Itzayana Dorantes
La riqueza de la literatura mexicana se ha nutrido de otras culturas. El mestizaje que caracteriza a la cultura en México ha ido integrando las tradiciones, creencias, costumbres y vivencias de todas las familias y personas que, por distintos motivos, llegaron a este país buscando un mejor destino. Un ejemplo de lo anterior son las personas judías, quienes han ocupado un lugar importante en el ámbito cultural.
Lo anterior, aunado a un necesario y aplaudible incremento en el interés por recuperar, reivindicar y promover la literatura escrita por mujeres, vuelve especialmente valiosa la obra de tres escritoras mexicanas de ascendencia judía: Margo Glantz, Angelina Muñiz-Huberman y Esther Seligson, cuya obra sigue vigente, aunque se haya producido principalmente durante las décadas de los setenta y ochenta del siglo pasado.
A continuación se exponen tres temas torales de sus textos: el exilio, la migración y la memoria, manifestados a través de los siguientes subtemas: la búsqueda de identidad, la añoranza de la infancia, el antisemitismo, la asimilación a culturas ajenas, y la soledad.
Además de las temáticas mencionadas, sobresale otra característica común: la intertextualidad. Las tres tienen un estilo complejo que traspasa las fronteras de los géneros y retan al lector a una interacción que involucra otras artes, disciplinas y autores. Aunque podría considerarse sesgado todo estudio que busque categorizar sus obras en un género particular, para fines del presente artículo, el enfoque es en los textos donde predomina la narrativa, tanto novela como cuentos, y sobresalen como temas la memoria y el exilio.
Si bien el exilio y la memoria son transversales en las obras de las autoras, existen pináculos narrativos que aportan las principales fuentes de análisis. Así, se retoman elementos de Las Genealogías de Margo Glantz, el cuento Soledad de Angelina Muñiz-Huberman; así como los cuentos Por el monte hacia la mar y Luz de dos de Esther Seligson.
Los caminos que llevan a México
La escritura es la única Tierra Prometida que le espera al escritor, y el Libro la única ciudad santa que le da cobijo.
Esther Seligson
Desde finales del siglo XIX, la presencia de comunidades judías en México adquirió una proporción importante. Durante el Porfiriato inicia la inmigración de estas colectividades que buscaban alternativas, en un primer momento, a la pobreza en que vivían y años después, a la violencia de las Guerras Mundiales. En general, se incorporaron a la sociedad mexicana a través de actividades económicas como el comercio y las finanzas.
De acuerdo con Jacobo Sefamí, en México se asentaron cuatro comunidades judías principales: la azhkenazí, que incluyó a los que salieron de Europa del Este, los sefardís, que salieron de España y Turquía, y los provenientes de la región de Siria que se dividían a su vez en dos comunidades, los de Aleppo y los de Damasco.[1]
De estas comunidades y su descendencia surgió en México una corriente literaria denominada “Literatura judía en México”, que a su vez se insertó en una categoría más grande que es la “Literatura del exilio”. Fueron generaciones de escritores, hombres y mujeres, que trataron en sus obras el exilio universal del pueblo judío, crearon personajes en búsqueda de su identidad, y recurrieron a elementos de los textos sagrados a fin de recuperar sus orígenes y su identidad a través de la memoria.
Los padres de Margo Glantz nacieron en Rusia y Ucrania, por lo que su llegada a México forma parte de la comunidad azhkenazí, comunidad a la que perteneció también la familia de Esther Seligson; mientras que los padres de Angelina Muñiz se sumaron a la diáspora sefardí que motivó la Guerra Civil Española.
Angelina Muñiz también es considerada parte de la segunda generación de escritoras y escritores hispanomexicanos, aquellos que descienden de la generación del exilio español, incluyendo tanto a quienes nacieron en España como en otras partes de Europa o en México. Sin embargo, su infancia queda marcada por el exilio.
