Borges en la esquina rosada

Leandro Arellano

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Chesterton, Schopenhauer, el infinito, la cábala, los laberintos, las enciclopedias, los espejos, la metafísica, las bibliotecas –la enumeración es incompleta-, fueron asuntos cercanos y recurrentes en el fervor y en la vasta literatura de Jorge Luis Borges.También le aficionaron el Evaristo Carriego, el Martín Fierro, la literatura gauchesca, el malevaje y la literatura policial.

Uno de sus primeros libros de prosa, Discusión (1932), abre con un ensayo sobre el género gauchesco, cuyo carácter consiste en mostrar la vida y costumbres del hombre del campo en Argentina. El gaucho –el vaquero- es experto en el manejo del caballo y las labores rurales, de sus rudezas y sus virtudes. Como tal, y más allá de excesos de algunos autores, al gaucho lo identifican el apego al caballo, el poncho, el cuchillo y el mate, establecen los estudiosos.

Borges volvió a ocuparse con deleite de la poesía gauchesca en varias ocasiones.

Un par de años antes de Discusión, Borges publicó el Evaristo Carriego, donde revelaba ya una propensión a la literatura de la violencia administrada, al género negro. Un admirador de Borges observó en un estudio sobre el Evaristo Carriego: “A Borges le fascina el heroísmo que se confunde con la infamia”. Años más tarde, en el Epílogo a sus Obras completas (EMECÉ 1989), el mismo Borges confiesa que su admiración por el valor como virtud humana, lo llevó a “la veneración atolondrada de los hombres del hampa”.

Motivado por el atractivo de ese filón, su vena lo impulsó a la creación de varias piezas de “entonación orillera”, como él identificaba al género. Historias de los bajos fondos, de cuchilleros y malvivientes, cuadros de la violencia humana sin ambages, elaborados con el magisterio de su prosa sutil y sólida estructura narrativa.

Borges no sólo contribuyó a la teoría y a la difusión de esa corriente mediante ensayos y reflexiones, sino que cultivó la narrativa policial de modo magistral. Algunos de los mejores relatos en esa categoría, escritos por él, forman parte ya de la literatura mundial.

Borges abrevó en incontables escritores del género y no fue Chesterton solo una notable influencia en su literatura, sino también una orientación decisiva. “Quizá ningún escritor me haya deparado tantas horas felices como Chesterton”, señala Borges en otro de los prólogos de su diversa obra. Si se solazaba con la literatura del escritor de Kensington, le cautivaba de modo especial la de naturaleza policial.

No es imposible imaginar el gozo que lo debió invadir cuando, en complicidad con Adolfo Bioy Casares, tramaba los dos tomos que forman la selección de “Los mejores cuentos policiales”, editados por EMECÉ, en 1943. También con Bioy impulsó las ediciones de El Séptimo Círculo y dedicó horas infinitas a las incontables reseñas que publicó en El Hogar y en Sur.

No es improbable que cada lector mantenga una imagen propia de Borges, en la que con seguridad destacan, con más o menos evidencia, rasgos o características personales del escritor, tales como el de conservador, burgués, atildado, anglófilo, displicente, afectado, etcétera.

De contado, los hombres no pertenecemos a una sola categoría. Por otra parte, la literatura está hecha de coincidencias, casualidades y cosas así. De modo que los sucesos humanos son los mismos, pero muta la presentación que ese fondo eterno asume.

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No es intención de esta nota realizar un estudio de la obra y la afición de Borges por la literatura policial, no; es mucho más modesta. Solo anhela compartir la opinión de lector devoto de la obra inmensa y honda como la suya, y acaso algunas reflexiones sobre nuestro gozo y experiencia.

Así, podemos empezar considerando que figura en el índice narrativo de Borges una lista de relatos cuyo ambiente sórdido es casi impensable –sorprendente cuando menos y con razón- en la personalidad de un autor burgués, culto y conservador, en el Buenos Aires de la primera mitad del siglo veinte.

Si lo consideramos un hecho desusado, el asombro se atenúa o desaparece ante una referencia abrumadora, como es el caso de Agatha Christie: una mujer de clase media alta, del aristocrático Londres y contemporánea de Borges. La señora fue autora de más de medio centenar de novelas policiales.

Observamos luego que se han impuesto en la literatura mundial dos tendencias no únicas, pero principales, en el desarrollo del género policial. Una abarca, digamos, a la corriente ruda, violenta, que han cultivado sobre todo los autores estadounidenses, como Raymond Chandler, Dashiell Hammett y sus seguidores. La segunda representa a la corriente intelectual, la deductiva y amable de los autores ingleses como Wilkie Collins, Conan Doyle, Agatha Christie, etcétera.

Las piezas de Borges se ubican más cerca o del lado de la corriente inglesa, la intelectual, establecida por Edgar Allan Poe, iniciador del género.

Otro fenómeno destacable es advertir que su obra narrativa de índole policial y algunos cuentos más referidos a la violencia, suman poco más de un par de docenas de relatos, breves todos, hecho que no obstaculizó su fama mundial como maestro del género. Un debate continúa abierto y se trata del rechazo de Borges a extender a la novela lo que en rigor cabe mejor en un relato corto.

