Amparo y su caja de Pandora

Felipe Sánchez Reyes

En mi familia ha habido mucha gente con enfermedades psiquiátricas porque, aunque no estén encerrados, están locos, confiesa en su entrevista con Vivian Abenshushan (2018).

En su pueblo, lleno de misterio y de callejones sombríos, proliferan las leyendas de aparecidos y pasa su primera infancia. En su autobiografía escribe que, en Pinos, a veces, los habitantes no sólo oyen correr el viento por cerros, solares y casas desde la mañana hasta en la noche, sino desde que nacen hasta que mueren. Siempre el viento.

Ella es una niña enferma y solitaria que, durante todas las noches frías y aterradoras, ni su chimenea, perros ni gatos la calientan, llora de frío y de miedo en su habitación. Como la oscuridad total cae, aplasta y se posesiona del pueblo, para ella la noche “era un velo obscuro que se extendía sobre su cama y más allá, encubriendo un sinnúmero de entes deseosos de apoderarse de su menuda humanidad -asegura su biógrafa Victoria González (González, 2015: 7)”.

Ella nace en una familia educada y tradicional el 21 de febrero de 1928, en Pinos, Zacatecas, pequeño pueblo minero frío y con vientos intensos que, al agazaparse y filtrarse por las hendiduras de puertas y ventanas, calan hasta los huesos. Ella lo describe así en sus apuntes autobiográficos (Dávila, 2005: 1): “El pueblo está situado en la ladera de una montaña y rodeado de nubes, desde lejos parece algo irreal, con sus altas torres, calles empedradas en pronunciado declive, largos y estrechos callejones”.

El nombre completo de la autora, afirma Esmeralda Vaquera (2018: 17), es María Amparo Dávila Robledo. Sus padres fueron Luis Ángel Dávila Guerrero, dueño de una tienda del pueblo: bodegas vacías y casilleros con estantes, y Lydia Robledo Galván, esposa tradicional que estudió piano, cocina y bordado; en la casa paterna tienen una sirvienta con su niño y un mozo que aparecen retratados en “El huésped”. La escritora tiene dos hermanos: Leoncio, el mayor que nace muerto, y Luis Ángel, el segundo, al cual conoce poco, porque también muere cuando ella es pequeña.

En una foto de su infancia, ella aparece parada con un moño en la cabeza, vestido tejido a mano con cinto y pliegues, calcetas y zapatos. Junto a ella se halla su hermano pequeño Luis, sentado en la silla con vestido tejido, calcetas blancas y zapatos negros. Ambos miran directo a la cámara fotográfica que los hechiza con su único ojo de cíclope, como una maga que les anuncia su futuro doloroso.

A la muerte de su hermano, ella crece como hija única, percibe con todos sus sentidos que la muerte ronda cerca de ella y se siente una niña abandonada. Porque su madre agobiada por la depresión y el insomnio, no se interesa por ella ni le inculca la religión de su familia. Es una niña enfermiza que siempre padece de la garganta y tiene fiebre. Estas enfermedades la acercan a la idea de la muerte y siente que los seres terribles y monstruosos invaden las noches de su infancia, la marcan, luego invaden su escritura.

Sus dos Casas

Ella posee dos casas y las recuerda en la entrevista con Vivian Abenshushan en 2018. La primera casa donde nace perteneció a un rico terrateniente que perdió una pierna y en su lugar lleva una de palo, a él se le mueren todas sus esposas. Contaban que en la casa, primero, se oía el taconeo de su pierna de palo, luego se aparecía una de sus esposas vestida de blanco, pálida, sin ojos y con una vela encendida entre sus manos. Enseguida crujían las puertas y ventanas, pasaban sombras y bultos borrosos, se oían voces, suspiros y lamentos de ellos.

La primera, asegura a Severino Salazar, es una casa que tiene mucha luz, aire y un hermoso jardín cuadrado en el centro (Salazar, 1995: 125), lleno de enredaderas y habitaciones a sus costados. En la parte de atrás de la casa hay un segundo patio o huerto con árboles frutales y legumbres, como lo describe en su cuento “El huésped”. Por las noches, en la esquina del patio mira cuervos negros o mineros embozados que se envuelven en gruesos jorongos y se meten el sombrero hasta las orejas por el terrible frío, y a mujeres que también se embozan con su rebozo y sólo dejan descubiertos sus ojos negros como carbones. Sentados y embozados con el sombrero ancho, sólo les mira los ojos, luego, agobiados por el frío se paran, avanzan y se pierden en las calles oscuras, como una procesión de cuervos. Esos son los recuerdos de su infancia y rememora:

Al lado de nuestra casa se encontraba la de mi abuelo paterno, en ella había dos cuartos […] en el cuarto del fondo había un ataúd en el centro y cuatro cirios nuevos que mi abuelo tuvo durante años, listo para su muerte. En la esquina de mi casa estaba el callejón de las prostitutas, ese era el único lugar del pueblo donde quedaban restos de vida y de alegría: la música del fonógrafo y sus carcajadas. Pero también por ahí transitaba la muerte, con bastante frecuencia se mataban los mineros, las mujeres se apuñalaban por los hombres (Dávila, 2005: 2).