“[…] es una generación que padece la historia y no la realiza. […] acostumbrada a que el pasado les sea contado. Escuchar los relatos es su forma de vivir la historia. Su recuerdo, pues, va a estar constituido por la narración. España sólo la pudieron vivir en la melancolía […] heredaron la nostalgia de algo que casi no conocían, hasta el punto de que la España republicana llegó a significar una especie de paraíso perdido.”[2]
No obstante, Glantz, Seligson y Muñiz-Huberman rechazaron la clasificación categórica de formar parte de una tradición literaria judía, por considerarla limitante y reduccionista respecto a la variedad de su obra, pues las tres fueron prolíficas en el tratamiento de otros temas. En palabras de Esther Seligson, “No puedo decir que mi literatura sea judía porque hay elementos de mitología griega, del hinduismo y del taoísmo, soy una lectora apasionada del I Ching, del sufismo y de miles de cosas. Evidentemente, no voy a negar que soy judía, me molesta que me pongan en las antologías de escritoras judías, de antologías de escritoras judeo-mexicanas, en antologías de escritoras […] considero que mi literatura es más mexicana que judía y eso lo señalaron hasta en Jerusalén […] Nadie escribe el español como escribe un mexicano. Soy una escritora mexicana, por supuesto que sí.”[3]
Hijas del exilio y la memoria
Esa inquietud por no conocer el lugar donde se ha nacido es una falta de nacimiento. Si se nace en un lugar no habitual algo debe haber pasado y el nacimiento lleva el sello del exilio.
Angelina Muñiz-Huberman
Margo Glantz nació en la Ciudad de México el 28 de enero de 1930. Sus progenitores eran azhkenazíes, nacieron en Rusia y debieron emigrar a Ucrania después de la prohibición del zar de esas comunidades en los plantíos. La violencia contra estas comunidades radicadas en Europa del Este se incrementó desde los años veinte del siglo pasado. Como los llamados pogromos[4] -consecuencia de la Revolución Rusa- se tornaron cada vez más violentos y cercanos Jacobo Glantz y su esposa Lucía Shapiro decidieron migrar a los Estados Unidos en un barco holandés.
Antes de concluir su viaje, se recrudecieron las medidas migratorias en el país norteamericano y la familia Glantz debió permanecer en México como una situación temporal, que terminó siendo permanente. Desembarcaron en Veracruz el 14 de mayo de 1925 y viajaron a la capital en tren, instalándose en La Merced. La familia Glantz vivió de todo oficio que les fue posible: tuvieron una panadería, una bonetería, una zapatería, un restaurante y hasta un consultorio odontológico.
Se puede afirmar que Margo Glantz es la más viajera de nuestras tres escritoras, hábito que inició desde muy pequeña a través de los libros. Al ser hija de un poeta, tuvo contacto con una gran biblioteca que la llevó no solo a viajar literariamente, sino a ser escritora. “Ahora que ya escribo, recuerdo con nostalgia mis lecturas de la infancia y adolescencia, lecturas enteramente gratuitas: vivía mil vidas sin moverme de mi sillón preferido, una incómoda silla del comedor, oyendo tangos y leyendo Dos años de vacaciones o De la tierra a la Luna, El viaje al mundo en ochenta días de Julio Verne; o en una banca de la zapatería de mis padres con un ejemplar de Palmeras Salvajes […].”[5]
Estudió una Maestría en Letras Modernas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y obtuvo un Doctorado en Letras por Universidad de la Sorbona de París. Es viajera empedernida y profesora en distintas universidades a nivel internacional; fue directora del Instituto Cultural Mexicano-Israelí (1966-1970); del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (1982-1986); Ministra de asuntos culturales en la Embajada de México en Inglaterra (1986-1988), y formó parte de la Academia Mexicana de la Lengua en 1995, entre muchos otros cargos. Tiene múltiples doctorados honoris causa y numerosos premios, entre ellos: el Premio Magda Donato (1982), por Las genealogías; el Premio Xavier Villaurrutia (1984), por Síndrome de naufragios, y el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2003), por El rastro.”[6]
