Felipe Sánchez Reyes
Para Gaby y Conchis
-¿Y tú, porqué ahora compras esa botella de ron boricua, si no tomas vino?
-Tienes toda la razón. Pero desde que tuve ese sueño, se me ocurrió comprarlo. ¿Qué te parece, Cholito? ¿Quieres saber la historia que encierra este “pomo”, que jamás regresará al mar por las olas que lo tornarán a su lugar de origen? Le contesté esa tarde en la vinatería, El puerto de Cáceres, una vez que pagué el importe.
Salimos a la calle de Mesones, atravesamos Isabel la Católica, llegamos a la calle de Regina y nos instalamos en las sillas del café, a degustar nuestra taza de café, como todos los miércoles. Mientras, el Gallito, el mesero, limpiaba la mesa y anotaba en su comanda: dos vasos de agua, dos cafés chicos, un churro y una rebanada de zanahoria.
Instalados en nuestras sillas, le pregunté, -¿De verdad, te interesa saber el origen de este ron, elixir de oro, reservado durante ocho años en las barricas de Puerto Rico? ¡Va!, pero donde no me entiendas, me preguntas, ¿de acuerdo?
La madrugada del sábado pasado tuve este sueño. Subíamos la pendiente de un cerro alto, árido, cuatro personas cansadas por la cuesta pedregosa: dos hombres y dos mujeres. Adelante de nosotros iba mi Tío Mayito que falleció hace tres años en la ciudad costera. En diciembre del siguiente año trajimos su urna a Toluca y arrojamos sus cenizas en la cima del Nevado de Toluca.
Enseguida iba yo, distante de él unos cinco metros, sin comprender la razón de seguirlo ni de llegar a la punta del cerro. Luego mi amiga Angie, otros metros detrás de mí, y su prima Taylor, agotada por la subida, más distante de nosotros. Cuando lo alcancé en la cima, él sacó la urna de barro que yo ignoraba que llevaba entre sus brazos. Le quitó la tapa y esparció las cenizas al aire en un despeñadero. Sólo vi cómo volaban unas cenizas y otras caían por el precipicio, como si un alma se desplomara desde lo alto y cayera hasta el fondo, sin desplegar sus alas.
Luego desperté y me levanté. Barrí y trapeé mi departamento, almorcé y me bañé. Me fui al tianguis de Sullivan, saludé a un amigo vendedor, le pregunté por su compañero comerciante, el Ahumada. -¡Ni me preguntes por él! El muy cabrón se fue sin darme las gracias por compartirle mi puesto. Cuando lo encontré en el tianguis de la Lagunilla, me dijo que ya no “chupaba”, que porque su mamá murió, le dejó una casa en el Bordo de Xochiaca, allá por Neza, y se hizo la promesa de ya no tomar vino. Le contesté, “¡No mames! para qué dejas de chupar ahora, eso debiste hacerlo antes, ¿o no, mi cuate?, me comentó”. Me despedí de él y regresé a casa, pues la muerte de la mamá de mi amigo me recordó mi sueño y me pregunté, “¿por qué yo? ¿si yo no conviví tanto con él, ni tenía velo en ese entierro?
Te preguntarás, Cholito, ¿cómo conocí al Tío Mayito?, porque nunca te había hablado de él. La verdad, él no era mi Tío consanguíneo, sino de mi amiga, pero lo adopté como mi Tío por su cariño y afecto, honestidad y rectitud. Lo conocimos en una fiesta que organizó en su casa de Iztapalapa, a la que acudimos mi mujer y yo, invitados por mi amiga Angie, su sobrina real.
Años más tarde, el tío invitó a mi amiga -la segunda de la subida al cerro- a visitarlo en su casa del puerto. Nos fuimos para allá, ella, mi mujer y yo, llegamos y nos recibió cordialmente: “ésta es la recámara para los tres. ¡Ah!, olvidaba, hija, éstas son las llaves de mi carro para que lo usen mientras estén aquí con nosotros”. Con su carro visitamos las zonas arqueológicas, pueblitos y playas de esa zona; pero un día regresó a casa, manchado de aceite, porque se le descompuso su camioneta. Vino por dinero y por el mecánico para repararla. Mi amiga y yo quisimos ayudarle e intentamos acompañarlo, pero él nos detuvo con firmeza: “¿Son mecánicos?” “-No”, le contestamos. “-¡Entonces quédense, porque no me la van a reparar!”. Ante su respuesta, nos quedamos viendo como tontos, pues era claro que no necesitaba nuestra ayuda.
Cuando él falleció, en pleno Día de Muertos, la familia le habló a mi amiga y nos fuimos otra vez los tres al puerto en avión. Sólo que esta vez lo visitamos en la funeraria, lo acompañamos a la sala crematoria, donde le quitaron su ropa y zapatos, lo incineraron y esperamos a que nos entregaran las cenizas del Tío. Mientras las esperábamos, su único hijo salió sin ser visto, se llevó el coche y la tarjeta de crédito, compró muebles a nombre del tío que llevaron a la casa del hijo. Después nos enteramos, porque acudieron los agentes del Palacio de Hierro a cobrar la deuda a casa del Tío. Abrió la puerta de la casa una de sus hijas enojada y les dio la verdadera dirección de su hermano en la ciudad de México, para que le cobraran lo que adquirió con la tarjeta a nombre del Tío ya muerto. ¡Qué cosas tiene la vida, Cholito! Tú das todo por tus hijos, y ellos te sacan lágrimas, deudas y fraudes.
