De Cuchillos y Palabras en Trance

1. Un ataque, un libro

El 12 de agosto de 2022, Salman Rushdie, autor de la malhadada obra “Los versos satánicos”, estaba presto para hablar sobre la importancia de mantener a los escritores a salvo de todo riesgo en el anfiteatro del condado de Chautauqua, NY, cuando fue atacado con un cuchillo por Hadi Matar, ciudadano estadounidense de padres libaneses, quien antes de ser detenido propinó 10 puñaladas al escritor. La secuela de este ruin acto fue perdida del ojo derecho y la inmovilidad parcial en la mano izquierda, además de un período de hospitalización de varias semanas para atender otras lesiones.

Rushdie, quien recién había terminado “Ciudad Victoria”, una obra en la cual a través de su personaje principal busca la reivindicación de la mujer en el mundo patriarcal de dos reinos de la India del siglo XVIII, decidió narrar el episodio que transformó su vida después de salir del hospital y fue así que dio vida a “Cuchillo. Mediaciones tras un intento de asesinato” (Random House, 2024).

En éste, el autor narra los pormenores que antecedieron el inefable acontecimiento, así como los detalles del ataque en la tranquila comunidad al norte de Nueva York y los que prosiguieron después del mismo, que forjaron su actual condición de vida. Así, en las dos grandes secciones del libro, El ángel de la vida y El ángel de la muerte, lo mismo destaca la fortuna de haber iniciado una relación, todavía vigente, con la poeta y novelista Rachel Eliza Griffiths (Washington, D.C., 1978), los pormenores de su convalecencia en diversos hospitales, y un ficticio encuentro con su atacante, el cual discurre a través de una entrevista que devela los aparentes motivos de su ataque.

Pero no se trata solo una crónica o de la memoria de un acontecimiento que detonó un posicionamiento crítico tanto de connotados escritores como de figuras públicas relevantes, incluso mandatarios. Su narración discurre entre lo real y las disertaciones que Rushdie hace tanto de sus obras como de autores o temas universales como la religión o la política. El resultado es una obra que desvanece cualquier ápice de morbo por conocer los detalles del ataque y hace una llamada de atención fundamental: escribir es una actividad de riesgo desde hace varios años y, a pesar del mutis que genera cualquier nuevo ataque contra escritores y/o periodistas, parece ser que esta realidad persistirá a la par de los embates de intolerancia y los criterios extremistas que abonan a su favor.

2.  Blandir cuchillos

El ataque a Rushdie no fue el primero y probablemente no sea el último tampoco. Su obra “Versos Satánicos”, motivó que en 1989 el ayatolá Jomeini de Irán emitiera una fatwa con la cual pedía su muerte, iniciando así una saga de ataques. A los embates contra los autores, se sumaron los cometidos contra los traductores y editores de sus obras. En el caso de los “Versos”, su traductor al japonés, Hitoshi Igarashi, fue asesinado a puñaladas, y quien lo hizo al italiano, Ettore Capriolo, resultó gravemente herido en un ataque con cuchillo. Suerte similar afrontaron sus editores en Noruega y Turquía, quienes sufrieron atentados de diversa naturaleza.

Otro caso de extrema gravedad fue el que afrontó el premio nobel de literatura Naguib Mahfouz (El Cairo, 1911-2006), quien en octubre de 1994 fue apuñalado en el cuello frente a su residencia en la capital egipcia. El motivo fue que su obra “El callejón de los Milagros” se consideró una blasfemia contra la religión musulmana. El acontecimiento derivó en una secuela grave para su salud -ojos y oídos y parálisis en su brazo derecho- presentes hasta su muerte.

La relevancia del ataque contra el escritor de 83 años motivó condena mundial en distintos ámbitos y la detención de varias personas en ese país. El proceso contra sus dos atacantes, de 21 y 23 años, culminó en marzo de 1995, cuando fueron ahorcados en una cárcel cairota. Respecto a sus cómplices, 2 fueron condenados a cadena perpetua, 9 recibieron penas de 3 a 15 años de cárcel y 3 más resultaron absueltos.

Después de varios meses en el hospital, el autor egipcio de mayor reconocimiento internacional, escribió una serie de relatos breves que fueron publicados en una revista egipcia con el título de “Sueños de convalecencia”. Hasta su muerte tuvo una vida literaria activa, participó en reuniones en centros literarios de El Cairo y publicó cada jueves una columna en forma de entrevista en el semanario Al-Ahram Weekly en la cual solía abordar asuntos de actualidad política y social.

Una de las interpretaciones que Mahfouz hizo de su ataque fue que se trataba de un acto de terrorismo cultural organizado por fundamentalistas islámicos egipcios. Ese término, acuñado décadas atrás en Europa por Edvard Beneš, refiere a acciones deliberadas destinadas a influir en una sociedad o comunidad a través de la destrucción, prohibición, o manipulación de aspectos culturales como la lengua, la religión, las tradiciones, el arte, la literatura, y otros elementos identitarios significativos. El objetivo de estas acciones, sostenía Beneš, es sembrar el miedo, controlar o cambiar valores culturales, y a menudo están motivadas políticamente o por ideologías extremistas.

Este fenómeno, subrayó Mahfouz en un texto que forma parte del libro “For Rushdie: ensayos de escritores árabes y musulmanes en defensa de la libertad de expresión” (1994), es injustificable e indefendible. Las ideas propias, sin duda, pueden confrontarse con las ajenas, pero nunca se debe buscar su contención o desaparición y, en caso de que eso ocurra, algo que se debe tener siempre presente es que la idea o el libro ineludiblemente permanecerán.