Dicho lo anterior, ahora es posible señalar que también son dos las tendencias en que podríamos clasificar los relatos policiales de Borges, dos maneras o manifestaciones de un mismo impulso. La del crimen urbano, citadino, burgués, por un lado y la de los arrabales, del malevaje de las barriadas, el segundo.

Hombre de la Esquina Rosada e Historia de Rosendo Juárez son dos títulos que cumplen el afán de la segunda tendencia. Son relatos cuyo argumento refiere a personajes y situaciones de los bajos fondos. Relatos cruentos cuya factura pertenece a la atmósfera, cual más cual menos, de la canalla, del hampa violenta de las orillas.

En este ejemplo, el segundo relato es una forma de continuidad del primero. Los personajes de ambas historias, Francisco Real y Rosendo Juárez, son hombres de cuchillo, criminales esmerados de los bajos fondos. La trama de ambas historias es ejecutada con limpieza, sin la crueldad atribuible a las rudezas de los autores estadounidenses.

El segundo grupo congrega los cuentos correspondientes al crimen urbano, citadino, refinado hemos dicho. La muerte y la brújula y Emma Sunnz caben o representan ejemplos sobrados de esta clasificación. Las dos historias pertenecen al género y como tales figuran entre los mejores relatos de la narrativa de nuestra lengua en antologías de la narrativa mundial.

La muerte y la brújula, al que muchos consideran su mejor cuento policial, fue escrito en plena guerra mundial; la trama es por entero burguesa y cosmopolita y resulta ser una pesadilla en un Buenos Aires deformado, observó uno de sus críticos (James E. Irby – Princenton University).

En ese sentido –se impone el criterio hedonista en este punto- cada lector elige la pieza que más le atrae. Borges declara en el prólogo de Ficciones – Artificios, que acaso El sur –que refiere la muerte de Martín Fierro- es su mejor cuento de esta clase.     

El otro ejemplo de la tendencia urbana es Emma Zunz, el cual forma parte de El Aleph (1949). Se trata de un relato cuyo argumento radica en la venganza de una joven mujer por la muerte de su padre, induciendo al culpable a una trampa fatal y en la que el narrador observa que todo ha sido verdadero: el tono de Emma, el pudor, el odio, el ultraje que padeció; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y dos o tres nombres propios, anota el autor.                       

3

En terreno intermedio se encuentra un relato que parece tener amplia similitud con la historia que refiere un Corrido mexicano. El argumento de La intrusa se resume en que los hermanos Cristian y Eduardo, de ascendencia noreuropea y residentes de un innombrable poblado en la provincia argentina, comparten a una mujer –sumisa y complaciente- por la que al fin ambos se apasionan: La Juliana.

Al verse desbordados por la rivalidad y los celos con el paso de los días, sin piedad se deshacen de ella, cuando Cristian la acribilla sin miramientos.  Los dos hermanos, un corrido mexicano (de Juan Mendoza, El Tariácuri) de principios de siglo veinte, refiere una historia muy similar. 

La trama de ambas historias es la disputa de dos hermanos por una mujer. Las diferencias entre el corrido y el relato de Borges son menores frente al hecho central. En Los dos hermanos, Juan Luis y José Manuel mueren –se matan en un duelo- por “una mala mujer”. En La intrusa, es ella la víctima, en tanto que los hermanos sobreviven.

El fervor de Borges por esta corriente literaria no acaba allí. Lo expresa también en relatos muy imbuidos de los elementos de esa corriente, pero fuera del marco limitado del esquema policial. ¿Dónde ubicar los relatos del libro que proyectó a Borges en las librerías y en la atracción de los lectores? Me refiero a la Historia universal de la infamia, su primer libro de cuentos.

Da la impresión de pertenecer a esa categoría de libros y relatos inclasificables, que tanto divertían al escritor. Un librito menudo, de escazas sesenta páginas, conteniendo siete relatos –si excluimos Etcétera y Hombre de la Esquina Rosada– con trama de otros autores y que él se apropió para inmortalizarlos. La influencia de Chesterton también es notable. Los títulos de los relatos poseen un eco de las historias que forman El club de los oficios curiosos. La exageración del título del libro, en uno y en otro caso, aturde al lector y abstrae la atención al momento.

Infamia, conforme a la segunda acepción del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, significa “maldad, vileza en cualquier línea”,  

Los relatos tienen como protagonistas a individuos patibularios. El proceder del redentor, del impostor, de la pirata, del proveedor, del asesino, del maestro de ceremonias y del tintorero transita entre la maldad y la vileza, y en el extremo de esa conducta que -por lo general- alcanza su consumación en el crimen.                

La emoción que provoca la lectura del género policial –acotados ciertos excesos- es uno de los placeres más completos. Borges magnificó ese patrimonio universal, cuyo origen remoto podemos atribuir a Sófocles, el maestro trágico que no quería demostrar por medios intelectuales, sino mediante las emociones de la poesía.

         San Miguel de Allende, marzo de 2023