Rosa Núñez Pacheco
El viaje tan ansiado se concretó en las vacaciones de febrero del primer año de la pandemia, aunque en ese tiempo aún nadie pensaba que el virus paralizaría al mundo entero. El avión partió a las siete de la noche desde Arequipa hacia la capital peruana, y de ahí rumbo a San Francisco. Desde el cielo, la bahía se veía impresionante. A las horas de aterrizar en el aeropuerto e instalarse en un hotel a un paso de Market Street, Rose y su hija Marianne pasearon por las calles novelescas de esa ciudad americana. Al día siguiente subieron y bajaron sin prisa por las bellas colinas con casas victorianas. Tomaron muchas fotos desde Twin Peaks y luego se encaminaron hacia el puente rojo. Mientras recorrían el Golden Gate en bicicleta, en la cabeza de Rose sonaba la famosa canción de Scott McKenzie alusiva a esa ciudad hippie. No podían respirar más que libertad a lo largo de todos esos tres días que permanecieron ahí para luego tomar el tren hacia Palo Alto. Ahí las esperaba, Jack, el amigo de Marianne, a quien conoció hace un par de años en el programa Work&Travel.
En la mañana del quinto día, antes del mediodía, los tres emprendieron la aventura hacia Yosemite en un auto alquilado para el viaje. Ella iba sentada atrás, mientras su hija y su amigo iban delante sin parar de hablar. Era 14 de febrero de 2020. Rose nunca imaginó que justo por esas fechas, veintiún años atrás, una mujer llamada Carole Sund junto a su hija Juli y su amiga argentina Silvina Pelosso, fueron asesinadas cruelmente en ese famoso parque nacional americano al cual ahora ellos se dirigían. Se enteró de esa noticia mientras buscaba historias pasadas del lugar en su celular para matar el tiempo. Incluso en el The New York Times se habían publicado varios reportajes semanas después de que se descubrió quién era el asesino. Uno de los titulares más antiguo databa del 28 de julio de 1999 que decía “Suspect at Yosemite Had Fantasy of Killing Women”. El asesino se llamaba Cary Stayner. La reportera Evelyn Nieves al final de esa nota escribió: “The F.B.I. has declined to comment on the case since Sunday”.
– Mamá, ¿por qué tan callada?- le preguntó Marianne mientras abría la ventanilla del auto que Jack conducía raudamente por la carretera luego de atravesar Modesto, Fresno y otros pequeños poblados californianos.
– Ah, nada, solo que estaba leyendo unas noticias…
¿ Ok, tápate los oídos porque ahora solo vamos a escuchar metal a todo volumen. Faltan dos horas para llegar al condado de Mariposa.
– No problem, no problem –dijo Rose- all right, it´s okey. No podía imponer sus gustos musicales. Delante suyo estaban dos jóvenes ruidosamente metaleros. Jack aplicó alegremente el pie contra el acelerador.
El resto del camino, Rose continuó buscando más información en Google. Apenas lograba concentrarse, porque ahora además escuchaba los tarareos que hacían Marianne y Jack de las canciones de Metallica y Black Sabbath, y sus risas estridentes cuando se equivocaban en las letras. Sin darse cuenta se quedó dormida. En sus sueños se vio caminando entre los gigantescos sequoias cubiertos de nieve. Nunca había visto un lugar tan hermoso como aquellas postales de Navidad que coleccionaba de niña. Las montañas también estaban totalmente revestidas de una blancura impresionante. Rose sentía que caminaba sobre las nubes que ella misma formaba al expulsar su aliento. Soñaba con Yosemite, sin duda, el paraíso.
– Mamá, despierta, ya vamos a llegar –le dijo Marianne. Rose vio a través de las ventanillas que ya se encontraban atravesando el condado. Lo supo por un gran letrero puesto al margen derecho de la carretera. En ese condado estaba Mariposa Grove, otro santuario de sequoias gigantes, pero ese no era su destino, ellos iban más allá, al corazón de Yosemite.
– Bueno, paramos a comer algo, ¿no?- dijo al rato Rose- What do you want to eat?
– Green Curry! – dijo entusiasmado Jack, a quien le encantaba la comida thai.
