Felipe Sánchez Reyes
Gran revelación de un autor poco conocido en México del cual su autor nos comparte su particular visión respecto a su obra, vinculándola con referentes universales del erotismo. Sin duda un texto deleitable dividido en dos estaciones, esta que es la primera, y la subsecuente anunciada desde ahora como parte de nuestro número de verano.
Cuando Eros dispara sus dardos al corazón de hombres y mujeres, los domina, porque atiza el fuego del amor, deseo y placer. Invade y trastorna la voluntad de los amantes, heridos por sus flechas. Los tortura, los hace sufrir, padecer, explorar todos los matices de la pasión. Anula toda capacidad de comprender y decidir, porque es una fuerza incontrolable de efectos devastadores. Sólo él o la amante que consigue su favor se consagra a la dulzura de los labios del amado, al fuego en su cuerpo y a fundirse con el otro. Pero si no obtiene su favor o fracasa, entonces se enferma, busca embrujar y matar al otro con filtros venenosos.
Del dios Eros proviene la etimología de la palabra erotismo, que define y diferencia muy bien Alexandrian de la pornografía y de la obscenidad:
La pornografía es la descripción pura y simple de los placeres carnales, el erotismo
es la misma descripción revalorizada en función de una idea del amor o de la vida
social […] es todo lo que vuelve la carne deseable, la muestra en su esplendor o en
su flor, despierta una impresión de salud, de belleza, de juego deleite; mientras que
la obscenidad rebaja la carne y la asocia a la porquería, a las bromas escatológicas,
a las palabras groseras. [1]
A ésta definición Georges Bataille agrega, “El erotismo es la aprobación de la vida […] es la independencia del goce erótico respecto de la reproducción considerada como fin”. [2] Acabo de definir el término, porque en este texto me centraré en el erotismo de la pareja que aborda el cuento de Jesús Gardea, tema poco explorado por los estudiosos de su obra.
Algunos críticos se han centrado en los temas de la soledad y el desierto. Para Vicente Torres Medina, “sus textos crean una atmósfera de soledad, desencanto, amargura y pobreza, como un paisaje desolado y árido”; para Miguel Rodríguez Lozano sus temas recurrentes son “la vida monótona, lo fantástico, […] la soledad, la muerte, la infancia, lo misterioso, recrean acciones que sobrepasan esa idea única de una literatura del desierto”; y para Nuria Vilanova, “el espacio del desierto funciona como un componente que permea y construye su narrativa”. [3]
Es cierto que Gardea aborda a hombres solitarios en el desierto agreste, donde dominan los hombres instintivos, crueles, dominantes que oprimen al más débil. Pero también nos muestra a hombres sabios, a mujeres dominantes, matriarcales, autoritarias, despóticas, prácticas, así como al erotismo de forma poética. Por esta razón desarrollaré el erotismo, la pasión y el deseo de los jóvenes por su pareja en el cuento, “Las primaveras”.
La protagonista de este cuento no encarna a ninguna de las tres Gracias semidesnudas con túnicas vaporosas, transparentes, que danzan junto a Mercurio y Venus, que Gardea observa al hojear el libro de pintura. Ni a la delicada ninfa Cloris, transformada en Flora, diosa de las flores, en La primavera de Botticelli, sino a la madura y experta primavera, vestida de negro con cuello alto, sentada en el sillón abandonado del corredor derruido y seco de la zona de Delicias (denominada Placeres por él, en su obra), Chihuahua. Sin embargo, las curvas de ambas reúnen el mismo volumen e ideal de belleza. Cuando ella se recuesta en el sillón de mimbre y dormita frente al comprador, más se parece a una desnuda Venus dormida, que sueña con el deseo y la seducción del hombre.