La segunda casa donde vive también tiene un gran patio cuadrado descubierto, desde donde observa por las tardes “un crepúsculo tan enrojecido como un incendio o como un mar de púrpura que se desgajaba en jirones sangrantes”. Así lo recuerda en su cuento, “El patio cuadrado”:

era uno de esos patios de provincia, cuadrados, con corredores y habitaciones a cada lado […] y en los rincones de los corredores ‘linos embozados permanecían replegados y quietos como si fuera un coro secundario; un acompañamiento en sordina o a sotto voce’. No sé si sería por aquel ocaso ensangrentado o porque era esa hora de la tarde en que uno se siente especialmente triste que ninguno de los dos hablábamos (Dávila, 2021: 175)”.

También tiene un jardín que le encanta y guarda en su memoria, el Parque Juárez o Parque Hundido que se encuentra más de un metro bajo el nivel del suelo, en el cual pasa las tardes de su infancia. El jardín posee un estanque rústico, “su fondo estaba lleno de agua, lama y musgos, hierbas acuáticas, misteriosas grietas y peces de colores que brillan y relucen como si fuera de oro y plata al tocarlos el sol”. Ella se sienta extasiada a mirar los peces que van, vienen y se meten entre las piedras. Allí se le van las horas, hasta que llega la tarde, el viento intenso sopla y se marcha la luz del sol a iluminar otro continente, o bien, acude el mozo para llevarla casa. Ése es el jardín que describe en su cuento, “La carta”.

Mientras su padre se halla dialogando en la tienda con sus vecinos, ella se escapa y corre al monte con sus perros a recolectar piedras. Regresa con sus bolsillos colmados, llena los estantes vacíos con sus frascos de pedernales y flores, para convertirlos en oro y perfumes, esa es su primera afición en el pueblo minero de su origen. A veces su padre sale de cacería para distraerse, pues la relación con su esposa resulta tensa, difícil, porque se terminó el amor, queda la incomunicación, el desamor y el enorme vacío entre ellos, (Rosas, 2009: 70).  

La Biblioteca, los Muertos y Demonios con Tridente

Sus padres no le permiten salir de casa, porque el clima del pueblo es gélido y, para distraerla, la introducen en la gran biblioteca que tiene su padre: “el escritorio de su padre, donde siempre lo encontraba escribiendo, leyendo, pensando”, recuerda en su cuento “El jardín de las tumbas”.

Esa biblioteca tiene una ventana que da a la calle y, como no tiene nada que hacer, se dedica a ver pasar la vida. Mas allí no pasa la vida, sino la muerte, porque, como en los pueblos cercanos no hay cementerios, la gente lleva a enterrar a sus muertos a Pinos. Desde los cristales de su ventana contempla con los ojos abiertos las caravanas de muertos por enfermedad o riñas en el prostíbulo cercano, cuyos cuerpos envueltos en sarape llevan atravesados sobre el lomo de una mula, del caballo o tirados en una carreta, porque carecen de ataúdes. A través de su ventana pasa no la vida, sino la muerte.

A los cinco años, como tiene a su disposición la biblioteca paterna, amante de la literatura, pasa la mayor parte de su tiempo allí: curiosea, ojea libros, deletrea palabras, observa sus imágenes, nace su amor por la lectura y se convierte en autodidacta, aunque en la escuela de Pinos aprende sus primeras letras.

Lee las obras de Cervantes, Dumas, Gautier, Zola, Bécquer, y su primer libro: la Divina Comedia de Dante Alighieri que marca su vida, que le atrae y repele por los terribles grabados de Doré. En ese libro conoce el rostro aterrador de los demonios con tridente y los círculos helados que la horrorizan, la persiguen todas las noches y se traducen en sus horribles pesadillas. Con esa lectura conoce los demonios que rondan sus interminables noches de insomnio y de angustia.

