Shereen Lee
La autora revela datos de una escritora con amplio reconocimiento en Estados Unidos, donde ha radicado muchos años, así como el dilema que afronta consigo misma al volver a su segunda patria.
Aunque Sandra Cisneros es ampliamente conocida por su autoría de libros de ficción como The House on Mango Street y Caramelo, ella se considera a sí misma, antes que narradora, una poeta-activista. Este es el título que ella cree que coincide más estrechamente con su objetivo fundamental: la búsqueda de la verdad. Su viaje hacia esa compleja honestidad contrasta acremente con una sociedad política donde es común evitar la honestidad, y aún más natural todavía ocultar intencionalmente la verdad.
Las verdades de Cisneros son maleables. La exploración de la infancia presente en muchas de sus novelas revela nuevas formas de sanar y de volver a visitar lo descubierto y olvidado años atrás. También está claro que su trabajo sirve para analizar su vida como una itersección de identidades. Como un espejo que refleja tanto el pasado como el presente, el trabajo de Cisneros se mantiene como un estudio fascinante y en constante transformación de la vida chicana.
Tuve el honor de hablar con Cisneros en marzo durante su visita a Taipei, Taiwán; discutimos los senderos de la verdad, de la vida entre ambas fronteras y la feminidad.
Shereen Lee: (SL) ¿Qué crees que hace un poema?
Sandra Cisneros (SC): Supongo que siempre estamos tratando de redefinir eso, ¿verdad? Sé que un poema es un poema cuando tengo que inventar el idioma para éste. Es una emoción para mí, del mismo modo que una piedra te obligaría a detenerte y quitártela de tu zapato. Es así, sabes. Me siento desbalanceada, incómoda, hasta que saco eso de mi zapato.
Siento que en este momento estoy buscando una forma de relanzar mi escritura y hacerla tan significativa, hermosa y poderosa como sea posible. He estado escribiendo el mismo poema por un tiempo. Estoy buscando a ese escritor que me haga decir, “¡ah!”
Sé que quiero explorar estas cosas en estas crestas de mi vida, a los 63 años; Siento que me estoy volviendo más valiente para decir lo que pienso y para explorar partes de mi vida que podrían no haber sido tan importantes en el pasado. Perdí mucho tiempo escribiendo sobre el amor, porque las mujeres pierden mucho tiempo escribiendo sobre el amor. Pero ahora, estoy buscando amor de fuentes más confiables. Y yo soy la más feliz con la vida y conmigo misma, que estoy en el amor con el universo y éste está enamorado de mí. Estoy casada con mi escritura, y ésta puede ser brutal, pero nunca se extravía.
De la misma manera que una vez busqué un gran amor, ahora estoy buscando una gran pieza de arte que cambie mi vida. Pero creo que no es solo el arte lo que estoy buscando, es todo. Es el arte, el vivir, la espiritualidad, el misticismo, todo lo que vivo en este momento me iluminará y me guiará hacia mi siguiente etapa.
SL: ¿Puedes precisar la influencia más importante que has tenido en los últimos años? ¿Qué te generó ese cambio?
SC: Mudarme a México realmente me ha cambiado. Estoy pensando en español, estoy escribiendo poemas en español. Estoy cometiendo muchos errores porque no es mi primera lengua, pero escucho los ritmos y la lírica de una manera diferente. Ciertamente vivir allí, no como turista, y ver a México de cerca sin el barniz de la nostalgia, sin el romanticismo de un extraño: vivir allí es diferente. Estoy cambiando por la experiencia. Siento una especie de vulnerabilidad, porque soy una mujer, pero también he creado conciencia de que soy una persona mayor. Los hombres veneran a las madres en México, así que, aunque nunca he tenido hijos, vivir en México me ha convertido en una madre. Cuando compro cosas, me llaman madrecita, que literalmente es madre pequeña.
Convertirse en madre en México es muy poderoso, porque es la tierra de la gran madre de Guadalupe. Una especie de maternidad sagrada: la otra concepción inmaculada siendo madre. Lo que es aterrador, sin embargo, es que resulto una anomalia para la sociedad mexicana, donde las mujeres solteras son vistas como solteronas, lesbianas o monjas. No soy de los de arriba. Hay gringas que son solteras, pero ser mexicana y soltera resulta muy extraño. Entonces aparecen mis amigas mexicanas advirtiéndome: “No le digas al taxista que no hay alguien esperándote en casa”. ¡Díle al conductor que tu esposo está esperando adentro y gritále “Enrico!”
Tiene que fingir que tienes estas familias fantasma para evitar dar pistas. ¡Sí! Tienes que mentir y crear esposos y niños ficticios para protegerte. No me gusta mentir, no soy muy buena para eso porque en mi escritura digo la verdad. Entonces, cuando cuento esos cuentos a los taxistas entrometidos, me hace sentir un tanto incómoda.