– Yes, Green Curry!!!– repitió alegremente Marianne- Green Curry!, Green Curry!, Green Curry!
– Ok, Green Curry y cerveza artesanal – concluyó Rose.
Era pleno invierno americano, pero no había rastro de nieve en el lugar. Hacía un frío moderado lo suficientemente soportable para el abrigo largo que llevaba ella; en cambio, los dos jóvenes solo tenían unas chaquetas polares y debajo los polos negros de sus grupos preferidos de metal. Eso sí todos llevaban guantes. A Jack le encantó unos que Marianne le regaló con un diseño de pequeñas alpacas negras que le compró en una tienda del aeropuerto de Arequipa antes de partir a los Estados Unidos. Él las había visto en su visita a Perú el año anterior y quedó impresionado por la suavidad de esa lana tan tersa. Eligieron un restaurante llamado 1850, tenía opciones veganas y una buena oferta de la cerveza que Rose deseaba probar. Se encontraba cerca de la carretera principal y el ambiente era sumamente acogedor. Además del Green Curry pidieron hummus, y Rose no pudo resistirse a una ensalada de salmón que el mozo le ofreció.
– Paradise for me- dijo Rose cuando le preguntaron qué cerveza prefería.
– Está bien, pero solo una botella para ti – dijo Marianne-, Jack no puede tomar y tiene que seguir manejando hasta Yosemite. Nosotros solo tomaremos Thai Tea.
Al cabo de media hora mientras Jack les contaba sobre las historias de Silicon Valley, dado que era ingeniero de software en una empresa de videojuegos en la que llevaba trabajando cerca de un año; Rose solo pensaba en Yosemite Valley, en El Capitán y los grandes sequoias que ella deseaba abrazar. Había olvidado completamente las noticias pasadas que durante el viaje al corazón de California había leído en Google y que no comentó en absoluto a los jóvenes, porque estaba segura que lo tomarían a broma.
– Mamá, apúrate con la cerveza, el paraíso está más allá, en tu Yosemite soñado – le dijo riendo su hija.- Seguro que ya te llegó a la cabeza esa cerveza y encima por los pobres salmones que te comiste.
– Poor salmons, buen título para mi siguiente cuento-pensó ella- esos peces siempre vuelven a su río natal. Muy bien, sigamos adelante- agregó luego, dando el último sorbo a la botella.
Recargaron de gasolina el auto y se aprovisionaron de snacks y agua para el corto tiempo que permanecerían en Yosemite. Detrás de las montañas, el atardecer se perdía inexorablemente. El olor leñoso se introducía por las ventanillas y ella sentía una indescriptible felicidad en ese momento. Estaba tan cerca de ese destino a la que su alma viajera le había impulsado desde su país sureño. En su bolso tenía una libreta en la que había anotado todas las anécdotas que había tenido con su hija en ese viaje desde Perú. Su inglés intermedio a veces le impedía captar totalmente esa belleza americana, pero a su lado estaba su hija veintiañera que lo dominaba a la perfección y que fue su guía durante toda esa travesía por el estado de California.
La carretera hasta Yosemite era algo sinuosa, por ello avanzaban lentamente, lo cual hacía un viaje más placentero. Un riachuelo serpenteaba al lado de la vía, era transparente y se formaba de las caídas de agua de las altas montañas. La noche llegó con unas estrellas suspendidas en ese cielo intensamente azul. “Estamos a tres minutos del hospedaje, según el Google Map”- dijo Marianne. “Ya hemos llegado”-dijo después.
– Cedar Lodge -dijo Jack estacionando el auto frente al lobby del motel.
Al ver el gran letrero del motel, Rose quedó paralizada. “No puede ser” –se dijo a sí misma. No sabía que su hija había reservado por Booking, las habitaciones en el mismo lugar donde había leído horas antes sobre esas terribles noticias de décadas atrás. El lugar y la fecha coincidían. Todo esto parece inverosímil, nadie me va a creer, se decía a sí misma Rose.
– Mamá, ya baja del auto. Hay que pedir las llaves y luego descansar, mañana todo el día haremos la excursión en el parque.
