Changó y el Pacífico colombiano

Andrea Mejía Fals

La primera canción de la Agrupación Changó en el teatro es para chigualar, para celebrar con gozo la ceremonia fúnebre del niño que ha nacido y ha muerto ya, al niño que se va. Le siguió una tonada muy animada llamada Tápalo, y cuenta algo que sucedió en la fiesta del carnaval: por andar bailando a la tía Marucha se le quemó la chuspa y a la tía Margot se le quemó el arroz.

Con esa tonada caen las chaquetas y bufandas, el público se levanta y se mueve frente a su silla, corea, aplaude: se calentó el ambiente y todos los sonidos parecen golpear los hombros, el cuello y las orejas, el esternón, como queriendo confundir la frecuencia de los latidos del corazón. Una cadencia marcada por los percusionistas y que empuja todos los pies del recinto, un tuc-tucuuutú-tucuuutú acompañado del tutupín-tutupín-tutupín-tutupín y de un bam-búm-bam-búm, parecido a lo que sale de aporrear o silbar dentro de tubos, botellas y baldes, pero con armonía y perfección sonora.

Vista desde el público, la formación es sencilla: en el centro del escenario hay tres percusionistas: Leonardo, Domingo y Vásquez, sentados, con su cununo entre las piernas (el cununo es similar a un tambor, pero con forma cónica, hecho de madera y sellado en ambos extremos: arriba con una membrana animal y abajo con madera; hay macho o repicador, más alto y de sonido ronco, y hembra o arrullador, sonoramente más agudo). Los cununeros tienen a cada costado tres micrófonos. Al lado derecho tres cantaoras: la del extremo es la Negra Tomasa, una mujer de más de sesenta años, delgada, alta, cabello largo, sonrisa eficiente y altiva; la siguen Milena y Tatiana, todas las 3 con sus maracas y su guasá (un trozo de guadua hueca, de unos 30 centímetros, que tiene semillas de achira seca por dentro y con los extremos sellados). Atrás de ellas y un escalón arriba está Juan Daniel con su marimba, el instrumento estelar de la música del pacífico colombiano: esta tiene un marco superior anclado al armazón, como si Juan Daniel tuviese su propia tienda ambulante y vendiera toques con sus baquetas. Al lado en el mismo escalón, al fondo izquierdo de la escena, está “El Cuero” con su bombo, que es un tambor grande y se toca con palitos. En el medio de ellos dos está Yengo, con su bombo hembra, de tamaño mediano. Al frente del bombo y ya sin escalón está el maestro y director Wisman Tenorio con su guasá, al lado está la cantaora Luisa que repite instrumento y no hay nadie frente al tercer micrófono.

A Wisman le gusta hablar entre canción y canción (suele terminar sus intervenciones con un He dicho, señores), y anuncia que el siguiente tema lo cantaba Esnéider. Pregunta quién se ha ganado la lotería mientras la marimba introduce la canción: – ay, Pola cómo te va, cómo te fue en tu correría. – eh eh eh me gané la lotería; en mi correría, en mi correría, en mi correría me gané la lotería. Promete el número 716 para ganar el premio mayor: el día de la virgen del Carmen.

Changó viene desde Tumaco, un municipio de Nariño en la punta de Colombia fronteriza con Ecuador, a casi dos horas de vuelo de Bogotá, y si es por tierra, es casi un día de subir, bajar, rodear montañas. En ese Tumaco hay unas 250mil personas, la mayoría afro, y también hay violencia de grupos armados, hay un documento en el que la Jurisdicción Especial de Paz prioriza ese territorio por los hechos victimizantes que la guerrilla y la Fuerza Pública les causaron entre 1990 y 2016, hay biodiversidad colorida y brillante, hay narcotráfico robusto, hay playa, brisa y mar color Océano Pacífico, hay desplazamiento forzado y desarraigo territorial, hay pobreza extrema sin agua potable, hay fecundidad y niños de 6 años que saben armar y usar un anzuelo, hay analfabetismo en más de la mitad de su gente, hay 3 hospitales y mujeres agredidas, hay muchos camarones y asociaciones de pescadores artesanales, hay líderes comunitarios que hablan duro y organizan, hay oficios ancestrales como la recolección de pianguas (unos moluscos pequeños con todo y concha) ejercido por mujeres y niñas que se arrodillan y embarran en los manglares mientras cantan, hay cacao y tagua y vacas y cabras y aceite de palma, hay un diminuto 2 % de cobertura de telefonía móvil y conectividad que apenas alcanza para que los estudiantes aprendan de libros cómo encender un computador o navegar en Internet, hay lodo y aguas oscuras cubiertas de basura. Hay verdad. “Hay” abandono del Estado.

