En coincidencia con el cincuentenario de la publicación de una obra fundamental de la literatura mexicana, y en los albores de su versión cinematográfica, el autor hace una interesante conexión con otra pieza policiaca, ésta estadounidense, subrayando lo trascendental de la literatura policiaca.
I. 50 AÑOS DE NACIMIENTO
En 1969 apareció, por primera vez[1], El complot mongol. De las prensas de la Editorial Joaquín Mortiz partió una primera remesa que pronto quiso ser retirada de librerías porque se creyó, en la Secretaría de Relaciones Exteriores de la que el autor era diplomático, que se trataba de una novela cifrada. No faltó un funcionario inteligente que aconsejó, para evitar el escándalo, que se vendieran los ejemplares que habían salido, pero se guardara el resto del tiraje. Fue así que hasta la segunda mitad de los años ochenta, cuando el editor Fernando Valdez lanzó un concurso de novela policiaca, que Bernardo Giner de los Ríos, de la editorial Joaquín Mortiz, recordó la novela de Bernal y empezaron a salir los sobrantes de la primera edición, en pasta dura y con camisa.
Hasta antes de la publicación de El complot mongolel relato policial mexicano había sido de enigma ajedrecístico. El propio Bernal publicó tres libros de este corte[2], ingeniosos y con muestras de un aprendizaje realizado en Van Dine, Chesterton y Agatha Christie, entre ellos. Hubo un gran antecedente (Ensayo de un crimen, 1944), pero Rodolfo Usigli puso más el acento en la mentalidad criminal y en el asesinato considerado como una de las bellas artes que en el entorno social, elemento inseparable de la novela negra, que fue lo que El complot mongolinauguró entre nosotros.
La novela cuenta el supuesto atentado que sufriría un presidente mexicano a manos de la Mongolia exterior y esto sirve para que se incluyan algunas líneas del espionaje de la guerra fría que acaban parodiando el esquema de los chistes mexicanos que tenían un mexicano, un ruso y un norteamericano. La fórmula se lleva hasta sus últimas consecuencias porque el mexicano, Filiberto García, termina siendo el más ingenioso y audaz.
Este esquema se alimenta con rasgos que le dan su valor artístico a la novela. Me parece que destacan dos. El primero es una condensación del habla popular de la época, con sus rasgos sexuales, soeces y humorísticos del tipo:
Hay que ser borracho viejo con el Alka Seltzer adentro.
Nos estábamos meando fuera de la bacinica.
El que no conoce a Dios dondequiera se anda hincando…
Bernal, historiador al fin, habla también del paso de los gobiernos militares emanados de la revolución hasta llegar a los civiles que se deslizan por la rampa de la corrupción (“Antes se necesitaban huevos y ahora se necesita título”). El atuendo mismo (traje norteño color beige y sombrero texano, amén de la pistola bajo la chaqueta) de Filiberto García es de un antiguo matón mezclado con un elemento de la policía secreta.
En segundo lugar, El complot mongoles una novela eminentemente urbana –recordemos que polis es una raíz común entre policía y ciudad. Sus acciones recorren puntualmente el breve barrio chino de nuestra capital, sitios del centro histórico, con bares y cafeterías y se desplaza también a la colonia Guerrero. En honor a la verdad hay que recordar que Ensayo de un crimentambién es una novela urbana pero con un registro más amplio que va de las Lomas de Chapultepec hasta La Merced y el centro histórico. Y el repaso de centros nocturnos también es más amplio en la novela de Usigli, amén de sitios exclusivos de Reforma y la colonia Roma.
Lo que convirtió a El complot mongolen una mojonera es que funda la novela negra mexicana, porque no sólo plantea un enigma, un delito, sino destaca el marco social de ese crimen. Ya no estamos ante ladrones de poca monta sino a políticos criminales. El policía no es un detective beatífico, sino un policía que es ex matón, con marcados antecedentes delictivos. La solución del caso no restablece ningún orden; es sólo una muestra de la atmósfera delictiva que vivimos.
II. COSECHA ROJA, CRONICA DE UN ENCUENTRO
En un tenderete de libros usados y robados encontré, impecable, la blanca edición de Cosecha roja (1929),de Dashiell Hammett, que Alianza Editorial, de Madrid, hiciera en 1967 con traducción de Fernando Calleja, prólogo del poeta español Luis Cernuda y una elocuente portada de Daniel Gil, bella como todas las que hizo.