Rose asintió tratando de disimular su nerviosismo, pero no pudo evitarlo cuando la recepcionista del motel les dio las llaves. Las dos habitaciones que les dieron estaban sobre la 509, justo donde había ocurrido toda la tragedia de años atrás.
– ¿Te pasa algo?- le preguntó inquieta Marianne.- Parece que hubieras visto un muerto.
– “No, no, solo que estoy algo cansada. It´s time to rest – agregó tratando de sonreír”.
– “¿Ya ves?, tanto Paradise que has tomado”- agregó su hija sonriendo.
– “Let´s go” – dijo Jack- cargando las tres mochilas en su espalda y saliendo de la recepción del motel.
El Cedar Lodge estaba en medio de las montañas y los árboles apenas se podían divisar. Esa noche, Rose no intentó divisar la luna como todas las noches lo hacía en el lugar que se encontrara. El motel tenía varios pabellones de dos pisos, cuyas ventanas todas daban al exterior. El que les habían asignado tenía la apariencia de su antiguo colegio, con un pasadizo y barandas y grandes ventanas. Cuando subieron las gradas, Rose vio de reojo la habitación 509, no parecía estar ocupada porque tenía las luces apagadas, en cambio todas las demás sí lo estaban por la bulla que salían de ellas. Lo único que la tranquilizaba era que Jack dormiría en la habitación contigua y por cualquier cosa acudiría presuroso a rescatarlas. Era muy alto y fuerte. Tenía su cabellera rubia sujeta a una cola y siempre su sonrisa dejaba traslucir el color azulado de sus ojos. No hay que temer, se dijo a sí misma.
– Happy San Valentin´s Day. Tomorrow at 6.00 o´clock. See you – le dijo Marianne a Jack, quien se despidió con una venia graciosa, dejándolas solas en la habitación 519 y él en la 520. El reloj ya marcaba las diez de la noche. Mientras su hija se duchaba antes de dormir, Rose siguió buscando más información en el Google. Leyó todas las notas del The New York Times. Otros titulares de otras fechas anunciaban: “Motel Handyman Is Tied To 4 Deaths at Yosemite”, escrito por la misma reportera Evelyn Nieves. Entonces Rose se enteró que Cary Steyner no solo había asesinado a tres mujeres sino a cuatro, la última era una joven naturalista que trabajaba en el parque nacional y se llamaba Joie Ruth Armstrong, tenía 26 años.
– ¿Qué tanto lees en tu cel?- le dijo su hija al salir del baño.
– Noticias de Perú- respondió ella conteniendo su ansiedad.
– Ah, ya, vienes a Estados Unidos a enterarte de lo que pasa en Perú. No te entiendo, y cuando estábamos allá solo pensabas en este viaje.
– Está bien, está bien, hay que descansar. Me daré el baño y seguro que luego caeré muerta del cansancio.
– Ajá, seguro que sí- dijo su hija acomodando su almohada y dispuesta a dormir.
Cuando salió del baño encontró a su hija ya dormida, acurrucada a la almohada, y su ropa del día tirada sobre el piso. La acomodó sin hacer ruido. Constató que el seguro de la puerta estaba puesto y luego se echó en su propia cama tratando de conciliar el sueño. Lo intentó por más de un cuarto de hora, pero al final cogió su celular y otra vez ingresó a las páginas del diario neoyorquino. Esta vez leyó una columna de opinión de Bob Herbert, titulada “In America; Lessons From Yosemite” publicada el 29 de julio de ese mismo año del crimen. Supo que el F.B.I. había apresado a inocentes y que el verdadero asesino se había burlado de ellos dándole él mismo las pistas. El columnista concluía su columna así: “… that confessions are frequently bogus, that much of the ”scientific” hair and fiber analysis that is so heavily relied upon in criminal cases is a joke…”. Rose también fue a dar con un programa de podcasts dedicado exclusivamente a crímenes famosos en EEUU cuyo episodio 46 se titulaba Murder in Paradise: The Yosemite Murders. Al terminar de escucharlo, se acordó de la cerveza que se tomó antes de llegar al motel, pero ahora lo sentía como un trago sumamente amargo.