A mi amiga Angie ya la conoces. Nos conocimos antes de adquirir nuestro departamento y de iniciar este nuevo siglo. Desde entonces tenemos mi mujer y yo una hermandad con ella, ¡mejor que con mis hermanos!, con ella tenemos tres familias, la suya, la de mi mujer y la mía.
La Taylor, la tercera y última en la subida al cerro, es hija de la Tía Reyna que falleció hace dos años, hermana de Tonchis, la mamá de mi amiga Angie. Esta Tía se divorció de su esposo, el Tío Rey de Midas, quien, de común acuerdo con ella, vendió la casa y le dio la mitad del dinero. Al recibir ella su dinero, como siempre sucede, los hijos acudieron a pedirle prestado, para resolver sus problemas económicos. Dinero que ella nunca volvió a ver en sus manos, y con el sobrante compró su casa pequeña en las afueras de la ciudad, mientras el Tío se fue a rentar.
Al fallecer la Tía, su hija Taylor, pidió prestada la urna de la mamá a sus hermanos y se la llevó a su casa, cerca de Puebla, para ofrecerle una misa por ocho días. Pero en la misa que hizo por zoom -te recuerdo que hace dos años estábamos en la pandemia del covid-19- jamás mostró la urna a sus hermanos. Terminadas las misas, molestos sus hermanos le pidieron la urna, para enterrarla donde descansan sus ancestros.
Sin embargo, ella jamás la devolvió. Aún hoy tiene secuestradas las cenizas de su madre, mientras los otros la esperan para enterrarla en el Panteón. De eso ya van dos años y la familia está como energúmena. Ella es la última persona que aparece cansada, al final de los cuatro que subimos al cerro en mi sueño.
-¿Qué te parece Cholito? ¿No te parece de telenovela?
-¡Mas bien parece cuento policiaco de terror o guion de cine noir! ¿Pero, todo esto qué tiene que ver con la botella de ron que compraste en la vinatería?
-¡Tranquilo, Nerón! ¡No se impaciente mi investigador policiaco, que ya voy para allá y me estoy acercando a su objetivo! No olvides, Cholito, que por no poder olvidarla, lo está matando el dolor. Y aunque su rostro sonría, se está muriendo de amor, ay Cholito.
Resulta que ese sábado llegué por la tarde a casa de mi mujer y le platiqué mi sueño, para conocer su interpretación. Ella me contestó: -No olvides que tú tienes el don de comunicarte con los descarnados, te lo confesó el astrólogo. –Sí, pero aún no logro descifrarlo, ni conozco el mensaje del Tío Mayito. Ahora sí me la está poniendo difícil, como si descifrara un glifo maya o jeroglífico egipcio, le comenté, mientras se disponía a bañarse.
Salió de la ducha, se vistió y nos subimos mi mujer y yo, Angie y Mamá Tonchis al coche que nos llevó a un bautizo familiar, allá por Chicoloapan con mis sobrinos y sus suegros. De repente dice mi mujer desde su asiento de copiloto -atrás íbamos Tonchis y yo-, -¿Por qué no les platicas a ellas tu sueño?
Les repetí la historia, mientras Mamá Tonchis -mayor de edad que nosotros y experta en la vida- y su hija oían con detenimiento mi historia, esperando a que me ayudaran a interpretar mi sueño. Tonchis me contestó que, en la semana, las hijas de su hermana le hablaron por teléfono, para exigirle los documentos del Panteón Civil, para enterrar la urna de su mamá. Ella molesta les preguntó, si ya tenían las cenizas. Como las otras lo negaron, porque la Taylor aún no se las ha devuelto, entonces ya enojada les respondió, -¡Cuando las tengan, me hablan. ¡Mientras, no me estén chingando! y les colgó. Después le habló la otra hija del Tío Rey de Midas, para invitarla a la reunión del próximo fin de semana, a la que acudirán sus otras dos hermanas y el Tío Rey de Midas.
Como la esposa del tío Mayito no tiene dinero de la jubilación de su esposo en el banco, porque la tarjeta de depósito, ella se la dio desde antes a su hijo consentido y fraudulento, para cobrar, pero no le da ni un quinto. Entonces, las sobrinas de su hermana le pagaron el boleto en avión de ida y vuelta, para que acuda al convivio con sus dos hermanas y cuñado.
Como tampoco tiene casa donde quedarse, porque la que tenía, se la dio a su hijo y éste, al recibir la mansión, tiró todo lo heredado: ropa y trastos de la cocina, muebles y plumas Mont Blanc que el Tío le obsequió al titularse. Desde entonces él y su esposa jamás volvieron a recibir en “su casa” a sus padres ni hermanas. Por eso nosotros le propondremos quedarse en nuestro departamento o pagarle su estancia en el hotel, durante los días que permanezca en la ciudad.
