Itzayana Dorantes Martinez
Donde está mi hogar, donde está mi hogar,
el agua susurra en las praderas,
los pinares murmuran por las laderas
en el huerto brilla la flor primaveral
como deleite del paraíso terrenal,
esa es la preciosa tierra,
tierra checa, mi hogar.
Fragmento del himno de la República de Checoslovaquia
(1918-1992) y de la actual República Checa
La escritora mexicana Lola Horner curioseaba por una librería de viejo en la ciudad de Xalapa, Veracruz, donde encontró arrumbada una novela titulada La cripta del espejo. Un feliz descubrimiento que se suma a la Colección Vindictas, una iniciativa de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en la cual un grupo de narradoras y académicas se han dedicado a rescatar, o mejor dicho, a reivindicar, novelas y cuentos de escritoras latinoamericanas que durante el siglo pasado no tuvieron el reconocimiento y atención de los que eran merecedoras.
“Colección Vindictas abre la lente a una mirada plural, puesta en retrospectiva para recuperar grandes novelas escritas por mujeres que habían quedado fuera del alcance de los lectores a pesar de su relevancia literaria y de una vigencia asombrosa. Una nueva lectura, más empática e incluyente a estas obras, no solo nos permitirá reivindicar el mérito de sus autoras, sino compensar nuestra deuda con la literatura escrita por mujeres.”[1]
Aquella edición de 1988 que se encontró Lola Horner fue escrita por Marcela del Río, quien nació en la Ciudad de México el 30 de mayo de 1932. Con el amor y la facilidad por las letras en las venas[2], Marcela ya había recibido su primer premio a los 14 años por sus poemas, y tres años después ejercía como periodista y crítica de teatro en diversas revistas mexicanas.
La literatura y las artes escénicas fueron su área de especialización, pues estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAM, Arte Teatral en el Instituto Nacional de Bellas Artes, Arte Dramático en la Academia Cinematográfica de México, Actuación en la Escuela de Artes Dramáticas de Seki Sano[3] y un Doctorado en Filosofía por la Universidad de California.
Su experiencia en el área de las artes escénicas, en la poesía y la narrativa le valieron el nombramiento como agregada cultural en dos embajadas: en la de la entonces Checoslovaquia, de 1972 a 1977, y en Bélgica de 1980 a 1983. Entre esos dos cargos, fungió como Titular de la Unidad de Relaciones Internacionales de la Secretaría de Educación Pública en México. También realizó una importante labor docente en diferentes universidades mexicanas, estadounidenses y europeas.
Desde finales de la década de 1950 hasta mediados de la de 1980, Marcela publicó diez guiones teatrales, dos poemarios, diversos ensayos, el libro de cuentos de ciencia ficción Cuentos arcaicos para el año 3000 y, en 1988, su única novela publicada, La cripta en el espejo. Esta novela es resultado de su experiencia en su primer cargo diplomático, por el cual fue galardonada con la medalla Smetana del Ministerio de Cultura checoslovaco.
La historia del pueblo checoslovaco es de lucha, revoluciones, resistencia y recreaciones constantes. La novela de Marcela del Río, apellido que hace referencia al agua, la toma como símbolo unificador de la historia e identidad checoslovacas, porque el agua tiene memoria y un pueblo con tantas transformaciones políticas, económicas y sociales (desde un imperio, varias veces república y un estado comunista[4]), debe apegarse a ella para conservar su identidad y sus raíces.
El río Moldava es el cuerpo de agua más grande de la República Checa, nace en la frontera sur con Austria, cruza las ciudades checas más importantes, incluyendo la capital, y llega a su fin casi a la par del territorio checo, donde se une con el río Elba. En diferentes figuras y metáforas literarias, el agua y los ríos simbolizan fluidez, cambios, movimiento. Y así es la historia de Checoslovaquia.