Para tener la certeza de que estaba comprendiendo bien en inglés y que realmente no estaba soñando con una pesadilla, Rose decidió buscar información en español. Navegó una vez más en Google y encontró una nota completa en la página de Infobae publicada justo un día antes, el 13 de febrero de 2020, escrito por Carolina Balbiani con el típico título de la prensa amarilla que todo lo exagera, y cuya síntesis de la noticia decía: “Cary Stayner trabajaba en Yosemite. El 15 de febrero de 1999 mató a tres mujeres. Una de ellas era una turista argentina de 16 años. Nadie sospechó de él y fue capturado por otro crimen. Le dieron pena de muerte. Desde hace 18 años espera el fin de sus días en la prisión de máxima seguridad de San Quentín”. A pesar de la morbosidad con que fue escrita la nota periodística argentina, daba cuenta de manera detallada de los cuatro crímenes cometidos por Steyner. La nota estaba acompañada por fotografías de las víctimas y el victimario, y un texto que el mismo asesino había enviado anónimamente al F.B.I. para darle pistas, irónicamente, estas eras verdaderas. Rose pensó en Raskolnikov, que no pudo con su conciencia después de las muertes violentas que provocó a una vieja usurera y su hermana, y por ello se entregó a la policía para terminar luego en Siberia.
Cuando Rose terminó de leer la nota periodística, ya era más de medianoche. Su hija dormía plácidamente, pero ella ya tenía la certeza que esa noche no podría pegar los ojos esas primeras horas del 15 de febrero de 2020, exactamente veintiún años después de la tragedia de Yosemite. Reconstruyó mentalmente la escena de ese crimen pasado. Todas las habitaciones del motel tenían la misma estructura así que no tenía que imaginar mucho sobre el escenario tampoco el mobiliario parecía haber cambiado ni qué decir de los personajes, porque había visto bien las fotografías de todos ellos. Desde el principio, Rose tuvo mayor empatía con Carole Sund, porque tenía casi la misma edad que ella, que sobrepasaba los cuarenta y que le gustaba hacer de buena anfitriona con las amigas de su hija adolescente Juli. Ese 15 de febrero de 1999, las tres había realizado excursiones a lo largo del parque durante todo el día. Vieron las caídas de agua desde las altas montañas, caminaron por los senderos oliendo el aroma de esos árboles gigantescos, visitaron The Ansel Adams Gallery y compraron postales para enviar a Córdova a los padres de Sylvina Pelosso, comieron hamburguesas al aire libre y se rieron mucho de las bromas que se hacían entre ellas. Al caer la noche, solo quedaba descansar en el Cedar Lodge. Nunca imaginaron que alguien las había estado espiando desde que llegaron al motel. Ellas solo querían descansar después de la fatiga acumulada por el trajín del día.
Esa madrugada, Rose se negaba a aceptar esa historia trágica para esas tres mujeres ni tampoco para la joven naturalista que resguardaba ese santuario natural. Así que pensó en diversas tramas, al mismo estilo de los videojuegos con finales distintos. Trató de imaginar un final que traería menos sufrimiento a las heroínas de esa tragedia en el paraíso.
Opción 1. En el momento que Cary Steyner intentaba entrar en la habitación 509 el 15 de febrero de 1999 a las once de la noche, aparecería Jack, el padre de la naturalista, que se convertiría en el valeroso guardián del parque que saldría a enfrentarlo. Lo desarmaría sin mayor esfuerzo y lo entregaría a la policía antes que Cary pudiera cometer sus crímenes. Un final feliz menos para Cary, que llevaba encima la fatalidad de su hermano, Steven Steyner, que siendo niño fue secuestrado por un pederastra durante siete años, y que logró huir para salvar a otro niño secuestrado por el monstruo. Lo que nunca pensó Steven fue que al regresar a su casa, las cosas no serían las mismas con su familia y el condado de Merced. Su muerte accidental a los 26 años en una moto puso fin a su sufrimiento, pero no al de su hermano Cary, que creció en un ambiente hostil, propicio para que se volviera un despiadado psicópata.
