Somerset Maugham: el Afán de Contar

          A Marco Antonio Campos: en celebración de sus setenta y cinco años.

I

P

ocas ocupaciones generan la dicha placentera como la que provoca leer o releer a los clásicos. El tiempo, siempre puntual, preciso, nos concede el pretexto y la disponibilidad. Lo que cada quien lea, la obra y el autor que cada quien elija, depende de un sin fin de factores y pertenece a otra categoría.

En el vasto universo de las literaturas, la inglesa es una de las más creativas y mejor dotadas, y su desarrollo tuvo lugar en etapas acotadas. Fue especialmente rica y abundante la época que cubre las postrimerías del siglo diecinueve y los albores del veinte.

Tanto la narrativa como la poesía, el ensayo y el teatro, florecieron extraordinariamente al influjo del imperio británico. Una etapa en verdad grandiosa, en la cual anuarios, almanaques, revistas y diarios sirvieron de vehículo importante para la divulgación de la cultura y el desarrollo de varios autores.

Una pléyade de escritores de primer orden florecieron en esa época: George Bernard Shaw, Joseph Conrad, Ruyard Kipling, Herbert G. Wells, G. K. Chesterton, Virginia Woolf, D. H. Lawrence, Lawrence Durrel, Iris Murdoch y varios más…

Contemporáneo de ese elenco de personalidades literarias, William Somerset Maugham es considerado un escritor de segundo nivel, un juicio que no desvelaba al escritor. Los contemporáneos con quienes competía por la preferencia del público lector eran, como se ve, escritores de  primer nivel, algunos de ellos Premios Nobel y otros en nada inferiores.

Hemos retomado estos días algunas notas y lecturas suyas, con motivo de la celebración de un siglo y medio de su nacimiento (25 de enero de 1874).

Somerset Maugham pertenece, así, a los escritores agrupados en la categoría del pequeño gran estilo. Un estilo que es modelo de la prosa inglesa y como tal se le sigue leyendo. El tiempo mantiene actual buena parte de la obra narrativa de este escritor que fue en vida un exitoso bestseller.

Los autores de la Historia de la literatura inglesa (Breviario No. 106 del Fondo de Cultura Económica) destacan sus cualidades, resumiendo su esencia en un juicio preciso: es un “maestro de la prosa narrativa y el diálogo” (pg. 281).

Somerset escribió en todos los géneros en boga: novela, teatro, libros de viaje, ensayo, crítica y en el cuento incursionó cuando ya había triunfado en los otros géneros.

Viajero inquieto, erró por Europa y sobre todo por el Pacífico asiático, en seguimiento de la geografía crepuscular del Imperio. Igual, las guerras mundiales lo llevaron a residir temporalmente en Suiza, Rusia, Estados Unidos…

Un rasgo destacado y común en la literatura del mundo anglosajón ha sido la recurrencia a las llamadas revistas de modas, a las revistas para el hogar, a fin de divulgar la literatura y promover a sus escritores. Somerset se acogió a esa modalidad.

Bien que es reconocido sobre todo por sus novelas principales o más populares, como son Servidumbre humana y El filo  de la navaja, sus cuentos -a juicio de algunos lo mejor de su obra- reunidos forman cuatro sólidos tomos que ha publicado la casa Penguin.

No pocas de sus narraciones –Lluvia, La carta, Servidumbre humana, La luna y seis peniques, Cuarteto, El filo de la navaja y otras más- se han llevado al cine con gran éxito. Tal vez lo menos actual de su obra sea el teatro, el cual constituyó la segunda de sus pasiones. Una época, relata Rafael Solana en su afectuosa introducción de Servidumbre humana (No. 665 de la Colección Sepan cuantos… Editorial Porrúa), también peregrinó el escritor con sus manuscritos en los teatros, sin que nadie se interesara en ellos.

Acaso esa experiencia lo hizo decir que “El escritor tiene en sí el imperativo de crear, pero además tiene el deseo de presentar al lector el resultado de su trabajo y la legítima aspiración – que no concierne al lector- de ganar su pan”. Actitud común en la mentalidad anglosajona, por lo demás.

Con todo, el teatro le dio -igual que a Chéjov- dinero y popularidad. Así, durante los años de la Primera Guerra Mundial su éxito teatral en el West End sólo era comparable al de George Bernard Shaw.

II                   

William Somerset Maugham nació en París, mientras su padre trabajaba como agregado jurídico en la embajada británica en Francia. A los diez años quedó huérfano y pasó a la tutela de un tío riguroso. Se negó a continuar la profesión familiar, la abogacía, y estudió medicina en una reconocida facultad en Londres. Muy temprano, sin embargo, abandonó esa profesión. Tras publicar su primera novela, Liza de Lambeth, la cual tuvo gran éxito, se dedicó a escribir de tiempo completo.

Durante la Primera Guerra Mundial sirvió en la Cruz Roja y años más tarde fue reclutado por el Servicio de Inteligencia Británico. Estuvo casado por varios años con Syrie Barnardo, con quien procreó una hija.