Traicionados por los países de occidente ante la invasión alemana durante la Segunda Guerra Mundial y entusiasmados por el triunfo soviético ante el nazismo, el pueblo checoslovaco puso todas sus esperanzas de regeneración y desarrollo en el comunismo, llevando al Partido Comunista al poder en 1948. Por los siguientes 10 años, la economía mejoró y pareció más fuerte que la de sus vecinos en Europa del Este. Los salarios y el nivel de vida aumentaron, garantizando, por un tiempo, la estabilidad del régimen.
Sin embargo, Checoslovaquia no escapó del férreo control estalinista, por lo que el apoyo o tutelaje soviético parecía, cada vez menos, valer la pena de coartar la libertad del pueblo checoslovaco. Esa inconformidad creciente llevó al reformista Alexander Dubček, líder del Partido Comunista, a implementar medidas consideradas radicales para reducir el excesivo control burocrático y fomentar la libertad de expresión artística, bajo el lema de “socialismo con rostro humano”.
En consecuencia, la URSS invadió Checoslovaquia, echando por tierra las reformas de Dubček y redoblando el control y la represión ante cualquier actividad que pareciera contraria o ajena al régimen soviético. Cientos de miles de checoslovacos se vieron sin empleo, encarcelados, vigilados y violentadas sus libertades básicas, como la de la educación superior y de profesión. Estas medidas incrementaron el enojo y la disidencia en el país, cuyas actividades de protesta estaban encabezadas principalmente por escritores y artistas.
Es en este delicado periodo en el que Marcela del Río vive y trabaja en Checoslovaquia; y “es a partir de esa experiencia que configura la trama de La cripta del espejo.”[5] Esta novela relata la historia de Federico Palacios y su familia, cuando él, siendo funcionario público, es nombrado como Embajador de México en Checoslovaquia y, por ende, su esposa Martha, su hijo Gustavo y hasta la trabajadora del hogar, Cayetana y su bebé, deben mudarse a aquel lejano país.
En el fluir de los acontecimientos, Marcela presenta diferentes panoramas y sucesos, como el del presidencialismo y sistema político del México de las décadas de 1960 y 1970, la represión al movimiento estudiantil del 2 de octubre de 1968, el contexto político y social de la Checoslovaquia del mismo periodo, así como los entresijos de la vida diplomática. Sin quitar mérito al marco narrativo, lo más valioso de la novela es que ésta fluye a través de personajes históricamente marginales del Acontecer Histórico (así, con mayúsculas); pues mediante la descripción de su situación cotidiana, de su pensar y su sentir, nos permite conocer el trasfondo de las dinámicas sociales y políticas de una época tan convulsa como la de aquellas décadas.
“Mientras que el personaje masculino –embajador, padre de familia, estadista diligente– padece los embates de un sistema político rancio, de pleitesías y servilismo, son las voces periféricas y subalternas –la esposa, la empleada doméstica, el hijo rebelde– quienes cuestionan las estructuras hegemónicas y, desde su trinchera particular, intentan derribarlas. Lo personal es político. En palabras de Lola Horner, La Cripta del Espejo no es solo la disección de una figura de poder y todos aquellos que la convierten en quien es, sino también la oportunidad de escuchar una época y ciertas voces que recrean años convulsos y apasionantes”.[6]
La obra se encuentra estructurada en seis capítulos, que hacen una sutil referencia al río Moldava: la partida, la llegada, el torrente, las cataratas, los remolinos y la desembocadura. Su cauce coincide con el desarrollo de los acontecimientos y la evolución de cada uno de los personajes.
De manera paralela, cada capítulo es presentado a través de tres voces narrativas, a los que denomina “afluentes” (nuevamente, el elemento del agua enmarca la narración). El primer afluente lo constituye un narrador extradiegético que, por momentos presta la palabra a Federico y Martha; el segundo es la voz de Cayetana, quien rescinde del narrador extradiegético y relata todo en primera persona; al igual que el tercer afluente, correspondiente a Gustavo. Además, la novela permite una lectura más profunda a través de tres afluentes alternos: el político, el de género y el de clase.
