Pasamanos de Letras II

Miguel Ángel Echegaray

Los hombres de la situación

En la aún recordada Revista Snob un grupo de escritores, descreídos e irreverentes, publicaron un texto denominado El Método de Aprovechamiento Terrorífico de una Ciudad, y en particular del método-juego del Nocturno Pavor Citadino. En sus recorridos anochecidos, en fechas y circunstancias indeterminadas, podía ocurrir cualquier cosa (lo que quiere decir que las cosas son ocurrentes o indomeñables), modificando así tanto el mismo día como las circunstancias que propició. En un laberinto trazado por el asfalto y las señales edilicias, acotado, pero ficcionalmente siniestro, sucederá el delineado de nuevos pasadizos en un laberinto conocido.

Para estos andarines noctámbulos todo era posible, afirmaba José de la Colina: “la moldura de un balcón, un perro cojo, una alcantarilla abierta, una palabra rara” o “ la fotografía de un ahogado en un periódico, las descripciones de un tormento chino en algún folletín…”, y esta última línea provocativa, alude seguramente a una broma, no sé qué tan inocente o malévola de la luego exitosa Farabeuf, novela de Salvador Elizondo que se construye precisamente a partir de una fotografía donde se aprecia el lento despellejamiento de una mujer de origen chino.

Ninguna novedad es referir que Elizondo, Juan García Ponce, Jomi García Ascot y varios contertulios más hicieron Snob: renovaron la crítica cinematográfica y literaria de su tiempo y, por supuesto, hicieron de su esnobismo una nueva categoría social cifrada en la reescritura de la Ciudad de México, al tiempo que consideraban que sus afinidades de inteligencia los unía, al mismo tiempo que presuntuosamente los separaba.

Nada de estrictas visiones unitarias, pues. El juego propuesto por De La Colina, salvo como guiño surrealista, ya un tanto agónico, dedica al azar el papel de una brújula para lo inusitado y lo auténticamente sorpresivo, como crítica a la ficción de la normalidad urbana y la detección del ciudadano, lerdo y convencional. Aunque sin un conglomerado de seres comunes deambulando, no es posible criticar su vida rutinaria y alienada.

Recupero una línea afortunada de De la Colina: “Y como sucede con nuestra vida, con nuestras obras artísticas, con nuestros métodos filosóficos, la ciudad tiene otro orden que el que conscientemente se le quiso dar, y esto vale aún para las ciudades perfectamente planeadas de principio a fin. El subconsciente, los instintos, el otro yo, intervienen en la creación de una ciudad lo mismo que en la creación de un libro, de un cuadro o de un tratado de anatomía”.

En suma, las ciudades son para construirse e interpretarse a diario, a la luz del día o en su embozada condición nocturna., y todo deriva en textos para ser leídos, ponderados, corregidos y aumentados.

No estuvieron al margen de tal metafísica urbana, como los situacionistas internacionales, valga la obviedad, que construyeron “situaciones” buscando una nueva y posible conjunción trastocada de espacio y tiempo. Forzar su reunión finalmente compatible. En principio, sería más bien la recuperación de aquello que parece moverse inercialmente entre las nociones propias de un tiempo y un espacio ya dominados antes.

Melancólicas melomanías

El 11 de mayo 2003 murió el escritor Luis Ignacio Helguera: poeta, cuentista y ensayista con mucha miga literaria adentro. Lo conocí primero como su editor, cuando acordamos recoger en un solo volumen sus colaboraciones en la revista Vuelta. Todas ellas documentadas, curiosas y, lo más destacado, amennas (valor con frecuencia soslayado especialmente por los autores y posteriormente por los lectores). Nacho fue muy querido por quienes lo conocieron; recuerdo especialmente a su principal, sin estridencias, protector Mario Lavista, hoy también ya ausente. Parecía que incurriría en el desparpajo, pero no, era muy serio y mantenía una prestancia literaria a toda costa, y sin miramientos.

No sé si la cercanía que tuvo con Juan José Arreola (su contrincante en el juego de ajedrez), lo influyó para el dominio de la brevedad. En 2000 publicó un libro estupendo: ¿Por qué tose la gente en los conciertos? (Divertimentos, crónicas, ensayos rápidos 1990-1997). En el texto principal que pareciera saludar a Julio Torri, Helguera propone: “En resumen, parecería que por más mutaciones que pueda sufrir la humanidad, como si se tratara de un gesto ritual inveterado, esencial, de una epidemia incurable y perenne, seguirá habiendo tos en los conciertos, y la verdad sea dicha, las preguntas que surgen hoy en la Academia son de más actualidad e interés: ¿Por qué no tose la gente en el cine? ¿No sería un concierto sin toses como un cine sin palomitas? ¿Cuándo redactará la vanguardia un concierto para tos y orquesta? Y si se redactara, ¿qué tan válido sería que la gente tosiera durante el mismo?”.

 En su zigzagueante ir y venir de nuevos rumbos y amistades no volví a verlo. Indagué, como se decía antes, por su paradero. Recibí una nota que, para mí, todavía no deja de decir:

 Querido Miguel Ángel:

Gracias por tus saludos. Le estuve dando más duro que de costumbre los ganchos al hígado y me tuve que hospitalizar un mes. Por fortuna, el noble órgano regresó a su tamaño normal, así que ya nos tomaremos una copilla de vino. Quiero platicar varias cosas contigo. Llámame cuando puedas.

                                                   Un abrazo

                                                       Nacho

19/ agosto/2002