones obligadas por la pandemia. Según el reporte que comentamos, y esta puede considerarse la tercera conclusión, los procesos económicos también sufrirán variaciones importantes Las cadenas de valor serán modificadas para superar las debilidades que la pandemia hizo evidentes, sobre todo en Estados Unidos y Europa, que el año pasado “dieron a conocer iniciativas orientadas a aumentar su autonomía productiva en industrias consideradas estratégicas”, que lleven directamente a reducir su dependencia de industrias localizadas en la República Popular China, con dos objetivos: reducir su dependencia ante futuros choques externos de cualquier índole y colocarse en una situación ventajosa vis a vis las tensiones comerciales ya desatadas antes de la pandemia con ese país oriental
“Este escenario promoverá una reconfiguración de las cadenas para hacerlas más cortas (menos globalizadas y más regionalizadas), más redundantes (es decir, con alternativas en la producción de componentes) y con más controles, así como con más existencias de componentes esenciales.”[3]
Adicionalmente, hay algo que el informe hace constar, aunque todos lo vivimos de una u otra manera. El confinamiento que obligó a permanecer en casa y paralizó muchas actividades presenciales hizo visibles, para las empresas, las ventajas del home office y de acelerar la transición hacia un nuevo tipo de trabajo, economía y relaciones laborales, marcados por la era digital.
Es decir, las medidas de confinamiento y la paralización total de las actividades económicas no esenciales por la pandemia han acelerado la transición hacia economías más digitales, y, posiblemente, sobre todo en el caso de los países desarrollados, acelerarán también la automatización de los procesos productivos críticos para la elaboración de sus productos. La tecnología y la digitalización permiten a algunos sectores mantener la actividad y la producción con muy poco personal trabajando de forma presencial. No son buenas noticias para países como los centroamericanos o como República Dominicana, en donde los bajos salarios constituyen una ventaja comparativa, pues al reformarse las cadenas de valor en que participan, en favor de la digitalización es alto el peligro de perder, aún más, una cantidad significativa de empleos.
En cambio sí serían buenas noticias si esas cadenas de valor, son relocalizadas para tener una mayor proximidad de sus eslabones desde las casas matrices de las empresas que lleven a cabo esa relocalización. Dice el informe que:
“Los países de Centroamérica, México y la República Dominicana se encuentran en una posición ventajosa para recibir nuevas inversiones manufactureras, en el contexto de los procesos de deslocalización de proximidad que están llevando a cabo algunas empresas interesadas en acortar sus redes de abastecimiento y acercarse al mercado de los Estados Unidos. Se vislumbran oportunidades para incursionar en ciertos nichos del sector electrónico; por ejemplo, en algún eslabón de la cadena de los semiconductores, y de la de equipo y dispositivos médicos, que en 2021 mostró una resiliencia notable en la subregión y registró tasas de crecimiento significativas”.[4]
De hecho, en 2021 hubo una notoria recuperación de la inversión extranjera. Si esto sucede (lo dicho en la cita), continúa el ascenso en las inversiones extranjeras, así como la recuperación del turismo, habida después del primer trimestre de 2021, y se mantiene en altos niveles la remesas familiares, los empleos en la región podrían tener un buen índice de crecimiento. Por supuesto no es hora de echar las campanas al vuelo ya que la repercusión de la crisis en el campo laboral ha sido, como en otros ámbitos, grave, más incluso que en otras crisis. Por ejemplo, en 2020 la tasa de participación de las mujeres en la fuerza laboral experimentó un retroceso de 18 años, al disminuir del 51,8% en 2019 al 47,7%, mientras que la tasa de participación de los hombres disminuyó del 75,5% al 70,8%. Los cálculos para 2021, una vez que las cifras estén ajustadas, y gracias a la recuperación relativa estiman que la tasa de participación de las mujeres se habrá incrementado hasta el 50%, cifra similar a la que se registró en 2016.
“Esto representa un retroceso de cinco años que deja todavía a una de cada dos mujeres fuera del mercado laboral. La crisis también elevó las tasas de desocupación, que en 2020 alcanzaron el 12,1% en el caso de las mujeres y el 9,1% en el de los hombres. Dado el lento incremento de los niveles de ocupación y las mayores tasas de participación, se estima que en 2021 la diferencia entre las tasas de desocupación masculina y femenina se habría ampliado. La desocupación habría afectado a un 11,8% de las mujeres, cifra 3,7 puntos porcentuales superior a la de la tasa de desocupación estimada para los hombres (8,1%).”[5]
Una importante reflexión contenida sobre este tema en el informe que glosamos se refiere al deseo de muchas mujeres de encontrar trabajo remunerado, deseo que han debido abandonar por la necesidad de dedicar más hora de las que ya dedicaban a las labores hogareñas en función de los estereotipos de género que les asigna el cuidado del hogar, estereotipo exacerbado en tiempos de crisis y de home office por la parte masculina de la familia o de la necesidad de este sector de encontrar trabajo donde fuera.