Al Tío Rey de Midas lo conocí en otra reunión que nos invitó mi amiga Angie con toda su familia feliz y sin problemas, en ese momento. Efectuaba ¡unas comilonas tremendas con bebida abundante y todo!, como un verdadero Rey de Midas. También a él lo adopté como mi Tío, por su risa irónica y sabiduría de viejo. Cuando regresaba cansado del trabajo, tomaba sus copitas en la sala de su casa para relajarse. Pero, llegaba su hijo enojado a regañarlo por la bebida, hasta que un día el tío se cansó, se le quedó mirando con coraje, se levantó con la copa en la mano y lo encaró: “¿Quién crees que mantiene esta casa y compra las botellas de la cava? ¿Tú o yo? Si hubiera sabido que serías así, ¡te juro por Dios! que me lo agarro y no te suelto. ¡Tú fuiste mi esperma pendejo! Ahora ¡lárgate de mi vista, pinche inútil!”.
Esto me recordó la frase de la anciana de Jalapa en la titulación de tu amiga Estrella que, después de unos “toritos de coco”, nos hizo morir de risa, porque no todos comprendieron el doble sentido de la frase. -¿Te acuerdas, Cholito?: “¿Para que trabaja el Teco? Para que la Tecagaste”. ¡Qué te parece, esa frase célebre Cholito!
Pero desde que falleció mi Tío Mayito, el Tío Rey dejó de visitarlo en el puerto por falta de tiempo, y yo también a éste. Después vino su divorcio con la Tía, la venta de su casa y todo se despeñó. Un día éste fue a visitar a su otra hija y allí coincidió con su cuñada Tonchis. Mientras ambos platicaban, llegó su hija Taylor y le dijo a su tía: “Tía, ¿por qué le dices cuñado, si ya se divorció de mi mamá?”. El tío enojado por su frase le contestó contundente, “¡y tú que chingados haces aquí! ¡Entonces, si para ti ya no soy tu padre, lárgate de mi vista!”.
Ya sé que tu siguiente pregunta, es ¿y qué tiene que ver el pomo con todo esto, o no, Cholito? A la guayaba madura, se le quita la pepita, el hombre cuando es celoso, no busca mujer bonita. Pues, como no acudiré a la reunión del Tío con sus cuñadas, porque la familia de la fallecida nos vetó desde el último viaje que realizamos juntos al puerto, para el primer cabo de año del tío Mayito, ¿Qué te parece Cholito? Que me van a desterrar, como si la ausencia fuera, remedo para mi mal, entonces le enviaré al Tío la botella de ron con su cuñada Tonchis. Para que la disfruté con sus cuñadas, se olviden de la vejez y de sus males físicos. Se rían y disfruten de la vida, aunque sea un momento, y él recupere la autoridad suficiente y fuerza vital.
¡Ojalá entre él y sus cuñadas, las tías, reconquisten la autoridad paternal y maternal que de origen les corresponde, pero que ahora sus hijos les niegan! ¡Ojalá que pongan en su lugar a los hijos, tomen la decisión de hablar con la otra, recuperen las cenizas de la Tía y la entierren en el panteón, como fue su voluntad! Porque sin nuestros padres, nuestros ancestros, carecemos de identidad, sólo somos un objeto o utensilio. Nosotros somos su continuidad, su sostén y cohesión con la familia y la comunidad. Quizás ese fue el mensaje que ahora, de tanto rumiarlo todo el día y escribirlo, me dejó el tío Mayito.
…¡Ahora recuerdo lo último del sueño! Antes de esfumarse el Tío Mayito, me miró furioso y me dijo: “¡Hijo, dile a esa pendeja de mi sobrina que ya regrese las cenizas de su madre. ¡Pues por su pinche necedad, el alma de mi comadre aún no puede descansar!”
-¿Qué te parece Cholito? Además, descubrí que mi Tío de Midas aún llora a su esposa, pues, por no poder olvidarla, lo está matando el dolor. Y aunque su rostro sonría, se está muriendo de amor, ¡ay Cholito!, tal como afirma Benny Moré en su canción. ⌈⊂⌋
Puebla, 1956. Ensayista, narrador y traductor. Licenciado en Letras Clásicas y Maestro en Literatura Iberoamericana (UNAM). Es coordinador de la Colección Bilingüe de Autores Grecolatinos, dirigida al Bachillerato de la UNAM y es profesor-investigador de la UNAM (CCH Azcapotzalco), donde imparte las materias de Griego y Taller de Lectura y Redacción. Su obra incluye: Poesía erótica: Safo, Teócrito y Catulo (UNAM-CCH, 2020), Teócrito: poemas de amor, desamor y otros mitos (UAM-A, 2019), Pétalos en el aula. La docencia, lecto-escritura y argumentación (UNAM-CCH, 2018), Totalmente desnuda. Vida de Nahui Olin (Conaculta-IVEC, 2013). Ha colaborado en las revistas, Tema y Variaciones de Literatura, Texto Crítico, Liminar, La digna Metáfora, CambiaVías, Eutopía y Poiética.