La compra de este ejemplar me recordó mis inicios de lector de novela negra y, al tenerla en mis manos, no resistí la tentación de releerla. Ella fue uno de los arquetipos de lo que a la vuelta de los años vino a conocerse como novela negra, misma que se oponía a los relatos de deducciones a veces truculentas y puso sobre la mesa un realismo duro con personajes un tanto cínicos. Su lenguaje se apartó de los buenos modales y dejó entrar el slangy los episodios de violencia y sensualidad. Raymond Chandler, en El sencillo arte de matar, dijo que Hammett sacó el relato policial del jarrón veneciano en donde se encontraba y lo volcó en un callejón. La justicia y la ley no serán más valores idealistas, sino estarán sometidas a las circunstancias.
El detective de la agencia Continental (the Continental op.) es requerido en una pequeña ciudad minera de Montana llamada Personville. Con su nombre se hace un sarcasmo y se la designa como Poinsonville, para indicar su grado de descomposición ocasionado por Elihu Wilson, un magnate que, para controlarla a ritmo de su ambición, contrata delincuentes de toda laya que lo acaban rebasando. Su hijo Donald quiere poner las cosas en orden y manda llamar al Continental op. El contratante y el detective no llegan a encontrarse jamás porque el primero muere antes de dar instrucciones. Cuando Elihu se entere de la misión del detective ya no quiere continuar con las intenciones de su hijo, pero el investigador de la agencia de San Francisco decide tomar el asunto por su cuenta para poner orden sin importar que le paguen, que transgreda las normas de la agencia o que provoque tremenda escabechina en la ciudad, que ya estaba madura para hacer la cosecha macabra de que habla el título de la novela.
La corrupción que planea sobre la ciudad muestra malandros montados en autos con placas de la policía, hampones que mandan en los tribunales y ricachos que manejan senadores.
En la consecución de más de una veintena de muertos brillan las dotes literarias de Hammett: los diálogos relampagueantes que cobijan conceptos nada llanos[3], su agilidad narrativa, la caracterización de los personajes[4], la ironía con que se expresa el detective (cuando ve que un cadáver tiene un bate de beisbol entre las manos dice que trajo un palillo de dientes)[5], el nulo carácter poético de sus símiles[6], el armado de la trama y la creación de espacios que caracterizarán las atmósferas de la novela negra: bares clandestinos, salas de billar, ferias, garitos de juego, arenas de boxeo, hipódromos… Con estos y otros rasgos que fueron aportando diferentes narradores, entre ellos Radael Bernal, se consolidò un tipo de literatura que dejó de teñirse de un color para ser literatura a secas. ¿Es necesario recordar que William Faulkner admiraba a Hammett?
Referencias-.
[1]De las distintas ediciones de esta obra, la de Lecturas Mexicanas fue memorable por la cantidad de ejemplares. Hay también una versión gráfica y una película. Este 2019 aparecerá la segunda versión cinematográfica de la novela.
[2]Un muerto en la tumba, Tres novelas policiacas(ambas de 1946) y Su nombre era muerte (1947).
[3]– “Y ahora, al tajo—dijo–. Y no os hagáis ilusiones de que existan en Poinsonville más leyes que las que vosotros vayáis buscándoos.
“Mickey respondió que me maravillaría si supiera la cantidad de leyes de que era capaz de prescindir…” Dashiell Hammett, Cosecha roja, Madrid, Alianza Editorial (El Libro de Bolsillo), traducción de Fernando Calleja, p.141.
[4]“Este MacSwein ¿se llama Bob por casualidad? –pregunté–. ¿Un tipo patizambo con una mandíbula larga como la de un cerdo?” Ibídem, p. 110.
[5]“Le aseguro que no recuerdo haberme reído tanto desde que los cerdos se comieron a mi hermanito”. Ibídem,p.228.
[6]“Está tan loca como una chinche en una cama vacía”. Ibídem, p.209.
Ciudad de México, 1953. Ensayista y narrador. Doctor en Lengua y literatura Hispánicas por la FFyL de la UNAM. Profesor-investigador en la UAM-A, donde ha sido coordinador de la Especialización en Literatura Mexicana del siglo XX y la Maestría en Literatura Mexicana Contemporánea. Desde 1998 es miembro del SNI (nivel II). Ha colaborado de Crítica, El Día, El Nacional, De Largo Aliento, La Palabra y El Hombre, Mar de Tinta, Memoria de Papel, Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, Revista de Revistas, Revista de la Universidad, Sábado, Semanario Punto, Semanario Tiempo, Siempre!, Texto Crítico, y Tierra Adentro. Premio Internacional de Ensayo Alfonso Reyes 1997 por La rebambaramba (Monterrey, Nuevo León) y Premio de Periodismo Cultural INBA/Delegación Cuauhtémoc 1988 por Narradores mexicanos de fin de siglo.