Ya desde el aeropuerto bogotano son unos veinte minutos hasta el teatro ubicado a unos 500 metros del lugar donde se construye el Museo de la Memoria y a otros 250 metros del Centro Memoria y del Cementerio Central. Si se sigue la misma vía, en dirección a la montaña con la iglesia en la cima, se llega al centro histórico del distrito capital, donde está el palacio presidencial, el palacio de justicia, la casa de la alcaldía, la Comisión de la Verdad, ministerios, universidades, bancos, todo. Todo.

Wisman da las gracias a los asistentes y pide un aplauso para Esnéider, se enreda en las palabras, perdone que me trabo pero quiero llorar pero por respeto a ustedes no lo hago

[                              ]

porque a mi me dolió la muerte de Esnéider

[                                                                      ]

mas que naiden un hijo mío

No se escucha rabia en sus sollozos.

Nadie dice nada. Ni el niño que está en el palco. Nadie. Nada.

[                                                                                                                                                          ]

Aplausos.

Mujeres cantaoras no lloren, lloremos de alegría. Escuchemos a esta marimba que también llora, que también suspira. Este niño que ha nacido a la gloria celestial, hoy la violencia lo ha llamado a la eternidad. Que viva Colombia. Que viva la cultura. Que viva la educación. A la gloria iba, a la gloria va.

En este chigualito la cantaora Negra Tomasa alterna con el coro:

esto le pasó a la mama

– a la gloria va –

por aquel casa y ventana

– a la gloria va –

el niñito se le fue

– a la gloria va –

de la noche a la mañana

– a la gloria va –

la madre de este angelito

– a la gloria va –

qué dolor tará pasando

– a la gloria va –

y nosotros los mirantes

– a la gloria va –

que alegrestamos cantando.

– A la gloria iba, a la gloria va-.

Chigualito, chigualito,

vamo a jugá.

Juguemo este angelito,

vamo a jugá.

Esnéider tenía 24 años cuando lo asesinaron en Barbacoas, muy cerca de Tumaco, el 27 de diciembre pasado. Era el líder vocal de Changó y un líder social del territorio como formador cultural: investigaba para rescatar el legado cultural y preservar las tradiciones, y con ello dibujó una ventana a la que podían asomarse la niñez y la juventud del pacífico. Los noticieros dicen que ya capturaron al responsable, alias Eliécer y cabecilla de una de las disidencias de las FARC, de los que no quisieron firmar el Acuerdo Final para la terminación del conflicto armado. Un funcionario del gobierno dijo que alias Eliécer es el presunto responsable de varios asesinatos de líderes sociales. En el año 2021 en Colombia asesinaron a 171 líderes sociales y a 43 firmantes excombatientes del Acuerdo Final. En casi 3 meses del año 2022 van 41 líderes y 9 firmantes.

Mientras muchos se limpian las lágrimas con el dedo índice y otros tantos esperan a que las absorba el tapabocas, la marimba introduce un bambuco viejo que cuenta la historia de Ovidio, personaje que encarna las tradiciones y costumbres musicales que la agrupación quiere recuperar tratando de alcanzarlo mientras él transita por los ríos Patía y Sanquianga, a un ritmo que da para perseguir un recuerdo. Hay un narrador oral y dos voces corales. Contar. Escuchar.

Si no todas, muchas de las canciones de Changó repiten y pueden llegar a tener hasta 3 estribillos que se cantan en simultáneo con voces de mujeres y hombres. Cuentan una historia, lo que sucedió y ha pasado de boca a oreja por años, décadas.

