Aquellas horas que nos robaron: el desafío de Gilberto Bosques

Pedro González Olvera

Interesante aproximación a una obra que analiza la trayectoria de un diplomático mexicano con gran sensibilidad política y personal hacia una causa hoy más que nunca vigente: la emigración.

Por pereza mental o por ignorancia, algunos medios de comunicación han dicho que Gilberto Bosques es el “Schindler mexicano”, en referencia a que, igual que el industrial alemán glorificado en una película por el cineasta norteamericano Steven Spielberg, salvo muchas vidas no solamente de judíos sino, sobre todo, de españoles republicanos y de perseguidos alemanes, húngaros, polacos, franceses y de otras nacionalidades, mediante el otorgamiento de documentos con los cuales escaparon de sus perseguidores en prácticamente toda Europa. Sin esos documentos, su destino hubiera sido, seguramente, la muere.

Por eso, a veces, el autor de esta reseña se pregunta si a Schindler no podríamos llamarlo el “Bosques alemán”; a fin de cuentas el diplomático mexicano y su familia y colaboradores en el Consulado General de México en Francia (radicado primero en Paris y luego en Marsella), padecieron un encierro injusto como prisioneros de guerra en Alemania, mientras que Schindler estaba en su propio país y de alguna manera trabajaba para el régimen nazi.

Pero más allá de estas consideraciones, la aparición de un nuevo libro sobre la vida y trabajos de este diplomático de nuestro país que en horas aciagas para la humanidad puso en el alto el nombre de México, como una nación para la cual los derechos humanos se encontraban por encima de cualquier consideración política, viene a contribuir para que todos los interesados en los trabajos llevados a cabo  por la diplomacia mexicana de la época previa a la segunda guerra mundial y durante esta, tengan una imagen bastante aproximada del significado  y alcances de la misma y de como ella le ganó el respeto de la comunidad internacional a México.

Se trata de la novela Aquellas horas que nos robaron. El desafío de Gilberto Bosques, de la escritora regiomontana Mónica Castellanos; quien se vale de dos líneas narrativas para narrar desde el principio de la vida de Bosques. su casi predestinación a cumplir con las tareas que él mismo se impuso al servicio de su patria (cuando esta palabra todavía tenía un alto significado).

En la primera de esas líneas, de clara orientación biográfica y apoyada en los recuerdos de Laura Bosques, la hija mayor de don Gilberto, da cuenta de episodios importantes en la vida del personaje principal de la novela desde apenas algunos segundos después de su nacimiento en el poblado de Chiautla de Tapia, en Puebla, cuando providencialmente salva la vida gracias a su nana al quitarlo del lugar en el que se desprende una viga del techo y va a caer justo en lugar en donde lo tenía para su limpieza.

A partir de ahí, conocemos con alguna precisión la educación recibida directamente de su madre, profesora de primaria reacia a llevarla a la escuela en donde privaba un tipo de pensamiento conservador, lo cual quiere decir que a pocos años de su nacimiento ya estaba recibiendo una formación dirigida a hacer de él un hombre de acción, luchado en favor de las mejores causas. Por eso, muy joven se integró a la Revolución mexicana iniciada por Francisco I. Madero y luego, a la muerte de este, al movimiento constitucionalista encabezado por Venustiano Carranza.

Doodle dedicado al diplomático mexicano el 20 de julio de 2017.

Cuando Obregón buscó la reelección, no dudó en sumarse a la rebelión de la huertista, convencido que el sufragio efectivo y  la no reelección eran los mejores remedios para evitar el surgimiento de un nuevo caudillo que se hiciera del poder por otros treinta años. Sus convicciones y sus luchas le significaron persecución y exilio, y junto con él a su joven esposa (compañera ideal en el hogar y el trabajo), hasta recibir el “perdón” obregonista y estar en condiciones de dedicarse a la enseñanza, una de sus vocaciones fundamentales.

Fue el Presidente Lázaro Cárdenas quien lo invitó a sumarse al servicio exterior mexicano, invitación que Bosques aceptó pero para ser Cónsul General de México en Paris, con la idea ilusoria de dedicarle tiempo a estudiar el sistema educativo francés, supuestamente uno de los más avanzados de ese entonces, para después aplicarlo en las aulas nacionales. Ni Cárdenas ni Bosques supieron el trabajo que se vería obligado a desarrollar, cuando el destino lo atrapó en la derrota de la República española y la segunda guerra mundial.