Seis años después de Margo, nacería Angelina Muñiz en Hyêres, Francia, el 29 de diciembre de 1936, ya en el exilio, pues su padre, Alfredo Muñiz, fue periodista republicano y editor de El Heraldo de Madrid, por lo que fue expulsado al iniciar la Guerra Civil Española. Menos de tres años después, la familia se instalaría en Cuba, donde Angelina pasaría los mejores años de su infancia: “Estuvimos tres años allí, en un pueblo llamado Caimito del Guayabal. Digo que esa época fue mi paraíso porque viví en estado semisalvaje, no iba a la escuela, estaba todo el día al aire libre, en los sembradíos, con los animales, en el monte. Me acostumbré a estar sola en la naturaleza. Yo era la única niña (mi hermano había muerto de manera trágica en Francia) y no tenía relación más que con el mundo de los adultos […] Guardo recuerdos tan nítidos que han sido la base de los libros en los que trabajo ahora, sobre todo memorias de la infancia.”[7]
En 1942, la familia se muda permanentemente a México. Este cambio significó para Angelina un doble exilio, ahora no solo perdía la tierra donde nació, sino aquella en la que fue feliz. Así lo manifestaría ella en diversas entrevistas y autobiografías[8], y dedicaría una novela completa a la remembranza de esa primera infancia en el “paraíso”: Seudomemorias (1995).
Aunque sus padres no buscaron inculcarle una estricta educación judía o española, por decisión propia, Angelina buscó entrar a una escuela española cuando tenía 16 años, donde entró en contacto con otros jóvenes hijas e hijos de personas exiliadas, como ella. No obstante, se naturalizó mexicana a los 18 años.
Estudió Letras en la UNAM y doctorados en Lenguas Romances en las Universidades de Pensilvania y Nueva York. Forma parte de la Academia Mexicana de la Lengua desde el 2021. Como se puede observar, su desarrollo académico y profesional guarda similitud con el de Margo Glantz, y al igual que ella, Angelina tiene en su haber numerosos reconocimientos, entre ellos: el Premio Magda Donato (1972), por Morada interior; el Premio Xavier Villaurrutia (1985), por Huerto cerrado, huerto sellado; el Premio Internacional Fernando Jeno (1988), por De magias y prodigios; el Premio Internacional de Novela Sor Juana Inés de la Cruz (1993), por Dulcinea encantada y el Premio de Poesía José Fuentes Mares (1997), por La memoria del aire.”[9]
La más joven de las tres, Esther Seligson, nació en la Ciudad de México el 25 de octubre de 1941. A diferencia de Glantz y Muñiz-Huberman, no existe información sobre la llegada de los padres o abuelos de Seligson a México, sin embargo, reconoce su pertenecía a la comunidad azhkenazí.
Ella estudió Química en la UNAM, aunque dio un giro radical a su formación al cambiarse a las carreras de Lengua y Literaturas Hispánicas, así como Literatura Francesa. Realizó también una maestría en Historia del Arte y diversos diplomados sobre Historia, Edad Media, estudios judíos y filosofía en distintas instituciones y universidades francesas y judías.
De las tres, es la que más destacó en el ámbito de la traducción, al incluir entre su repertorio obras de Emmanuel Levinas, E. M. Cioran, Edmond Jabés, Virginia Woolf, Marguerite Yourcenar y Rainer María Rilke, entre otros. Entre las distinciones más importantes que ha obtenido se encuentran el Premio Xavier Villaurrutia (1973), por Otros son los sueños y el Premio Magda Donato (1979), por Luz de dos. Falleció en febrero de 2010 en la Ciudad de México, a los 70 años.
De mujeres, viajes y raíces
Mezclo, combino y opongo los recuerdos que guardo en la memoria, que abarca no sólo la mía específica, sino la colectiva que he ido recogiendo a lo largo de la vida.
