Barcelona, la Sagrada Ciudad

Barcelona nos recibió con una noche que brillaba desde los edificios y el cielo estrellado. A pesar que era invierno no sentía el frío intenso que pensé encontrar ahí. Nos hospedamos cerca de la plaza de Catalunya, el punto central de la ciudad, en la que convergen importantes avenidas, como las famosas Ramblas, el Paseo de Gracia, y la Gran Vía de las Cortes Catalanas. Muy cerca está el barrio gótico con unas iglesias cuya antigüedad nos remonta al mismo medioevo; sin embargo, ahora la ciudad es una de las urbes europeas más modernas con un comercio incesante que avanza raudamente como el metro que recorre las entrañas de toda la ciudad o la tecnología emergente e innovadora del distrito 22@.

Dado que solo disponíamos de muy poco tiempo, tuvimos que elegir lo más esencial de lo esencial. Sin duda, Gaudí era el corazón palpitante que todo viajero aspira conocer. A primera hora nos dirigimos a una de las casas que él construyó entre 1906 y 1912, la que llaman La Pedrera o la casa Milà, cuya fachada simula el movimiento de las olas del mar. Antes de recorrer su interior, tuvimos una experiencia inmersiva de realidad virtual, que nos mostró el espíritu imaginativo con que el artista la diseñó. En la terraza se puede apreciar unas chimeneas que tienen la forma de cascos de soldados, los cuales dicen que sirvieron de inspiración a los stormtroopers de La guerra de las galaxias de George Lucas. Desde ahí pudimos divisar nuestro segundo punto: la Sagrada Familia.

Construir una iglesia implica principalmente dos aspectos: diseñar una arquitectura que sobresalga del resto de construcciones de un lugar, y congregar a un grupo humano unido por una fe. En el caso de la Sagrada Familia creo que hay algo más. Es un soplo divino de imaginación desbordante que se extiende en el tiempo. Desde lejos sus torres parecen estalagmitas gigantes que se elevan al cielo, y de cerca un santuario salido de un sueño. Antonio Gaudí impuso su propio estilo que superó al neogótico con que fue concebido por el arquitecto Francisco de Paula del Villar, que fue quien inició la obra en 1882, y al renunciar al año siguiente, el joven Gaudí se hizo cargo de ese “templo que no concluye, que está es formación perenne”, como escribió su amigo Joan Maragall, un importante poeta catalán del modernismo. El artífice de esta gran obra no alcanzó a verla concluida, ya que murió en 1926, pero la diseñó justamente para que las generaciones posteriores la sigan construyendo. Dicen que en 2026 se terminará la construcción del gran templo. Seguramente, una música celestial lo envolverá y Gaudí sonreirá desde lo alto.

Si alguien desea perderse sin reparo para contemplar libremente las otras beldades del centro de Barcelona, solo basta dirigirse a un lugar que es la prueba viviente de que una ciudad se reinventa a sí misma: el Barrio Gótico. Nosotros decidimos hacer un recorrido nocturno a la par que un guía nos contaba su historia y sus inicios con base en la cultura romana. A medida que avanzábamos por sus calles estrechas abarrotadas de turistas que buscaban dónde comer y beber, no pude dejar de pensar en Borges, en sus ciudades imaginarias con parajes extraños. Justamente uno de los más famosos es el puente del Obispo, que une dos edificios separados con no más de cinco metros. Quizá sea el puente corto más famoso, porque debajo de él no se desplaza corrientes de agua sino un mar de gente que se detiene un momento para tomar una fotografía a los motivos góticos que lo adornan. Otros lugares ineludibles para el visitante son el Ayuntamiento que está frente al Palacio de la Generalitat, y sin duda, su hermosa Catedral. Ahí otra vez pensé en Borges y el unicornio, y así es Barcelona: un unicornio que no se deja atrapar ni por las mentes más fantasiosas, por ello todo el barrio gótico es una deliciosa invención moderna del medioevo.

En Barcelona, la música es un pilar importante de la ciudad, por ello le han dedicado un lugar especial: el Palau de la Música Catalana. La construcción de este edificio modernista data desde 1905 a cargo del arquitecto Lluís Domenèch. Los vitrales multicolores, los arcos, las esculturas y el gran órgano que preside el recinto principal. La figura de Beethoven que se desprende de una columna y los hermosos caballos, representando La cabalgata de las valquirias de Wagner. Rodeadas de esa maravillosa arquitectura inspirada en temas clásicos, ese día no escuchamos música de otros parajes europeos, sino un concierto de música flamenca. Era inevitable no recordar las noches en los tablaos de Sevilla. Hasta ahora se contorsiona en mi cabeza las danzantes con sus vestidos con graciosos volantes y su zapateo incesante al son de las guitarras y los cajones. En otros tiempos más aciagos, en este elegante palacio valientes catalanes desafiaron al mismo dictador Franco con el Cant de la Senyera, cuya letra pertenece al poeta Maragall y la música al maestro Lluís Millet, figuras centrales de la cultura catalana.

Mi corto tiempo en Barcelona fue una gran elipsis de lugares a los que no pude llegar. Un día antes de mi partida tuve que elegir dónde ir. En esa elección me deja llevar por la música de Ravel. En el centro cultural Caixa Forum ofrecían una experiencia virtual del Bolero, así que para apaciguar mi angustia de la partida me fue caminando desde la Plaza de Catalunya  por la Gran Vía de las Cortes Catalanas hasta llegar a la Plaza de España y llegar al pie del Montjuic, donde se erige el deslumbrante Palacio Nacional que acoge a su vez al Museo Nacional de Arte de Catalunya. Antes de llegar ahí fui en busca de la música de Ravel, y luego con el corazón desbordado de emoción subí las escaleras que me llevaron a lo alto de la montaña y pude apreciar exquisitas obras de arte, y en especial me llamó la atención la exposición de la Guerra Civil Española. A través del arte y la fotografía me remonté a los momentos más oscuros que vivió España.

El tiempo, cruel como es, me obligó a salir del museo para ir al encuentro de una amiga mexicana que me guió a lo alto de Las Arenas, lugar que décadas antes fue el centro de la tauromaquia catalana y ahora un centro comercial. Ahí comí un fideuá con sepia, gambitas y mejillones, con un delicioso sabor a mar, que no pude llegar a ver. Ese día terminó con uno de los otros motivos por los que quise ir a Barcelona: el 8M. Qué mejor despedirme de esa hermosa ciudad junto a decenas de miles de personas que se congregaron en el Pasaje de Gracia para manifestarse por el Día de la Mujer. Tomaron las calles ya no los turistas, sino mujeres y niñas, y también varones. Con carteles, tambores y castillos humanos, con vítores alusivos a la fecha, se inició la marcha pasando por las dos grandes casas diseñadas por Gaudí, en especial la Batlló que se iluminó entera de color violeta al paso de todos los manifestantes.   

Antes de mi viaje no quise imaginar cómo era Barcelona, quería conocerla en vivo y no solo a través de su literatura y su música. Quería recorrer todas sus arterias hasta llegar a su corazón, tarea imposible para tan poco tiempo. Por ello solo es un hasta luego. Días antes, al interior de la basílica de Santa María del Pi, había participado de una pregària de la pluja. Cuando me fui de Barcelona caía una lluvia copiosa a lo largo de todo el trayecto hacia el aeropuerto. No me fui triste, era la lluvia de la gracia de Dios que caía sobre la ciudad, y eso alegró mi corazón. Volveré a Barcelona para completar mi periplo. Visitar, por ejemplo, la Catedral del Mar, para finalmente poder ver el mar. [ C ]