SL: Es interesante que veas tu ficción como algo fundamentalmente diferente de las historias que cuentas a los taxistas. Para mí, ambos cumplen sus respectivos propósitos y tratan de hacerte tu vida un poco más feliz, un poco mejor.
SC: Es amable de tu parte decirlo, porque a mi hace sentir mal. Entiendo que estoy en un país donde tengo que defenderme a mí misma. Las mujeres en México no pueden estar equivocadas. Me están protegiendo, defendiéndome. Llendo a México, cualquier cosa puede pasar. Por eso es así. Voy a México consciente de que hay muchos femicidios. Y hay mucha violencia contra las mujeres de todas las edades. Tú puedes ser visto como alguien vulnerable. Es aterrador saber que estás en un país donde podría ocurrir un crimen que nunca será resuelto y además no encontrar a nadie que sea castigado. La gente desaparece. Los periodistas escriben la verdad y desaparecen. Si te violan o te roban algo, resulta un crimen menor en un país de impunidad.
Por otro lado me doy cuenta que estoy en una comunidad donde sus integrantes están recíprocamente comprometidos; yo también provengo de una comunidad que está muy comprometida con los demás. Si yo me quedaba en los Estados Unidos, mi gran temor siempre fue quedarme sola. Pero en México no estoy sola. Vivo sola, pero no estoy sola. Hay una conexión, un activismo, abrazos y compromisos, un entrecruzamiento de vidas. Las personas se cruzan y se vinculan contigo diariamente. Eso no sucede en los Estados Unidos, donde la gente te ve venir y se va. Me siento muy honrada de unir mi vida con los mexicanos. Sorprendentemente, me siento impotente, lo mismo que incentivada.
SL: ¿Te sientes en casa en México?
SC: Sí, y no. Hay una razón por la que vivo en un pueblo turístico -porque también se habla inglés, y el inglés es mi hogar. El español es mi hogar Siento que primero tienes que encontrarte a ti mismo y luego conviertes tu casa donde quiera que vayas. Ese lugar intermedio donde el inglés y el español conviven a horcajadas más allá de la frontera también es un hogar. San Miguel es un hogar, Times Square es un hogar, Texas es un hogar. Cuando vuelvo a Chicago, a menudo digo equivocadamente que voy a casa, pero lo cierto es que me siento como en casa. Tenemos muchos lugares que consideramos hogar. Cito el poema de David White “The House of Belonging” que en la última línea dice “Hogar es donde sientes que perteneces”.
Escribir es otro hogar, y para llegar a ese hogar, necesito sentir que estoy a salvo de los pequeños terrores. Como los ratones. Y necesito sentirme a salvo de los grandes terrores, como quedarme sin dinero, como ser violada. Hay tantos terrores que las mujeres tienen, y necesito sentirme segura de poder decir lo que creo. Y eso es raro.
Siento que fui acompañada [a México] por los espíritus. No sé qué trabajo están pidiendo que haga, pero sé que la Divina Providencia siempre me lleva a algo que creo que no puedo hacer. Siempre me piden que me levante. Lo que sea que se me pida, siento que tengo una guía divina. Pero tú también y todos los otros en el planeta. Ahora soy consciente de estar siendo guiado por una luz, a falta de una palabra mejor. Y [me] está pidiendo que haga un trabajo que de otro modo no haría porque soy tan cobarde. Sé que las circunstancias me ayudarán en la próxima etapa de mi vida, en ese mágico y misterioso camino. Estoy convencida.
SL: ¿Cómo quieres cambiar?
SC: Espero poder escribir sobre cosas sobre las que no hayan escrito mujeres de mi edad. Siento como si la sociedad guardara muchas cosas de mi misma. Quiero crecer. Me siento como un niño, como si tuviera un largo camino por recorrer antes de poder decir que soy escritora. ¿Fue Hokusai quien dijo en sus 70 años, “Si tan solo pudiera tener cinco años más, entonces puedo llamarme a mí mismo un artista” o algo así? Me siento así, como si tal vez con el tiempo realmente pudiera llamarme escritora, y tal vez entonces llamarme mujer. Es demasiado lo que está definido por la sociedad y los hombres, la Iglesia y el Estado. Y todavía estoy en proceso de desnudamiento para alejarme de lo que piensan. Ha sido un proceso toda mi vida. Y ahora estoy en esta maravillosa fase. Me siento como una semilla de diente de león. Estoy en caída libre, estoy emocionada. Espero que deje el mundo como una bengala luminosa. Quiero salir con fuego. Siento esta urgencia. Un vamos, vamos, ¡haz más! Quiero ser como mis héroes. Gandhi, Rigoberta Menchú, César Chávez. Si pudiera crear un trabajo que pudiera traer grandes cambios hacia la paz, eso me haría el escritor más feliz del mundo.
***
http://blog.pshares.org/index.php/an-interview-with-sandra-cisneros/