El afluente político corre a través de los dos personajes masculinos: Federico y Gustavo. El primero, si bien no es el único protagonista de la novela, sí es el centro de poder que determina el destino del resto de los protagonistas. Él fue un político perteneciente al partido hegemónico y con acceso directo al presidente. Sin embargo, la historia inicia diciéndonos que él ha caído en desgracia:
“Federico, si no “el grande”, “el no tan pequeño”, no considera la debilidad como uno de sus atributos. El presidente fue amable, hasta cariñoso con él. En ningún momento lo hizo sentirse incómodo por la situación. Sin embargo, se sabe el chivo expiatorio […] No condena al presidente, supone que no tuvo otra alternativa. Vuelve a recrudecerse la sensación de navegar hacia el destierro. La misma que tuvo cuando él le notificó que sería nombrado embajador. […] No es la primera vez que sale del país en misión diplomática, pero nunca como ahora tiene la certidumbre de ir al exilio.”[7]
Con este aspecto de la novela, la autora nos introduce en diversas actividades diplomáticas de Federico, dejando ver que se trata de un hombre con grandes habilidades políticas, de negociación, un buen uso de la palabra, presume de leer bien a las personas y de un amplio conocimiento del contexto internacional propio de la Guerra Fría. La actividad cotidiana de Federico transcurre entre actos protocolarios, cenas en otras embajadas, recepciones de figuras públicas y económicas de la República Checoslovaca.
Lo importante es que Federico debe tener la habilidad de extraer la información relevante y hacer del conocimiento del gobierno mexicano; mantener el contacto con las personas adecuadas y reportarlo todo. Lo anterior no implica que deje de estar pendiente de lo que ocurre en México. Desde la distancia, Federico se mantiene atento a la prensa y cualquier persona que le pueda dar información de lo que acontece en su país: el sexenio estaba por terminar y él debía idear la manera de cumplir con su encomienda diplomática, pero también de no desaparecer por completo de la política mexicana y lograr que el presidente electo lo contemplara para el próximo gabinete.
Federico extiende su red de influencia y poder lo más que la dinámica en aquel país se lo permite. Su ambición supera el límite de lo público y lo político, pues aparece la esposa del embajador estadounidense, Grace, con quien entablará una arriesgada y clandestina relación que pondrá en juego todos sus bastiones de control.
Pero tanto en Checoslovaquia como en México, los hilos del poder cambian repentinamente y Federico recibe la tan ansiada llamada de Palacio Nacional, ha recuperado lo que consideraba que era justo: una secretaría de estado, está nuevamente en el juego. Más aún, había logrado transformar su exilio- reprimenda, en el punto de apoyo para escalar a lo alto de la política; ese tiempo en el destierro y todas las complicaciones no serían en vano, serían las bases de su ascenso a la cumbre del poder:
“¿Irán a publicar en la prensa mi designación como secretario antes de que yo llegue, o esperarán a que me presente? Tendré que ponerme al día en ese nuevo campo, no sea que me entrevisten los periodistas y cometa algún error. Esta vez me cuidaré bien las espaldas. No volverá a ocurrirme lo de la vez pasada […] Claro que no fue mi culpa, pero de cualquier forma, no daré un paso sin hacer pasar por delante de mí una aplanadora que haga arena de todas las piedras del camino. […] si yo lograra aplicar en México algunas de las conquistas obtenidas por este país… con lo que he observado y aprendido aquí, podré crearme una imagen de benefactor de las masas y dentro de seis años… ¿por qué no pensar en esa posibilidad?… dentro de seis años podría aspirar a… todo secretario de estado es un candidato en potencia…”[8]
La situación de Federico, así como sus reacciones ante los hechos, dejan ver la característica central de la política en México: el presidencialismo. Un llamado del presidente en turno inicia la travesía de Federico, y otra llamada del presidente entrante parece darle fin. Sin embargo, esa legitimidad y poder que Federico gana en lo público, lo va perdiendo en lo privado. Su propio hijo es la antítesis de todos los valores que Federico representa y busca conservar.
