Las mujeres de Sergio Golwarz

Vicente Francisco Torres (UAM-A)

En los cursos de posgrado universitario en literatura, un momento climático es la elección de la obra o periodo que los alumnos eligen para volcar sus esfuerzos en la investigación y escritura de sus trabajos de tesis. En los días que corren, la moda y la publicidad han ganado la batalla a las obras de verdadera valía, porque los estudiantes eligen las obras cuyos autores aparecen entrevistados a menudo en la prensa. Hoy la bolsa de valores de las literaturas nacionales está en manos de las transnacionales que suelen anteponer los dictámenes de ventas a los de valor literario. Y eso sucede, hasta donde he podido ver, en todos los países de América Latina. Si no publicas en las grandes editoriales, estás condenado a las marginales, aunque se da el milagro de que, aun así, alguna obra logra trascender.  Toda proporción guardada, sucede lo mismo que con las petroleras de los países que, como España, sin tener petróleo en sus tierras, controlan el energético de las naciones, otra vez, de América Latina, y de otras latitudes.

La mayoría de los alumnos deciden escribir sobre autores que tienen encima bibliotecas enteras de investigación. Casi nada se puede agregar pero prefieren escribir sobre seguro. O eligen el libro que acaba de aparecer o de recibir algún premio. Son muy raros los estudiantes que apuestan por un escritor poco estudiado, pero a veces suceden milagros.

A mediados de diciembre, un exalumno llegó a mi cubículo para regalarme un libro de autor poco conocido sobre quien pensaba hacer su investigación. Se trata de La mujer que se murió de fea (Libro Mex, Editores, 1957),  del ginebrino Sergio Golwarz (1906-1974), quien  radicó muchos años de su vida en Argentina y acabó definitivamente en México. Es un  humorista –al estilo de Pepe Martínez de la Vega, el creador de Péter Pérez– quien a menudo llega al absurdo. Es más, varios de sus relatos,  como el titular del volumen, resultan parábolas: la menos agraciada de seis hermanas es la única que se casa –“La suerte de la fea, la bonita la desea”– y, como carga secretamente el estigma de la fealdad, retiran de su casa los espejos y superficies bruñidas   en las que pudiera reflejarse. El desenlace es hiperbólico porque desobedece la prohibición, se agencia un espejo, se mira en él y el diagnóstico resulta que se trató de un suicidio.

La mujer que se murió de fea, en realidad, contiene dos libros. El titular y otro llamado El don Juan hombre. En ambos predominan los cuentos que tienen que ver con la música, los músicos y los conciertos porque, tal como dice la escasa información que se encuentra en internet sobre el autor, éste fue un violinista reconocido. Es una grata experiencia encontrar textos escritos por la mano de un músico porque sus referencias a la música y a los músicos son parte fundamental de lo que escribe. Un ejemplo: “El flautista” es un bello cuento y una parábola sobre el genio que vive ajeno al mundo, magnetizado siempre por su obra.

Sabemos también que hay un libro suyo de aforismos —Gotas tóxicas. Aforismos y minificciones, que preparó Hiram Barrios en 2015– pero ignoro si fueron aforismos expresamente escritos o se entresacaron de sus distintos libros porque, a menudo, sus líneas resultan epigramáticas. En La mujer que se murió de fea encontramos: “Anhelar el amor a perpetuidad es tan descabellado como anhelar la vida eterna”. E Hiram Barrios consigna:

“Ese niño era tan precoz  que tenía demencia senil”.

“Una vez adquirida la experiencia, no queda tiempo para usarla”.

El don Juan hombre es un conjunto unitario que entrega varias versiones de ese arquetipo que suele transitar por las más diversas situaciones, desde el cínico y procaz hasta el ingenioso y ridículo. En este campo, Golwarz tiene varias ideas que entregar. Entre ellas, la que cierra el volumen es la más reveladora: las amantes más osadas y atrevidas, las más insistentes y apasionadas, se alejan ante una promesa de matrimonio, aunque siempre queda la esperanza de que cuando sientan el hastío de la rutina marital, busquen al amante de antaño para engañar al marido.

Bien vale la pena acercarse a este autor que tiene semejanzas con Francisco Tario. Y celebro la voluntad de mi alumno por transitar caminos poco trillados.