“Las primaveras”, narra la compra-venta del antiguo sillón de mimbre que está en el corredor de la casa de la protagonista. El comprador, experto en antiguallas y práctico, sólo acude por el negocio, pues no olvida que “negocios son negocios”. Mas es tímido que, para ocultar su nerviosismo ante ella, se escuda en el saco y la corbata, y poco versado en el amor y en las mujeres. Pero la vendedora es una cuarentona hermosa, práctica y sagaz, que, como pretexto, busca vender el sillón antiguo de mimbre a un hombre de su edad. Si él carece de experiencia amorosa, ella es una experta, conoce las armas de Venus, sabe emplearlas y lo atrapa fácilmente en sus redes doradas, como Hefestos a Afrodita y Ares desnudos.
Ahora vale la pena preguntarnos ¿En dónde radica el erotismo del cuento? El erotismo se manifiesta en seis elementos: en la estación del año, en el lugar –el corredor, el sillón-, en su atuendo, en las confesiones de ella y de su madre, en su belleza y en sus acciones.
Iniciemos con que el erotismo se presenta en el clima de la primavera de un atardecer de abril que hace sus estragos en el comprador, pues la luz del sol logra resaltar la belleza de ella y la muestra radiante ante la mirada de él.
También la atmósfera del lugar influye en el estado anímico de él hacia ella. Pues el corredor en forma de media luna, donde se halla el sillón, no sólo representa el principio pasivo y femenino, sino también el matrimonio sagrado entre el cielo y la tierra, y entre ambos sexos. Este antiguo sillón del padre, trono o altar simboliza, al mismo tiempo, la sede de la autoridad y el altar de la pasión paternos. Este “asiento, trono y regazo de la gran madre, implica una relación entre el soberano y el súbdito”, [4] es decir, ella y él, donde ella, como soberana y heredera de su padre, asume su dominio y poder sensual sobre él.
En su atuendo, pues el “cuello elevadísimo” resalta su altivez, orgullo y dignidad. El vestido negro, que viste por capricho de su madre, demuestra su aparente sumisión femenina, acentúa su belleza y delgadez, las partes mórbidas y sensualidad de su cuerpo. Algo más, el negro se asocia a la hechicería que ella y su madre ejercen, por ello emplea los polvos de los tazones de la repisa que impregnan la atmósfera del cuarto materno para perturbar la mente del comprador y resaltar su aspecto físico, como lo realiza Aura con Felipe Preciado en la novela Aura de Carlos Fuentes.
En las confesiones de ella y de su madre. Ella, para llamar la atención del inexperto, seducirlo y excitarlo, le cuenta la historia del sillón: “Allí, mi padre Artemio, sentándosela [a su madre] en las piernas, le acarició los muslos y los pechos hasta sacarla de quicio. De eso hará cuarenta años”. [5] Y su madre, cómplice de ella, también colabora para lograr ese objetivo, pues al salir ambos de su habitación le recuerda al comprador: “Artemio fue la felicidad y el fuego (p. 61)”. [6]
Ella, a su vez, le insiste delante de su madre, “Hago mi vida de noche escuchando cosas de la pasión de mi padre Antonio: el amor según la carne (p. 63)”. Su seducción la refuerza al hacerle creer el triple encierro en que vive: el del vestido, el del cuarto de su madre y el de su sexo virginal.
En su belleza. Cuando ambos salen de la habitación de su madre y lo ve indeciso para comprarlo, ella, aparentando cansancio y sueño, se sienta en el sillón y se deja observar púdicamente sus atributos físicos. Él la revisa con detenimiento desde la sombra, la contempla a placer:
la mujer duerme ya, todavía con las piernas cruzadas. […] Adivino su carne recoleta, sombría como un vino de reposo. […] En esta clase de mujeres el bozo rubio es casi infaltable […] signo de un temperamento vivaz. […] De buena gana le limpiaría las gotas opalinas en el bozo, pasando mi dedo índice, demorándolo sobre el borde del labio perfecto, para despertarla al amor por ahí. […] Desnuda, esta mujer ha de enceguecer al que la mire (pp. 62, 61 y 63).