Los efectos en el campo de la educación tuvieron un alto impacto en la población estudiantil latinoamericana. El cierre de las escuelas y los experimentos de educación a distancia o virtual fueron la causa de que millones de estudiantes se atrasaran en sus niveles educativos, entre otros varios factores por la falta de recursos tecnológicos digitales, lo que aumentó las brechas existentes entre quienes sí tuvieron esos recursos y los que carecen de ellos no sólo ahora sino permanentemente, desplomándose cualquier búsqueda de educación de calidad.
El informe de la CEPAL se hace cargo, como otro de sus temas importantes, de los efectos del cambio climático en la región y su visión tampoco es alentadora. Lo peor es que la contribución al problema por parte de los países latinoamericanos es reducida, en tanto sus efectos no pueden considerarse sin importancia. Fríos inesperados, huracanes de fuerza devastadora en zonas donde antes no causaban grandes daños, altas temperaturas por todos lados, las más intensas en 30 años, han terminado en sequías no vistas desde que se tienen registros sobre el clima y sus efectos. Incendios forestales de enormes dimensiones incluso en la Amazonia, reducción de los áreas agrícolas, trajeron “mayores vulnerabilidades relacionadas con el sector externo, la seguridad alimentaria y la seguridad energética”. En particular, la producción de café, soya, y algodón han sufrido los efectos del cambio climático, con la inmediata repercusión en las exportaciones y en los ingresos Para los habitantes de la región el problema puede traer efectos en su dieta ya que algunos como el maíz, la yuca y el arroz, podrían sufrir importantes pérdidas,
“lo que comprometería la seguridad nutricional. Finalmente, muchos países de la región dependen de manera crucial de la generación hidroeléctrica para la producción de energía. Por ejemplo, en el Brasil, dos tercios de la electricidad producida provienen de esta fuente. Las sequías prolongadas potencian el riesgo de una crisis energética, al reducir la disponibilidad eléctrica de los países, lo que puede repercutir gravemente en la actividad económica.”[6]
Todo sumado, contribuirá a aumentar la vulnerabilidad de la región en el futuro inmediato, pues lejos de disminuir o mejorar, la tendencia para el cambio climático es la continuación en el aumento del calor en la mayor parte de la región. Y aquí aparece uno de los riesgos más temibles para cualquier país, región o ciudad: la escasez de agua, no sólo por la falta de lluvias, sino por la desaparición paulatina y constante de las masas de hielo existentes antaño en los Andes y esto para ya no mencionar aquí, con más detalle, el tema del aumento del nivel medio del mar “contribuye al aumento de las inundaciones costeras en áreas bajas y al retroceso de la costa a lo largo de la mayoría de los litorales arenosos.”
En cuanto a uno de los temas centrales del informe, el avance de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en la región el informe indica que hay una marcada desigualdad en su cumplimiento. Mientras en algunos deseos objetivos se han alcanzado porcentajes de cumplimiento de hasta 40%, en otros este porcentaje se reduce al 37% y hasta el 32% cuando se analizan la totalidad de las metas que se analizaron. Los efectos de la pandemia son notorios también en los ODS y su cumplimiento en la región, a diez años de cumplirse el plazo impuesto para su alcance por la Organización de Naciones Unidas. Es cierto que no se pueden ignorar los avances en algunos de ellos, pero es imposible tapar el sol con un dedo sobre el incumplimiento en varios otros:
Las series estadísticas estudiadas muestran un retroceso a corto plazo como consecuencia de ese impacto y la recuperación de la senda inicial no es suficiente para pronosticar un horizonte promisorio y positivo en muchas de ellas. Solo en un tercio de las metas se avanza a paso firme con escenarios alentadores a 2030. Las dos terceras partes restantes indican la necesidad de promover la rápida implementación de políticas públicas que permitan tomar medidas que cambien el rumbo acelerando el ritmo de crecimiento en algunos casos o revirtiendo la tendencia para así lograr los objetivos propuestos.[7]
¿Que se pude hacer para superar los problemas, pues no todo es negativo en el informe? Una medida inicial es la presentación de los informes anuales nacionales (medida con la que 20 países han cumplido); enseguida viene el compromiso de hacer partícipes a todos aquellos interesados en los ODS para crear un verdadero proceso de examen nacional en donde el actor único sea el Estado sino que propicie la participación de actores diversos en tres niveles:
“i) en una sección específica del examen nacional voluntario que analice la participación de actores relevantes interesados y que pueden incluso escribir ellos mismos, ii) en su participación en la generación de datos para medir los avances de los ODS o iii) en su inclusión como miembros oficiales de la delegación que presenta el examen ante el Foro Político de Alto Nivel sobre el Desarrollo Sostenible.”[8]
