Vicente Francisco Torres (UAM-A)
Uno
Gerardo Cornejo (1937-2014) publicó, en 1977, una entrañable novela que, pese a su escasa difusión nacional, terminó por tomar su lugar cuando apareció, primero en la Editorial Leega (1987) y, después, en la Colección Lecturas Mexicanas, en 2004. Era muy conocida en el norte de México porque su lirismo daba cuenta de las hermosas y fértiles serranías de Sonora, pobladas de pinos y animales feroces, pero ante todo porque era una novela épica. Ella expuso que los gambusinos, habitantes de la sierra, cuando se agotaron las minas –la agricultura y la ganadería no fueron suficienteses para permanecer en las alturas–, tuvieron que ganarse la vida de otro modo. Y emprendieron el descenso desde aquel paraíso hacia el desierto hostil en donde se establecieron y fundaron ciudades. En este ambiente sin vegetación bienhechora, en donde el sol era un chorro mercurial, fundaron ciudades que hoy son fronterizas y tienen la tecnología proveniente de Estados Unidos.
La novela tiene la estructura que le da el viaje (cada capítulo habla de la estancia de los protagonistas en diferentes regiones como la sierra misma, el desierto, las rústicas aldeas, las incipientes ciudades o el mar) y se enriquece con múltiples diálogos y anécdotas que muy a menudo se convierten en cuentos independientes.
El punto de vista narrativo está dado por los ojos de un niño que no es otro que nuestro autor, quien observa emocionado cómo bajan de la sierra, se adentran en el desierto y, finalmente, descubre el trazo v los hacinamientos de Tónichi, con su incomprensible ajetreo y la ostentación del monstruoso ferrocarril.
En la segunda mitad de la novela se acaban el lirismo y la mesura –que nos traen ecos de José María Arguedas, Demetrio Aguilera Malta, Ciro Alegría y de la mejor tradición de la novela social— y se acelera la narración con el relato de los padecimientos de los emigrantes que llegan a colonizar el desierto abrasador.
Es Obligado señalar que, a lo largo de todo el libro, encontramos la presencia avasalladora de los elementos de la naturaleza en dos de sus formas extremas: la serrana, que es edénica, con sus ríos, arroyos, bosques y cañadas, y la desértica, que con su calor atroz, sus alimañas y su vegetación inmisericorde, sabe devorar a los hombres.
En diciembre de 1983, Gerado Cornejo dio a la estampa El solar de los silencios, un libro de cuentos en el que la sierra sonorense vuelve a surgir abrumadoramente, tal como sugiere Erly Danieri que aparece la naturaleza de nuestro continente: “El paisaje que se intenta colocar como trasfondo, irrumpe a primer plano; la tierra se convierte en personaje central, verdadero protagonista tiránico y dominante; y ya no es el hombre quien describe el paisaje; la tierra invade su vida y acuña su arte.”[1] En efecto, si en La sierra y el viento solo habíamos observado cómo los viejos gambusinos abandonaban la sierra, por El solar de los silencios sabremos que fue la sequía inmisencorde –que alcanzaba un millón de kilómetros cuadrados– la que los obligó a emigrar pues todavía no se iniciaba la construcción de presas ni la lucha contra el desierto.
Si en La sierra y el viento el lirismo era el interés primordial de Cornejo, en El solar de los silencios se entrega, además, a la exhibición de las penurias de blancos e indios. Para esto vuelve a los recursos ya utilizados en su novela, algo así como las cajas chinas en donde una historia contiene otra, y otra más. Creo que a esto se debe que en sus narraciones abunden los cuenteros, personajes típicos que resultan muy bien dotados con ese rasgo que caracteriza a los hombres de la sierra quienes, acostumbrados a la soledad de las alturas, cuando logran reunirse al amor del fuego, no paran de ensartar una anécdota tras otra. Y ahí está el caso de “El solar de los silencios”, que no es otra cosa que el cementerio al que acude un hombre en busca de una nueva historia de espantos; quiere compartirla con el grupo de bebedores de tumba apaches a quienes ya les habían aburrido las mismas anécdotas.