Angelina Muñiz-Huberman
La memoria no es estática ni inamovible, está en constante reordenamiento, corrección y complementación, y ese es un principio en Las Genealogías de Glantz. Es una obra en constante rescritura; su primera edición se publicó en fragmentos en 1981 en el periódico Unomásuno y posteriormente fue reditada en distintas ocasiones por ella misma. La primera redición fue en 1986 tras la muerte de su padre, la segunda, en 1997 tras la muerte de su madre, y la tercera en 2010, después de la muerte de una de sus hermanas.
Se podría decir que esta obra es la novela de la memoria y la migración por excelencia ya que está compuesta a partir de las entrevistas que Margo hizo a sus padres sobre sus orígenes, la vida de sus abuelos, su exilio a México y su integración en este país. A través de éstas, Margo aprendió las tradiciones y costumbres judías que se perdieron con el exilio: los ritos funerarios, los rezos y la míkveb,[10] entre otros.
En palabras de Margo, “todos, lo sabemos bien, necesitamos partir de un origen, entenderlo. Quise, por ello escribir sobre mis padres, entenderlos para entenderme a mí, en cierta manera de la misma forma en que uno se pone a trazar genealogías literarias para insertarse en una tradición. Me interesaba saber qué sentían mis padres por haberse exilado, qué significaba para ellos su ingreso a la vida mexicana, a la que habían llegado en una época importante, cuando la Revolución era todavía algo muy cercano, un México más parecido al que pinta Eisenstein en su maravillosa película ¡Que Viva México!, y a una Ciudad de México que apenas tenía un millón de habitantes (¡ahora tiene veinte!)”[11]
Soledad, de Angelina Muñiz-Huberman, narra la historia de una niña que vivió la Guerra Civil Española y termina en exilio en México con sus padres, pero aquí, el exilio no solo es de territorio, es de familia al perder a su hermano y, por ende, a los padres ausentes; así como de soledad al no encajar en la escuela ni en ningún otro lado de su nuevo país, hasta que encuentra como enclaves una interacción imaginaria con su hermano y la llegada de una niña judía que es exiliada, como ella, lo que las vuelve iguales.
Por otro lado, Todo aquí es polvo de Esther Seligson es un entramado de memorias, con episodios autobiográficos y familiares [como Glantz] que acompañan la memoria colectiva de los orígenes del pueblo judío hasta la fundación del Estado de Israel, las diferentes diásporas y su persecución.
La búsqueda de la identidad se observa en las tres autoras, hasta el punto de tener siempre el deseo de regresar al pasado, de evadir la realidad presente a través de la memoria de aquel tiempo y territorio que les fueron negados. Aunque este proceso siempre representa una dolencia y frustración, difícilmente se puede hablar de algo que no se vivió. “Me es difícil hablar de la memoria judía, así en bloque. Puedo, quizá, aferrarme a una vivencia parásita, la de mis padres, ahora reducida, muy reducida, a la de mi madre, para intentar comprender estos términos.”[12]
Si se desconoce el territorio, el pasado y las costumbres, lo único que queda para recuperar la memoria es la palabra, transmutarla de lo oral a lo escrito. La patria única y auténtica se vuelve la palabra. “Para el exiliado la invocación de la memoria es fundamental, porque en ella están las claves de su identidad: los recuerdos que han de recomponerse para obtener el sentido de uno mismo.”[13]
Esa identidad, que dista mucho de ser categórica y pura, era inevitablemente mezcla de culturas y dobles orígenes. Se observan, y más aún, se adoptan otras tradiciones, imágenes, formas de hablar e idiosincrasias. ¿Hasta dónde permanecía lo “judío” y dónde iniciaba lo “mexicano”? Se vuelven entonces seres de ambas partes y, por consiguiente, de ninguna.
