Daniela Gil Sevilla

Su voz se tornó más suave; más profunda, pero yo no quería demorarme en el extraño significado de las palabras pronunciadas con calma. Mi mente vacilaba al escuchar fascinada una melodía sobrehumana, conjeturas y aspiraciones que la humanidad no había conocido hasta entonces.

“Ligeia”, fragmento. Edgar Allan Poe.

Ahora que sabe que es ella, todo pasa más deprisa.

Por un ciclo completo de luna, Lady Rowena Trevanion de Tremaine ha escuchado impotente como por las noches las aguas del Rin inundan la cámara nupcial donde se encuentra. La habitación, ubicada en una alta torrecilla de la abadía fortificada, ha sido un obsequio de su nuevo marido, aunque ahora se pregunta si realmente el regalo era para ella o si se trata tan sólo de un faro para atraer a ese mar que en la oscuridad la visita.

Y si las noches son sometidas por el terror, la indiferencia en cambio domina los días, sofocados por una nube alcaloide proveniente del hombre hosco y excéntrico que ha desposado, heredero a su vez de la opulencia de una muerta.  

Rowena está consciente de que en su matrimonio no hay amor sino riqueza, y es a esa fortuna a la que se aferra como a una balsa capaz de soportar la humedad y el desasosiego. Si tan sólo la balsa la logra llevar a puerto seguro antes de que a él, el capullo de la adormidera lo encierre entre sus pétalos, entonces todo será suyo. Iustae Nuptiae se recuerda.

La luz bermeja del atardecer se filtra plomiza por la ventana de cristal de Venecia, envejeciendo los cabellos rubios de Rowena, y le recuerda que la oscuridad está por tocar la puerta. Sus ojos, de un azul intenso, buscan desesperados cualquier haz, cualquier fosforescencia que pudiese sobrevivir esa frontera opaca y espantar con su luminiscencia a las serpientes que despiertan en el incensario sarraceno que cuelga del techo semigótico. Pero nada ahuyenta a los reptiles que se contorsionan avispados anunciando la noche.

Ayer, el inicio del segundo ciclo de luna sorprendió a Rowena, quien se deleitaba con recuerdos de una infancia feliz y de una juventud protegida, en una casa grande de una recóndita región de Inglaterra. Selene tocó entonces su vientre y sus padres le anunciaron que la alcurnia era todo lo que quedaba y que tendría que casarse con el viudo obsesionado con el opio y con otra… un movimiento en el río de alfombras la despabila y, horrorizada, observa a una sombra que moja los tapetes que cubren la pared. Si no fuera por el efecto fantasmagórico del viento sobre el cortinaje, Rowena podría jurar haber visto unos ojos negros asomarse entre las aguas, seguidos de una fémina de cabellos de alas de cuervo y figura de quimera.

Y lo que en un principio apenas se trató de un leve sonido, de una insinuación de ajetreo, de un aleteo de polillas alrededor del sarcófago de granito, se convirtió en una intensa fiebre que consume a Rowena.

En vano intentó decirle a su marido lo que acontece cada anochecer en el lecho de ébano, pues los sueños de morfina de su desposado le impiden entender que, en la acuosidad de la penumbra, se avizoran cantos de nereidas.

Es septiembre ahora. La noche anterior, la ondina susurró al oído de Rowena, mientras su marido acudía por el frasco de vino ligero, lo tendrás todo, el dinero, la riqueza, pero no serás tú y no será por matrimonio. Entre sudores y convulsiones, Rowena advirtió, sin decirlo, que, de la nada, cuatro gotas rubíes cayeron en su copa de vino, al tiempo que en la brisa resonaba Ius Sanguinis.

Pronto habrá luna llena y las mareas vendrán a la alcoba. Rowena reconoce que su final se acerca, pero también sabe por fin quién es la silueta. Así, debajo del baldaquino, en su lecho de muerte, espera con aquiescencia el beso mortal de los rizos morenos y, cuando suceda, todo será suyo y todo será de ella, porque ambas serán una, misma sangre, mismo derecho, serán mujer y serán sirena.

– FIN –