Gustavo es el personaje clave a través del cual Marcela del Río plasma el cuestionamiento ideológico al socialismo, la crisis del ideal de libertad que se da en la adolescencia; así como el choque generacional intrafamiliar y social que se cristalizó en los años sesenta y setenta del siglo pasado; además de la herida abierta de la represión en México cuya cumbre se dio la noche del 2 de octubre, en la cual, Gustavo participa en abierta rebeldía hacia su padre:
“Y este puto poema que no me quiere salir, tengo ¿cuánto tiempo? Tratando de sacarlo, desde, bueno casi desde entonces y nada… como si las palabras fueran pedazos de cemento, de ese mismo cemento que me cubrió, que nos cubrió aquel trágico día… se me revuelve el estómago cada vez que me siento a escribirlo, me da náusea, dolor de cabeza, pero ahora que debo preparar mi mente para irme a Checoslovaquia es como si me fueran a nacer alas y antes de volar del nido tengo que acabar con el maldito poema, echarlo fuera como un vómito necesario, debo desintoxicarme antes de escapar de esta mierda.”[9][…]
Fueron niños
de mi edad entonces
los que fueron cazados como tigres salvajes.
Fueron mujeres
de la edad de mi madre
las que cayeron para no volver a tener hijos
para no volver a tener padres.
Fueron hombres
de la edad de mi padre
los que murieron por herida de bala
disparada por sus hermanos-hombres
compañeros que estudiaron juntos
cuando de niños los llevaban de la mano sus madres.
Todos eran mis amigos:
los pequeños y los grandes,
los que en mi escuela cursaban
y los de afuera del aula
¿Acaso no éramos todos las ramas de un mismo árbol?
Nuestras raíces se hundían en un mismo Tlatelolco
en sus ruinas (¿nuestras ruinas?)
en sus piedras (¿nuestras almas?)
que volvieron a teñirse con sangre de mexicanos
pero esta vez no vertida por ajenas armas blancas
sino por armas de fuego
en nuestro hogar encendido.
Allí estaban los soldados disparándole a unos niños
los de a pie
los de unidades blindadas
los de la mano enguantada
los sabuesos
oficiales de bayoneta calada
los que hicieron un cuartel de la azotea de la iglesia
todos estaban allí
disparándole a sus hijos
y yo era de los hijos
y el soldado era mi padre.[10]
Otra de las grandes diferencias entre Gustavo y su padre es que el joven conoce de primera mano la represión del régimen socialista, el malestar del pueblo checoslovaco, se identifica con ellos. Gracias a su novia Pavla y su familia disidente al Partido Comunista y al gobierno, Gustavo observa la represión, la violación a la libertad de creación y expresión, vive los remanentes de la Primavera de Praga mientras hace sus propios intentos de convertirse en poeta y periodista, se va desencantando totalmente del socialismo y la política de todos los regímenes:
“Ahora sé que sí hay división de clases, aunque de distinta materia, calibre y concepción que en nuestro mundo occidental. El socialismo ha logrado una evolución, pero no como se piensa, por la abolición de las clases sociales, sino por la abolición de las clases “económicas”, y en lugar de la vieja concepción ha surgido una nueva división de clases “políticas”. […] Me niego a aceptar que lo que exista en Checoslovaquia sea una sociedad verdaderamente socialista. En mi opinión, es un capitalismo de Estado. El hombre no es explotado por el hombre, pero sí por el Estado. Y sigue habiendo miembros de la sociedad con privilegios y prebendas. No existe libertad para estudiar, ni la libertad para algo más importante: para no delatar. […] ¿Pero es que todo es lo mismo? ¿El poder es el poder en cualquier régimen? ¿Qué salida hay entonces? ¿Por qué dieron su vida los muertos de Tlatelolco? ¿Para llegar a este socialismo?”[11]
Es a través de Gustavo que Marcela nos comparte lo cerca que pudo estar de los checoslovacos a través de su misión diplomática, de cuánto los pudo conocer y tomar prestadas sus voces para hacer una denuncia múltiple de la naturaleza ambiciosa, de control y dominio que caracteriza al ser humano en todas las partes del mundo, sin importar espectro político, idioma o historia. Marcela supo conocer la naturaleza e historia checoslovacas, a grado tal que, en palabras de Lola Horner, “la novela es una especie de profecía que anticipaba la caída del muro de Berlín”[12], el fin de la Guía Fría y el fin del socialismo en Europa del Este.