“Yo tengo en mi casa algunas cosas judías, heredadas, un shofar, trompeta de cuerno de carnero, casi mística, para anunciar con estridencia las murallas caídas, un candelabro de nueve velas, que se utilizan cuando se conmemora otra caída de murallas durante la rebelión de los macabeos, que ya otro goi[14] (como yo) cantar en México (José Emilio Pacheco). También tengo un candelabro antiguo, de Jerusalén, que mi madre me presto y aquí se ha quedado, pero el candelabro aparece al lado de algunos santos populares, unas réplicas de ídolos prehispánicos […] unos retablos, unos ex votos, monstruos de Michoacán […] Por ellos, y porque pongo árbol de Navidad, me dice mi cuñado Abel que no parezco judía, porque los judíos les tienen, como nuestros primos hermanos los árabes, horror a las imágenes. Y todo es mío y no lo es y parezco judía y no lo parezco y por eso escribo -éstas- mis genealogías.”[15]
En el caso de Angelina, el doble origen conlleva un doble exilio: el que corresponde a la Guerra Civil Española, por ser hija de un republicano español, y el que toca por ser sefardí, una judía en México. El encuentro que tienen las dos niñas en el cuento Soledad ilustra este punto: “la posibilidad de la esperanza propicia la búsqueda, y al final aparece la amiga. Está allí, al alcance de la mano. Se sienta en la misma banca, es también una extraña, es una niña judía. He aquí dos pequeños seres afines que han conjugado el momento preciso. Se han hallado. Lo demás resulta fácil: las coincidencias son múltiples. Vienen huyendo de la guerra, de la persecución […].”[16]
Y así como las autoras buscan la identidad propia a través de memoria vertida en palabra, sus personajes también deambulan en la memora propia y colectiva para acercarse a ellos mismos, a veces lo hacen rozando el borde de la locura. Así ocurre a los protagonistas de La Dulcinea Encantada y de Paz en Aquisgrán[17] de Angelina Muñiz-Huberman, donde la búsqueda de sus identidades retorna en algún punto a las épocas medievales de cruzadas, caballeros, doncellas y alquimia, para evadir esa realidad en la que no encajan.
Dentro de este viajar por la memoria, la infancia se ofrece como una época idílica, lejana y donde se pueden hallar todas las respuestas, de donde nunca debió uno haberse marchado y que lo convierte en el exilio definitivo, pues nunca se podrá regresar. Por ejemplo, Karla Marrufo identifica como una característica esencial de los personajes seligsonianos, que son “seres que deambulan entre el recuerdo de lo que han sido y una vaga noción de lo que son al momento de narrar su propia historia o debatiéndose en la incertidumbre del sueño o el recuerdo (pues muchas veces son incapaces de discernir entre uno y otro) y los episodios de infancia que han repercutido a tal grado en ellos que son lo único que logran evocar en un momento crítico.”[18]
Pero estos vericuetos por la infancia perdida no siempre son idílicos como el paraíso cubano de Angelina, también están esos escenarios con tintes tenebrosos, de soledad y locura, poblados de fantasmas y de la guerra, como en el cuento Por el monte hacia la mar, de Seligson, aunque incluso así, la infancia es preferible al exilio actual. “Se dice que hay un tiempo para vivir y otro para pensar, uno para ser y otro para actuar, que es así, que no tiene remedio, que no hay para qué darle tantas vueltas. Mientras éramos niños esto no tenía importancia; ni siquiera cuando vino la guerra y tuvimos que escapar creímos en lo irremediable, pues todavía estábamos hechos -y el mundo alrededor- del mismo material que nuestros sueños. […] Así, al abrir los ojos, buscaremos lo que no tiene sus raíces en la existencia, algo tan preciado que proyecte el alma fuera del tiempo.”[19]
Otra característica común en la recuperación de la memoria en las tres escritoras, es la presencia constante del antisemitismo, ya sea vivido a través de sus antepasados, o por ellas mismas, dentro de sus familias o mencionándolo en general por el pueblo judío.