Por otra parte, resulta de la mayor importancia vigorizar el multilateralismo dirigido a reestructurar las condiciones en las que se desarrolla la economía internacional en la que la necesidad del desarrollo sea más importante que la liberalización de los mercados, sumémosle a esto una mayor cooperación para fomentar el financiamiento internacional pero no para endeudar a la región, sino para adaptar el estilo de desarrollo sostenible a los tiempos post pandemia; y algo más, la reconstrucción de todos los intentos de integración regional para alcanzar, por fin, la ansiada unidad, al menos económica que permita afrontar los nuevos retos como un bloque económico. Si, además, se conjugan y conjuntan, multilateralismo e integración regional alrededor del logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la superación de la crisis podría a la vista máxime si nos atenemos a los esfuerzos ingentes, y las inversiones de emergencia, hechos por prácticamente todos los países de la región a fin de atender mínimamente a los enfermos de covid y, en algunos casos, el consumo poblacional. Desde luego, sería mejor “La inversión en políticas que tiendan a redistribuir las tareas domésticas y de cuidados entre las familias, el mercado, el Estado y las comunidades constituye una oportunidad para lograr la recuperación económica mientras se avanza hacia la igualdad sustantiva.”
Por último, para fines de estas notas, el informe recomienda trasformar las políticas públicas instrumentadas en los últimos tiempos al calor de otros estilos de desarrollo: “Para hacer frente a los desafíos que impone la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, se requiere una institucionalidad social que posibilite una implementación orientada hacia políticas públicas de calidad: eficaces, eficientes, sostenibles, transparentes y participativas.”
Como desde su fundación, la CEPAL demuestra con sus publicaciones y sus orientaciones políticas, aunque puedan ser discutibles desde diversas trincheras académicas y estatales, una preocupación veraz por el bienestar de la gente de América Latina, de ahí que el informe que hemos comentado –Una década de acción para un cambio de época- sea ubicable por los especialistas, como una herramienta de análisis indispensable.
[1]CEPAL, Una década de acción para un cambio de época. Quinto informe sobre el progreso y los desafíos regionales de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en América Latina y el Caribe, Naciones Unidas, Santiago de Chile, 2022, 186 pp.
[2] Ibíd, p. 11. Desde el año pasado la CEPAL ya había advertido de la gravedad de la situación: “La pérdida del empleo y la reducción de los ingresos laborales ocurridas durante la pandemia han afectado especialmente a los estratos de menores ingresos. En 2021, la tasa de pobreza extrema habría alcanzado el 13,8% y la de pobreza llegaría al 32,1%. Por tanto, en comparación con las cifras de 2020, el número de personas en situación de pobreza extrema pasaría de 81 a 86 millones, mientras que el número total de personas en situación de pobreza disminuiría ligeramente de 204 a 201 millones. Pese a la recuperación económica experimentada en 2021, los niveles relativos y absolutos estimados de pobreza y de pobreza extrema se han mantenido por encima de los registrados en 2019, lo que refleja la continuación de la crisis social (véase el gráfico 1). La crisis también ha puesto en evidencia la vulnerabilidad en que vive buena parte de la población en los estratos de ingresos medios, caracterizados por bajos niveles de cotización a la protección social contributiva y muy baja cobertura de la protección social no contributiva.” CEPAL, Panorama Social de América Latina, ONU, Santiago de Chile., 2021, p. 15. Este documento también es indispensable para conocer la situación actual de América Latina cuando aún no alcanzamos a vislumbrar la salida ni de la pandemia ni de la crisis. ⌈⊂⌋
[3] CEPAL, Una década de acción para un cambio de época. Quinto informe sobre el progreso y los desafíos regionales de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en América Latina y el Caribe, p. 17
[4] Ibíd. P.18
[5] Ibíd. p. 31
[6] Ibíd., p. 35
[7] Ibíd., p. 47
[8] Ibíd., p. 135
Licenciado y Maestro en Relaciones Internacionales por la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM ; tiene una Especialización en Promoción Cultural por la UAM y ha sido profesor en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, en el área de Relaciones Internacionales. Autor de artículos publicados en revistas mexicanas y extranjeras. Diplomático retirado con rango de Embajador. Actualmente es profesor investigador de la Universidad del Mar, campus Huatulco, adscrito el Instituto de estudios Internacionales “Isidro Fabela”.