El personaje del tío de Pavla, Milan, aunque secundario, es el que mejor representa la postura del pueblo checoslovaco ante la invasión y represión soviéticas. Este personaje alude al novelista checo Milán Kundera, de convicciones socialistas, aunque fue expulsado temporalmente del partido comunista en 1950, y de manera definitiva en 1970, por haber participado en la Primavera de Praga; fue víctima de persecución política y se vio exiliado en Francia en 1975, donde reside actualmente:
“El pueblo checo no está contra el socialismo, ni contra el comunismo, está contra el cautiverio de la inteligencia […] Todo el que andaba con camisa era un “burgués”; porque se ha permitido y favorecido un rechazo y hasta una franca discriminación hacia la gente con educación universitaria. Y un pueblo que ha fincado su nacionalismo en la cultura, un pueblo que se ha identificado con la inteligencia, no puede tolerar eso por mucho tiempo. Me importa que lo entiendas, Gustavo, porque vas a irte a México, vas a ir con tu gente y quiero que lleves una idea clara de lo que viste. […] no juzgues nuestra lucha como una lucha de pueblos, júzgala como una lucha de conciencia. Y con todo el dolor de mi cerebro, más que de mi corazón, debo reconocer que en mi país el odio se ha institucionalizado, y nada bueno puede salir de una institución del odio. Los soviéticos no saben que nuestra cultura es la raíz de nuestra nacionalidad, nuestra coraza, nuestro escudo, nuestra defensa, entonces, tratan de acabar con ella, imponiendo reglas al desarrollo cultura que impidan una evolución auténtica.”[13]
Mientras que Milán, Gustavo y Federico representan lo público y lo político; Martha entra en la esfera de lo privado: la familia y el rol de la mujer en ella. Pero no por ello Marcela deja de hacer las denuncias de desigualdad y sometimiento que existen; sino que opta por evidenciarlas desde otra voz y enfoque.
Martha constituye la figura de la abnegada y sumisa esposa mexicana, siempre atenta y condenada al devenir profesional de su marido, dispuesta a compartir con él las cargas y esperar pacientemente lo que les depare, cuidar de los hijos y el hogar de manera tal que no se vuelvan una “carga adicional” para el proveedor económico. A diferencia de Gustavo, cuyo sexo le permite independizarse de Federico, Martha y Cayetana realmente no cuentan nunca con esa posibilidad.
Martha se ve atrapada dentro del mito del amor romántico y la obligación cristiana del matrimonio que le impiden dejarlo durante su puesto en Checoslovaquia. Tras soportar la indiferencia de Federico, a la que se suma la infidelidad con Grace, al regresar a México, Martha se da cuenta de que realmente nunca será libre porque Federico se niega a firmarle el divorcio. No podría porque atenta contra su anhelado y recién conquistado triunfo político, ¿cómo va a ser presidente si su esposa lo ha abandonado y su familia se ha desboronado?
Marcela del Río plasma cómo Federico considera a Martha un objeto de su propiedad:
“era su verdadera, era su única mujer, la que le pertenecía, sólo ella sabía cómo agradarlo, sólo ella que había estado codo con codo a su lado en los momentos más difíciles de su vida. […] Marta era su Marta […] Federico se piensa por un momento solo en su casa. La cama vacía. Los hijos tan lejanos como si nunca los hubiera tenido. ¿Para qué entonces el triunfo político? ¿Para que los sacrificios ofrecidos? Solo él sabe cuántas ofrendas tuvo que hacer a los dioses, traicionando sus escrúpulos, vejándose a sí mismo, para que su familia lo admirara, para que su familia estuviera orgullosa de su éxito.”[14]
Ante el improbable pero contundente escenario en el que Martha se hartara de sus infidelidades y su cosificación, Federico se halla incrédulo, perdido, desesperado y, aunque en su pensamiento apostaría a la piedad, al amor romántico y la sagrada institución de la familia para hacerla regresar, Federico termina por realizar un chantaje emocional contra Marta, utilizando a los hijos, los cuales en realidad también decidieron salir del hogar y renunciar a Federico; hasta terminar con una amenaza explícita, alardeando del poder que le da el ser un hombre de la política; porque no entiende otro juego distinto al del uso del poder.