Así, Margo nos cuenta el intento de pogrom que vivió su padre en México en 1939 por los Camisas Doradas, y la huella que esto dejó en ella:
“Mi padre era un judío de pequeño ghetto, de un pueblito en donde pasaban los cosacos y había pogroms, y aunque yo no viví los pogroms -viví el intento de pogrom aquí en México contra mi padre-, para mí la idea de ser judío es de alguien que puede estar metido en un pequeño pueblo, a donde van a llegar gentes de fuera, como en una expedición para matar, como los cosacos que matan y que son tan importantes en los relatos judíos de finales de siglo, y de todo este siglo, y que culminan terriblemente con el nazismo. […] estás metida en un territorio muy específico, y al mismo tiempo tienes costumbres demasiado definidas, tienes un idioma aparte de otros idiomas; la gente te mira y te señala con un apelativo negativo que es al mismo tiempo tu identidad.”[20]
La Soledad de Muñiz-Huberman lo vive en carne propia:
“El hombre camina vacilante, va sucio y roto, gesticula y se tambalea, despide un olor agrio. La niña ha atraído su atención: ese pequeño ser que salta a la puerta de una casa. Odia su equilibrio y su piel suave, su falta de temor y su diferencia. ¡Esa niña es distinta!
—¡Güereja judía! —le grita.
“Soledad se ha sentido más pequeña. Quisiera correr con la madre. Ha conocido el odio del hombre, el insulto. Sabe que ha querido humillarla. […] Judía. Como Anita. Lo es, porque se lo ha dicho alguien. La han confundido. (Los nazis la hubieran matado.) […] Siempre la confundirán o con judía o con española. Y siempre acertarán. ¡Es distinta! […] Ha comprendido que es una extraña para los demás.”[21]
En Luz de dos, Seligson habla de cómo este antisemitismo obliga a esconder quiénes eran como pueblo, alimentado también por la superstición y la ignorancia que sus tradiciones generan en la población de los lugares a los que llegan:
“Extranjera por su origen, y religión, educada para aprender a no arraigarse a nada ni nadie, no iba con su espíritu a aceptar una seguridad material a la que todas las voces de sus raíces se oponían por ficticia. Y no es que fuera vergüenza ser judío, por el contrario, en aquellos tiempos los más apegados servidores de la Corte lo eran. […] pero -a ella se lo tenían bien dicho- era preferible no mencionar su origen ni hacer pública ostentación de sus creencias y ceremonias. La desconfianza era tan ancestral […] como el respeto a la tradición: […]. era imposible desentenderse de los rumores de brotes de violencia contra otras juderías, en particular durante los días de Pascua cuando se aseguraba que los judíos amasaban el pan ázimo con la sangre de cristianos recién nacidos. El problema no se solucionaba contradiciendo la ignorancia y superstición populares. Había que mantenerse reservados, mostrarse conciliadores y, en lo posible, tratar de pasar inadvertidos.”[22]
Por otro lado, tratar el tema del exilio implica forzosamente hablar de la asimilación, la cual parece que se logra en distintos grados, pero en realidad no se logra nunca. Ni siquiera en el caso de las que, como Glantz y Seligson, nacieron en el territorio en el cual habrían de crecer y formar sus propias familias. La conformación de comunidades judías para vivir sus tradiciones dificulta aún más la integración de los hijos e hijas. Lo mismo en los barrios judíos donde creció Glantz que las escuelas españolas donde estudió Angelina.
Y aunque por el español que hablan, las personas con las que conviven, la comida que consumen y las parejas que escogen, podría parecer que lograron integrarse: “Los hijos nacen en otras tierras y en otro idioma, las costumbres se yuxtaponen, los antagonismos inmediatos o seculares desaparecen y se antoja posible una integración.” [23] Lo que los lleva a ya no identificarse totalmente con sus antepasados.