Fue en este puesto, en donde, a veces incluso contra la resistencia y las órdenes de sus jefes burócratas en México, se dedicó a extender visas y otros documentos de identificación, por ejemplo pasaportes mexicanos,  a decenas de cientos de refugiados especialmente en Marsella, ciudad en cuyos alrededores pudo alquilar un par de castillos para hospedar a los refugiados, principalmente republicanos españoles, en tanto podía conseguirles pasaje para México o para algún otro destino en el que vivieran de manera segura.

Como antes dijimos, estas labores le costaron a  él, a su familia y a su colaboradores, que justo es decirlo también arriesgaron todo en aras de contribuir a la salvación de los refugiados, un prisión injusta en Alemania, en contra de todas las reglas del derecho internacional rotas sin consideración por el régimen de Hitler, hasta que fueron intercambiados por una cantidad indeterminada de prisioneros de guerra alemanes y pudieron por fin, después de dos años volver a México. No acabó ahí, la vida diplomática de Gilberto Bosques, pues en gobiernos posteriores fue nombrado sucesivamente embajador en Portugal, Suecia, Finlandia y Cuna, pías en donde todavía atestiguó otro acontecimiento importante del siglo XX: la revolución cubana.

La segunda línea narrativa usada por Mónica Castellanos para construir su novela, es la que da vida a la ficción pues se basa en personajes imaginados por ella, pero claramente inspirados en personajes reales, principalmente los jóvenes catalanes Mina Giralt y Francesc Planchart, para dar cuenta de los horrores que significó, por una parte, la derrota de la República española, incluso entre ciudadanos sin bando, y la persecución por motivos de raza, nacionalidad, religión o cualquier motivo que sirviera para eliminar a quienes fueran oposición o un peligro latente para los regímenes totalitarios que se imponían en el viejo continente.

Primero fue la guerra, luego la huida, de inmediato los campos  de concentración a los que fueron obligadamente llevados la mayoría de los refugiados por un régimen francés colaboracionista, contrario a toda la tradición liberal y democrática de la nación en la que nacieron los derechos del hombre. En esta parte, Mónica Castellanos, construye con acierto escenas con un viveza conmovedora por su crudeza, por trasmitir sentimientos de profunda depresión, de miedo que se pega a la piel como el más necio de los barros, pero también nos lleva a sentimientos de solidaridad y afecto y de cercanía con sus personajes, en renglones bastante bien construidos literariamente hablando.

Si en la parte biográfica habíamos sentido la voz de Laura Bosques, mediante la interlocución de la autora, en esta parte no podemos sino sentirnos afectados por las desgracias sufridas por los miles de refugiados, que no pudieron ver una luz de esperanza, a pesar de lo cursi que pueda sonar esta frase, sino hasta que supieron de Gilberto Bosques y de la posibilidad de escapar, gracias al trabajo de de los diplomáticos mexicanos encabezados por el revolucionario poblano, del infierno en que se había convertido su vida.

Es aquí en donde se entrecruzan las dos partes del libro de manera natural pues, de la mano de Mónica Castellanos, es la biografía de Gilberto Bosques la que nos conduce hasta ese tiempo en donde la diplomacia mexicana brilló como nunca antes, gracias a una elite de diplomáticos que supieron ir más allá de sus labores cotidianas. O dicho de otra manera de diplomáticos conocedores que la cotidianeidad había adquirido otras dimensiones, en donde incluso su vida corría peligro y a pesar de ello cumplieron con lo que consideraron su obligación moral.

En tal sentido, Mónica Castellanos contribuye al mejor conocimiento de la vida y obra de un distinguido diplomático mexicano, merecedor de un trato del cual ha carecido, salvo por algunas obras anteriores a su novela, como el ensayo del periodista francés Gérard Malgat (La diplomacia al servicio de la libertad), las entrevistas realizadas por Graciela de Garay (El oficio del gran negociador), el ensayo biográfico del estudioso español José Luis Morro (Memorias del exilio: Aproximación a Gilberto Bosques) y el documental de Lillian Liberman (Visa al paraíso), todos ellos excelentes testimonios de la vida de Gilberto Bosques.


*Mónica Castellanos. Aquellas horas que nos robaron. El desafío de Gilberto Bosques. México, Ed. Grijalbo, 2018, 331 pp.