Miguel Angel Echegaray
Bajo el sello del Fondo de Cultura Económica se publica hoy el volumen: Cartas encontradas (1966-1974). Correspondencia hilada por Rosario Castellanos y Raúl Ortiz y Ortiz. Aventura de una amistad que, como suele ocurrir, está nutrida de vivencias, confesiones mutuas, al igual que de complicidades abiertas y espontáneas.
En el prólogo, Ortiz deja en claro las circunstancias en que sucedió el accidente fatídico de su amiga escritora, cuando ocupaba el encargo de embajadora de México en Tel Aviv. Conjura, pues, las especulaciones y rumores de una acción suicida o un complot en su contra que derivaría en su repentino fallecimiento. Nada, el gusto por una lámpara fatal para decorar su casa
Personajes amigos y, no pocos considerados enemigos, aparecen y reaparecen en las páginas de este volumen que recopiló un Ortiz octogenario, ya cercano a sus últimos años de vida. Noticias del día a día, mezcladas con chismes del medio cultural mexicano de la época (escritores y profesores universitarios mafiosos); y en general del medio donde aún proliferan más las acusaciones, recelos y descalificaciones de cualquier índole, donde se desdeña valoración literaria alguna como es ya usual y perentorio.
No hay duda: las cartas aclaran situaciones y revelan intríngulis de vida. Una de ellas, por cierto, deja mal parada a Rosario Castellanos, es la postergación y autocensura de la puesta en escena de El eterno femenino. Le escribe al canciller Rabasa para solicitar sus indicaciones sobre el modo de proceder con esa obra y se atiene a lo que determine el conductor de los destinos exteriores de la nación. ¿Demasiado riesgoso feminismo para la época? ¿Incómoda transgresión para una representante diplomática mexicana? Queda por ahondar en el asunto y ponerlo más claro.
Esta correspondencia tiene una cojera: requiere, para entenderse, finamente, de la lectura de un libro anterior: Cartas a Ricardo publicado por el Conaculta en el año de 1994, en su colección Memorias Mexicanas. Como editor recibí más de 77 copias de las misivas que obsesivamente ella le dirigió a un profesor de Filosofía de la UNAM, Ricardo Guerra, con quien procreó un hijo. El fajo de cartas originales lo conservó Raúl Ortiz con la encomienda de la escritora de que algún día las publicara, cosa que él cumplió.
Por mediación de Juan Antonio Ascencio nos confiaron tales copias y buscamos interesados en prologarlas: un primer intento, fallido, fue ofrecerlas al escritor Sergio Fernández, que después de leerlas con avidez, declinó involucrarse en la edición; parecía la suya una voz pertinente, ya que Rosario Castellanos prologó años atrás sus ensayos Retratos del fuego y la ceniza. La convivencia en la UNAM disuadía a muchos. Quien no tuvo reparos ni roñas que rascar entre las cartas fue Elena Poniatowska y escribió una apreciación crítica muy amena que merece ser reeditada. Dice en unas de sus líneas:
Las cartas de Rosario son devastadoras, estrujantes, obsesivas, oro molido para psiquiatras, psicólogos, analistas, biógrafos y, ¿por qué no?, críticos literarios. Lo son también para nosotras las mujeres, que en ellas nos vemos reflejadas. ¿Qué mayor prueba de que muchas mujeres lo apostamos todo al amor que este documento epistolar?
Así pues, esta correspondencia fue la documentación de un amor y desamor intensamente asimétricos. Esta edición no circula más; es probable que pueda aparecer de nuevo con algunos recortes a pedido de los interesados, como le ocurrió y lo señala en el prólogo Raúl Ortiz y Ortiz en el volumen arriba citado. La vida está cercada por los corchetes y los puntos suspensivos que ella misma protege […..].
P.D. Se cumplió un año de la muerte del escritor Álvaro Uribe. La conmemoración de su cumpleaños setenta, cifra que no alcanzó y se corona con la publicación de un volumen que reúne tres cuadernos de su itinerario por el martirio del cáncer. Cada uno de los cuadernos corresponde a tres momentos en que le fuera descubierto el mal: primero, en el pulmón derecho; luego, en la próstata y, finalmente, en el pulmón izquierdo. Ya habrá oportunidad para deslindar juicios sobre un libro que muchos no sabemos como leer. Pues ya veremos. Se escriba o no, todos cultivamos el testimonio de afecciones y curvaturas patológicas, aunque terminan por ser las más perdurables. Intentamos develar bobaliconamente el misterio de la vida, no, caray, vamos por el de la muerte. ⌈⊂⌋
Ciudad de México, 1959. Editor, crítico de arte y promotor cultural, concibe la novela como un gesto esencialmente narrativo, pero esto no lo separa ni del cuidado de situaciones y caracteres psicológicos ni de su manifestación visual.