Persiste el sentimiento de “no encajar”. Al no hacerlo, se volvieron viajeras constantes, ciudadanas del mundo en busca de la pista de sus orígenes y sacando ventaja de su no pertenecer a ningún lugar y, por tanto, a cualquiera.
El rescate de la memoria como conclusión
Todo viaje hombre adentro tiene su contrapartida, es decir, el viaje mujer afuera. A este tipo de viaje me he lanzado estos últimos meses y en los recovecos de la realidad y de los países que he visitado voy espiando mis orígenes.
Margo Glantz
Se dice que para el pueblo judío es un deber recordar, y para estas tres autoras, fue y sigue siendo una tarea que ellas cumplen al pie de la letra. A pesar de pertenecer a las generaciones mexicanas del post 68, las tres buscaron su propio camino literario, alejándose de los temas políticos y adentrándose, en cambio, a los temas de la memoria, de la espiritualidad y de lo personal. Aunque bien se sabe que lo personal también es político.
Cada una con su estilo particular, pero con grandes coincidencias, recuperaron a través de la memoria vertida en palabra lo que les fue negado: una identidad diferente, la creación de una memoria familiar que nutre a una colectividad.
Son hijas de sobrevivientes, de mujeres y hombres que sobrevivieron a pogromos, a exilios, hambrunas, guerras y pandemias, y con esa responsabilidad a cuestas, ellas se convirtieron en viajeras empedernidas en búsqueda constante de su pasado. Muchas de sus obras fueron escritas durante esos viajes, o son productos de ellos.
No hay mejor manera de honrar a estas grandes generaciones de viajeras y escritoras que leerlas, conocer las historias que desean contarnos y, ¿por qué no?, emprendiendo nuestros propios viajes geográficos y literarios que nos lleven a descubrir y dejar testimonio de nuestras propias genealogías.⌈⊂⌋
[1] Jacobo Sefamí, “La dispersión multitudinaria en el cambio del siglo”, Seminario a la Literatura Moderna y Contemporánea de México, México, 2021. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=Lg7N8bnni2I&list=PL0Wo35gOgWOAuDI1xogceCpdoK0GJJ8_k&index=18
[2] Silvia Jofresa en Muñiz-Huberman, Angelina, El Canto del peregrino. Hacia una poética del exilio, GEXEL-UNAM, 1999, Barcelona, p. 11
[3] Entrevista a Esther Seligson por Miguel Ángel Quemain en Marrufo Huchim, Karla, “La reescritura del mito en la narrativa de Esther Seligson”, Tesis para obtener el título de Doctora en Literatura Hispanoamericana, Universidad Veracruzana, 2014, pp. 27-28
[4] Saqueo y ataque dirigidos contra un grupo de personas, especialmente judíos, llevados a cabo por una multitud.
[5] Margo Glantz en, Retratos y autorretratos. De Griselda Álvarez a Ángeles Mastretta, CONACULTA-INBA, México, 2006, pp. 115 y 117.
[6] S/a, “Margo Glantz”, Enciclopedia de la Literatura en México, CONACULTA-INBA, México, 2021. Recuperado en: http://www.elem.mx/autor/datos/427
[7] Angelina Muñiz en Horno-Delgado, Asunción, “Un desnudamiento total: entrevista a Angelina Muñiz-Huberman”, Confluencia, Vol. 14, No. 1, 1998, Colorado State University, pp. 147-158. Recuperado en: https://www.jstor.org/stable/27922658
[8] Véase Angelina Muñiz Huberman en Retratos y autorretratos. De Griselda Álvarez a Ángeles Mastretta, Op. Cit., pp. 170-171
[9] S/a, “Angelina Muñiz-Huberman”, Enciclopedia de la Literatura en México, CONACULTA-INBA, México, 2021. Recuperado en: http://www.elem.mx/autor/datos/749
[10] Piscina ritual para mujeres después del periodo menstrual.