Noble y privilegiado, Somerset Maugham representa el modelo del escritor burgués. Fue en vida un autor popular y vivió desahogadamente del producto de sus escritos. Un bestseller,como lo fue Somerset, señala Rafael Solana, es alguien que acierta a coincidir con el gusto de la mayoría y a halagarlo.

En su Estudio del cuento corto, Somerset anota que los escritores se ven obligados, con bastante frecuencia y naturalidad, a escribir el tipo de obras por las que hay demanda.

Tímido y reservado, vivió siempre con discreción, casi en soledad, si no es que un tanto en la misantropía. Murió a los 91 años en Niza, luego de experimentar casi todas las delicias humanas.

III

Cuando no pocos de sus contemporáneos recurrían a la propaganda o al proselitismo al novelar, Somerset se mantuvo fiel a la esencia narrativa, perseveró en la voluntad, en el oficio de contar, porque como autor le importaba entretener a los lectores.  

Excepto poesía, escribió en todos los géneros: novela, teatro, libros de viaje, ensayo, crítica y al cuento, al cual incursionó cuando ya había alcanzado notoriedad en los otros géneros. Stevenson opinaba que el ejercicio de la prosa es más difícil que el del verso, ya que, una vez compuesto un verso, éste nos da el modelo para los otros, en tanto que la prosa exige variaciones continuas, gratas y encadenadas.

Elaboró su propia teoría del cuento corto. En ella, destaca que “En Rusia se había estado escribiendo cuentos de un orden totalmente distinto durante un par de generaciones”, y considera como los grandes ejemplos del género cuentístico a Poe, Maupassant y Chéjov. Teoriza en una multitud de artículos, ensayos y aun en su propia narrativa. En uno de sus cuentos (El elemento humano), escribe: “A mí me gusta que un cuento tenga principio, nudo y fin. Siento debilidad por la acción. A mi juicio, eso del ambiente está muy bien, pero el ambiente, sin nada más, es como un marco sin lienzo: no representa nada”.

Acaso por su acceso a la lengua original, consideraba a Maupassant como el modelo del cuento corto. Es arbitrario indicar -señaló- que el cuento corto consta de dos, seis o diez páginas. Sus límites son estrictamente indefinibles. Pero sin temor podemos asegurar que un cuento que bordea las cincuenta cuartillas no puede llamarse corto. Somerset escribió unos y otros.

Independiente y solitario, abrigaba por el género humano –igual que Chéjov- una profunda compasión, y esa compasión la trasladaba a sus personajes, de quienes no escondía sus grandezas y miserias. Quizás la única crítica despiadada que lanzó sin miramientos fue contra sí mismo, cuando escribió que era él, el primero entre los escritores de segunda fila.

La desigualdad social, manifiesta sobre todo en el nivel educativo de los personajes, es un asunto recurrente en su literatura. Sin embargo, su afición por la literatura francesa lo mantuvo centrado y forjó en él una tersa y rica prosa narrativa. La fluidez de los diálogos la acuñó, seguramente, en la experiencia de su obra teatral.

Su método narrativo es reposado y sólido al mismo tiempo, el tono suave, propio siempre. Su estilo directo y la nitidez de su prosa son factores determinantes en su literatura. Esas características, aunadas a su perspicaz observación de la condición humana, dan a su obra un tono singular.  

En su Cuaderno de notas de un escritor (1949), una especie de memoria literaria, se hallan varias anotaciones sobre su credo literario, al calor de las teorías en boga. Aldous Huxley consideraba que los hombres se interesan más en hacer y sentir que en entender, a lo que Somerset Maugham acotaba que una novela no puede escribirse sólo con hechos.  

Por edad y mentalidad  era un autor victoriano. Aunque cuenta con lectores constantes, la tendencia hoy es considerarlo un escritor algo pasado de moda. Pero así son las modas. Por lo que no sería indiscreto asomarnos a la actualidad que mantienen varios de sus contemporáneos.

La lectura o relectura de Somerset muestran que su calidad y su categoría literarias no han decaído. Acaso sea aplicable al escritor una visión general de Borges: “A la obra escrita de un hombre debemos muchas veces agregar quizás otra más importante. La imagen que de ese hombre se proyecta en la memoria de las generaciones”.

IV

El paso del tiempo, que asigna y distribuye las fortunas humanas, mantiene actual buena parte de la obra narrativa de Somerset Maugham, gracias al artificio y sencillez de su trabajo. La frecuentación de la obra de Somerset nos ha deparado, a través de muchos años ya, una grata y fiel compañía. Su lectura entretiene siempre, al tiempo que ilustra y tranquiliza. 

El maestro vienés Ernest M. Gombrich, aseguraba, no sin razón, que no todo lo perfecto es interesante. ¡Cuántos libros perfectos son tan intensamente tediosos!. Un atributo que no todos los escritores asumen sin reparo, es que la literatura es, también, entretenimiento y compañía. [ C ]              

San Miguel de Allende, marzo de 2024.