En una foto de su infancia en Los Pinos, destaca sobre el fondo gris la niña de seis años, sentada sobre un banco de madera. Sobre su cabello corto, negro, la mano de su madre coloca un sombrero claro de campana con listón, de donde sale un pañuelo que acaricia su hombro derecho. Su rostro infantil y ojos expresivos miran directo a la cámara, como si ésta le mostrara su futuro en el arte literario, tiene nariz afilada y labios finos. Debajo del cuello surge su blusa de manga corta con listón y corbata con moño, luego falda con resorte. Su brazo derecho extendido apoya su mano sobre el banco de madera, y la izquierda, semi doblada, se posa en su rodilla izquierda que flexiona sobre la pierna derecha con calcetas blancas y zapatos de dos colores: azul y blanco, mientras que ésta pisa la tabla sostén del banco. Ésta es la última foto que se toma en su pueblo natal, Pinos, antes de marcharse de allí.   

A los siete años sus padres se la llevan a San Luis Potosí a estudiar la primaria en el colegio religioso Motolinía. Cuando entra a esta escuela de monjas, la niña las sorprende con los demonios espantosos y la gente condenada que no puede salir de los círculos gélidos de la Divina Comedia. Las monjas se horrorizan con sus brutales descripciones y le enseñan que existe un dios bondadoso y amoroso que la ama y no quiere dañarla como los demonios de su libro. Esa enseñanza la alivia de la angustia espantosa que padece y empieza a escribir sus pequeños poemas místicos: ese es su verdadero inicio en la literatura.

A los diez años, motivada por sus clases de composición, escribe prosa en la clase de gramática, gracias a estos ejercicios descubre que escribir cuentos le resulta fácil. En este colegio conoce los escritos españoles, religiosos, de San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Quevedo y Sor Juana Inés de la Cruz.

Welcome: Los Salmos bajo la Luna

En San Luis Potosí continua sus estudios de secundaria en la Academia inglesa de religiosas, Welcome, estudia piano y lee a autores ingleses, Shakespeare, Whitman, Nathaniel Hawthorne, Washington Irving, Longfellow, no escribe cuentos, sino salmos.

Al terminar la secundaria su salud recae, mantiene reposo y, al no haber escuelas preparatorias particulares en ese estado, le impide continuar con sus estudios y acudir a filosofía y letras, su mayor ilusión. Su padre, a pesar de ser inteligente y culto, no la apoya a seguir estudiando, pues considera que la mujer es sólo un objeto. Durante su reposo descubre su vocación de escritora y escribe pequeños poemas, se acerca a la lectura de Kafka, Hesse y D. H. Lawrence, y a la poesía española contemporánea de Prados, Cernuda y Aleixandre.

Cuando recupera su salud, publica sus poemas y cuentos en revistas literarias de San Luis: en la revista Estilo del sacerdote Joaquín Antonio Peñalosa, en la revista Ariel que dirigen en Guadalajara Emmanuel Carballo y Carlos Valdez. Publica textos literarios en revistas, pero carece de libertad para salir con amigas, amigos, o tener novio.

El catedrático, Joaquín Antonio Peñalosa, la alienta a seleccionar sus salmos y publicar, a sus veintidós años, en San Luis Potosí su primer libro de poesía, Salmos bajo la luna (poemas paralelísticos) en 1950. Por esos años se efectúa en Saltillo el centenario de Manuel Acuña, ella acude a ese evento y, entre los invitados se halla el salmista más importante de México: el sacerdote y filósofo Gabriel Méndez Plancarte. Éste, al conocer los salmos escritos por la jovencita con una métrica diferente, poco usada y conocida, queda impresionado. Méndez Plancarte y el escritor jalisciense Agustín Yáñez le abren el camino literario, a pesar de los obstáculos que enfrenta en casa con su padre, que no le da la oportunidad de estudiar, ni la alienta para ello. En San Luis conoce a Alfonso Reyes.

Cuando ella le expresa a su padre que marcha a la ciudad de México para buscar su camino en las letras, él no la apoya, porque piensa que fracasará. Pero, como sus padres se han separado, su madre la acompaña en su aventura a la ciudad, porque para él, ella “sólo podía estudiar piano, idiomas, cocina, bordado, pero dedicarse a la literatura le parecía absurdo, descabellado (Salazar, 2013: 118)”. Por ello, cuando publica su primer libro de cuentos, Tiempo destrozado (1959), ella se lo dedica a su padre que se opuso a que estudiara y escribiera.

En 1971, cuando tiene cuarenta y tres años, su imagen es capturada por el fotógrafo zacatecano Ricardo Salazar con un felino de ojos similares a los de ella. En el lado izquierdo del retrato de tres cuartos, luce su cabellera negra que le proporciona el marco ideal a su rostro ovalado de tez clara. Ella con los dedos de su mano, uñas pintadas y anillo toma cariñosamente, lo acerca y detiene el cuello del gato junto a su rostro. El gato de angora también tiene el fondo negro de su rostro y resaltan sus ojos negros, profundos, como los de ella. Amparo y el gato tienen conexión con sus rostros y ojos, sus miradas profundas se mimetizan y confunden.

