Bonfil Batalla: redención y actualidad

Vicente Francisco Torres

El primero de junio del presente 2023 asistí, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, a un congreso sobre Historia y Literatura. Preparé una ponencia sobre dos escritores, Josías López Gómez y Mikel Ruiz, que resultan   distintos. El segundo, si bien tiene como protagonistas a personajes tzotziles, ya está instalado en la terrible modernidad que nos ha dejado el narcotráfico.

Los cuentos y novelas de Josías dejan una apacible visión del mundo de los parajes en donde se respeta la naturaleza y a la gente mayor, porque encarna la sabiduría. Se tiene en alta estima el honor y la oportunidad de servir que está en la raíz de los cargos tanto religiosos como administrativos.

Sin embargo, quedé inquieto porque un mundo bucólico y ordenado me sedujo sin mayores complicaciones y eso pudo pasar por algo simple que no justificaba la lectura de dos novelas y cuatro libros de relatos del autor, y menos una exposición ante escritores y profesores universitarios. Varios días traje el asunto en la cabeza  hasta que una luz en mi cabeza me indicó que debía buscar en un libro muy apreciado, México profundo. Una civilización negada (1987), de Guillermo Bonfil Batalla. Y sí, ahí encontré la respuesta a mi inquietud.

Porque resulta que los libros de Josías escenifican lo que fue el México profundo que inspiró el libro de Bonfil Batalla. Como si el tiempo y las canalladas que sustentan el México contemporáneo no hubieran sucedido todavía y el paraje que es una isla del México profundo no hubiera sido arrasado, tal como vemos en la primera y celebrada novela de Mikel Ruiz, La ira de los murciélagos (2021), en donde los tzotziles de antaño han cambiado los huaraches, las coas, los bastones de mando y los sombreros con tiras de colores por las botas de piel de víbora, las metralletas y las camionetas blindadas.  

México profundo parte de un planteamiento central: en 1500 antes de nuestra era, Mesoamérica,  una región que iba desde el sur de Sinaloa hasta la región centroamericana que abarcaba Guatemala, el Salvador, Honduras y Nicaragua, existía una gran cultura cuyas raíces llegan a nuestros días. Es la cultura india. Ese espacio y su cultura constituyen lo que Bonfil llama el México profundo, espacio y cultura sobre los que se impusieron, de manera violenta y rapaz, lo que llama el México imaginario.

El México profundo era una cultura basada en el maíz, en el cultivo de la tierra y en la autosuficiencia; no buscaba el excedente, la acumulación capitalista y sus normas y creencias eran muy distintas de las que rigen hoy en día. En esta civilización, producto de la agricultura, los hombres de maíz dejan de ser una invención de Miguel Ángel Asturias y Luis Cardoza y Aragón para erigirse como un hecho contundente: el maíz sobrevive por la intervención del hombre porque no tiene un mecanismo para dispersar sus semillas; el maíz resulta una criatura del hombre.

Quienes recibían encargos religiosos, administrativos o políticos, eran quienes habían hecho cosas buenas por su comunidad. Quien recibía algún encargo no estaba destinado a enriquecerse, sino a redoblar  esfuerzos, aun a costa de su bienestar. Ética, religión y administración eran un todo discordante con las ideas que llegaron con la invasión y depredación europeas. Esto es lo que vemos transcurrir, apaciblemente, en los libros de Josías López. Con todos sus problemas y carencias, es la vida del paraje de Corralitos, en Oxchuc. Es una especie de utopía arcaica, llena de problemas y carencias, pero  mejor que el mundo impuesto por  los mestizos y los europeos.

Esta reflexión literaria me llevó de la mano a una reflexión social.

 Todos sabemos la aceptación multitudinaria que tienen nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador y el conjunto de acciones que ha emprendido para beneficiar al país y a su gente. Deduzco que sus actos han atendido lo que planteaba Guillermo Bonfil Batalla en su libro: rescatar los valores del México profundo que había sido pisoteado por el México imaginario, clasista, racista y europeísta, minoritario también porque había beneficiado a unos cuantos, defensores de un orden colonial.

Veamos una serie de acciones.

Las obras públicas del sureste las ha realizado la propia gente con sus manos, sin considerar que unos pueden ser solo electricistas y otros albañiles. Todos han trabajado para el beneficio de la comunidad. Los apoyos económicos a los ancianos reviven la jerarquía que siempre tuvieron los hombres y mujeres mayores, antaño considerados como sabios. El despojo de la tierra que empezó con encomenderos y clérigos (estos últimos los mayores latifundistas hasta la expulsión de los jesuitas), propició que los indios se remontaran y fundaran lo que Gonzalo Aguirre Beltrán llamó regiones de refugio. El expresidente Carlos Salinas de Gortari acentuó el despojo al desaparecer los ejidos pero López Obrador ha devuelto tierras a indígenas explotados por décadas; es el caso de los tarahumaras que, recientemente, han visto restituidas sus tierras. La celebración del apoyo económico de los migrantes no es más que el reconocimiento de las modernas regiones de refugio.

La incorporación de las parteras y de la herbolaria al sistema nacional de salud es también un reconocimiento a la cultura milenaria del México profundo.

Una conclusión provisional: “La tierra cambió de dueños y también de destino. El trigo desplazó al maíz y a los productos de la milpa en las mejores tierras. El agua de riego fue para los cultivos españoles y no para la agricultura india. Reses, caballos, ovejas y cabras ocuparon terrenos antes agrícolas y montes talados a toda prisa. La erosión creció en el altiplano al parejo que la ocupación española, insaciable en su demanda de madera para construcciones, leña para sus hogares, andamios para sus minas y combustible para diversos usos. Muchas tierras de hacienda quedaron sin cultivar, como símbolo del honor y la riqueza latifundista de los mayorazgos. Grandes extensiones sirvieron para plantar solo magueyes. El pulque lo producían las haciendas españolas pero lo consumían los indios; en 1749 se prohibió sembrar magueyes en las tierras de las comunidades. Se introdujo la vid, el olivo y el añil sin resultados notables, salvo en pequeñas zonas”.