Pero si Martha ya se ve doblegada por una sociedad machista y desigual, Cayetana es doblemente anulada como mujer indígena. Es un personaje en cuyo discurso, la autora nos deja ver que ella tiene nulo control sobre su vida y su destino, es propiedad de Federico, de Martha, de Lucía y hasta de Gustavo. De esa familia que la lleva consigo a un país totalmente extraño y ajeno, donde la escasa posibilidad del lenguaje que ya la afectaba, puesto que no sabe leer o escribir, se imposibilita totalmente porque no habla inglés, único idioma en el que podría desenvolverse en Checoslovaquia.
Incluso antes de tener que mudarse, la primera aparición de Cayetana en la novela ya nos plantea las múltiples problemáticas y vulnerabilidades a las que está expuesta en su propio país:
“entonces, al principio, como les estaba platicando, ya no me recibió la señora después de cuando tuve a mi niña, dijo que también ella tenía un niño y que ya no podía ocuparme a mí, porque yo tenía que atender a mi hija, pero sí me dio la facilidad de estarme con ella mientras me aliviaba, pero para esto, tuve el problema de que anduve en todo aquello yo sola, solita me interné en la clínica, solita me… fue un problemazo regrande, tan grande que no lo puedo platicar todo, después salí del hospital con la niña…”[15]
Es decir, en Cayetana se suscita un entrecruzamiento de subalternidades: mujer, indígena, analfabeta, madre sola, de un bajo nivel económico. Su situación refleja el abuso del poder en la sociedad mexicana hacia las trabajadoras del hogar, porque si bien los personajes que ya mencionamos son subalternos a Federico, no lo son en la misma manera, y tanto Gustavo como Martha juegan con la cantidad de poder de manera distinta, pero esto es algo inexistente para Cayetana. Incluso Lucía, la segunda hija de los Palacios, quien aparentemente no tiene gran relevancia para la historia, se dedica a hostigar a Cayetana, quien no puede denunciar ese abuso con los señores y, mucho menos, ponerle un alto a Lucía.
Por otro lado, esa familia pretende que Cayetana sea totalmente autónoma en una ciudad extraña, que sepa ir y volver del mercado, comprar la despensa en una moneda que no conoce y moverse en un sistema de transporte público que no le es familiar. Evidentemente, Cayetana pasa por diversos episodios de confusión, pérdidas, estrés y frustraciones. Es esa suma de imposibilidades, incluyendo la del lenguaje, la que la lleva a su crisis nerviosa. La locura en la que cae, es una nueva capa de vulnerabilidad que la nulifica aún más.
Como señala Lola Horner, al igual que el río Moldava desemboca en otro río y por tanto, se pierde el rastro de sus aguas, la novela nos deja un final abierto en el cual desconocemos qué sucede con los personajes y sus batallas personales: no sabemos si Gustavo realmente logra independizarse, si Martha obtiene el divorcio, qué ocurre con Cayetana y su recaída en la crisis nerviosa al regresar a México, si Federico tiene éxito en su nuevo nombramiento (aunque Marcela sí nos deja ver que la nueva estabilidad política del personaje no compensa la inestabilidad familiar, esa vuelta de tuerca que nos recuerda el refrán de que “no se puede tener todo en la vida”).
La cripta en el espejo es una novela que, aunque escrita en los setenta, sigue vigente en términos de política, feminismo, desigualdad política y social, discriminación hacia las personas indígenas, los juegos del poder; porque ejerce denuncias sobre varios niveles de subalternidades que aún persisten.