Ella con su actitud pasiva, le suscita y provoca el deseo, pues sabe que sus piernas resultan provocativas para los hombres, se las expone y las cruza porque “Las piernas cruzadas, afirma el sociólogo Gil Calvo, muestran su deseo, ya que donde las pantorrillas se pliegan una contra otra, […] semejan tanto un monte de Venus, como una auténtica vulva, donde el hueco entre las rodillas apunta al lugar del clítoris, las dos pantorrillas abrazadas representan la pareja de labios vulvares”.
Si sus piernas exponen su erotismo y lo excitan, entonces ella, conocedora del placer que le provoca, le refuerza la pasión con las gotas de rocío en su vello rubio, el cual asevera Georges Bataille, “la belleza de la mujer deseable anuncia sus vergüenzas; justamente sus partes pilosas, sus partes animales. El instinto inscribe en nosotros el deseo de esas partes. […] La belleza negadora de la animalidad, que despierta el deseo, lleva, en la exasperación del deseo, a la exaltación de las partes animales”. [7] Además, el vello femenino, afirma Cirlot, “equivale al ‘océano inferior’, a la proliferación de la potencia irracional y de la vida instintiva” que ella posee. [8]
Y en sus acciones. Ella sigue la mirada de él, lo mira, lo acecha, espera que él vuelva sus ojos al sillón de mimbre del corredor que ella mira con insistencia, pues, conocedora de las artes mágicas, heredadas de su madre, sabe del “fino intercambio de su espíritu con todas las cosas que andan en el aire (p. 60)”.
Luego, para demostrarle la fortaleza del sillón y su sensualidad, camina hacia el sillón, “se deja caer de nalgas en él. El busto le tiembla como sacudido por una explosión. Al mirarlo he pensado en dos palomas poderosas. La mujer y yo duramos bastante rato mirándonos. Ella busca el efecto de lo que acaba de hacer, en mi cara. […] Una cosa, me apresuro a aceptar: la mujer ha ganado en hermosura: está radiante (pp. 61-62)”. Lo mira, se cruza de piernas con pereza, finge dormir para mostrarle sus dotes y permite que el comprador los contemple a placer: su rostro trigueño con bozo rubio, la nuca desnuda, los cabellos, el busto poderoso y mórbido en su nido, las nalgas y sus piernas.
Él, inexperto en el trato con las mujeres, la sopesa a distancia. Enseguida, sin palabras sensuales de por medio, como un comprador que tasa el valor de los objetos antiguos, afirma: “Camino quedito hasta el sillón y pongo la mano abierta sobre uno de los pechos de la mujer. Estoy temblando, no sé qué va a pasar. […] Veo que la mujer entreabre los ojos. […] Luego coloca su mano sobre la mía, y me dice: -Regrese usted mañana, pero temprano; tendré que presentarlo de nuevo a mi madre (p. 63)”.
Así ella, empleando la misma estrategia paterna, lo seduce con el erotismo de su cuerpo, lo atrapa y repite la historia pasional, circular, del padre en el mismo sillón de mimbre. Demuestra más experiencia erótica y mercantil que el comprador: “la mujer me pidió que despacháramos el asunto pronto (p. 62)”. Por tanto Gardea, nos muestra la forma de seducir de ella y se burla de la inexperiencia del otro.
El comprador es un Edipo frágil, inocente, que, primero, debe enfrentar a la esfinge, es decir, a la madre bruja de ella: -“El cuarto de la anciana apesta a brebajes de principios de siglo […] yo miraba hacia la repisa en que estaban los tazones […] sobre la repisa el mundo estaba pudriéndose a puerta cerrada. Sentí repentino odio por la vieja [esfinge] y me vi echándola al patio a que muriera a punto de sol y ahogada (pp. 60-61)”-.