El Cuento, la Caja de Pandora

Para concluir este pequeño esbozo acerca de la vida Amparo Dávila, conviene terminar con su definición de cuento. Para ello contamos con dos versiones: la de su entrevista con Rosas Lopátegui (2009: 69) y el texto, “Algunas consideraciones sobre el cuento”, que ella publica en la revista de la UAM-A en 1998 (Dávila, 1998: 11-12). De esta segunda extraemos lo esencial:

El cuento entraña riesgos insospechados, sorpresas, trampas, dificultades, y en él se encuentran peligrosas o fatídicas arenas movedizas. […] En el cuento, el espacio y el tiempo son mínimos: el lenguaje tiene que ser concreto, preciso, la palabra exacta como jugada de ajedrez. […] el interés debe ser sostenido o in crescendo, [porque] nadie lee un cuento que desde el principio no tenga una frase o una palabra que agarre y despierte el interés del lector. […] Para mí el cuento es una figura geométrica o un triángulo: con su base o planteamiento y una línea ascendente: el nudo o conflicto; y otra línea descendente, el desenlace, que cierra el triángulo. Finalmente, el desenlace lo doy en unas cuantas palabras. El cuento es un género inagotable, lleno de posibilidades y recursos, de matices y tonos. Es, en resumen, una caja de Pandora.


Referencias-.

Abenshushan, Vivian (2018). En el jardín del miedo. https://www.avispero.com.mx/blog/articulo/en-el-jardin-del-miedo-entrevista-amparo-davila

Dávila, Amparo (1985). Muerte en el bosque. México: FCE, Lecturas mexicanas.

Dávila, Amparo (1998). Algunas consideraciones sobre el cuento. Tema y Variaciones de Literatura 12. México: UAM-A.

Dávila, Amparo (2005). Apuntes para un ensayo autobiográfico. Zacatecas, Pinos 2004-2007: Conaculta-Instituto Zacatecano de Cultura.

Dávila, Amparo (2011). Poesía reunida. México: FCE.

Dávila, Amparo (2021). Cuentos reunidos. México: FCE.

Domínguez, Leonardo (2017). La literatura es un amor al que no le he sido infiel: Amparo Dávila. El Universal (21 de febrero, 2017) [En línea]: https://bit.ly/2m7pv2M [Consulta: 23 de febrero, 2017]. 

González Pérez, Victoria Irene (2015). Amparo Dávila: escribir desde la memoria. Cuadernos fronterizos, 33 (2015, 2014), p. 7. 

González Pérez, Victoria Irene (2016). El silencio destrozado y transgresión de la realidad. Aproximaciones a la narrativa de Amparo Dávila. México. UniversidadAutónoma de Ciudad Juárez.

Minila, Jonathan (2016). Amparo Dávila. Arboles petrificados. México: Secretaría de Cultura-Nitro Press.

Rosas Lopátegui (2009). Amparo Dávila: Maestra del cuento (O un boleto a sus mundos memorables). México: UAM Casa del tiempo. https://www.uam.mx/difusion/casadeltiempo/14_15_iv_dic_ene_2009/casa_del_tiempo_eIV_num14_15_67_70.pdf

S/A. (2005). Amparo Dávila: una maestra del cuento. La Jornada Semanal, sábado 31 de diciembre de 2005, núm. 565.  https://www.jornada.com.mx/2005/12/31/sem-amparo.html

S/A. Biografía de la autora Amparo Dávila, libros y obras. https://horadelrecreo.com/c-biografia/amparo-davila/

Salazar, Severino y Jaime Lorenzo (1995). Conversación con Amparo Dávila. Tema y Variaciones de Literatura 6 (semestre 2, 1995). UAM-A. http://zaloamati.azc.uam.mx/bitstream/handle/11191/1400/entrevista_con_amparo_no_6.pdf?sequence=1

Salazar, Severino (2013). Tres encuentros con Amparo Dávila. Ensayos y artículos reunidos. México: Juan Pablos Editor.

Salazar, Severino (2013). La narrativa de Amparo Dávila. Ensayos y artículos reunidos. México: Juan Pablos Editor.

Vaquera Herrera, Esmeralda (2018). Análisis de la narrativa de Amparo Dávila: abyección, lo real, locura y melancolía. Tesis de Maestría. Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. http://erecursos.uacj.mx/bitstream/handle/20.500.11961/5092/Tesis%20Esmeralda%20Vaquera.pdf?sequence=4&isAllowed=y