Padre y madre es un alabao, un cántico sin instrumentos que crea un puente entre los muertos y los vivos, y cuentan que reunía a la comunidad para festejar al esclavo que dejó de serlo aun pagando con su propia vida. El que tiene padre y madre diga que tiene un tesoro, y yo como no los tengo cojo mi pañuelo y lloro. La voz líder es de la Negra Tomasa y el coro responde y repite cada uno de sus estribillos. Siguen cantándole a la vida y a la muerte.  

El pacífico nariñense con respeto de ustedes está aquí presente. Y Wisman menciona al presidente de la república, al ministerio de educación, al de cultura, y pide a la gente que visiten Tumaco. Esnéider sembró y mostró al pacífico de otra manera, todo no es coca en el pacífico, todo no es violencia, todo no es desplazamiento, también esa parte allá al fondo de la selva, aunque todos lo miran insignificante que es la cultura, la cultura trae alegría, perdón, reconciliación. Changó musicaliza el recuerdo de Esnéider mientras el Estado construye muy despacio el Museo de Memoria de Colombia, creación que fue ordenada con un decreto en el año 2011. Hace 11 años. La obra debería entregarse este año. En tanto, los recuerdos siguen latiendo.

Empiezan a cantar oí lo que va a sonar, oí lo que va a sonar, oí lo que va a sonar, coro de la canción Manglares, Selva y Río, una juga grande (ritmo del pacífico y heredado de los esclavos) que tiene movimientos enérgicos, variaciones que cuentan cómo la marimba se dispersó en el litoral, integrando las culturas indígena y afro: una juga muy antigua conservó mi población, que hoy Changó está reviviendo pa’ nuestra generación. Wisman dice que el video de esta canción se viralizó: en el Esnéider se la cantó más al mar que a la cámara. Agrega que dos de sus discos ya rotan en plataformas musicales; se pueden descargar para que ocupen la memoria de un teléfono.

Esta canción tiene gran potencia percutora. Vásquez, el de los cununos, el más joven de la agrupación, es el encargado de marcarle el ritmo. Pareciera que la velocidad que alcanzan sus manos al golpear el instrumento depende de la fuerza de su sonrisa y de cuánto puede echar la cabeza hacia atrás, buscando el techo sin abrir los ojos, iluminado por casi todos los reflectores, atrayendo miradas sin entonar una palabra, proyecta amores y estruendos.

Más pasiones: Vo me lo tocá es una murga tumaqueña muy rápida y animosa: la murga de mi abuelo ya no se canta más, hoy se la traemos a to´ a recordar. Luisa la canta y baila coquetamente con Wisman mientras bambolea su falda de tonos amarillos y verdes y asoma su rostro por encima del hombro derecho y luego del izquierdo: se escucha vulgar pero es nuestra identidad canta ella.

Antes de presentar a las cantaoras y a los músicos, Wisman cuenta que nuestros antepasados llegaron desde África, desde España, y aquí encontraron a los indígenas. Y gracias a ello se hizo una cultura de tres etnias: indígena (los dueños de este país), afro (los que llegaron de esa bella tierra, ese bello continente africano) y mestizos, (los que nacimos de estas dos razas). Y de allí se construyó todas estas culturas que conocemos en Colombia. Por esa razón esta agrupación Changó trae memoria de dónde venimos, quiénes somos y para dónde vamos, y también que en la cultura está la solución a la paz de este país. He dicho, señores.

El baile del público agita pañuelos blancos en el aire y ya ocupa los pasillos del teatro, mientras suena un currulao llamado No lo olviden que inmortaliza a los músicos y cantaoras, maestras de nuestra cultura, enterrados en un panteón, porquelos vivos bien saben que, si uno deja al difunto, este lo aborrecerá. Saquen su pañuelo y con su memoria vamos a bailar; ay, no lo olviden, tu nombre quedó en la tierra, ay, no lo olviden, a la tierra del olvido, ay, no lo olviden.

Sudorosos hacen la venia y caminan lento hacia las bambalinas, la gente aplaude de pie y pide otra canción, pero nadie vuelve al escenario. Sin embargo, a la salida del teatro está toda la agrupación, con el atuendo que usaron y sus pies sin zapatos sobre la alfombra roja, contando sin cantar, sonriendo sin tocar instrumentos, acumulando aplausos, pésames, sentires y promesas.