Luego debe descifrar el siguiente acertijo: “Artemio fue la felicidad y el fuego [la pasión]” en el sillón de mimbre. Es decir, su hija, la vendedora, sentada en el mismo sillón paterno, también representa la dicha y la pasión para éste. Después, una vez que vence a la esfinge, se enfrenta a la madura, seductora y matriarcal Yocasta, ante la cual se transforma en un niño tímido, en un Teseo que no puede huir porque se encuentra acorralado en el corredor con forma de media luna, cerrado por enfrente de él, con una pared muy alta, y la única manera de salir de allí es comprometiéndose en matrimonio.
Ella, al final, logra su doble cometido: venderle el sillón y atraparlo, pues no le interesa el romance o el amor, sino casarse con alguien que posea una situación económica estable. El “experto comprador” termina en los brazos sensuales de la vendedora. De esta manera se consumen las dos primaveras del título del cuento. Una, la de la estación del año durante el mes de abril o “el tiempo en que algo está en su mayor vigor y hermosura -ella-”, define el diccionario de la RAE; y la otra, la de los cuerpos maduros de ellos, sedientos de placer. Así la mujer repite la misma historia pasional de sus padres en el sillón, donde consuma su connubio con el consorte en primavera.
Concluido este cuento, Gardea cierra el libro y la página donde se encuentra La primavera de Botticelli. Posteriormente extrae de su archivero un nombre y un malestar para su siguiente relato. Introduce la hoja blanca en su máquina de escribir. Piensa en dónde situar la siguiente historia: la tarde de un verano sensual, en una habitación solitaria con una cama y una guitarra que cuelga de un listón rojo, atado al clavo de la pared.
Referencias-.
[1] Sarane Alexandrian, Histoire de la littérature érotique, Paris, Éditions Payot & Rivages, 2008, pp. 8-9.2
[2] Georges Bataille, El erotismo, Tusquets, México, 2003, p. 16.
[3] Vicente Francisco Torres Medina, Esta narrativa mexicana, Leega-UAM-A, 1991, p. 83; Miguel G. Rodríguez Lozano, Escenarios del norte de México, México, UNAM, 2003 p, 103 y 105; Nuria Vilanova, “El espacio textual de Jesús Gardea” en https://revistas-filologicas.unam.mx/literatura-mexicana/index.php/lm/…/399/398, p. 145. Consultado el 8 de marzo 2017.
[4] J. C. Cooper, Diccionario de símbolos, G. Gili, Barcelona, 2002, p. 180.
[5] Jesús Gardea, “Las primaveras”, Reunión de cuentos, FCE, México, 1999, pp. 61. Nota: todas las citas restantes fueron extraídas de esta edición.
[6]Gil Calvo, Medias miradas, Anagrama, Barcelona 2000, pp. 10-11.
[7] Georges Bataille, El erotismo, Tusquets, México, 2003, p. 149.
[8] Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos, Siruela, Barcelona, 2002, p. 461.
Puebla, 1956. Ensayista, narrador y traductor. Licenciado en Letras Clásicas y Maestro en Literatura Iberoamericana (UNAM). Es coordinador de la Colección Bilingüe de Autores Grecolatinos, dirigida al Bachillerato de la UNAM y es profesor-investigador de la UNAM (CCH Azcapotzalco), donde imparte las materias de Griego y Taller de Lectura y Redacción. Su obra incluye: Poesía erótica: Safo, Teócrito y Catulo (UNAM-CCH, 2020), Teócrito: poemas de amor, desamor y otros mitos (UAM-A, 2019), Pétalos en el aula. La docencia, lecto-escritura y argumentación (UNAM-CCH, 2018), Totalmente desnuda. Vida de Nahui Olin (Conaculta-IVEC, 2013). Ha colaborado en las revistas, Tema y Variaciones de Literatura, Texto Crítico, Liminar, La digna Metáfora, CambiaVías, Eutopía y Poiética.