Rose desechó la idea, y buscó otra posibilidad con un final más esperanzador para esta historia. Ello implicaba un comienzo menos riesgoso.
Opción 2. En su afán de anfitriona, según leyó en Infobae, Carole Sund había planeado llevar a las dos jóvenes a Yosemite y luego a Disneylandia. Entonces Rose pensó que Carole debería elegir primero ir a Disneylandia para ese 15 de febrero. En esa galaxia infantil, los niños estaban protegidos hasta por los huesos, así que Juli y Sylvina no corrían peligro alguno. Solo así se librarían de la muerte ese día. Pero no (como siempre la fatalidad se impone a la realidad), Carole eligió Yosemite, porque estaba más cerca de Merced, el poblado donde vivía junto a su familia, y coincidentemente ahí también residía Cary y toda su familia disfuncional. Rose alentaba la idea que tal vez las niñas debieron insistir y hacer pataletas para que primero las lleve a Disney; pero no, ellas eran obedientes y no les gustaba enojar a mamá.
Una tercera opción podría ser que ese día cayera una intensa nevada, esas que son propias del invierno americano, que impidiera el paso a todos los visitantes del parque, de modo que Carole y las jóvenes no tendrían más remedio que dar media vuelta en el Pontiac Grand Prix, que conducía la madre y así poder regresar sanas y salvas a su hogar en Merced, aunque muy contrariadas por el fracaso del plan inicial. Sin embargo, ese día hasta hubo un sol radiante que iluminaba a El Capitán, y muchos turistas se aventuraron para disfrutar de sus vacaciones de invierno y Carole y las niñas hicieron lo propio.
Rose, algo frustrada, no pudo imaginar un final diferente para esa historia, porque a las seis en punto de la mañana de ese 15 de febrero de 2020, Jack llamó a la puerta para despertarlas y dar inicio a la excursión del gran parque nacional. Marianne se demoró más de una hora entre despertarse, alistarse y desayunar, así que la aventura comenzaría recién a las ocho de la mañana, con un sol bien puesto sobre El Capitán. Rose olvidó que no había dormido, y cuando bajó las gradas evitó mirar de nuevo la habitación 509. Para qué despertar a Carole, Juli y Sylvine, si por fin descansaban en paz; Cary, el asesino en serie, ya estaba entre rejas, esperando su propia muerte. Mejor sería pensar en la joven naturalista que seguramente ahora sobrevolaba los altos sequoias del parque nacional como su ave guardián.
Los tres subieron al auto con todo el equipaje porque ya no regresarían al motel; después de la excursión, Jack retornaría a Palo Alto, y Rose y Marianne partirían rumbo a Los Angeles. El resto del día fue inolvidable. Yosemite era más de lo que Rose había soñado. Pudo abrazar a cuanto sequoia se cruzara en su sendero; cogió entre sus manos la escasa nieve derretida que aparecía en los costados de los riachuelos que caían desde las cumbres de las montañas; no paraba de respirar profundamente hasta calar hondo en sus pulmones; en fin, sintió que realmente estaba en el paraíso. Para sellar esos instantes, tomaron muchísimas fotos, especialmente al pie de El Capitán, la gran montaña de roca sólida que seguramente el poeta John Muir divisaba en su diario recorrido por lo que él consideraba su último refugio.
Al llegar la noche, y tomar el camino de regreso, llegaron hasta la estación de buses de Greyhound. Al despedirse de Jack, Rose le agradeció por acompañarlas, no le dijo que fue su ángel protector en esa madrugada en la que ella revivió los hechos macabros de Yosemite, pero le prometió que en el siguiente viaje ella invitaría de nuevo Green Curry en el lugar que sea. Luego emprendieron el viaje hacia Los Ángeles, ahí las esperaban otros ángeles, arequipeños como ellas. ⌈⊂⌋
Narradora, ensayista e investigadora. Docente principal del Departamento Académico de Literatura y Lingüística de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa (UNSA), Perú. Investigadora RENACYT. Doctora en Ciencias Sociales por la UNSA. Ha publicado libros y artículos en revistas internacionales. Autora del libro de cuentos Objetos de mi tocador (2004). rnunezp@unsa.edu.pe