Marcela del Río tiene una habilidad especial para manejar diferentes discursos, tipos de lenguaje y conciencias, a través de los diferentes afluentes que nos propone; de manera que nos lleva a entender que, sin importar el punto geográfico y el momento histórico, el fin nunca justifica los medios, “porque medios corruptos, corrompen los fines.”[16]
Fuentes:
Del Río, Marcela, La cripta en el espejo, Col. Vindictas, UNAM, México, 2019, 440 pp.
Libros UNAM, Vindictas 1. Seminario web sobre mujeres y literatura del siglo XX en América Latina. Explorar el río: mujeres novelistas II. Lola Horner, México, 2021. URL: https://www.youtube.com/watch?v=K-apl1UpfIU
Ortiz Bulle-Goyri, Alejandro, “Seki Sano”, Enciclopedia de la literatura en México, Fundación para las Letras Mexicanas, disponible en: http://www.elem.mx/autor/datos/3764
S/a, “La Cripta en el Espejo”, Cultura UNAM, disponible en: https://vindictas.unam.mx/sitio/la-cripta-del-espejo.
Notas:
[1] S/a en La cripta en el espejo, Col. Vindictas, UNAM, México, 2019, contraportada.
[2] Marcela nació en una familia de escritores, en la que el más reconocido es el también diplomático y poeta Alfonso Reyes, tío abuela de esta escritora.
[3] Seki Sano es un referente del ámbito teatral en México, “nació en Japón y […] fue director de teatro y activista político. Llegó a México en calidad de exiliado político en 1939, procedente de Nueva York, perseguido por el gobierno japonés. Durante su juventud participó en la renovación teatral japonesa y después en la vanguardia teatral soviética. Introdujo en México el método de Stanislavski y fundó a su llegada, en 1939, con apoyo del Sindicato Mexicano de Electricistas, el Teatro de las Artes y otros importantes centros de formación teatral como el Teatro de la Reforma. Formó numerosos cuadros de actores y directores.” Alejandro Ortiz Bulle-Goyri, “Seki Sano”, Enciclopedia de la literatura en México, Fundación para las Letras Mexicanas, disponible en: http://www.elem.mx/autor/datos/3764
[4] Parte del Imperio austrohúngaro hasta su independencia en 1918, pasó por la invasión alemana durante la Segunda Guerra Mundial hasta el 5 de abril de 1945. Tras un breve periodo de tres años como una república de corte socialdemócrata y liberal, el Golpe de Praga de 1948, apoyado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), instauró la República Socialista de Checoslovaquia, que duraría hasta el 31 de diciembre de 1992 con la caída del comunismo y la disolución de dicha nación en dos repúblicas distintas: la República Checa y la República de Eslovaquia.
[5] S/a, “La Cripta en el Espejo”, Cultura UNAM, disponible en: https://vindictas.unam.mx/sitio/la-cripta-del-espejo.
[6]Ídem.
[7] Marcela del Río, La cripta en el espejo, Col. Vindictas, UNAM, México, 2019, p. 19
[8] Ibid., pp. 412 y 415.
[9] Ibid., p. 47.
[10] Ibid., pp. 48-50.
[11] Ibid., pp. 227-229.
[12] En Libros UNAM, Vindictas 1. Seminario web sobre mujeres y literatura del siglo XX en América Latina. Explorar el río: mujeres novelistas II. Lola Horner, México, 2021. URL: https://www.youtube.com/watch?v=K-apl1UpfIU
[13] Marcela del Río, La cripta en el espejo, Col. Vindictas, UNAM, México, 2019, pp. 308-309.
[14] Ibid., pp. 392 y 438.
[15] Ibid., pp. 38-39.
[16] Ibid., p. 384
Ciudad de México, 1993. Apasionada de la literatura escrita por mujeres. Licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Su tesis “La labor diplomática de Rosario Castellanos en Israel, 1971-1974” obtuvo Mención Honorífica en el Premio Genaro Estrada 2020 (SRE). Ha impartido conferencias en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y en Comitán de Domínguez, Chiapas. Servidora pública a nivel local, en el Gobierno de la Ciudad de México, y federal en el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia y en la Secretaría de Bienestar.