En un contexto diferente, motivado por circunstancias ajenas a cualquier razón fundamentalista, el caso de Samuel Beckett es paradigmático de la variedad de significados que conlleva un ataque con arma blanca. Una noche de enero de 1938, en la avenue Porte d´Orleans en Paris, Beckett salió del cine y una malhechor se acercó para exigirle dinero. Él lo empujó para defenderse y su atacante sacó un cuchillo y lo hirió en el pecho, cerca del corazón y del pulmón derecho. Fue traslado a un hospital y, aunque estuvo a punto de morir, se recuperó y posteriormente se presentó en el juicio contra el delincuente, a quien, al margen del cuestionamiento de los jueces, le preguntó por qué lo había atacado a lo que él respondió: “No lo sé señor, le pido disculpas”. La historia es mencionada en el libro “Cuchillo” de Rushdie con mayor detalle, aunque lo más valioso para descifrar esos actos es la cita de Beckett al inicio de la misma obra: “somos otros, ya no lo que éramos antes de la desgracia de ayer”.

3. El cuchillo, un arma de dos filos

Truman Capote dijo alguna vez que era mejor guardar los cuchillos más afilados en los cajones de la memoria y en ello hay una gran sabiduría ya que si estas herramientas son utilizadas lo mismo permiten cortar rebanadas perfectas de pan que cometer actos abyectos contra nuestros semejantes. Al respecto, algo inmanente en las experiencias de Rushdie y Mahfouz es un daño que trasciende lo físico y se incrusta en lo más profundo de su existencia: el despojo de su concepción primigenia respecto a otras culturas (crisis en la comprensión de lo real, la denomina Rushdie en “Cuchillo”).

Ello no significó una renuncia a su interpretación de otras manifestaciones humanas, de hecho continuaron plasmándola en sus obras posteriores, pero sí un trastocamiento de su aproximación a ellas al observar el efecto que generaban sus obras.

Otro correlato se presentó del lado de los ofendidos. En este caso, la defensa de sus valores y deidades les permitió posicionarse al centro de una palestra donde, desde su visión, se enfrentaban manifestaciones creativas a sus credos y sus fidelidades espirituales. Cierto que lograron fortalecer el reconocimiento universal al Islam y a sus manifestaciones, pero al mismo tiempo atizaron una expresión contraria, la fobia hacia las personas que comulgan con esa religiosidad.     

Desde otra perspectiva, lo que afloró fue la expresión extrema de un terror enfocado en combatir expresiones culturales aparentemente contrarias a la concepción de Oriente, la cual además de manifestarse con los ataques cometidos con filosos instrumentos, en otros casos incluyó la destrucción del patrimonio cultural, la imposición forzada de identidad cultural y la censura y prohibición de expresiones artísticas.

Con el tiempo, esas acciones han exhibido su vacuidad ya que como lo señaló Edvard Beneš, el ex mandatario checoslovaco que entre 1935 y 1948 combatió la ocupación alemana en su país: “el desarrollo cultural de una nación consiste en valores centenarios que se construyen a lo largo del tiempo ya que son imperecederos y se desarrollan continuamente, adaptándose lentamente a nuevos hechos y valores culturales”.

En ese sentido es irrazonable referir un riesgo o un peligro a cualquier manifestación artística ya que, en toda civilización humana, cualquier desarrollo cultural será siempre un hecho único que nunca dejará de ser válido. Por ello lo recomendable, remarcaba Beneš es adoptar deliberadamente una línea general y universal que incluya, sin menoscabo, el desarrollo y el progreso de Occidente y de Oriente.

En contraparte, es conveniente señalar que el miedo y los prejuicios que generaron los ataques contra Rushdie y Mahfouz, aún cuando en sus obras no representan a los musulmanes o al Islam de manera estereotipada o negativa, conlleva efecto adverso que no acaba de vislumbrarse plenamente hasta ahora. Los ataques islamofóbicos también tienden a incrementarse en variedad y número, colocando en riesgo la cohesión y la convivencia pacífica de la comunidad global.

En esta tendencia dual de repercusiones, los libros parecen tener nuevamente la palabra. Al igual que Rushdie, quien en su obra “Shalimar el Payaso” (2005) exhibió la mente de un extremista musulmán a partir de una historia de amor y venganza, y Mahfouz, quien siguió expresando sus posturas políticas desde el terreno periodístico, los autores musulmanes ganan presencia en la literatura universal contemporánea, exhibiendo en sus historias y personajes la diversidad y complejidad de su cultura, fomentando así una mayor comprensión y empatía.

En resumen, la literatura juega un papel significativo tanto en la propagación de aparentes ofensas a los postulados del Islam como en la propagación acciones en contra de quienes profesan esa religión. Ante esta realidad, los escritores parecen tener una doble responsabilidad. En primer lugar, considerar cómo representan al Islam y a los musulmanes en sus obras, ya que estas representaciones pueden tener un impacto profundo en la percepción pública. En segundo lugar, crear obras que sensibilicen a los lectores sobre la esencia y la diversidad musulmana a fin contener percepciones erróneas y generar una mejor comprensión cultural y religiosa. Este doble desafío sin duda es arduo, pero no imposible y confirma que, sin la menor duda, los libros resultan mejores herramientas que los cuchillos en cualquier convivencia humana.