Singularidades magnéticas

Daniela Gil Sevilla

–¡Tenemos una nueva señal, proviene del hemisferio norte! –las palabras salen ansiosas de los labios del Operador–, aquí están las coordenadas 31° 19′ 32” N, 110° 56′ 44” O.

–Calma –le dice el Controlador–, sé que es su primer día en el puesto, pero no olvide el lema de su entrenamiento: “Por sobre toda situación y ante cualquier eventualidad, la calma es la prioridad”.

–Lo tengo siempre presente, Controlador –aseguró el joven frente al tablero multicolor–, es sólo que no esperaba una señal tan pronto y en el lado iluminado por el sol, vaya que es una… –osadía, lo sé –completó el Controlador–, debe de ser el Rastreador 8304, ese es su estilo, no hay duda. Pero basta de parloteo –prosiguió, mientras se ajustaba un uniforme de matiz cerúleo–, sigamos el protocolo. Operador, revise la pantalla, necesitamos confirmación visual.

–La recibo clara y contundente –afirmó el Operador, quien a su vez portaba un uniforme añil–, lo ve, ahí está la calle, los humanos, los cables y, en ellos, un par de zapatos enredados por las agujetas. Creo que a esos les llamaban tenis –agregó–, se ven rotos y desgastados, ¡qué detalle!

Por unos instantes ambos observaron el visor, absortos en la banalidad de la escena. Y es que, el colgar un par de tenis en la corriente eléctrica no le quita el sueño a nadie, ni siquiera provoca atención, ya que es algo habitual en muchos sitios del planeta, siempre y cuando haya cables.

Lo que es más, según los Archivos Centrales, investigadores terrícolas realizaron estudios durante años intentando encontrar la razón de este “fenómeno”, como lo llamaban, derivando en un sinfín de teorías interpretativas, ninguna contundente, que iban desde el marcaje de territorio, hasta la celebración de un evento especial, pasando por la expresión artística, la moda, la imitación y el aburrimiento.

Hay incluso quienes aseguraban que todo se trataba de una conspiración y que el Fenómeno Universal de Colgamiento de Calzado, o FUCC, seguía patrones definidos, que podían ser leídos con el código adecuado.

Irónicamente, esta era la teoría que más se acercaba a la verdad, aunque no por los motivos achacados por los humanos, pues para ellos consistía en un complot atribuido a una secta secreta y anárquica, de ramificaciones globales, que buscaba desestabilizar el orden natural desafiando a la ley de la gravedad. ¡Cómo si un día los zapatos, al lanzarlos, fueran a salir disparados al hiperespacio en lugar de quedar embrollados de frente al suelo!

–Sabía usted que –expresó agitado el Operador, despertando de su marasmo–, en un pequeño país austral, el lanzamiento de zapatos era considerado como un deporte callejero, y que en una ciudad conocida como Taihape se realizaban torneos de lanzamiento de botas de goma.

–De nueva cuenta, le recuerdo la importancia de mantener la calma –reiteró el espigado Controlador–, usted apenas inicia en esta labor y le debe de parecer excitante, casi como la travesura de un niño delante de sus padres, con la intención de salirse con la suya.

–No obstante –continuó–, usted, al igual como yo, conoce perfectamente el propósito detrás de nuestras maniobras. Este no es un acto de entretenimiento, sino de supervivencia. Desde finales del denominado siglo XX por los terrestres, nos hemos dedicado a identificar y clasificar todos los puntos de imantación anormal, con el fin de neutralizarlos y evitar que, en un futuro muy distante, terminen por afectar el campo magnético del globo, dejándolo a merced del viento solar.

El Operador apenas asentía con su lampiña cabeza, ante los argumentos presentados.

–No hay que olvidar que –añadió el Controlador–, para cuando nosotros arribamos, la Tierra no era más que un espectáculo de auroras danzando desde el ecuador hasta los trópicos. Ciertamente una bella sinfonía de tonalidades, pero sobre un suelo estéril.

El Controlador, tras respirar con postura estudiada, reanudó el relato explicando el momento exacto en el que su especie decidió enviar al pasado a 17,000 Rastreadores, altamente entrenados en la detección de divergencias magnéticas, con el objetivo de prevenir este cataclismo.

–Desde entonces –manifestó el Controlador–, el señalar la imantación ha sido nuestro desvelo, no para salvar a los autonombrados “homo sapiens”, por suerte desaparecidos en el porvenir a causa de sus propias acciones; sino para permitir nuestra colonización y prevalencia.

–Así –prosiguió–, los Rastreadores arriesgan constantemente sus vidas en estas sociedades primitivas, delimitando las singularidades magnéticas para luego proceder, en absoluto sigilo, a su corrección. Y qué mejor manera de marcar los puntos con colgajos de los que nadie sospecha. Sí, es cierto que, de vez en cuando, alguien intenta robar los zapatos, y ahí es donde entramos usted y yo, el Controlador y el Operador trabajando junto con los Rastreadores para registrar, en el momento preciso de la localización, el sitio de la anomalía en la imantación.

–Pero creo que ya nos hemos excedido en nuestra conversación –externó el Controlador–, debemos concluir el protocolo y enviar la información a los Archivos Centrales.

El Operador regresó sus ojos al monitor y, antes de centrar su atención en él, levantó de nuevo la vista ensombrecida por un perturbador pensamiento, mientras consultaba inquieto: –¿Y si los humanos algún día se dan cuenta?

–No lo creo –respondió indiferente el Controlador–, son demasiado idiotas para ello.