Zapata y la Revolución portuguesa

Leí el duro testimonio de Herminia Vicente en el diario Público hace unos meses. Mucho antes de la Revolución de abril, a los 11 años, ya había dejado la escuela y trabajaba el día entero en el campo ganando una miseria. Su familia toda trabajaba bajo terribles condiciones, en una herdade por Alcácer do Sal, bajo la lluvia invernal y el sol ardiente de verano. Se casó a los 15 años para escapar de esa implacable situación, y “fue peor”. Rebelarse no era una opción para nadie.

Inevitable recordar la situación de los peones antes de la Revolución Mexicana. Ganaban tan poco que solo acumulaban deudas en las tiendas de raya de las haciendas, sin posibilidad de huir. El liberalismo extremo durante el largo gobierno de Porfirio Díaz permitió la ocupación de tierras baldías y comunales, además de apropiaciones ilegales de propiedades individuales. Los latifundios prosperaron, como en ciertas regiones de Portugal, pero a escala gigantesca. En esa era 830 latifundistas poseían el 97% de la superficie rural. El propietario más rico, Luis Terrazas, gobernador de Chihuahua, poseía tierras de una extensión acumulada inimaginable, de 2 millones de hectáreas, o 20 mil kilómetros cuadrados. Esto es equivalente a la quinta parte del territorio portugués.

Herminia Vicente despertó políticamente después del 25 de abril de 1974. “A terra a quem a trabalha”, fue el mantra que el Partido Comunista Portugués (PCP por sus siglas) difundió en el Alentejo y más allá. En el verano de 1975 la Señora Vicente llegó a ocupar una propiedad con otras mujeres para convertirla en una cooperativa. “La tierra es de quien la trabaja”, es una frase ampliamente atribuida al líder revolucionario del sur de México Emiliano Zapata, aunque su origen remonta más lejos en el tiempo. El escudo de armas actual del estado de Morelos, de donde era originario, contiene dos lemas: “Tierra y libertad” (lema de algunos utopistas rusos del siglo 19 adoptado por Zapata), y “La tierra volverá a quienes la trabajan con sus manos“.

Inevitable comparar la revolución portuguesa con la mexicana, aunque los separe un abismo: seis décadas, ideologías y estructuras políticas y sociales profundamente diferentes. La de México fue larga y cruenta, con diferentes fases e incontables muertes, entre ellas las de sus principales caudillos. En Portugal, qué contraste de civilidad. El embajador de México de aquel entonces, Luis Gutiérrez Oropeza, quien además era militar, reporta a la Secretaría de Relaciones Exteriores el 26 de abril de 1974: “Esta revolución se sintió demasiado perfecta”. No acredita que los capitanes rebeldes despidieran la víspera al presidente de la República, Marcelo Caetano, en el aeropuerto, con un “Su Excelencia…”. Sin embargo, al estudiar la Revolución de los Claveles encontramos algunas similitudes interesantes con la mexicana. Ambas comenzaron como un movimiento político para derrocar a un dictador longevo, o lo que quedaba de una dictadura longeva. Ambos regímenes se derrumbaron con rapidez (ninguno tan rápido como el portugués: ¡menos de 24 horas!) y las libertades políticas fueron rápidamente restituidas. Pero el sueño revolucionario no podía terminar ahí: se habían acumulado en ambos países demasiadas miserias e injusticias que obligaron a segmentos de la sociedad a seguir la lucha de otra manera. El rojo del clavel de abril prefiguraba una posible revolución social. En París, los trabajadores solían desfilar cada 1 de mayo con ese clavel en la camisa, y el rojo simbolizó muchas de las revoluciones del siglo pasado.

Entre los primeros documentos enviados por la embajada mexicana se encuentra una nota de prensa informando sobre el destrozo de las vitrinas de varias instituciones bancarias en Lisboa, al parecer por armas de fuego, al día siguiente de la liberación. Los bancos se habían convertido en objeto de odio por encarnar la acumulación indebida de riqueza. Otra nota enviada por la embajada mexicana el 29 de abril señalaba que mil vecinos del barrio de Boavista, que vivían en vecindades, ocuparon casas y departamentos vacíos de la zona. Esta fue la justificación de uno de los ocupantes: “Escuchamos en la televisión que ahora había libertad. Nadie vivía en esas casas. No perjudicamos a nadie”.

En una revolución ocurren movimientos sociales espontáneos (sin duda la ocupación de casas vacías fue una oportunidad), otros son encuadrados por partidos e ideologías políticas. El líder socialista Mario Soares declaraba a su regreso a Portugal, como parafraseando a Zapata, a finales del mismo mes de abril: “Es necesario que la riqueza sea de quien realmente la trabaja y no de parásitos ni de banqueros”. A su vez, el líder comunista Alvaro Cunhal pregonaba en el campo: “Llegará el día en que la reforma agraria entregará la tierra de los grandes latifundios a aquellos que la trabajan”.

En México Emiliano Zapata enarboló la bandera agraria, exigiendo la restitución de las tierras a los pequeños propietarios, y la reconstitución de la propiedad comunal. Era un hombre de campo diestro como pocos con el caballo; incluso por diversión llegó a torear a la portuguesa, es decir como rejoneador. Leyó al Príncipe Kropotkin y recibió la influencia del movimiento anarquista internacional. A diferencia de Portugal, sin embargo, la posesión comunal existía en el mundo indígena antes de la llegada de los españoles y estos la habían medianamente respetado. La utopía de Zapata era volver al pasado. Figura trágica, como escribió el historiador Enrique Krauze, “Zapata no quiere llegar a ningún lado: quiere permanecer”. Fue asesinado en 1919. Sin embargo, su legado quedó: la constitución de 1917 incluía el reparto de tierras a quienes no tenían.

Se ha dicho de las dos revoluciones que fueron inacabadas, que las aspiraciones sociales quedaron incumplidas. Hubo reforma agraria en los dos países, pero fueron la introducción de maquinaria y producción moderna en el campo, al igual que la emigración a las ciudades, los factores que verdaderamente cambiaron las condiciones de vida de los campesinos en los dos países.

La historia está llena de ironías. Habitantes de Boavista (otra vez ellos) ocuparon la Quinta São João, propiedad del famoso cardiólogo Manuel Eugenio Machado Macedo, el 12 de abril de 1975. En un comunicado, estos adeptos del “poder popular” y “enemigos del capitalismo” -como se subraya en la biografía del médico-, deciden crear un “Centro Médico – Social puesto al servicio de la población del barrio de Boavista”. Gracias a sus contactos privilegiados, el Dr. Machado Macedo consigue que el ejército desaloje el día siguiente a los ilegítimos ocupantes de la Quinta, y decide venderla de inmediato para no tener más problemas con sus incómodos vecinos. En esa época incierta, solo un gobierno extranjero podía comprar una propiedad de esas dimensiones, protegido por la inmunidad diplomática. El gobierno de México fue el afortunado que la adquirió, y hoy, en la Estrada de Monsanto, es tanto la embajada como la residencia del embajador. Zapata rondó por Portugal.


Versión modificada del artículo publicado en el diario Público el 2 de mayo de 2024.