[11] Margo Glantz en Aracil Varón, Beatriz, “Margo Glantz: el rastro de la escritura (entrevista)”, Anales de Literatura Española, Espagrafic, Universidad de Alicante, España, No. 16, 2003, pp. 9-10. https://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/7293/1/ALE_16_13.pdf
[12] Margo Glantz, Las genealogías, De Bolsillo, 5ª ed., 2010, México, p. 285
[13] Silvia Jofresa en Muñiz-Huberman, Angelina, El Canto del peregrino. Hacia una poética del exilio, Op. Cit., p. 28
[14] Se dice en las comunidades judías para referirse a una persona no judía.
[15] Margo Glantz, Op. Cit., p. 14
[16] Angelina Muñiz-Huberman, “Soledad”, Material de Lectura, UNAM, México, 2011, p. 13
[17] Relato que forma parte del libro De Magias y Prodigios. Transmutaciones, 1987.
[18] Karla Marrufo, Op. Cit., pp. 72-73
[19] Esther Seligson, “Por el monte hacia el mar”, Cuentos reunidos, Malpaso, Barcelona, 2017, pp. 63-64
[20] Margo Glantz en entrevista por Sandra Lorenzano, “Del amoroso enredo en la literatura: entrevista con Margo Glantz”, Debate Feminista, Vol. 17, CIEG-UNAM, 1998, p. 253. Recuperado de: https://www.jstor.org/stable/42624481?read-now=1&refreqid=excelsior%3A584fd06fde2133150cc60d0ff8d045d9&seq=16
[21] Angelina Muñiz Huberman, “Soledad”, Op. Cit., p, 16
[22] Esther Seligson, “Luz de dos”, Cuentos reunidos, Op. Cit., pp. 101-102
[23] Margo Glantz, Las Genealogías, Op. Cit., p. 290
Referencias
Aracil Varón, Beatriz, “Margo Glantz: el rastro de la escritura (entrevista)”, Anales de Literatura Española, Espagrafic, Universidad de Alicante, España, No. 16, 2003, pp. 5-29.
CONACULTA/INBA. Retratos y Autorretratos. De Griselda Álvarez a Ángeles Mastretta, 2006, México, pp. 115-118, 168-173 y 218-219.
CONACULTA-INBA, Enciclopedia de la Literatura en México, México, 2021.
Glantz, Margo, Las Genealogías, De Bolsillo, 5ª ed., 2010, México, 295 pp.
Horno-Delgado, Asunción, “Un desnudamiento total: entrevista a Angelina Muñiz-Huberman”, Confluencia, Vol. 14, No. 1, 1998, Colorado State University, pp..145-154 Recuperado en: https://www.jstor.org/stable/27922658
Lorenzano, Sandra, “Del amoroso enredo en la literatura: entrevista con Margo Glantz”, Debate Feminista, Vol. 17, CIEG-UNAM, 1998, pp. 251-266 Recuperado de: https://www.jstor.org/stable/42624481?read-now=1&refreqid=excelsior%3A584fd06fde2133150cc60d0ff8d045d9&seq=16
Marrufo Huchim, Karla, “La reescritura del mito en la narrativa de Esther Seligson”, Tesis para obtener el título de Doctora en Literatura Hispanoamericana, Universidad Veracruzana, 2014, 228 pp.
Muñiz-Huberman, Angelina, El Canto del peregrino. Hacia una poética del exilio, GEXEL-UNAM, 1999, Barcelona, 187 pp.
Muñiz-Huberman, Angelina, “Soledad”, Material de Lectura, UNAM, México, 2011, 35 pp.
Sefamí, Jacobo, “La dispersión multitudinaria en el cambio del siglo”, Seminario a la Literatura Moderna y Contemporánea de México, México, 2021, 224 min. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=Lg7N8bnni2I&list=PL0Wo35gOgWOAuDI1xogceCpdoK0GJJ8_k&index=18.
Seligson, Esther, Cuentos reunidos, Malpaso, Barcelona, 2017, pp 37.110.