Dos
En 1991, con Contrabando, Víctor Hugo Rascón Banda (1948-2008) ganó el Premio Juan Rulfo de Novela. Sin embargo, la obra se publicó hasta 2008, año en que falleció el autor. Puedo aventurar que así sucedió porque en el libro aparecen los nombres reales de personajes y algunos episodios que muy bien podían identificar los habitantes de Santa Rosa de Lima, un poblado de la sierra chihuahuense. Rascón Banda fue de vacaciones a su tierra y, en el sosiego de la casa paterna, pretendía escribir el guión de una película, misma que le había encargado el cantante Antonio Aguilar. Pero desde que llegó al aeropuerto de Chihuahua empezó a ver signos del deterioro de la vida que ha traído la peste del narcotráfico. Mientras subía la sierra encontró retenes y, una vez en su terruño, se precipitaron sobre él muchas anécdotas que hablaban de la violencia y la muerte que se habían enseñoreado de su tierra natal. Todas estas historias las fue incorporando en un corpus que terminó siendo la novela. Precisamente todo este material aluvional es el que hace atractiva, literariamente, la novela: a las pequeñas biografías de algunos personajes, como la reina de belleza del poblado, se agregan transcripciones de llamadas que graba el espionaje del Estado, letras de corridos, el cuaderno con la autobiografía de Valente Armenta, el relato de la masacre de Yepachi en voz de Damiana, las voces de la radio, las noticias que da la madre del autor sobre los muertos que cobijan las lápidas del cementerio, a la manera de la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters… Tenemos también un cassette que dice cómo se hace dinero y cómo se gasta, con la peculiaridad de que, quien lo grabó, es asesinado por su interlocutor.
Se incluye también una obra de teatro y el guión de la película, que no fue Tristes recuerdos, como quería Antonio Aguilar. El actor deseaba algo campirano y cursi, como lo que él filmaba. Quería seducir con su machismo a una mujer casada de la comarca y llevársela en las ancas de su caballo blanco, todo con música de banda. ¡Ah! Y exigía un papel para los chistoretes de su amigo Chelelo. Pero Rascón Banda hizo un guión con todo lo que había visto en esas vacaciones y el cantante lo rechazó porque, decía, su público no merecía esas crueldades y, para acabar pronto, sabía que los narcos iban a verlo en los palenques y eso no les iba a gustar.
Contrabando mostró cómo llegaron las drogas a la sierra de Chihuahua: una vez las semillas las llevaron fuereños; otra los campesinos decidieron dejar la miseria e incorporarse a la siembra clandestina; alguna viuda entró al narcotráfico por herencia del esposo…Después vino la revoltura entre políticos, campesinos, comerciantes, militares, policías estatales, policías federales y la maraña acabó cubriendo poblaciones enteras que sufrieron masacres, injusticias y ofensas sin cuento.[2]
Esta novela que se publicó hasta la muerte del autor, contaba que Valente Armenta era socio de Caro Quintero. A su boda llegaron Lucha Villa, Tony Aguilar y Vicente Fernández en una convivencia que ha mostrado Anabel Hernández en su libro Emma y las otras señoras del narco (2021).
Hubo un elemento dramático adicional: como Rascón Banda declaró que iría a su pueblo para escribir un libro sobre los traficantes, éstos pensaron que haría una especie de denuncia y desaparecieron a su primo Julián, que era el presidente municipal de Santa Rosa, en donde no había luz eléctrica.
Involuntariamente, Contrabando fue la primera novela reportaje sobre el narcotráfico. Hasta donde sé, la primera novela publicada, de este tema, fue El cadáver errante (1993), de Gonzalo Martré. ⌈⊂⌋
[1] Erly Danieri, Esta tierra de América. Siete ensayos americanos. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 1943, p. 41.
[2] Véase Vicente Francisco Torres, “El relato criminal mexicano en antologías”, en Dura. Revista de literatura criminal hispana, Southeastern Louisiana University, número 1, pp. 32 – 45, 2019.
Fuentes
CORNEJO, Gerardo, La sierra y el viento, México, Arte y Libros, 1977.
———- El solar de los silencios, Hermosillo, Publicaciones del Gobierno del Estado de Sonora, 1983.
DANIERI, Erly, Esta tierra de América. Siete ensayos americanos. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 1943.
RASCÓN BANDA, Víctor Hugo, Contrabando, México, Editorial Planeta, 2008.
TORRES, Vicente Francisco, “El relato criminal mexicano en antologías”, en Dura. Revista de literatura criminal hispana, Southeastern Louisiana University, número 1, pp. 32 – 45, 2019.
Ciudad de México, 1953. Ensayista y narrador. Doctor en Lengua y literatura Hispánicas por la FFyL de la UNAM. Profesor-investigador en la UAM-A, donde ha sido coordinador de la Especialización en Literatura Mexicana del siglo XX y la Maestría en Literatura Mexicana Contemporánea. Desde 1998 es miembro del SNI (nivel II). Ha colaborado de Crítica, El Día, El Nacional, De Largo Aliento, La Palabra y El Hombre, Mar de Tinta, Memoria de Papel, Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, Revista de Revistas, Revista de la Universidad, Sábado, Semanario Punto, Semanario Tiempo, Siempre!, Texto Crítico, y Tierra Adentro. Premio Internacional de Ensayo Alfonso Reyes 1997 por La rebambaramba (Monterrey, Nuevo León) y Premio de Periodismo Cultural INBA/Delegación Cuauhtémoc 1988 por Narradores mexicanos de fin de siglo.